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martes, 15 de septiembre de 2009

Según Rosa Montero

Ayer, el diario Las Provincias dio la noticia de que los altos de las Cortes valencianas habían gastado mucho más del doble de lo presupuestado. El mismo diario dice hoy que también han gastado más del doble de lo previsto en atenciones protocolarias. El diario El Mundo daba el día 11 la noticia de que unos ediles de Valverde enmascararon una mariscada de casi dos mil euros con una factura de “escayolas Antoñito”. No hablemos ya de la forma en que Carod gasta el dinero público.
Dejando de lado a los políticos, aunque sea por un momento, se puede recordar el caso de Francina Ribas, esa mujer de 88 años a la que, según Lidia Falcón, el ayuntamiento de Barcelona le negó el servicio de teleasistencia por falta de presupuesto. Hoy, Rosa Montero cuenta en El País, en un artículo titulado Pesadilla, el caso de Maruja, una anciana de 86 años aquejada de un grave deterioro cognitivo, que viene haciendo papeleo desde 2005 para lograr plaza en una residencia. Maruja vive sola y su hija Pilar no puede atenderla porque está enferma. Hay que acarrear cantidades ingentes de documentos para solicitar ayudas. Y después de todo, el silencio puede ser la respuesta. Ante el agravamiento de su madre, Pilar reclamó ante la Dirección del Mayor, la plaza que le correspondía y fue cuando le dijeron que esos servicios se habían transferido a Dependencias y que debía comenzar los trámites de nuevo. ¿Cuánta gente habrá en España en la misma situación que Francina Ribas o Maruja?
Si se regresa al mundo de la política se observa, en su artículo titulado No debería, cuáles son los problemas que preocupan a Miquel Roca i Junyent, ese político genuino. De modo que por un lado tenemos la alegría con que los políticos gastan el dinero, junto con la terquedad con que persiguen sus objetivos, y por el otro las angustias de la gente, que los políticos no pueden socorrer, porque tienen otras cosas en qué pensar y marisco que comer.

martes, 21 de abril de 2009

Apunte sobre Susan Boyle

Nunca he visto nada sobre la escocesa de moda, salvo las fotos que circulan por doquier y con las que resulta imposible no tropezar. Y si no he visto ni siquiera un vídeo suyo es evidentemente porque no he querido. Me guío, entonces, para emitir mi opinión en lo que ha dicho Rosa Montero en El País. Me parece suficiente información.
Los individuos que gozan de un físico hermoso y sano suelen gozar de gran aceptación social, e incluso ser admirados, aunque su interior sea lamentable. Para otros individuos el físico suele ser un inconveniente que, aunque algunos logren superarlo con creces, resulta una pesada carga para la mayoría. También los hay tan tímidos o apocados que no saben cómo luchar contra las injustas limitaciones que les impone la vida y se dejan llevar por la rutina, y soportan burlas y chanzas con una resignación que surge del desconcierto y del temor a empeorar las cosas.
Peter Levi, el protagonista de “
Pájaros de América”, intentaba aplicar a su vida cotidiana las enseñanzas de Kant, y en concreto la que señala que “el hombre es un fin en sí mismo y no un medio”. Al final, tuvo que darse cuenta de que era el único que lo hacía. Durante estos últimos tiempos, han sido muchas las personas que han blandido este pensamiento. Daba pie a pensar que Mary McCarthy se había equivocado en sus apreciaciones y que, por tanto, la novela se asentara sobre bases falsas.
La realidad actual permite plantear de nuevo la pregunta: ¿Es Susan Boyle un fin en sí mismo o un medio que permite disfrutar a su costa? Tal y como cuenta Rosa Montero que transcurrió el programa, el montaje planteaba el supuesto de que ella lo tenía que hacer todo mal y de ahí que el público se sorprendiera al comprobar que canta bien. También es humillante que se sobrevaloren sus condiciones para el canto. Y no parará ahí la cosa. Los hay que se empeñan en demostrar que todo se compra y se vende y se muestran molestos ante cualquier atisbo de dignidad, que también quieren borrar del mapa.

