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martes, 16 de julio de 2024

Reseña + Entrevista: Visceral de María Fernanda Ampuero

Idioma original:
español
Año de publicación: 2024
Valoración: Muy recomendable
 
Empiezo por decir que María Fernanda Ampuero es una autora a la que admiro y a la que sigo desde hace unos años (y por eso ha sido un especial placer poder entrevistarla); he leído sus libros de relatos góticos / de terror Pelea de gallos y Sacrificios humanos y el segundo de ellos incluso ha sido una de las lecturas en alguna de mis clases de Literatura Hispanoamericana. Así que cuando vi que había sacado un nuevo libro, este Visceral, me lancé a comprarlo, sin leer nada al respecto y pensando que compraba un libro semejante a los anteriores, en cuanto a género y temas.

Y no, Visceral no es un libro de cuentos, ni siquiera es un libro de ficción; y tampoco es un libro de género fantástico o de terror, aunque quien haya leído los cuentos de Sacrificios humanos reconocerá las evidentes continuidades en cuanto a las preocupaciones de la autora: el colonialismo y la migración, la violencia contra las mujeres y el machismo.... De hecho, como el propio texto de Visceral dice en un determinado momento, el terror es un género que expresa el Zeitgeist, los miedos y ansiedades de cada época. 

Si Visceral no es un libro de relatos, ni de ficción, ¿entonces qué es? Pues uno de esos libros que se suelen calificar como "inclasificables", por su carácter híbrido y su diversidad textual. Con capítulos que están próximos del ensayo o de la crónica, otros de las memorias o el diario, y algunos, sí, también próximos del relato, o incluso de la prosa poética. En muchos de los capítulos, o fragmentos, también nos internamos en el ámbito de eso que de forma bastante poco definida se denomina "autoficción", o "narrativas del yo", como las denominó Pozuelo Yvancos, ya que la narradora y protagonista comparte muchas características (nombre, origen, experiencias vitales) con la propia María Fernanda Ampuero.

Lo que da unidad al libro es, entonces, un tema que muta en diferentes manifestaciones: la violencia, la injusticia, el abuso o la desigualdad, sea en las coordenadas de raza, clase, género u orientación sexual, en relación con los cuerpos no normativos o conn las personas neurodivergentes. Hay, de hecho, me parece percibir, un plan o estructura en el desarrollo del libro, que comienza tratando temas de colonialidad e imperialismo (aunque con una perspectiva de género que no tiene por ejemplo Galeano, claro), introduce después la cuestión de la migración, obviamente relacionada con la anterior, y a través de este tema se introduce el tema de la familia, la gordofobia, la violencia de género, acabando por fin en un registro más privado, casi íntimo, también cronológicamente más próximo: el de la pandemia y la post-pandemia, y sus efectos en la salud mental (y obviamente en la física) de las personas.

Confieso que me costó un poco entrar en el libro, probablemente por la sorpresa de no estar leyendo el libro que esperaba, y también porque los primeros textos sobre la violencia colonial me parecen algo menos originales. Pero no hizo falta ni llegar a la mitad, para que textos como "Mórbida" o "Gorda" (cuyo tema no es difícil deducir) me convenciesen de que estaba ante un librazo. Un libro visceral, como su título indica, una bomba de rabia y denuncia en la que la honestidad y la justicia de sus reivincidaciones se alía con un lenguaje potente y una maleabilidad estilística notable. En definitiva, una gran lectura que añade nuevas facetas a la trayectoria de una escritora fundamental.

Entrevista:



miércoles, 28 de abril de 2021

María Fernanda Ampuero: Sacrificios humanos

 Idioma: español

Año de publicación: 2021

Valoración: muy recomendable


Al feliz auge que está viviendo en este siglo XXI la literatura escrita por narradoras hispanoamericanas se han sumado con compresible interés algunas editoriales de este lado del Atlántico (de los dos, en algún caso), tanto pertenecientes a grandes grupos como de las llamadas independientes (maś o menos, también en algún caso): Anagrama, Sexto Piso, Candaya... o, como ocurre con este último volumen de relatos de Mariana Fernanda Ampuero, Páginas de espuma, que ya publicó su anterior y celebrada Pelea de gallos

