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viernes, 15 de enero de 2016

Semana de la autobiografía #5: La muerte del padre de Karl Ove Knausgård

Idioma original: noruego
Año de publicación: 2011
Traducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Valoración: bastante recomendable

La cuestión que no hemos planteado directamente esta semana aún. ¿Por qué tanta gente escribe su autobiografía, o sus memorias? Antes, parece que solamente lo hacían las celebridades. Gente que parecía sentirse en deuda con la sociedad si no explicaba los grandes trazos de su existencia, aquello que le había hecho triunfar, o fracasar con estrépito. Lógico, que se apuntaran los escritores. Para un escritor, es un chollo escribir de aquello que más conoce y que está siempre disponible para documentarse. Y no he mencionado, aún, la palabra "ego". La tecnología de hoy aún lo ha puesto más fácil. Blogs y páginas de redes sociales y canales de Youtube son, en el fondo, formas en que uno muestra al mundo aquello de su recorrido vital que quiere compartir.
La otra cuestión es si el mundo necesita eso. O si el mundo está dispuesto a prestarle suficiente atención, cosa que significaría que hay quien convence a los demás de que su vida es, o ha sido, lo bastante interesante para conocerla. La intención del lector, habría que ver cuál es, al leer sobre la vida de los demás: curiosidad, morbo, posibilidad de verse reflejado, comparar trayectorias, tomar ejemplo, admirar, rechazar. Asomarse a la vida de los demás, vistas las porquerías que copan la tele, resulta muy estimulante.

Entonces, ¿qué debía pensar Karl Ove Knausgård cuando se planteó escribir seis tomos, si él era solamente un novelista de un pequeño país como Noruega, completamente desconocido fuera de allí?

Aunque su fotografía actualizada no salga en la portada de La muerte del padre, hay que decir que el aspecto físico actual de Knausgård no pasa desapercibido: una especie de cruce improbable entre el actor Viggo Mortensen, una especie de mesías nibelungo y una estrella del black metal, con los surcos del dolor (o de otras experiencias siempre excesivas) grabados en sus rasgos, pero como acabadito de levantar un día soleado. Consciente de que es un factor más, el revuelo que lleva un tiempo levantando su serie de seis libros autobiográficos, iniciada con éste, es considerable. Ojo con esas imágenes tan poderosas: algunos solemos generar preconcepciones. Y sus declaraciones, en medio de la oportuna promoción, viniendo a insinuar que ya no le hace falta escribir más tras esta obra magna, porque su situación ya no le empuja a ello, son otro añadido. Uy, con lo que nos gustan los autores atormentados, esos que se desploman sobre el teclado exhaustos apestando a alcohol o a tabaco o a sudor o a sangre o a vómito o a todo junto.
Freudiano título, por cierto. Pero es que el título de la hexalogía que este libro abre es aún más, mm, polémico: Mi lucha. Uh. Ya está Godwin aquí. Difícil, pues, enfrentarse sin un prejuicio, y menos aún que ayudan términos que constan en la sinopsis y en las solapas. Proustiano. Gran literatura. Universal. Absorbente. Ambiciosísimo. Proeza. Atormenta. Cuidado: como los fuegos artificiales, hay que manipular estos términos con cuidado.
Pues resulta que vale la pena empezar. No es que Knausgård invente nada. Esta es una narración autobiográfica directa y descarnada, sin el mínimo tapujo y prácticamente liberado de cualquier inhibición: las experiencias (en este primer tomo, las relacionadas con su infancia tardía y su juventud) son narradas sin eufemismos y con un agudo sentido físico, como si estuviéramos sentados en un rincón mientras el joven Karl Ove se frustra ante su escasa pericia con la guitarra o se impacienta ante sus titubeos con las chicas, con sus torpes intentos de seducción. Esa primera persona es la simple y llana apuesta de este libro: el explicar de forma directa su experiencia, el mantener en vilo al lector cuando lo que está leyendo no es más que un diario al que se ha aportado una cierta perspectiva, al que se ha magnificado en un ejercicio que bebe a partes iguales de egomanía y de inseguridad.
No es que el camino sea llano: hasta superadas las 300 páginas, umbral que no todo el mundo es paciente para franquear, uno empieza a darse cuenta de que le ha empezado a coger cariño a Knausgård, el personaje. En algún inexplicable giro el diálogo interno pasa a parecernos casi irresistible. No es que pasen grandes cosas, pero Knausgård va dejando pistas. No se corta en sus pensamientos ni en reconocer bajos instintos o hasta sentimientos reprobables. La muerte del padre es bien definitorio como título. Esa figura, metáfora del enfrentamiento de una persona a una madurez forzada, es el centro de la obra. Cómo, acompañado de su hermano hace un viaje donde juntos evocan lo que les unió en su infancia. Cómo presencia e intenta poner orden en una casa desvencijada que ha sido habitada por una anciana y por un hombre que solo ha triunfado en autoinmolarse a base de beber todo lo que encuentra. Esos pasajes nos resultan de una incómoda familiaridad. Los reencuentros que se provocan nos entregan a un tipo sencillo y honesto que limpia roña de los rincones mientras reflexiona con sentido común sobre todo aquello que acude a su mente, un hombre aún joven aportando sentido práctico a la desagradable liturgia de la situación. Un tipo que ya, entonces, se nos habrá hecho cercano.

Es la solvencia como narrador  de Knausgård lo que  mantiene el tono en 500 páginas que tienen sus altibajos (algunos episodios de la adolescencia no logran suscitar gran interés) pero que sí, son lo suficientemente intensas para que me plantee ir a por el siguiente tomo. ¿Para cinco más? Habrá que ver, pero de momento con el primer volumen, la prueba la ha superado.

También de Karl Ove Knausgård en ULAD: Tiene que lloverUn hombre enamoradoFin, La importancia de la novela
La contrarreseña de 'La muerte del padre'Aquí

jueves, 1 de agosto de 2019

Karl Ove Knausgård: Fin

Idioma original: noruego
Título original: Min kamp. Sjette bok
Traducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Año de publicación: 2011
Valoración: recomendable para fans

Bien es sabido que Karl Ove Knausgård es un autor que despierta grandes pasiones o enormes aversiones. Hay quien no entiende en absoluto su obra o el interés que pueda tener, y hay quien, como yo, encuentra que el autor noruego ha cambiado el panorama narrativo, ha sacudido el mundo literario al profundizar en la cotidianidad hasta un punto en el creo que todos podemos ver ciertas similitudes con nuestras propias vidas y arrastrarnos con él a la reflexión sobre nuestras propias miserias diarias.

Con «Fin» acaba la mastodóntica obra que inició con «La muerte del padre» y, más que un final, este libro nos narra la consecuencia de la publicación de la misma, pues el autor da un paso más en la narración de su propia vida y, ya en el mismo libro, describe sus recelos por la publicación del libro que nos ocupa. Porque de eso trata principalmente este volumen, de las consecuencias de su obra, del impacto que supondrá en su vida y en las de quienes participan en ella. Ese era el riesgo al escribirlo y publicarlo, ese era el dilema, y el autor, finalmente, se da cuenta de ello, aunque puede que algo tarde. También habla de Hitler, el nazismo y otras disertaciones ensayísticas, pero de eso casi ni hablaremos porque, personalmente, encuentro algo forzado que el autor se haya ido por esas ramas. Así que vayamos por partes, que las más de mil páginas de este volumen dan para mucho.

Empieza el libro y ves que quizá sí, que quizá hay un exceso de detalle, que quizá nuestros uladianos Santi o Koldo tienen algo de razón en que hay una desmesura descriptiva en la narración, pero es un efecto bastante efímero, porque una vez se avanza en la lectura, los recuerdos que tenemos de la calidad del autor vuelven, todas las sensaciones de lo anteriores libros retornan como si no hubieran pasado dos años desde la publicación del quinto volumen. Porque es Knausgård, y cuando entras en su mundo, no puedes volver atrás; él se queda ahí, en tu interior, esperando a sacar su espíritu crítico y contundente para hacerte reflexionar sobre los aspectos más ocultos de la vida interior. Siempre presente, siempre al acecho, siempre recordándote que no todo es bonito, que no todo es alegre, y que a veces conviene sacarlo fuera antes de que permanezca dentro y, finalmente, estalle.

