Van llegando. De todas partes. Se juntan, se mezclan, se reconocen. Charlan, brindan, fuman. Banderas y estandartes se elevan y acarician el aire. Las calles parecen suyas, son suyas. Las recorren, las habitan, se las adueñan. Estruendos y cánticos acompañan sus pasos. Acompañan la espera. Son muchos, muchísimos y parecen multiplicarse con cada pestaneo. En la noche ya se palpita el espiritu de fiesta, de celebración, de comunión. De a poco, pausados pero ardientes, se van metiendo. Los cantos son cada vez mas intensos y resonantes. El aire fresco del afuera, se torna espeso y dulzón, ahora adentro. Los cuerpos se mezclan, se funden, se suscriben al reducido espacio físico del adentro, pero las almas se expanden, se desparraman, se agigantan con la mayor de las libertades. Siguen entrando, siguen saturando el ambiente. Hay fiesta. Se respira fiesta. Se vive fiesta. Nada mas importa. De pronto la oscuridad invade el todo que quedó adentro. Gritos, estruendos, cánticos efervescentes se suceden sin parar. Empieza esa magia inexplicable. Música desde arriba. Aguante desde abajo. Se encienden inconscientes, como lenguas de fuego, bengalas que iluminan los corazones. Se festejan. Una tras otra. Se salta, se canta, se grita, se poguea, se cuelga, se vive. Una comunión hermética entre los presentes se lleva a cabo de manera sorprendente. Se da y se recibe recíprocamente. Todo lo que se tiene, está puesto sobre la mesa. Y asi, durante horas, hasta llegar al fin.
Algo que si no se siente, no se comprende. Algo que si no se siente, parece carente de sentido. Algo que para muchos no es nada, para otros es todo.
Algo asi esperaban encontrar 194 almas hace cinco años. Como tantas otras noches. Como tantas otras veces. Pero no encontraron mas que el final de su camino. Un final absurdo en extremo. 194 almas que no están, 194 familias que tampoco están, 194 en los que cabemos todos.
- No olvidar, siempre resistir -