Para quien haya leído este otro libro, decir que tanto el estilo como los asuntos tratados en los cuentos reunidos en Sacrificios humanos son similares: la violencia, efectiva o latente, sufrida por las mujeres; la marginación y el desprecio hacia los diferentes, los desfavorecidos por la Fortuna o los caprichos de la genética; el inierno sórdido que puede ocultarse tras la fachada de la institución familiar; la crueldad que una sociedad desalmada reserva para los más débiles... y, sobre todo, el miedo, el miedo que recorre todos los relatos de este volumen, adoptando una u otra de sus múltiples y cambiantes formas. Porque la mayoría de los cuentos se pueden encuadrar en ese género híbrido, y por ello tan fecundo, entre el costumbrismo y lo fantástico -léase terrorífico- que cultivan con similar excelencia otras escritoras latinoamericanas actuales ("gótico ecuatoriano", en este caso, ya que no me atrevo a calificarlo de "andino", puesto que Ampuero es de Guayaquil, en la costa).

Al igual que en la recopilación anterior, estos relatos están escritos con un estilo contundente, incluso impúdico y violento, si se quiere... la diferencia es que si en Pelea de gallos algunos cuentos, aun siendo notables, se "pasaban un poco de frenada", por decirlo así, y se hubieran beneficiado de un poco de contención a partir de algún momento, en los de este libro, siendo tanto o más vehementes y hasta tremendistas, no sobra ni falta nada. Si alguno no me ha parecido redondo del todo, se debe a algún quiebro de la historia, una dirección narrativa que no ha acabado de convencerme o a que la alegoría que expresaban era demasiado evidente. Pero la adecuación entre forma y fondo es siempre perfecta. Por otro lado, excepto un par de relatos -destaca Sacrificios, escrito en forma de diálogo que mantienen un matrimonio atrapado en el laberíntico parking de un centro comercial-, están todos escritos en primera persona, lo que acentúa la empatía, o incluso identificación que sentimos con las protagonistas. Y pongo "las" porque , también excepto en un par de ellos, Sanquijuelas y Freaks -dos de los mejores, por otra parte-, las protagonistas-narradoras son féminas: inmigrantes desamparadas -Biografía-, niñas o adolescentes -Creyentes, Silba, Elegidos-, sufridas criadas -Pietá-, esposas violadas, maltratadas -Edoth, Lorena-, siempre víctimas o testigos de la violencia que se ejerce contra ellas y sus congéneres , y que es, junto con el miedo, el principal vector que actçua sobre estos relatos. aunque también he de decir que, en mi opinión, el mensaje de este transfondo llega con más efectividad cuando lo hace de forma más sutil. Lo mismo ocurre con el transfondo de conflicto social que también aparece en alguno de los cuentos.

En cualquier caso, quiero dejar claro que todos los relatos de Sacrificios humanos muestran un magnífico nivel literario y una gran madurez como narradora de su autora; si a alguno de ellos le pongo alguna que otra pega, es tan sólo por comparación con la media docena o más -¡de doce!- que resultan excelentes, de una calidad, frescura y autenticidad fuera de dudas. Menos mal que los relatos son cortos y el libro, por tanto, finito, porque tal derroche de talento y buen oficio resulta incluso apabullante.


También de Maria Fernanda Ampuero en Un Libro Al Día: Pelea de gallos

sábado, 28 de agosto de 2021

VV.AA.: Aquelarre de cuentos

Idioma original:
Español
Año de publicación: 2021
Valoración: Recomendable


Aquelarre de cuentos es una antología que compila diecisiete ficciones. Diecisiete ficciones que han sido escritas en español por autoras de trece países distintos. Diecisiete ficciones que se relacionan con el terror moderno en sus más variados registros. Diecisiete ficciones que exploran cuestiones vinculadas con lo femenino (el salto a la adultez, el deseo, la maternidad, el encierro o la misoginia, entre otras). Diecisiete ficciones que, en conjunto, exhiben un nivel literario altísimo. Abordémoslas:

"El grito", de Mariana Torres, es un microrrelato de corte surrealista que funde la plasticidad de sus imágenes con su vocación metafórica. 