Estructuralmente, el libro se divide en tres capítulos muy diferenciados. En el primero se centra principalmente en la desazón del autor ante la inminente publicación de su obra, por las consecuencias que pueda suponer en la relación con quienes aparecen en ella. Y el autor empieza a intuir el efecto de su obra cuando envía algunos ejemplares a sus allegados. En su narración, Knausgård nos trasmite los nervios, por aquello que ha escrito, por los efectos en aquellos sobre quienes ha escrito, porque saldrá a la luz lo que dice de ellos, de Linda, Yngve, Gunnar, Vidar, Tonje, Hanne, lo que piensa de ellos, lo que siente por ellos. Y eso es mucho, y no siempre es bueno. Los nervios se convierten en miedo, el miedo en indecisión, la indecisión en la duda, y tras la duda, la desconfianza y el cuestionamiento sobre la idoneidad de la publicación y la consecuencia para los que en ella salen y también para él mismo, en forma de la vergüenza. Knausgård nos habla de la culpa y de la dualidad entre el deseo de querer publicar el libro y la carga de consciencia que le acarrea saber el daño que hará a quienes salen en él. Y esa pena le carcome, le afecta, le ataca y permanece dentro de él, extendiéndose a lo largo de su cuerpo y más allá, a sus amigos, a su pareja a su familia. Y en contraposición, la opinión de su amigo Geir, que cuanto mayor escándalo más ventas, más fama, más dinero. Aunque sea a costa de los demás, o a costa de sí mismo.

Knausgård también utiliza esta primera parte para tratar hasta qué punto el relato es fiable, sometiendo su memoria a un juicio sobre la veracidad de lo sucedido, sobre cuánto hay de real y cuanto de invención. De esta manera, el propio autor ya se adelanta a lo que algunos críticos apuntarían una vez publicado: ¿hasta qué punto la autoficción debe narrar aquello sucedido realmente? ¿Es posible y legítimo añadir capas de ficción a lo que serían unas memorias? Así, Knausgård utiliza este último libro para autocuestionarse y nos habla también sobre el porqué de su enfoque sobre el libro y de su motivación para ello; él quería hablar sobre la realidad de la vida, «pero no de un modo general, porque lo general está emparentados con lo ideal, en realidad no existe, sólo existe lo particular, y como lo particular en este caso soy yo, eso fue sobre lo que escribí.» En este aspecto, este último volumen se aparta en momentos de la narrativa autobiográfica para acercarse al ensayo, a la reflexión sobre realidad y percepción.

Y en esta narración a medio camino entre narrativa y ensayo literario y filosófico, el autor empieza una digresión sobre el lenguaje y la sociedad, dedicando decenas de páginas al poema «Stretta» de Celan para, a continuación, seguir con su análisis hablando sobre Marx, sobre el trabajo y su exceso, sobre la identidad y cómo la conseguimos. También habla de la cultura y su singularidad, la originalidad y cómo afecta de manera diferente a cada individuo y, a partir de ahí, nos habla de la literatura del yo. Y aquí es donde el libro empieza a ponerse cuesta arriba, por caminos tortuosos y poco satisfactorios. Porque entramos en la segunda parte del libro y, a pesar que en la primera parte ya se intuía una cierta inclinación al ensayo, aquí Knausgård se deja ir y nos ofrece una disquisición de unas cuatrocientas páginas sobre Hitler, su vida y su obra, justificando este excurso en que ambas obras comparten el título de su biografía: «Mi lucha».

Lamentablemente, encuentro esta segunda parte sobrante y, a mi parecer, está totalmente desvinculada de toda «Mi lucha» siendo puramente un ejercicio literario ensayístico sobre Hitler, ni más ni menos, por mucho que el autor intente encontrar puntos de conexión a partir del lenguaje utilizado y su enfoque hacia el yo, el nosotros, el ellos... ¡Ah!, y habla también de la Biblia, de Leonardo Da Vinci, Shakespeare, El Quijote… un sinfín de ideas mezcladas que poco aportan al resto de la narración, por muy bien documentado que el autor noruego parezca estar sobre estos temas. Pero no, mi admirado Karl Ove, no hemos venido aquí a hablar de Hitler. Eso hubiera podido ir en un libro aparte, no como parte de tu biografía. Así que, amigos lectores, si queréis saltaros esta parte, no os perdéis nada, incluso saldréis ganando pues el libro os parecerá bastante mejor.

De todos modos, y afortunadamente, entramos en el tercer capítulo, el mejor de todos y la parte en la que Karl Ove nos devuelve esa ilusión por leer la historia que empezó con su primer libro. En este último capítulo el autor retoma las riendas que perdió en el capítulo anterior y nos ofrece, otra vez, su mejor literatura. Porque en esta parte, Knausgård sale de su universo personal en el que estaba encerrado en la primera parte (una parte con aún más detalle sobre la cotidianidad de lo que nos tenía acostumbrados) y cierra el abanico de sus problemas ciñéndose al ámbito estrechamente familiar: el de la pareja e hijos. En este último capítulo del libro (o su último tercio) el autor vuelve al nivel al que nos tenía acostumbrados, abandona el exceso de egocentrismo de la primera parte, deja de lado su ensayo sobre la biblia, Hitler, Celan, etc. y vuelve a hablar de su vida, de la familia, de sueños olvidados entre realidades obstinadas, de ilusiones perdidas entre escenas cotidianas, de remordimientos y lamentos entre destellos de alegría. Ahí sí vemos al Knausgård que nos ha atrapado en esta inmensa y titánica aventura que durante seis grandes volúmenes nos ha ido guiando por su vida, esperando encontrar en su camino las trazas de nuestra propia existencia. En este último tramo nos muestra otra vez esa soledad, esa lucha (aquí sí, aquí sí está su lucha real), una lucha que guarda relación a la lucha entre la vida que quiere y la que tiene, entre el sueño de ser escritor y una realidad que le ata a un presente del que no puede huir, que le traba en su intento de lograr ser quien quiere ser, que le limita y le absorbe sin dejar mucho lugar a que su yo aparezca y destelle. Y el autor, consciente de ello, lo expone claramente diciendo que «eso era lo que tiraba de mí. Se trataba de estar abierto ante el mundo, de dejar que ocurriera lo que tuviera que ocurrir y no permitir que estuviera dirigido por esas estructuras determinadas formadas por la educación, el trabajo, los niños y la casa».

Knausgård planea su lucha en un escenario donde la cotidianidad le arrastra de manera inexorable a la realidad, donde sus anhelos y su elevado sentido de la profundidad en la que se mueve una vida quedan absolutamente devastados por una rutina que le ata a la tierra, que le impide ser quien realmente querría ser. Pero también le sirve como excusa, pues se percibe cierta dejadez en las funciones, trasmite que, en parte, ya le va bien que le impidan ser quien querría, pues el esfuerzo y dedicación serían de titánicas dimensiones. Esa es otra de sus luchas, la lucha entre quien quiere ser y quien realmente es, la lucha entre un mundo que vive en su cabeza con su entorno real. Así, una vez terminado el libro, queda claro que mi lucha no es respecto a su padre, o a su familia, o incluso tampoco hacia su vida exterior, sino respecto a él mismo, una lucha respecto a su yo personal y su yo literario.  Y gana su parte artística, dejando a un lado, como víctima de su lucha como un cadáver sin posibilidad de redención, o tan siquiera perdón, todo el resto.

Con este libro Knausgård sitúa su obra en un lugar destacado junto a otros autores que han marcado precedentes y distancias en la literatura, por romper esquemas o cambiar el enfoque sobre lo tratado. Knausgård justifica su narración y la rodea de un relato analítico sobre el mundo que nos rodea, sobre el porqué de su intencionalidad, y escribe un libro sobre su propia obra, reafirmándose en la literatura del yo, ya no únicamente como auto ficción narrativa sino también como un ejercicio meta literario donde se cuestiona a la vez que se reafirma sobre la necesidad de publicar una obra que va más allá de sí mismo, nos interpela a todos. Ese es probablemente su mayor ambición, partir de uno mismo para llegar a cada uno de nosotros y vernos reflejados, desde lo plural a lo individual, desde lo genérico a la especifico, desde la sociedad a un mismo. Puede ser él, o cada uno de nosotros, pues esta obra es el espejo en el cual podemos contemplarnos a nosotros mismos, y calibrar en su reflejo cuánto hay de esa cruda realidad en nuestras propias vidas.

Terminado el libro, terminados sus seis volúmenes y más de 3.500 páginas, puedo discrepar con rotundidad con aquellos que cuestionan del por qué hay necesidad de tanto detalle sobre la vida cotidiana de una persona. La respuesta es clara: porque su vida al escribir la obra era como la de cualquier otro y su lucha también, una lucha consigo mismo, con su yo que tiene una familia, amigos y obligaciones y un yo más elevado, más aspiracional, más deseoso de querer conseguir alcanzar sus sueños. Knausgård sabe que ahí está la lucha verdadera, la que cada uno de nosotros libramos con nosotros mismos día a día, decepción a decepción y en contra de la rutina. Una lucha que determinará si nos sometemos a una vida acomodaticia o aspiramos a hacer aquello que realmente nos mueve y luchar contra todo si hace falta; contra uno mismo, también. Él ha librado su lucha, arriesgando su vida personal. El precio pagado es alto, pero, ¿cuál hubiera sido el precio personal en su consciencia en caso de no haberlo hecho?

