A Lucas le despierta el ruido de la cisterna del baño de los vecinos, diez minutos más tarde de la hora que marca su despertador estropeado. Hoy no podrá desayunar con calma ni tortitas ni tostadas con mermelada y piensa en un café rápido en el bar cercano a la oficina, a la que acudirá en coche esta vez. Antes, en el ascensor, recuerda que se olvida de algo que debe devolver a una compañera y aunque podría llevarlo otro día, es importante y regresa a recogerlo. Ya en ruta se detiene por bien poco en dos semáforos y se salta otro en ámbar peligroso. Sin pensarlo, aparca a la izquierda de la calle y no a la derecha, quizá porque aunque el hueco de la derecha es más grande, inconscientemente observa el árbol que hay junto al hueco de la izquierda y proyecta la sombra que a la vuelta, en esa época de verano, tanto agradecerá. Sale del coche y cruza por el paso de cebra.
Simultáneamente un camión de reparto gira la calle distraído en la búsqueda de su destino, un destino que no encuentra esta mañana en la que debería estar de vacaciones pero la enfermedad del compañero que trabaja por esta zona, le ha obligado a posponerlas. Y no ve el paso de cebra, ni a Lucas.