"La Hostería", de Mariana Enríquez, junta la represión sexual con los fantasmas provocados por la última dictadura argentina. 

"Susana", de Gabriela Arciniegas, retoma el motivo introducido en "El grito" (motivo que recuperará, a su vez, "En paz"). 

"Cantata", de Adriana Díaz Enciso, es una pieza sumamente inquietante que destaca por su opacidad conceptual y su lograda atmósfera. 

"Luto", de María Fernanda Ampuero, se lee con el corazón encogido, pues rebosa crueldad y violencia. Abstenerse estómagos delicados. 

"Los seis pies del gato", de Carmen Boullosa, trata sobre la maldad cotidiana y los ecos que ésta provoca.

"Matadora", de Solange Rodríguez Pappe, se disgrega en muchas direcciones para, finalmente, culminar en un potente clímax.

"Los maullidos", de Gemma Solsona Asensio, se narra a modo de crónica y denuncia de forma indirecta la opresión que sufrieron muchas niñas y jóvenes huérfanas durante el franquismo al ser internadas en las instituciones llamadas «centros para señoritas».

"La enana en el tren" y "En la silla de ruedas", de Ana María Shua, son dos ejercicios de surrealismo en formato breve.

"Las pisadas del hambre", de Ana María Fuster Lavín, es una historia de vampiros que logra rehuir lo convencional y tiene buenos momentos, aunque su acabado y estructura no me acaban de convencer.

"En paz", de Claudia Salazar Jiménez, resulta entretenido y alberga saludables dosis de humor negro.

"Cosita", de María del Carmen Pérez Cuadra, es tan perturbador como absurdo (conste que esto último lo digo como un halago).

"Afrodita", de Alicia Fenieux, presenta un detallado escenario distópico. Reflexiona acerca de la sexualización de las menores de edad y la delgada línea que separa el ocio voluntario de la presión de grupo. 

"María", de Alexandra Pagán Vélez, es muy lineal en su escueto planteamiento, pero alberga descripciones bastante asquerosas que harán las delicias de aquéllos a los que este tipo de cosas nos interesan. 

"La joya", de Daína Chaviano, parece salido de la pluma de un Edogawa Rampo occidentalizado y nos obsequia con un desenlace propio de uno de esos hentai directos a DVD de los noventa.  

"El Ojo", de Liliana Colanzi, recuerda sobremanera a Carrie, pues contiene una turbia dinámica entre una madre y su hija, fanatismo religioso y puritanismo trasnochado. 

En resumen, Aquelarre de cuentos es un volumen agradecidamente ecléctico. La calidad promedio de los componentes del mismo es, cuanto menos, elevada. ¡Así da gusto participar en una misa negra!   

lunes, 20 de diciembre de 2021

2021: No nos lo hemos leído todo, pero... (antiguamente conocido como Lo mejor del año)

Lo que ha leído Juan:


Koldo TOP 10 Leído en 2021 + 2 Relecturas

Mención de honor para la parte fotográfica de Vale un Potosí de Miquel Dewever-Plana e Isabelle Fougere. Dicho esto:
 
10. Humo de José Ovejero
9. No es un río, de Selva Almada
8. Simpatía de Rodrigo Blanco Calderón
7. Alguien camina sobre tu tumba de Mariana Enríquez
6. Caracas muerde de Héctor Torres
5. La canción de NOF4 de Raúl Quinto 
4. Contra vosotros de Mercedes Soriano
3. La última niebla / La amortajada de María Luisa Bombal
2. Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez (Juan: no te reto a duelo porque en el fondo te tengo cariño)
1. Los galgos, los galgos de Sara Gallardo

Las dos mejores relecturas del año: Caballos desbocados de Yukio Mishima y Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq.
 
Actualización de última hora: La Capilla Sixtina. Relato de una obra maestra

Montuenga:

Lo mejor que he leído este año:

Ficción:


No ficción:

Y lo peor:

Ficción:

  • Novela decepcionante de autor prestigioso: Muerte de Sevilla en Madrid de Alfredo Bryce Echenique.
  • Volumen de relatos que abandoné por indigesto para la mentalidad actual: Pájaros de fuego de Anaïs Nin.
  • Texto de auto ficción más anodino: El sistema del tacto de Alejandra Costamagna.