También de Karl Ove Knausgård en ULAD: La muerte del padre (y su contrareseña aquí), Un hombre enamorado, Tiene que lloverLa importancia de la novela

martes, 26 de diciembre de 2023

Karl Ove Knausgård: La importancia de la novela

Idioma original: noruego
Título original: Hvorfor romanen er viktig
Traducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo para Anagrama
Año de publicación: 2022
Valoración: muy recomendable

Creo que es innecesario, a estas alturas, reconocer mi admiración por Karl Ove Knausgård; un autor que, pese a sus múltiples detractores (entre los cuáles varios de ellos se encuentran en ULAD) también tiene muchísimos admiradores tras el fenómeno editorial, pero también lector, que supuso la publicación de «Mi lucha», una autobiografía novelada de más de tres mil páginas de alguien que, precisamente antes de esa publicación, era alguien desconocido con una vida bastante común. La cuestión es que su estilo, su contundencia y la radicalidad de su desnudez estilística supusieron un cambio abismal en la narración del yo.

En la breve obra que nos ocupa, basada en un discurso pronunciado por el autor en Londres en 2022, Knausgård afronta la compleja pregunta que supone, no la cuantificación, sino la cualificación de la importancia de la novela en nuestro mundo. De esta manera, el autor noruego, ávido lector y narrador desde la subjetividad de los hechos que nos rodean, empieza este brevísimo ensayo de apenas cincuenta páginas parafraseando a Rainer Maria Rilke quien dijo que «la música podía elevarlo —lo que en sí no tiene nada de especial—, antes de añadir: “Y bajarme a otro lugar”». Para Knausgård, la literatura provoca el mismo efecto, «esa extraña sensación que te invade cuando acaba de leer» y eso es algo que «ocurre con todas las novelas buenas: pueden llenarme por completo, pero solo en el momento; al acabar la lectura, la vivencia se desvanece». Cabe decir que en este aspecto no estoy de acuerdo con él, o al menos no enteramente; su afirmación es algo que me produce cierta inquietud pues para mí la buena literatura deja un poso, una sensación, que perdura mucho tiempo después de terminar la lectura, quizá no con la misma intensidad o la misma emoción compartida entre autor y lector, pero sí que nos cambia en parte y no de manera meramente puntual sino de forma sostenida.

Afirma el autor que «la lectura es cercanía, es acercarse a algo» en el sentido en el que cuando leemos contemplamos de manera atenta, buscando el detalle, los detalles que conforman el relato, porque «la novela mete cualquier idea abstracta sobre la vida, sea de carácter político, filosófico o científico, dentro de la esfera de lo humano, donde ya no está sola, sino que de golpea contra una miríada de impresiones, pensamientos y actos». Y ahí es donde radica su fuerza, en que esos pequeños detalles y reflexiones que van construyendo la narración son los que nos aproximan a ella; son ellos los que hacen que entremos de lleno en la historia y por esta razón menciona a Joyce y Proust destacando que ellos en sus obras «se meten debajo del relato para expandir el breve tiempo que dura. ¿Por qué? Porque es ahí donde vivimos». Del mismo modo, destaca también «Orfanato» de Zhadan (una lectura que tengo anotada desde hace tiempo), la cual «describe un suceso, una guerra, antes de que se haya convertido en historia, o, en otras palabras, mientas aún es realidad», porque la realidad de una guerra es mejor si es contada mientras ocurre, cuando los protagonistas aun no son ni conscientes de lo que implica lo que les está sucediendo, no ya a nivel global, sino en sus propias vidas. Ese es el verdadero suceso, el que conforman todos y cada uno de los cambios en la cotidianidad de muchas vidas sometidas a un futuro que siempre es incierto hasta que el resultado es tan nítidamente palpable que entonces sí, y solo entonces, se puede observar el impacto y la catástrofe a la que se han ido encaminando sin llegar a ser conscientes de ello plenamente. Es por ello que el autor afirma que «solo una novela es capaz de plantear los conflictos más importantes con los que nos encontramos sin encerrarlos en definiciones, sino dejándolos abiertos a sentimientos y experiencias»; ahí está el verdadero impacto y su realidad.

Knausgård es coherente con su obra, pues precisamente en «Mi lucha» lo que hace es justamente eso: llenar la narración de detalles cotidianos, momentos del día a día, acercándose a su propia vida para que, a partir de ella, podamos expandirla y quizá asimilarla con la nuestra propia. Y esa es justamente la importancia de su obra, en que siendo un libro muy extenso no lo empequeñece con innecesarios detalles sino que es, justamente y a partir de ellos, que su novela se ensancha y se abre a cada uno de los mundos que los lectores compartimos durante los momentos de su lectura porque «la novela da voz a esa experiencia, que así consigue un lugar. Ese lugar no existe en ningún otro sitio (…) ese lugar, ese mundo visto desde el interior y que se deja abierto, solo existe en la novela (…) La misión de la novela es encontrar el camino hacia ese lugar».

Concluye el autor afirmando que «la misión de la novela es entrar en el mundo y mantenerlo abierto». Y de ahí su trascendencia, pues gracias a ella podemos llegar a conocernos a partir de los demás, a otras épocas y personajes, porque sus vidas y reflexiones se confrontan con las nuestras, y el diálogo entre ambas se mantiene abierto mientras el recuerdo de la lectura siga vivo en nosotros. 

También de Karl Ove Knausgård en ULAD: La muerte del padre (y su contrareseña aquí), Un hombre enamoradoTiene que llover, Fin

jueves, 1 de junio de 2017

Karl Ove Knausgård: Tiene que llover

Idioma original: Noruego
Título original: Min kamp. Femte bok.
Traducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Año de publicación: 2010
Valoración: imprescindible

El quinto volumen de «Mi lucha» nos narra catorce años de la vida del autor, empezando con un joven Knausgård a la edad de diecinueve años, en los días previos a su entrada en la Academia de Escritura. A pesar de la euforia por iniciar sus primeros pasos como escritor, la soledad con la que se encuentra a su llegada a Bergen le causa cierta sensación de desasosiego. En una localidad desconocida, se encuentra perdido en medio de la ciudad y las dudas azotan la aún adolescente personalidad de Karl Ove. Son momentos de desolación, de inquietudes y de incertidumbres. Es la edad de la postadolescencia, esa época donde nos tomamos cada acto, cada decisión, como si fuera la más importante de nuestra vida; como si aquello que elegimos no tuviera vuelta atrás y cada suceso signifique algo irreversible y trascendente. El autor nos lleva a esa época donde las inseguridades afloran en cada elección que escogemos, y tememos que la vida que deseamos se nos escape por no haber tomado las decisiones adecuadas. Una edad donde uno no encuentra su lugar en el mundo y se siente algo perdido pero, a la vez, una edad donde uno se siente capaz de todo a pesar de que las circunstancias te venzan día sí, día también. Son días de flirteo con las mujeres, la música y el alcohol, en una vorágine de euforia hasta que la realidad se encarga de provocar un aterrizaje no siempre deseado.

Superados esos primeros años, el autor sigue su evolución: empieza a leer clásicos, a interesarse en la filosofía y la historia; ya no lee para distraerse sino para descubrir, para enriquecer esa inquietud que ha despertado en su interior en forma de necesidad de conocimiento. Hay mucha literatura en este volumen; nos habla de Hamsun, Proust, Joyce como referencias, pero también menciona Thomas Mann o Stieg Larsson. El autor se empapa de ella para buscar su propio estilo, encontrar el camino hacia una habilidad que sabe que posee pero que no se manifiesta por más que lo intente. Es la edad crítica donde su don tiene que surgir, y el autor no duda en volcarse con ello, a pesar de tener un carácter que no siempre le va a favor. Así, somos testigos de su nacimiento y evolución como escritor, y de las grandes frustraciones evidenciadas tras múltiples rechazos.

