Es
un hecho comprobado que la presión ambiental turbia las mentes. En
el caso de un buen número de periodistas también influye la línea
editorial del medio en el que publican.
El
artículo ¿Cataluñas? ¡Cataluña!', de
Xavier Vidal-Folch, no puede empezar peor. Según
él, todos, catalanes y catalufos (las denominaciones son mías), son
igual de respetables. Los que
se saltan el ordenamiento jurídico, para atender al requerimiento de
unos dirigentes políticos enloquecidos, y los demócratas que acatan
las leyes.
Los
catalufos simples, o malintencionados, magrean a Gandhi impunemente.
Dicen que las leyes injustas no deben cumplirse. ¿Y
quién decide qué ley es injusta? Gandhi vivía en una colonia, no
en un país democrático.
No
es el único disparate de Vidal-Folch. Le
pide a Rajoy, no que aplique la ley, que sería la aspiración de un
demócrata, sino que negocie con Mas, que es quien la viola. Para
este periodista la dignidad de los millones de españoles que pagan
sus impuestos religiosamente y
pueden ser multados, y han de pagar, si incumplen algún precepto, no
cuenta.
A
continuación,
el articulista, ya embalado por la senda que gusta a los
nacionalistas, se
inventa una nueva definición de la democracia. Dice
nada menos que “Democracia
es la fusión de principio de legalidad y principio democrático.”.
Yo
no sé lo que habrá hecho después de escribir esto, pero lo que me
viene a la cabeza me da mucha risa. Quizá
crea que es una genialidad, pero ni siquiera un tipo tan obtuso como
Mas podría haberla dicho más gorda.
A
continuación
se esmera en el arte de rizar el rizo (cada vez es más difícil
aguantar la risa): “Ocurra
lo que ocurra hoy, cométanse los desafueros que se cometan —siempre
que sean dentro de un orden—
“.
Desafueros
dentro de un orden, dice.
Luego
recurre al consabido 'nacionalismo español'. Cree el ladrón que
todos son de su condición. Los nacionalistas creen que todos los
demás también son nacionalistas, y dividen en nacionalistas buenos
y nacionalistas malos.
Pero
las tonterías de Vidal-Folch no terminan ahí, siguen. El que no
sigue soy yo, porque no lo considero necesario.
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