Los
políticos españoles, incluidos Rajoy y Rubalcaba, podrían tener
ideas, pero sólo tienen ideología. Se pasan el tiempo tratando de
hacerse daño unos a otros, mientras el país se cae a pedazos.
Los
partidos españoles, además, están estructurados para conseguir el
poder y disfrutar de él cuando lo consiguen. Es por ello que
mientras todas las empresas y casi todas las personas se ven
obligadas a reducir gastos, la clase sigue consumiendo lo mismo. Los
políticos no reducen estructuras ni suprimen gastos superfluos. Hay
una cantidad enorme de instituciones y organismos que si
desaparecieran sólo se enterarían quienes cobran de ellos. En
cambio se suprimen o reducen subvenciones a la investigación y se
reduce el presupuesto de la Educación y de la Sanidad.
Ahora
pide Rubalcaba que se habilite un fondo contra la pobreza de mil
millones de euros, pero no dice de dónde ha de salir ese dinero.
Olvida también que el anterior gobierno, del que él formaba parte,
se gastó mucho más de lo que había, y ya no queda nada. No se
trata de defender a Rajoy, pero tampoco es de recibo que Rubalcaba le
eche toda la culpa. Los dos llevan barba, el apellido de ambos
comienza por erre, y tanto uno como el otro forman parte de la casta.
A
ninguno de los dos le interesa reformar la Constitución y el sistema
electoral. No han propuesto, quizá porque no les conviene, otorgar
la independencia, con carácter irreversible, a los jueces, con el
fin de reducir la corrupción a límites civilizados.
Esas
ideas no se les ocurren. Lo suyo, y de ahí no salen, es la
ideología, la lucha por el poder y el desprestigio y el desgaste del
adversario. Y se creen que les pagamos para que hagan eso, o no se lo
creen, pero saben que lo tienen todo bajo control y que hay dos o
tres puntos cruciales en los que están de acuerdo.