Como es habitual, Knausgård sabe cómo describir la cotidianeidad y lo hace de forma que te rodea, te cerca, te sitúa en el centro de la historia y te arrastra hacia dónde quiere, como una espiral con la realidad como destino final. Su narración es envolvente hasta tal punto que te ubica en el centro y te detalla cómo siente, cómo ve, cómo oye para que tú veas su vida con sus propios ojos. Y así, en un acto reflejo,  te implica hasta tal punto que provoca que tú te enfrentes también a tus propias decisiones y revises tu pasado, juzgándote a ti mismo a través de sus experiencias. El autor llena los espacios con tantas partículas de realidad que cuando uno se da cuenta se ve rodeado de ellos y los absorbe, los asimila, los hace propios hasta que forman parte de uno mismo; compartiendo contigo su vida construye un puente sentimental que reduce la distancia entre escritor y lector, haciendo reflotar ciertas partes de uno mismo que, por vergüenza o por olvido, yacen adormecidas en nuestro interior. Enfrentándote a tu propio yo, consigue entrar en tu vida, porque con esa lucha que transmite pone un espejo delante de ti para que tú libres tu propia batalla.

En el que probablemente sea el volumen más duro de los publicados hasta ahora, Knausgård se abre al lector y nos muestra sus inseguridades como persona pero especialmente como escritor. Nos sitúa en su mundo y nos fuerza a que tomemos partido, casi a que lo sometamos a juicio, aún y sabiendo que es probable que no compartamos sus decisiones ni comportamientos. Es honesto en su intención, es valiente en su enfoque y es transparente como el agua de la lluvia del título al exponer su vida en diminutas gotas de realidad que, en pequeñas y constantes dosis, va llenando nuestro subconsciente hasta que consigue formar parte de nuestro propio mundo interior.

En este volumen somos testigos del Knausgård probablemente más descarnado, más crudo, evidenciando más aún la ausencia de florituras o adornos. Hay mucho exceso en este volumen, pero no en detalle sino en impulsividad. Cuando Knausgård lee, arrasa con todo. Cuando bebe, es incontrolable. Cuando ama, le hierve la sangre y se siente fuerte y vulnerable a la vez, con la idea del suicidio asomando tras los pasos en falso. Hay mucha soledad, mucho dolor, mucha agonía y desespero, mucha frustración en su incapacidad para conseguir escribir al nivel que él mismo se exige. Knausgard es exigente e incluso agresivo hacia sí mismo; no se permite los errores, aunque tampoco hace mucho por evitarlos. En una lucha constante contra él mismo, su autoestima muere y renace, de igual forma que su carácter frío se vuelve abierto y desinhibido con el alcohol mientras se hunde al poco tiempo en una resaca de desmoronamiento.

Así, asistimos al volumen que probablemente otorgue más sentido al título de esta magnífica obra: «Mi lucha». Una lucha constante contra él mismo, contra su personalidad, contra su carácter inestable, contra sus flaquezas y debilidades, contra su capacidad narrativa. La lucha del que sabe lo que hay que hacer pero que es imposible que lo consiga sin vencer el propio obstáculo que supone él mismo. La solución y el problema en uno mismo, el principio y el fin de su propio mundo. Y esa soledad, tan buscada por él mismo en múltiples escapadas. Una soledad que le enfronte con su propia obra.

Solo alguien con la destreza de Knausgård puede ser capaz de escribir más tres mil páginas sobre su vida y no únicamente hacer que disfrutes, sino que aún te quedes con ganas de más. Queda ya únicamente un volumen para completar la hexología. Cuando eso ocurra, cuando su obra termine, nos dejará un profundo abismo al que nos asomaremos de vez en cuando, quien sabe si para ver en el fondo la sombra de nosotros mismos.

También de Karl Ove Knausgård en ULAD: La muerte del padre (y su contrareseña aquí), Un hombre enamorado, FinLa importancia de la novela

domingo, 17 de enero de 2016

Semana de la autobiografía #7: La muerte del padYO, YO, YO, YO de Karl Ove Náusea

Idioma original: noruego
Título original: Min Kamp
Traducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Valoración: Se deja leer... perdón, quiero decir, se deja de leer

Un escritor noruego con pinta de rockero contándonos su vida y milagros: así a priori no suena mal. ¿Cuál será esa terrible "lucha" que da título a la muchología que se ha cascado el bueno de Knausgard (con circulito encima de la segunda a)? ¿Será la lucha contra el alcohol, la lucha contra la muerte, la lucha contra la injusticia, la lucha contra la imposibilidad del lenguaje por expresar la realidad en toda su compleja belleza? Pues no, por lo menos en mi caso ha sido la lucha contra el aburrimiento; y ha ganado el aburrimiento.

Se ha dicho que esta obra es proustiana, y está claro que es lo que el autor quería que se dijera. Solo le ha faltado incluid una escena de la magdalena (o el muffin, si se quiere actualizar la cosa) en los primeros capítulos para que el paralelismo esté completo. Solo que Proust es mucho Proust, y no es solo que nos cuenta su vida en un estilo impecable, sino que lo hace con ironía, con delicadeza, con profundidad, con gracia.

Y en el caso de Karl Ove Náusea... digoooo... Knausgard, en fin, veamos: la cosa no empieza mal, porque se nos presenta un doble plano, el del escritor que bloqueado intenta escribir una novela y ser un buen padre al mismo tiempo (esas páginas son de las mejores del libro, sinceramente, por la crudeza con la que describe el rechazo que puede llegar a sentir por sus hijos), y por otro lado el plano de las memorias adolescentes, del descubrimiento del alcohol y el sexo, de las primeras rebeldías, y por supuesto de la figura de un padre distante, exigente y poco afectuoso (y también aquí hay buenas páginas, en las que se describe el miedo y la vergüenza que provoca en el joven futuro-escritor la mera presencia del padre en la casa).

Solo que después pasan las páginas y las páginas y las páginas... (¡y este es solo el primer volumen de la serie!) y se cuenta cada detalle de la vida de un adolescente que no es demasiado distinta de la vida del 99% de los adolescentes... Aquí bebe una cerveza (¡y se emborracha!), aquí se toma un té ("Mmmmmmh", sic), aquí ensaya con unos amigos, aquí toca una teta (¡ooooooh!), y cualquier asomo de trama interesante o de conflicto se ve sepultada por una apoteosis del egocentrismo que no es solo que no me haya gustado: es que ha llegado a ponerme de muy mala hostia. Todo es yo, yo, yo, yo... ¿Y a mí qué me importa, querido Karl Ove? ¿Qué leches me importa todo esto? ¿Por qué debería dedicar mi tiempo a leerlo, me quieres explicar?

Así que, llegada la página 150 (menos de la mitad del primer volumen), decidí dejarlo. Porque hay mucho que leer en esta vida, y las pajas (mentales y físicas) de este señor no me interesan lo más mínimo. Y menos sabiendo que son seis novelas de unas trescientas y pico páginas cada una. Claro, sé que hay gente a la que le ha gustado mucho este libro, y bien por ellos, si lo han disfrutado; y también sé que habrá quien diga: "¡Pues no es nada fácil escribir un libro así!" No, no será fácil, seguro que no, yo por ejemplo no sería capaz. Pero eso no quiere decir que tenga que interesarme.

Otra cosa es que el debate que ha provocado, sobre los límites de la autoficción y el derecho a la intimidad de las personas involucradas; el debate no es nuevo ni mucho menos, pero no está del todo bien resuelto, sobre todo ahora que es tan habitual que los escritores se transformen en el tema de sus propias obras. ¿Hasta qué punto puede un autor permitirse contar intimidades (desde lo erótico a lo sentimental, pasando por lo escatológico) de personas que no han dado su consentimiento para que lo haga? ¿Y si esas personas han muerto y no pueden dar su consentimiento? La respuesta idealista es que el arte está por encima de la ley, o mejor dicho, que es un terreno distinto al regido por las leyes civiles; pero esta respuesta tan bonita no satisfará mucho a las personas cuyas infidelidades, vicios y bajezas se aireen en público...

But I digress.

En una de las últimas páginas que leí del libro, un amigo le dice al autor algo así como: "Tienes que escribir sobre algo, Karl Ove, escribe sobre algo". Eso mismo le diría yo: "escribe sobre algo, por dios, Karl Ove; sobre algo que no seas tú mismo, quiero decir..."

También de Karl Ove Knausgård en ULAD: Tiene que lloverUn hombre enamoradoFinLa importancia de la novela
La primera reseña de 'La muerte del padre'Aquí

lunes, 21 de diciembre de 2020

Per Petterson: Hombres en mi situación

Idioma original: noruego
Título original: Menn i min situasjon
Traducción: Lotte K. Tollefsen (ed. en castellano) y Carolina Moreno (ed. en catalán)
Año de publicación: 2018
Valoración: recomendable

Reconozco que Per Petterson era uno de mis escritores noruegos pendientes. Y le tenía ganas desde que publicó «Salir a robar caballos» que, por cuestiones de aluvión inabordable de novedades, no acabé leyendo. Craso error que debo remendar. Y justo con esa espina clavada, recientemente el autor publicó este libro y, tras recordar mi laguna lectora, vi una definición en las redes que fue definitiva para mí: «señor nórdico torturado». Y claro, tras leer a Knut Hamsun, Karl Ove Knausgård, Stig Sæterbakken, Tom Kristensen y tantos otros, esta descripción hizo que mi curiosidad exigiera ser satisfecha urgentemente. Y aquí estamos.

