El desaparecido Stiv Bators compartió piso en Nueva York con Michael Monroe y Johnny Thunders. No creo que ninguna persona vuelva a ser normal después de semejante experiencia, y desde luego Bators no fue una excepción. Llegado desde su Cleveland natal a la ciudad de los rascacielos, al conocer la escena punk de primera mano le faltó tiempo para llamar a los compañeros de su antigua banda, Frankenstein, rebautizados para la ocasión como The Dead Boys.
Hijos directos del CBGB, donde Stiv se hizo leyenda debido a su nihilismo militante y autolesionante, el dueño del club fue quien les encaminó hacia su primer contrato discográfico. El resultado, “Young, loud & snotty” es toda una sobredosis de emocionante rock and roll que exhibe sin complejos una cierta falta de destreza instrumental, sustituida por la más pura visceralidad y por unos tremendos guitarrazos que se hunden en el rock de garaje de los sesenta vuelto a la vida en pleno 1977.
Los Dead Boys no eran unos punkos cualquiera, estaban mucho más cerca de Thunders o Stooges y de ellos aprendieron a no empañar el rock´n´roll con exceso de mensaje y la importancia de un buen y bonito estribillo. Dejaron para la posteridad un buen puñado de himnos imperecederos, chulos y rabiosos, y muy bien armados, como “Sonic reducer”, “What love is”, “All this and more” o “I need lunch”. Chetah Chrome no es Van Halen ni Bators es Coverdale, pero a letales no les gana nadie.
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