Podría haber evitado el nombre del parque, pero quería especificar que se trata de este por el nombre. Un señor casi centenario, que muchas veces se sirve del pseudónimo Marjaler para participar en la redes, Juan Bautista Viñals Cebriá, dedicó mucho tiempo a rastrear el nombre del barrio, sin dejarse ningún documento ni archivo por ver.
De sus investigaciones resultó que algún funcionario no supo transcribir lo que le decía el lugareño de turno y escribió Marchalena. Aquel le diría que procedía de la marjal. De ahí a Marchalenes un paso. La transición de Marjal a Marchalenes se entiende, lo que da risa es el odio de los catalanistas al dígrafo ch.
El caso es que hace unos días, un apostado ante una de las puertas del parque de Marchalenes me impidió el paso cuando iba a entrar con mi miniperra.
- ¡Pero si cruzan el parque bicicletas y patinetes a toda velocidad y nadie les dice nada! ¡Pero si los patinetes y las bicicletas se han apoderado de las aceras, ante la pasividad de ustedes, y aunque tengan un carril bici al lado!
- Tiene razón en todo lo que me diga, pero usted no entra. Mire, y me enseña las placas que hay a la entrada. Prohibidas las bicicletas y los perros. Nada dice de los patinetes. O sea, que pueden circular y atropellar a un anciano o a un niño.
El firme rugoso del parque me viene bien porque sirve para limar las uñas de mi miniperra.
Aparte de eso, voy equipado para limpiar lo que ensucie y la llevo sujeta por la correa.
En ese mismo parque hay una colonia de gatos que dispone de comederos y bebederos que se renuevan cada día.
Y hay también un espacio con arena en el que juegan niños de dos, tres, cuatro o cinco años.