Cabe decir que la biografía de Petterson se traslada parcialmente a esta obra, no como autoficción, pero sí como influencia, por similitudes, ya que el autor perdió gran parte de su familia en una tragedia naval poco después de publicar su primera novela y, del mismo modo, también su protagonista Arvid Jansen vive una situación parecida, pues sus padres fallecen y, además, en este caso, su mujer le deja al poco tiempo llevándose con ella a sus tres hijas. Así, Arvid podría ser un alter ego del propio Petterson, que aparece también en otras novelas del autor, aunque, más que como personaje en si, como elemento canalizador, como vehículo para transmitir sus inquietudes, pues la biografía del propio personaje presenta variaciones según lo que Petterson quiera tratar en la novela en cuestión.

Explicado el escenario vital que rodea la novela, el relato empieza situando a Arvid recibiendo la llamada de su exmujer Turid quien, encontrándose en un estado desolado y con cierta embriaguez, le pide si puede ir a buscarla. El trayecto hacia donde está ella y su posterior viaje hacia su casa permiten al protagonista informarnos levemente sobre lo sucedido en su caída matrimonial. Turid, que aguantó un año entero antes de dejarlo sabiendo que lo dejaría; un año juntos, aunque sin amor, que ella resume diciendo que «un día me desperté y ya no estaba enamorada de ti». Una relación cada vez más distanciada en la que ella «se comportaba como si yo no estuviera, como si ella estuviera tal y como pensaba que estaría, sin mí». Una distancia emocional que se agranda y se ensancha, que hace que ella «empezara a coger discos del estante que no eran mi música, ni eran nuestra música, sino la de los otros, música que había entrado en casa los dos últimos años por otra gente», en un hogar sin calidez que el autor retrata hábilmente afirmando que «allí dentro apestaba a vacío, como si hubiera habido alguien que ya no estaba. Hacía falta que hubiera habido alguien para notarlo tan vacío. No se me ocurrió que éramos nosotros». 

De esta manera, el autor va narrando episodios de su vida anteriores a la separación, con Turid y sus tres hijas, describiendo escenas de un matrimonio en decadencia, pero también una vez este ha terminado. Así, el relato, centrado en su vida, explora la relación con su mujer, pero especialmente con su propia vida, y con sus hijas. Es a través de su relación con ellas que vemos el otro lado de la balanza de su personalidad, donde la frialdad se convierte en calidez, donde la lejanía (incluso hacia él mismo) se convierte en proximidad, donde parece que todo encaja menos el escenario vital en el que se encuentra. Una harmonía que no encuentra lugar en su propia vida.

El estilo del autor nada entre la contundente dureza del abandono y la necesidad de auxilio emocional, y se abandona a su vez a un mundo que ya le parece lejano, frío, remoto, como si quedara a mucha distancia de donde él emocionalmente se encuentra; un estado de ánimo decaído que Arvid transmite al afirmar que «toda la oscuridad que yo tenía presionaba las paredes desde dentro (…) y no dejaba espacio para nadie más que yo». Perdido entre bares busca una respuesta a una vida perdida, despoblada, huérfano de destino y de futuro buscando consuelo entre botellas o entre los brazos de relaciones esporádicas condenadas de antemano a un fracaso asegurado. El autor sabe transmitir la soledad y abandono de uno mismo, el pesimismo que irrumpe de manera constante y presente en la vida con la que uno se encuentra, por accidente, pero que en el fondo sabe que es la vida que merece, pues, aunque siempre ha huido de ella, es su vida.

El protagonista se sabe perdido más que abatido y, a pesar de los esfuerzos, se sabe también incapaz de retomar un rumbo que perdió tiempo atrás y que sigue perdiendo cada día que pasa sin lograr enderezar una nave que va dando tumbos, pero dirigiéndose siempre hacia el vacío como destino. Hay alcohol, hay peleas ocasionales y fortuitas y hay perdición. Hay también intentos y voluntad, pero sin acierto ni convicción. Así, el libro refleja más un conjunto de escenas que una historia en sí, porque la historia narrada es más un estado de ánimo que una trama argumental con principio y fin, y eso es algo que le va ligeramente a la contra, pues, en ocasiones, se torna algo largo y repetitivo como se evidencia en la narración de sus múltiples aventuras amorosas en las que busca una y otra vez un lugar en el cual establecerse. Y, en esa cotidianidad narrada, en algunos pasajes uno encuentra un estilo y vivencias que le conducen directamente a los recuerdos de la obra de Karl Ove Knausgård, por el retrato de la especialmente en ciertos episodios sobre las hijas y su relación con ellas, una relación llena de impericia, poca destreza y una mano izquierda que busca sin logro alcanzar el objetivo de la confianza, aunque sin llegar a entrar a su nivel de detalle ni tampoco a su visceralidad y arrojo; aquí, el protagonista no es un ser torturado (o no lo es plenamente), sino, simplemente, y con toda la complejidad imaginable, es alguien que permanece completamente desorientado, con una crisis de masculinidad que provoca que no sepa encajar la pérdida de su mujer y de su antigua vida familiar. Un desencaje en su relación con sus hijas o su mujer, sobre sus seres queridos, ante los que no sabe cómo reaccionar o cómo hacerlo para conseguir unos objetivos que no siempre son claros, pero sí es consciente acerca de su necesidad en conseguirlos.

Petterson escribe sobre su personaje sin describirlo, dejando que sea el lector quien plasme sobre el protagonista su propio juicio; la habilidad de Petterson está en que, mientras uno lee el libro, da la sensación que el protagonista sabe que será analizado, siente que será juzgado (y puede que sentenciado) por alguien, ya sea alguien existente en el propio relato, ya sea el propio lector.  Y por ello, la sensación que queda siempre latente a lo largo de la narración es que el protagonista necesita buscar una justificación a lo que hace, llegando, simple y llanamente, una y otra vez, a la conclusión de que lo que ocurre es que no sabe hacerlo mejor ni de otra manera. Es su pesar. Es su tristeza. Es su tribulación. Es su condición. Es, probablemente, la naturaleza de hombres como él, de hombres en su situación.

También de Per Petterson en ULAD: Salir a robar caballos

viernes, 11 de agosto de 2017

Reseña interruptus: Un hombre enamorado, de Karl Ove Knausgård

Título original: Min Kamp. Andre bok

Idioma original: Noruego
Traducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Año de publicación: 2009
Valoración: De psiquiátrico

Borrador de "Mi lucha", by KoldOve Knausgard:
Esta mañana me he levantado a las 7:30, con unas ganas irreprimibles de mear. He ido al baño y he vuelto a la cama. Como me aburría, he intentado arrimar cebolleta. Desgraciadamente, me han rechazado, así que he tenido que ir al baño y hacerme un paja. Me he limpiado con papel higiénico rosa con ositos. Después, he dudado entre subir al monte y coger la bici. He optado por pedalear y he tirado para la zona de Villaverde de Trucios (nota mental, incluir algún hecho de hace 25 años que me pasara en Villaverde) y me han salido 90 kilómetros muy agradables, con bonitos paisajes y las buenas sensaciones (dedicarle 150 páginas, llenándolas de más paja y más pajas). 

A que os importa entre poco y nada? Pues lo mismo que a mi todo lo que cuenta Karl YOve Knausgard. Pese a todo, he llegado hasta la página 354 (más de la mitad de libro!), pero ya no puedo más. Tanto yo, yo, yo, yo... Tanta nada, nada, nada, nada...

Mucho he aguantado. Podría haberlo dejado en la página 70, después de una apasionante narración de Karl YOve sobre la fiesta de cumpleaños a la que ha de llevar a su hija. Pero he seguido, en espera de algo (así, en general), pensando que toda esa nada conduciría a algún sitio, que 630 páginas (solo de este segundo tomo) han de decir algo.

Pero no. No conduce a nada, no transmite nada, no me llega. Sé que hay gente que idolatra a Karl YOve (hola Marc, hola Mónica), pero no es mi caso.

Personalmente, me aburre, me deja indiferente y, por momentos, me cabrea tanto yo, tanta mi lucha, tanto vacío, tanta ausencia de tensión narrativa, tanta aridez. No sé qué quiere contarnos Karl YOve, dónde quiere llegar. Quiero pensar que se trata de un ejercicio de autoexorcismo, de expulsión de demonios interiores y tal, pero no alcanzo a verlo. De hecho, la mayor parte del tiempo me parece un ejercicio de autoafirmación exento de ironía, falto de autocrítica, además de aburrido y hueco.

