Año de publicación: 2011
La cuestión que no hemos planteado directamente esta semana aún. ¿Por qué tanta gente escribe su autobiografía, o sus memorias? Antes, parece que solamente lo hacían las celebridades. Gente que parecía sentirse en deuda con la sociedad si no explicaba los grandes trazos de su existencia, aquello que le había hecho triunfar, o fracasar con estrépito. Lógico, que se apuntaran los escritores. Para un escritor, es un chollo escribir de aquello que más conoce y que está siempre disponible para documentarse. Y no he mencionado, aún, la palabra "ego". La tecnología de hoy aún lo ha puesto más fácil. Blogs y páginas de redes sociales y canales de Youtube son, en el fondo, formas en que uno muestra al mundo aquello de su recorrido vital que quiere compartir.
La otra cuestión es si el mundo necesita eso. O si el mundo está dispuesto a prestarle suficiente atención, cosa que significaría que hay quien convence a los demás de que su vida es, o ha sido, lo bastante interesante para conocerla. La intención del lector, habría que ver cuál es, al leer sobre la vida de los demás: curiosidad, morbo, posibilidad de verse reflejado, comparar trayectorias, tomar ejemplo, admirar, rechazar. Asomarse a la vida de los demás, vistas las porquerías que copan la tele, resulta muy estimulante.
Entonces, ¿qué debía pensar Karl Ove Knausgård cuando se planteó escribir seis tomos, si él era solamente un novelista de un pequeño país como Noruega, completamente desconocido fuera de allí?
Aunque su fotografía actualizada no salga en la portada de La muerte del padre, hay que decir que el aspecto físico actual de Knausgård no pasa desapercibido: una especie de cruce improbable entre el actor Viggo Mortensen, una especie de mesías nibelungo y una estrella del black metal, con los surcos del dolor (o de otras experiencias siempre excesivas) grabados en sus rasgos, pero como acabadito de levantar un día soleado. Consciente de que es un factor más, el revuelo que lleva un tiempo levantando su serie de seis libros autobiográficos, iniciada con éste, es considerable. Ojo con esas imágenes tan poderosas: algunos solemos generar preconcepciones. Y sus declaraciones, en medio de la oportuna promoción, viniendo a insinuar que ya no le hace falta escribir más tras esta obra magna, porque su situación ya no le empuja a ello, son otro añadido. Uy, con lo que nos gustan los autores atormentados, esos que se desploman sobre el teclado exhaustos apestando a alcohol o a tabaco o a sudor o a sangre o a vómito o a todo junto.
Pues resulta que vale la pena empezar. No es que Knausgård invente nada. Esta es una narración autobiográfica directa y descarnada, sin el mínimo tapujo y prácticamente liberado de cualquier inhibición: las experiencias (en este primer tomo, las relacionadas con su infancia tardía y su juventud) son narradas sin eufemismos y con un agudo sentido físico, como si estuviéramos sentados en un rincón mientras el joven Karl Ove se frustra ante su escasa pericia con la guitarra o se impacienta ante sus titubeos con las chicas, con sus torpes intentos de seducción. Esa primera persona es la simple y llana apuesta de este libro: el explicar de forma directa su experiencia, el mantener en vilo al lector cuando lo que está leyendo no es más que un diario al que se ha aportado una cierta perspectiva, al que se ha magnificado en un ejercicio que bebe a partes iguales de egomanía y de inseguridad.
No es que el camino sea llano: hasta superadas las 300 páginas, umbral que no todo el mundo es paciente para franquear, uno empieza a darse cuenta de que le ha empezado a coger cariño a Knausgård, el personaje. En algún inexplicable giro el diálogo interno pasa a parecernos casi irresistible. No es que pasen grandes cosas, pero Knausgård va dejando pistas. No se corta en sus pensamientos ni en reconocer bajos instintos o hasta sentimientos reprobables. La muerte del padre es bien definitorio como título. Esa figura, metáfora del enfrentamiento de una persona a una madurez forzada, es el centro de la obra. Cómo, acompañado de su hermano hace un viaje donde juntos evocan lo que les unió en su infancia. Cómo presencia e intenta poner orden en una casa desvencijada que ha sido habitada por una anciana y por un hombre que solo ha triunfado en autoinmolarse a base de beber todo lo que encuentra. Esos pasajes nos resultan de una incómoda familiaridad. Los reencuentros que se provocan nos entregan a un tipo sencillo y honesto que limpia roña de los rincones mientras reflexiona con sentido común sobre todo aquello que acude a su mente, un hombre aún joven aportando sentido práctico a la desagradable liturgia de la situación. Un tipo que ya, entonces, se nos habrá hecho cercano.
Es la solvencia como narrador de Knausgård lo que mantiene el tono en 500 páginas que tienen sus altibajos (algunos episodios de la adolescencia no logran suscitar gran interés) pero que sí, son lo suficientemente intensas para que me plantee ir a por el siguiente tomo. ¿Para cinco más? Habrá que ver, pero de momento con el primer volumen, la prueba la ha superado.
También de Karl Ove Knausgård en ULAD: Tiene que llover, Un hombre enamorado, Fin, La importancia de la novela
La contrarreseña de 'La muerte del padre': Aquí