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Aquel taxista llamado Victor que conocí rumbeando para Gueme, me había dicho de hacer un trayecto con destino a Villa Tunari.
Tierra adentro, donde los turistas no paran porque sólo se ven mercados bolivianos llenos de comida, frutas y bebidas, hay una localidad que se llama Yapacani. No hay mucho para rescatar en el pueblo, sólo un pequeño secreto a voces dentro de los buscadores del buen comer. A unos cinco kilómetros del lugar hay una serie de cabañas que vendrían hacer unos quinchos gigantes donde se puede comer comida de monte.
La idea de poder comer un plato de carne o pescado, era algo que mi panza me empujaba a tomar una decisión por marchar para esos pagos.
Para poder llegar a estar región donde empiezan los grandes ríos de Bolivia y el verde selva que te atraviesa la vista se apodera del paisaje, había que ir a la ex estación de omnibus de Santa Cruz y buscar una parada de taxis que dijera Yapacani.
Este aventurarnos por los caminos del Chapare la emprendí junto a Ivet la cumpa que conocí el día anterior en Guembe.
Para tomarnos el taxi rumbo a Yapacani, había que esperar que el mismo se llenara. Es la costumbre aquí que hasta que no se ocupen todos los asientos de un taxi el mismo no parte. La particularidad es que el espacio de asientos tratan de maximizarlo al máximo. Tal es así que en un taxi que tranquilamente entran bien 5 personas, y pensabamos que ya arrancaba, se subieron 3 personas más. Bueno sin quejas, habituándonos a las costrumbres del lugar emprendimos el viaje. Unas cumbias de un viejo estereo de automóvil nos iban a acompañar durante la travesía.
Eran las 15 hs. aproximádamente, el viaje se hacia largo y la panza empezaba a mostrar crujidos de hambre.
Como aquellos niños que fuimos preguntamos, ¿cuánto falta? "Ya ya ya", fue la respuesta.
Finalmente, llegamos al pueblo de Yapacani, un centro urbano sobre la carretera que hace de proveedor de otros pueblitos más cercanos. Desespera por encontrar las cabañas y tirar las mochilas para descansar un poco, tomamos unas mototaxis que nos llevaron hasta el río donde se encontraban las cabañas.
Al llegar a una de las cabañas pedimos la recomendación de qué comer y la sugerencia fue tatu (parecido a una mulita o chirquincho). Fue una excelente elección aquel rico pedazo de carne con arroz, yuca y ensalada. Una cerveza paceña iba a hacer la bebida de compañía.
Con la panza llena, que mejor que tirarse una horita en una hamaca paraguaya para bajar la comida.
El día transcurría sin mucha prisa para nosotros pero todavía había un largo trayecto hasta Villa Turani.
No teníamos un trasporte directo para llegar, debiendo ir en taxis de pueblo en pueblo. Con la característica antes mencionada de que los taxis no partían si no estaban llenos. Unas tres horas de viaje teníamos.
Alrededor de las 11 de la noche llegamos a Villa Turani.
Villa Turani es un pueblo tropical donde se cruzan dos ríos de la región que se van a unir en uno mayor el Río Chapare. Es una parada obligada de aquellos que transitan entre Cochabamba y Santa Cruz. Se caracteriza por la abundante selva que lo rodea.
El alojamiento Aurora nos abrió sus puertas para ser bien recibidos por unas camas más duras que pico de loro. Un acojedor alojamiento con plantas de lo más variado le daba al hostal su característica de pueblo tropical. Treinta Bolivanos era el valor del hotel. Luego cambiamos a otro de 15 bolivianos, con similares caraceterísticas: habitación simple, cama dura y baño compartido.
Nos topamos en el hostal con tres chilenos que estaban vieniendo desde Cochabamba, con ellos decidimos ir a comer una tomatada de pollo. El plato era una mezcla de pollo con arroz y fideos.
No iba a durar mucho la comida, el hambre y el sueño se apoderaron de nosotros y antes de las 12 ya estabamos durmiendo.
Al día siguiente teníamos la intención de ir al Parque Machia, un refufio de animales con senderos para recorrer la selva. La lluvia con las que amanecimos nos impidieron ir al mismo, y surgió como opción realizar una visita por la Jungla.
La Jungla es un parque de aventuras y diversión donde uno va atravesando distintos desafíos de altura. La entrada es de 25 bolivianos. A medida que transcurre el paseo, donde uno encuentra árboles de gran altura, mosquitos y grandes hormigas, se va proponiendo tirarse uno desde diferentes posiciones de alturas con lianas. Empezamos la diversión con una altura de 4 metros, donde la adrenalina empezó a subir y meterse el grito de emoción que provocaba el latido de nuestro corazón. Sabíamos que la última etapa era saltar desde un sitio ubicado a 20 metros sobre el suelo. Caída que tenía un arnes muy precario y un pantanal como colchón. Para hacerlo con más emoción, tenía en principio una caída libre de dos metros y luego la liana se encargaría de convertirnos en hombres /mujeres mono. Tarea algo sencilla para mi, digo por lo de mono.