Como no quiero crear cismas entre la miembros del blog (ni entre nuestros followers), admitiré que quizá estemos ante un genio incomprendido, de esos que en su época genera tanto amor como odio. Quizá, aunque no lo creo (igual estoy equivocado). Eso sí, lo que no admitiré son las comparaciones con Proust. Por ahí no paso.

jueves, 28 de abril de 2022

Linda Boström Knausgård: Niña de octubre

Idioma original: Inglés
Título original: Oktoberbarn
Traducción: Rosalía Sáez
Año de publicación: 2019
Valoración: Irregular, aunque está bien

Niña de octubre es una autobiografía poco ortodoxa porque 1) empieza "in media res", 2) tiende a la dispersión, 3) novela ciertos pasajes, 4) antepone lo anecdótico a la visión panóramica y 5) arroja paletadas de crítica social.

Narra la vida de Linda Boström Knausgård, escritora sueca que mantuvo una conflictiva relación con Karl Ove Knausgård y que apareció en Mi lucha, la saga memorialista de éste. 

En Niña de octubre, la faceta personal sobrepasa holgadamente a la profesional. Así pues, aunque Boström alude a su relación con la escritura (creativa, laboral, etc...), no le dedica a la misma tantas páginas como a su propia vertiente humana. Y debo decir que, en este último apartado, la autora sobresale. Quizá peca por reiterativa cada vez que regresa al centro psiquiátrico, pero en general la cosa funciona.

De este libro me ha gustado:

  • Que Boström no lo haya instrumentalizado para contrarrestar aquello que su ex marido plasmó de ella en Mi lucha. Es decir, que no caiga en el "salseo" literario.
  • La honestidad de la autora al retratarse a sí misma con todas sus contradicciones y defectos. Nunca se hace la víctima, ni oculta que, como cualquier ser humano, tiene más sombras que luces.
  • La factura de determinadas escenas. Pienso, por ejemplo, en la autenticidad que logra imprimir a sus recuerdos de infancia y adolescencia. 

Por todo lo dicho, recomiendo Niña de octubre. Es cierto que, en tanto que autobiografía, le falta algo de contexto y empaque. Sin embargo, compensa sobradamente estas pequeñas carencias con sus virtudes, especialmente aquéllas de corte narrativo. 

sábado, 15 de diciembre de 2018

Stig Sæterbakken: Siamés

Idioma original: noruego
Título original: Siamesisk
Traducción: Øyvind Fossan y Cristina Gómez-Baggethun
Año de publicación: 1997
Valoración: bastante recomendable

Los que me hayáis ido siguiendo en ULAD desde hace un tiempo, sabréis que tengo cierta debilidad por la literatura nórdica y es comprensible pues en ella encontramos no únicamente a grandes autores recientes como Karl Ove Knausgård (vale... me gusta provocar un poco) y Frode Tiller, sino también a clásicos como Hamsun, Ibsen o Strindberg. Pero siempre quedan grandes autores escondidos, menos conocidos, pero que por casualidad o acierto, aparecen de golpe en el mercado literario.  Este es un claro ejemplo de ello, pues descubrí a Sæterbakken el año pasado con su «A través de la noche» y supuso mi calificación directa de mejor libro del año. Y ahora, Mármara Ediciones se ha lanzado con la edición de un nuevo libro del autor, y esto siempre es motivo de celebración.

El argumento de esta novela es breve, brevísimo. Tenemos a Edwin y Erna, matrimonio de avanzada edad que vive de manera bastante aislada del mundo exterior. Él, ciego y aquejado de una enfermedad que le tiene postrado en una mecedora; ella, con una grave deficiencia auditiva. Solo se tienen el uno al otro y poco más, y aun así, casi ni eso, porque lo que Sæterbakken nos cuenta es la historia de esta pareja de ancianos, una relación desgastada tras años de relación, y en los que la salud (especialmente la de él, tras su pérdida de visión) influye de manera directa, y provoca que aumente el deterioro en el afecto entre ellos, erosiona su vida conjunta  y mina la relación; una relación forjada a través de los años, pero en la que el paso del tiempo hace mella, pesa, desgasta y carcome.

Así, y aunque centrando la novela en sus dos protagonistas, la narración se decanta especialmente hacia Edwin; en él el tiempo avanza de manera inexorable y deteriora irremediablemente su salud, y con ello también su manera de ser, pues su carácter se va agriando con el paso del tiempo; su salud se empobrece y las horas sentado en su mecedora le aburren hasta el hastío; y su ceguera no ayuda, pues cada vez se muestra más desconfiado hacia su mujer, por no cuidarle lo suficiente, por dejarlo apartado en la negritud de su ceguera, en la solitud de su oscuridad; tal es así que llega a afirmar que «me molesta su ausencia tanto como su presencia». Así, cada uno vive el paso del tiempo de manera diferente, siendo para él algo únicamente inevitable, afirmando que «para ella son días divididos en horas y horas divididas en minutos, pero para mí no es más que una apestosa oscuridad.» o también sentenciando que «mi futuro es la oscuridad». Así, la oscuridad no únicamente viene dada por su condición física sino también anímica y mental, una oscuridad de la que no puede salir ni tan siquiera saber su final, pues ha perdido consciencia de toda noción del tiempo. Sin ver los días pasar, sin tener otras distracciones que las propias ocupaciones mentales, las tinieblas se ciernen sobre él esperando que llegue, inexorablemente, la noche definitiva. La soledad que experimenta el protagonista encerrado en su ceguera es tal que llega a desear una enfermedad grave para que se acuerden de él, hablen de él, se preocupen por él; tal es la desesperación y el aburrimiento que desea enfermar gravemente para así apartar los nimios pensamientos que ocupan su mente y con ello poder reemplazarlos por algo más grave, más profundo.  Así, el tono del libro arrastra al protagonista hacia la decadencia humana, hasta los límites de la desesperación, hacia la decrepitud más intensa que lo conduzca de manera inexorable por el camino del hartazgo hasta el destino final.

Estructuralmente, la narración es un acierto, pues alterna la narración entre los dos protagonistas y nos permite ver, de esta manera, ambos puntos de vista. También el autor acierta en la extensión, pues el argumento es muy simple en cuanto a los hechos, sobre lo que sucede, y el número de páginas que el autor le dedica es suficiente para meternos en la historia sin que se haga cuesta arriba o monótona. Sæterbakken sabe calibrar perfectamente el ritmo, evitando caer en redundancias o pesadez lectora por reiteración de situaciones.

Estilísticamente, el libro sorprende, pues, aunque ya conocíamos la calidad de la prosa del autor por su anterior obra «A través de la noche», en este caso el estilo es bastante diferente. El autor sostiene durante todo el relato un estilo seco, de tono desconfiado, duro, pesimista, que recuerda en gran parte a Strindberg (autor publicado por la misma editorial), pero también a Hamsun, por la manera de tratar las relaciones humanas, por la solitud que desprende y por la incomprensión profesada. Así, el autor desprende mucha agonía en este relato, pues no únicamente la ceguera aísla a Edwin, sino también la desconfianza hacia su mujer, que le aparta de cualquier mundo exterior; la animadversión hacia ella crece a medida que pasa el tiempo, llegando incluso a dudar sobre si finge la sordera porque la favorece, y le permite hacer ver que no oye lo que no le interesa oír, pero a la vez, reconoce que es atenta con él, «¿Qué haría yo sin ella? Siento la necesidad de agradecérselo, pero sé que nunca seré capaz de hacerlo…». En esta extraña, pero constante dualidad afectiva, el autor se mueve perfectamente retratando un matrimonio que llega al límite como pareja, pero también a nivel individual.

Así, en esta novela, el autor nos habla de la soledad, y de cómo el paso del tiempo va haciendo mella en un matrimonio que, sin apenas diversiones o sin poder salir de casa, engulle cualquier atisbo de cariño hasta convertir las personas en alguien extraño, como si la persona que tienen enfrente fuera alguien totalmente diferente, ajeno a su pasado, ajeno a los sentimientos que les despertaron tiempo atrás. La pareja se convierte en una carga, y la rutina se impone a la voluntad o al deseo. Con esta idea Edwin afirma que «estando casado con una mujer te conviertes en un mentiroso, te sientes obligado a mentir constantemente. Si no lo hicieras, la convivencia sería imposible».