martes, 2 de diciembre de 2008

Rosa Montero y santa Maravillas

Soy de aquellos a quienes Rosa Montero cae bien, aunque sin llegar a la veneración. Esta aclaración, que vale para todos y no sólo para la popular novelista, se debe a que no me gusta comulgar con ruedas de molino. Me cae bien porque creo que lucha honradamente contra la injusticia y la desigualdad.
He dicho alguna vez, por otra parte, que no guardo buen recuerdo de las monjas que he tratado –cabría decir que he padecido-, incluidas las hermanas de la Caridad. Las conocí en mi infancia y no hay nada como encontrarse en estado de indefensión para conocer a la gente. También dije no por ello pienso que todas las monjas son iguales. Como tampoco son iguales todos los componentes de cualquier grupo humano.
Y ya que ha salido a relucir la indefensión, es conveniente recordar que Rosa Montero es las que se ha puesto inequívocamente al lado del pueblo saharaui, ése al que ni la ONU socorre, para vergüenza de la humanidad. Por cierto que la Coordinadora Estatal Sahara (
ceas-sahara@ceas-sahara.es) ha organizado el anual viaje "Amanecer 2009 con los saharauis (28 diciembre -3 enero)".
El asunto es que Rosa Montero ha escrito hoy un artículo en El País, en el que hace una entusiasta apología de la tolerancia, como no podía ser menos en ella, al tiempo que critica al sectarismo tan presente en nuestra vida cotidiana. Y tras tanta maravilla teórica pasa a referirse, también con teórica buena intención, a santa Maravillas, y ¡oh! maravilla, le llama pobre monja. ¿Por qué pobre? Si José Bono, una vez resueltos los problemas que más le preocupaban y con mejor estilo que Anasagasti, ha decidido homenajear o glorificar a la monja, será porque es rica en algo. Y aunque la Iglesia católica esté santificando a tantas personas últimamente no cabe desdeñar que sor Maravillas se merezca el título de santa, por haber sido realmente buena. Cuando José Bono vio frustrado su intento, soltó un ex abrupto, que no puede ser del agrado de aquella a la que pretendía favorecer. A Rosa Montero le traicionado el subconsciente, lo cual seguro que es menos grave que otras reacciones acerca de esta misma cuestión.

martes, 23 de septiembre de 2008

Lo de Bardem puede ser insolidaridad

Escribe Rosa Montero hoy, en El País, que en las últimas entrevistas que ha concedido Bardem parece que emplea un tono airado y añade que también ocurre en el caso de Zafón, en el que se adivina una carga de rencores. Opina Rosa que hay triunfadores que no saben enfrentarse a las críticas. Y añade que al igual que hay críticas arbitrarias también existen los aplausos del mismo tipo y que vaya una cosa por la otra.
Pero es que aparte de que los triunfadores aceptan los elogios sin rechistar y algunos de ellos tienen dificultades para aceptar las críticas, queda la cuestión de que si se alcanza esta posición se está en situación de ventaja ante los demás. La venganza, aparte de no ser recomendable jamás y de no servir para nada, en este caso tampoco lo es, porque no se está en igualdad de condiciones. No puede proporcionar ninguna satisfacción a quien la lleva a cabo en esta situación.
Por otra parte, quien está en la cumbre y se aprovecha de ello para dar a conocer a todos sus quejas personales, se permite un lujo que está fuera del alcance de aquellos que verdaderamente tienen motivos para quejarse. Imaginemos a esas personas que no pueden valerse por sí mismas y que están al cuidado de otras personas, familiares o no, que las tratan sin consideración de ninguna clase. A lo mejor osan quejarse y la respuesta que reciben, burlona y con retintín, aún les hiela más la sangre. Estas personas han de aceptar su humillación a diario y sólo la muerte vendrá a librarlas de su situación.
Cuando Bardem, cuando Zafón, cuando otros que también están en la cresta de ola, aprovechan para la situación satisfacer sus deseos de revancha olvidan a todas estas gentes. Olvidan también que Cervantes no pudo darse jamás esa satisfacción, ni muchos otros, que vivieron sus vidas como buenamente pudieron y que teniendo incluso más talento que Barem o Zafón jamás llegaron a la cima, ni pudieron albergar ninguna esperanza de lograr un trato justo.