Luego de tanta acción, dónde el corazón latía con fuerza, fuimos a darnos un baño al río. Era el pretexto para poder darnos un aseo. La ropa de baño un calsoncillo a cuadros.
Después de una larga siesta, las estrellas dieron cuenta de la hora de comer. Más luego el dormir. Nos despertamos queriendo suponer que no estaba lloviendo ni que había amenaza de gotas. Tuvimos la suerte de concretar nuestros sueños e ir al Parque Machia.
La entrada al Parque es de 6 bolivianos y otros 10 de pago voluntario para sacar fotos que van destinados a la asociación civil que protege el parque.
Un sendero nos iba a ir adentrando dentro de la selva donde nos íbamos a encontrar con unos monitos muy traviesos. Nos habían advertido que ellos buscan comida o algo para entretenerse en los bolsillos de quienes visitan el parque. Sin mas cuidado que llevar lo justo y necesario, decidimos dejar nuestros bolsos, y sólo andar con un agua y las cámaras de fotos. Los bolsos de mano los dejamos en la entrada, en un loket. Nos dieron una llave del mismo. Cuando empezamos el senderos nos tomamos con un mono que muy contento se abalanzó sobre mi compañera. De repente empezó a usmear los bolsillos, y la chilena confiada de que no tenía nada, no se percato de las llaves. ¿Para qué? El monito metió mano, agarró la llave y se quedó a un metro de nosotros tratando de encontrarle a algún sabor. ¿Cómo quitarles las llaves? Un paso que dábamos adelante, era un paso que daba para atrás el mono. Nos tomamos unos minutos, que se fueron sumando en varios, sin encontrar forma de que el mono dejara la llave. Había que negociar, no nos iba a dar la llave si no le dábamos algo a cambio. Saqué una moneda de 20 centavos, intentando sobornar al monito. No sabía si se iba a dejarse corromper. Nos medimos, nos miramos, nos acercamos y le mostré la moneda. El monito empezó a acercarse y en un descuido de dejar las llaves en el suelo, me apresuré y pude obtener la llave que nos iban a devolver nuestros bolsos. Empezábamos con algo de retraso el sendero.
Prevenidos de esta situación me colgué las llaves del cuello y seguimos caminos. Durante el andar nos topamos con un oso y una gran cantidad de monos. Al final del camino, una río con una pequeña casacada nos iba a limpiar del sudor que veníamos cargando.
Fue una aventura sin desperdicios. Flora y Fauna de lo más variada, risas, nuevos amigos, y a seguir viaje.
Los dos sitios que queríamos ver en Villa Turani, pudimos realizarlos. Eran tiempos de separación con la cumpa, ya que ella regresaría a Santa Cruz y yo quería realizar una travesía en barco rumbo a Trinidad.
Para despedirnos, la cumpa se portó y me invító a comer á la noche a un lindo bar rodeado de calles empedradas y palmeras sobre sus veredas. Un vinito iba a ser lo mejor, no era Argentino, pero se tomaba bien. Los vinos en Bolivia son en su mayoría de Tarija. ¡¡Como te extraño Vasco Viejo!!
Menos mal que era la despedida, por que con un vinito de por medio las discusión política afloró y las lecturas de la realidad, se iban a enfrentar con la chilena y con el dueño del bar. No voy a relatar toda la discusión pero alguna de las cuestiones versaron sobre Evo, sobre por que los pobres son vagos, tienen hijos, no estudian, las políticas sociales asistenciales, y en un momento casi me levanto de la mesa cuando se nombro a Pinochet y sus logros. Traté de calmarme, tomar un sorbito de vino y relajarme para marcar mi posición política y empezar a dar por finalizada la charla. Era divertido saber que en la mesa de al lado se discutía acaloradamente sobre la política y Evo, eran bolivianos más un español. Terminamos ambas mesas casí al mismo tiempo el debate, pareciera que nos contagiaba el calor de la lucha por las ideas.
Bueno, la noche era fantastica, no había luz en el pueblo y sólo las estrellas y el sonido de los murciélagos se apoderaba de este pequeño pueblo del Chapare. Un abrazo fue el sello de amistad de este recorrido junto a Ivet.
Los caminos se me abrían ahora en soledad y el destino iba a hacer el Puerto Villaruel para empezar una travesía en barco...