Con esta novela, Sæterbakken nos hace partícipes de la decadencia humana, como seres individuales, pero también en las relaciones, arrastrándonos a un viaje vital en el que no hay salida posible, no hay una luz al final del túnel, únicamente hay un negro abismo que nos tienta y nos absorbe hasta acabar con cualquier motivo que nos empuje a desear seguir un día más. El libro retrata de manera dura y directa el paso del tiempo y el deterioro en la salud, propia y de pareja, arrastrando el alma de un ser hacia su propia devastación, aborreciendo su vida y su cuerpo, dando vía libre a una espiral de autodestrucción que le lleva a desear la muerte y pensar en ella, en todas las maneras posibles, hasta llegar a considerar una victoria el fin de la vida.

También de Sæterbakken  en ULAD: A través de la noche

lunes, 18 de diciembre de 2017

Lo mejor del 2017, ULAD dixit

Marc Peig dice:

Juan G. B. dice:

Koldo CF dice:
  • Novela en lengua extranjera: Solenoide (Mircea Cartarescu)
  • Novela hispanoamericana: La casa grande (Álvaro Cepeda Samudio)
  • Relatos en lengua extranjera: En el corazón del corazón del país (William H. Gass)
  • Relatos hispanoamericana: Seres queridos (Vera Giaconi)
  • Ensayo en lengua extranjera: Los primeros editores (Alessandro Marzio Magno)
  • Ensayo hispanoamericana: Librerías (Jorge Carrión)
  • Relectura del año: El astillero (Juan Carlos Onetti) 
  • Decepción del año: Un hombre enamorado "de sí mismo" (KOK)
  • Mención honorífica: Los libros de relatos de escritoras latinoamericanas, como Giaconi, Enríquez o Baudoin.
  • Propósito 2018: Apuntarme al gimnasio y sacar a Marc del lado oscuro knausgardiano

Carlos Andia y sus preciadas estatuillas:
  • Mejor novela: 'La grande', de Juan José Saer. Menciones especiales para 'Abril rojo', de Santiago Roncagliolo, y 'La invención de Morel', de Adolfo Bioy Casares. Vamos, que todo queda en el Nuevo continente.
  • Mejor relectura, y mejor obra de teatro, y mejor casi todo: 'Divinas palabras', de Ramón del Valle-Inclán.
  • Mejor obra dramática (después de 'Divinas palabras'): 'Esperando a Godot' de Samuel Beckett (reseña en breve)
  • Mejor clásico (después de 'Divinas palabras'): 'Los hermanos Karamazov', de Fiódor Dostoyevski
  • Mejor libro de relatos'Historia universal de la infamia', de Jorge Luis Borges
  • Peor libro de relatos'Alevosías', de Ana Rossetti
  • Mejor libro de historia/pensamiento/política'La ciudad en la historia', de Lewis Mumford
  • Mejor libro de arte/estética'Apariencia desnuda', de Octavio Paz
  • Descubrimiento del año'Imposibles impensables', de Santi Pérez Isasi
  • Decepciones varias: para qué comentarlas (tampoco son tantas, eh?)
  • Objetivos para el 2018: 'Tristram Shandy', que voy posponiendo demasiado tiempo, y algunas cosillas de narrativa reciente que van a merecer la pena. Y a lo mejor le doy otra oportunidad a Houellebecq.

Oriol Vigil dice:
    • Mejor novela: Pregúntale al polvo, de John Fante.
    • Peor novela: Lunar Park de Bret Easton Ellis.
    • Mejor novela de terror: Otra vuelta de tuerca, de Henry James.
    • Mejor novela gráfica: El paraíso perdido, de Pablo Auladell.
    • Mejor libro sobre arte: Historia de seis ideas, de Wladyslaw Tatarkiewicz.
    • Mejor antología: Entre Ciudades invisibles, de Italo Calvino y Todos los cuentos, de Cristina Fernández Cubas.
    • Mejores ensayos: Ante el dolor de los demás, de Susan Sontag, La banalidad del mal, de Hannah Arendt y Ética a Nicómaco, de Aristóteles.
    • Mejores redescubrimientos: Memorias del subsuelo, de Fiódor Dostoievski y Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carrol.
    • Decepciones (obra que era muy buena y se está yendo al garete): Berserk, de Kentaro Miura. ¿Por qué le ha tenido que llegar El Eclipse a este manga? ¡¿Por qué?!
    • Placer culpable: La pistola de mi hermano (Caídos del cielo), de Ray Loriga.
    • Libro tristemente necesario: Carta sobre el comercio de libros, de Denis Diderot.

      Beatriz Garza dice:
      • Libro del año: Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan
      • Tochonovela del año: no gasto de esas, gracias
      • Relectura del año: El turista accidental, de Anne Tyler
      • Decepción del año: La soledad de los números primos, de Paolo Giordano
      • Lectura abandonada a medias que pretendo retomar: Suave es la noche, de Francis Scott Fitzgerald
      • Libro que voy a leer antes o después: Prohibido nacer, de Trevor Noah
      • Autor descubrimiento del año: Delphine de Vigan
      • Propósitos de 2018: descubrir a Siri Hustvedt (previo asesoramiento de Marc), y a Stephen King (sí, lo reconozco, my fault). Leer más novela gráfica. 

      Carlos Ciprés dice:
      • Ensayo revelador: Leer es un riesgo, de Alfonso Berardinelli
      • Descubrimiento a buenas horas: Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Rafael Sanchez Ferlosio
      • Momentazo donostiarra: La ciudad, de Karmelo C. Iribarren
      • Lectura fascinante: Manual para mujeres de la limpieza, de Lucía Berlín
      • Otra lectura fascinante: Crui. Els portadors de la torxa, de Joan Buades
      • Novela gráfica: Pobre cabrón, de Joe Matt
      • Pequeñas decepciones: La vuelta al día, de Hipólito G. Navarro, Moby Dick, de Herman Melville, Les dones i els dies, de Gabriel Ferrater
      • Propósitos para 2018: Releer a Sciascia, de pe a pa. Acabar el año con un resumen plagado de libros reseñados. Y que ustedes lo disfruten.

      Santi dice:

      Francesc Bon opina:
      • He tenido años mejores
      • No tocar ni con un palo: Cualquier obra de todos esos autores que creen que puede escribirse un libro a base de frasecitas trascendentes enlazadas una a una con dos personajes que van pasando por ahí de vez en cuando a pasarle lametones por la cara a su CREADOR. Vosotros ya sabéis quiénes sois
      • Lo mejor de este año: El vendido de Paul Beatty
      • Accésit "lo bueno si breve dos veces bueno":  La uruguaya de Pedro Mairal
      • Destacados locales: Aunque caminen por el valle de la muerte de Álvaro Colomer
      • Propósitos de año nuevo alternativos a los gimnasios y adelgazar y no ser tan pedante: algún Gaddis de los que quiebran la muñeca, el máximo de Rodoreda que sea capaz de mantener mi criterio con algo de credibilidad
      • Abandonos sonados de los que no voy a arrepentirme: La quinta estación, de N.K. Jemisin (moraleja: lo mío no es la sci-fi), Patria, (de ya sabéis quien y no me da la gana ni poner el vínculo), y otras decenas no dignas de mención
      • Nuevas esperanzas: por favor, algún ensayo de Houellebecq o Franzen o Tom McCarthy
      • Lista de deseos: tiempo 
      Montuenga dice:

      FICCIÓN:

      NO FICCIÓN:

      miércoles, 4 de marzo de 2020

      Biografías lectoras II: Confesiones de un letraherido

      Poco esperaba yo, cuando entré en esta comunidad lectora uladiana, que algún día tendría que pasar cuentas sobre lo que me ha llevado hasta aquí, en lo tocante a la literatura. Porque son varias décadas de libros, montones de ellos y, sí, confesaré ya de entrada, que con ritmo de lectura irregular y algún sonrojo que puede que confiese.

      Y, cómo no puede ser de otra manera, pues estas cosas deben empezar por el principio, más allá de los típicos libros de niño con dibujos, texturas y sonido, ya de pequeño apuntaba maneras de lector voraz. Porque superados estos primeros años, a la que empecé a saber leer podría decirse que siempre crecí con un libro cerca y recuerdo con mucha nostalgia la época (larga, fueron bastantes años de mi vida) comiendo en casa de mis abuelos y teniendo allí algunos de mis libros, para aprovechar esos mediodías, cuando no existía internet y la TV tenía únicamente unos pocos canales. Pero allí estaban los libros, porque siempre están ahí cuando les necesitas, y esperaba a llegar a casa para lanzarme de nuevo en búsqueda de aventuras de la mano de Enyd Blyton con sus “Siete secretos” (por encima de “Los cinco”, que también) y disfrutando (mucho) con su menos valorada serie de “Los cinco detectives”. Y claro, el famoso "Zoo d'en Pitus" de Folch i Torres (lectura obligada y disfrutada por prácticamente cualquier niño catalán de la época y diría que sigue siendo así). Junto a estos libros, cómics, también, muchos: mis añorados y predilectos “Zipi y Zape”, “Mortadelo y Filemón”, “Trece rue del percebe” y, claro, cómo no, “Mafalda” de Quino, que seguramente la leía ya antes de entenderla (o no, quién sabe). Y los catalanes “Jep i Fidel”, “Massagran”, … también los franceses, “Astérix” o “Tintín” (leídos todos, varias veces, cómo debe ser, vaya) y, por supuesto, la gran ola francobelga con “Spirou”, “Gil Pupil·la”, “Benet Tallaferro” en sus traducciones al catalán. Y más, muchos más cómics, a los que seguiría alguno de Marvel y de DC Comics (Spiderman, Batman o Capitán América), pero pocos. Y no quiero olvidarme de mi cómic futbolero preferido: “Eric Castel”.

      Superada ya esa fase de cómics, que debo decir que para mí fue una fase vinculada a la infancia, ya entré en la narrativa propia de la edad pre-adolescente/adolescente, donde me llevó a leer libros de más calado. Bastante en desacuerdo con muchas de las lecturas que nos ponían en el colegio (no me convencía casi ninguna de las que nos proponían y arrastro aún malos recuerdos de Charles Dickens y dos ciudades que me dejaron en medio de ambas, o Papillon, leído además en francés, que bueno, sí pero no), podríamos decir que mi despertar literario en ese momento de mi vida fue “Rebeldes”, de S.E. Hinton. Fue en esa lectura a los catorce años, y la mini-reseña que tuvimos que hacer en clase, que algo despertó en mí; puede que fuera el libro, puede que fuera los elogios del profesor a mi reseña (es posible que fuera mi primera reseña en la vida… y aquí seguimos tres décadas después) u otros motivos, pero ese libro me despertó no ya la pasión por la lectura (que ya existía desde siempre) sino las ganas de escribir (intentos de libro hubo algunos, pero ahí quedaron).

      Y, una vez entrada en la edad en la que ya se podía leer de todo (o casi), me metí de lleno buscando hobbits en los mundos de Tolkien, cazando robots humanoides con la saga de Battletech y empezando a devorar todo lo que encontraba de Stephen King y también novela de aventuras africanas con Wilbur Smith y Clive Cussler. Eran tiempos de leer mucho y rápido, de leer todo lo que encontraba, especialmente en esos veranos de días calurosos y noches interminables. Y otro salto, llegando a mis veinte con novela histórica y ensayo, sufriendo y descubriendo que existe la maldad a través de las memorias de Ana Frank y Primo Levi, pero también soñando con un mundo de música (mi otra pasión) en Alta Fidelidad con Nick Hornby y entrando en libros más profundos con Kundera y su “levedad”, Dante y su “Divina comedia”, buscando lobos esteparios bajo las ruedas con Herman Hesse y descubriendo a Gregor Samsa gracias a Kafka mientras iba de viaje beat en la carretera con Kerouac hasta llegar a los campos de centeno de Salinger. Y Bradbury buscando la temperatura a la que queman los libros mientras Orwell adivinaba nuestro presente. Y Kennedy Toole conjurando con unos necios, con los que me reí casi tanto como con Mendoza y mi añorado Gurb.

      Y luego, mi época de buscar submarinos jugando a patriotas con Tom Clancy y a abogados con John Grisham y otras novelas de policías y detectives, o jugando a médicos con Noah Gordon y llenando mi mundo de inmensas catedrales con Ken Follett mientras Victor Hugo encontraba miserables. Y algún fantasma que corría por la Opera al que conocí en un musical y que me llevó a su lectura.

      Hasta que vino Paul Auster y todo volvió a cambiar: desmintiendo autobiografías que auguraban la crónica de un fracaso tras vivir a salto de mata y visitando su Nueva York a través de una trilogía que me abrió un nuevo mundo, un mundo donde el azar entraba y llevaba de su mano cuestiones sobre quiénes somos y cómo hemos llegado aquí. Y siguieron muchos más de Auster (casi todos, creo). Y vino Bret Easton Ellis con un psicópata americano que me infligió miedo, pero también pasión por una literatura atrevida, valiente y directa, y conocí a un tal Palahniuk que no me dejó dormir con su canción de cuna. Y algún sudamericano como García Márquez, Vargas Llosa y Jaime Baily, de los que no guardo buenos recuerdos y que, quien sabe si por eso dejé algo de lado la literatura de esos lares (perdóname Koldo). Pocas lecturas más en esa época, la universidad y una carrera difícil no dejaban mucho tiempo para la lectura.

      Y llegó Haruki Murakami, superados mis veinticinco, y fue el descubrimiento de otro mundo, un mundo en el que sonaba un blues en Toquio, mientras un pájaro daba cuerda al reloj de una amante peligrosa que vive al sur de la frontera, o al oeste del sol, mientras Kafka descansaba en la orilla buscando un satélite llamado Sputnik. Y siguieron todos (o casi) del autor japonés, al que se unirían en un futuro Kawabata, Higashino, Mishima, Ishiguro… Y sin dejar de lado lo que seguía publicando Auster y King, entre otros.

      También olfateé libros interesantes envueltos de perfume con Süskind y busqué códigos, ángeles y demonios con Dan Brown. Y eso me llevó otra vez de vuelta a los best sellers, con más lectura policíaca de la mano de Baldacci, Katzenback y su psicoanalista, Faletti, Koontz y la paranoia de Finder (gran libro también). Fueron bastantes años de este tipo de literatura, al que también la acompañaron cosas de las que ahora me arrepiento (y me arrepentiré de confesar aquí) como libros de ChitLick (no únicamente Bridget Jones, que también) o, más adelante, de superación personal.

      Y descubrí a Siri Hustvedt, mi admiradísima Hustvedt, y me devolvió todo cuanto amé de los libros. Y leí todo de lo que había de ella (y sigo haciéndolo). Y a ella se le han ido añadiendo, al paso del tiempo, otros autores estadounidenses como Eugenides, Chabon, John Williams, Richard Ford y Foster Wallace. Y también otros autores no estadounidenses como Erri de Luca y Coetzee (otros dos grandes autores).

      Y, ya más cerca a nuestros días, llegó Karl Ove Knausgård con su lucha, que es la de todos, y llegó fuerte, muy fuerte. Porque me descubrió (a mí y a muchos) la literatura del yo, porque vi otra manera de escribir, desde la cotidianidad, desde las pequeñas cosas. Y me estremecí con el ánima de Mouawad y la sangre de unas promesas que causaban dolor, pero también esperanza. Y apareció Philip Roth con su trilogía americana y Franzen buscando correcciones a una tendencia lectora errática pero nutrida. Y vino Zweig, grandísimo Zweig, y con él llegué al ensayo y a la reflexión a la que le diría Sí a Bernhard, pero también a Kristof (mi siempre admirada Kristof), o también algunos rarunos nórdicos como Hansum pasando hambre o Strindberg haciéndose el loco. Reflexiones que vendrían acompañadas de movimientos sociales contra el racismo y a favor del feminismo (Coates, Solnit, Davis, Ward Sontag, Beard, Atwood, Gornick, mi también admirada Ernaux…), sobre problemas migratorios (Gunday) o sobre la importancia de la cultura con Thiong’o. Porque hasta hace pocos años predominaban en mis estanterías los autores, pero, afortunadamente, llegaron ellas; de hecho, ya estaban, pero las descubrí tarde y menos mal que lo hice: grandísimas autoras como las ya mencionadas, pero también Hardwick y autoras más recientes como Tibuleac, Winkler, Kang, y catalanas que darán que hablar (más aún de lo que ya están haciendo) como Solà, Orriols o Baltasar.

      Y sí, también otros grandes autores, como Haslett (que publique más libros, por favor), Moehringer hablándonos desde un bar grandes esperanzas, y clásicos a los que les debía una lectura como Harper Lee, Scott Fitzgerald, Victor Català, Faulkner, Hawthorne o contemporáneos como Saunders buscando a Lincoln en un bardo que me sorprendió y encandiló. Y finalmente, el último gran autor descubierto, uno de los más grandes, Cărtărescu, que me llevó a descubrir que un Solenoide genera campos infinitos de mundos de un magnetismo ineludible. Más o menos, como el magnetismo que tienen los libros.

      Larga vida a los libros y a ULAD, al cuál le debo que esta sea, probablemente, la época de mi vida en la que más leo y gracias también al empuje de los lectores, que animan a seguir. Y que siga así por muchos años.