No ficción:

  • El más flojo e inconexo (Sin género definido): Devoción de Patti Smith.
  • Un testamento vital decepcionante: Gratitud de Oliver Sacks.
  • Biografía peor documentada: La virgen roja de Fernando Arrabal.
  • Autobiografía más tópica y repetitiva: El lugar de Annie Ernaux.

Carlos Bookboard 2021:
Como siempre, y como es bien lógico, ha habido algunas cosas algo decepcionantes, pero para qué darles más publicidad. Bastante tienen con haberles hecho un hueco.


Marc Peig:


Oriol Vigil:


Beatriz Garza:


Francesc Bon:

Otro año en que defraudo hasta mis peores expectativas, leyendo poco, tarde y mal. O a lo mejor es la cosa esta del mercado, vendiendo la moto de modo tan constante y repetitivo, que me refugio en lo conocido, temeroso del fulgor que desprenden los actos promocionales y las fajas. 
Así que:
  • Libro del año - por su modestia y por su panorámico alcance casi involuntario: Anna Ajmátova, de Eduardo Jordá - o como cubrirlo todo - ficción, historia, crónica, crítica, poesía - en unas cuantas páginas. 
  • Medalla de plata, ex aequo Rafa Lahuerta Yúfera: Noruega, o cómo gestionar el aire nostálgico con elegancia y sin sonarse los mocos. Y un 10 absoluto por su enorme valentía. Y Jordi Amat: El hijo del chófer que, aparte del orgullo intrínseco de mostrarse contestatario con el statu-quo, es un inmenso ejercicio de periodismo crítico, que empezaba a parecer un oxímoron.
  • Pelotón - demasiados y demasiado dispersos, algún ensayo muy disfrutable en su momento, pero algo ligero y, por lo tanto, no siempre memorables como para fortalecer las convicciones, así que me ahorro las menciones, perdonen los afectados.
  • Rezagados - un nutrido grupo de lecturas para cubrir el expediente, que incluyen alguna tenue decepción: Revancha tampoco es la obra de madurez de Kiko Amat, El teatro de Sabbath me tuvo demasiadas páginas preguntando por Zuckerman, y sigo sin comprender como, al margen del voyeurismo social, se ensalza tanto el valor de Valle inquietante o de Mi año de descanso y relajación, que me parecieron, ambas retratos de una sociedad o de un mundo ajeno y casi elitista.
  • Descalificado por tramposo (y por pesado) - Casi que voy a tirar la toalla con Javier  Cercas, que en Independencia demuestra que está tan obstinado en usar sus libros para restregarnos sus rancias quejas ideológicas que se ha olvidado de interesar a sus lectores, gustarles o aportar algo relevante. Así que le enseño amablemente la puerta de salida. Adeu siau.
  • Propósitos para 2022: más tiempo para alternar re-lecturas (no reseñables, ay) con algo que mitigue mi encasillamiento.

Santi (que ha leído este año menos que nunca pero aun así no ha ido mal):

Tres textos autobiográficos imprescindibles:

Cuatro novelas sobre la memoria (individual o colectiva):
 
Tres libros que te reconcilian con el mundo y con la humanidad
 
Cuatro libros de terror

Un clásico que tenía pendiente: La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. LeGuin
 
Un libro que leí porque, en fin, alguien tenía que hacerlo: Feria de Ana Iris Simón

También leí pero no me animé a reseñar: Tú también vencerás, de Jose||González; Días de euforia, de Pilar Fraile; Causas naturales, de Claudia Hernández.



NOTA FINAL:
Queridos lectores: podéis enviar vuestras listas al correo del blog: unlibroaldia@gmail.com. A finales de enero publicaremos una entrada con todos vuestros correos (indicad, por favor, si se puede mencionar vuestro nombre al publicarla).

sábado, 5 de mayo de 2018

María Fernanda Ampuero: Pelea de gallos

Año de publicación: 2018
Valoración: Muy recomendable


De pequeños nos contaban cuentos para dormir, cuentos en los que los buenos acababan, de una u otra forma, imponiéndose a los malos. Desgraciadamente o no, hemos crecido y esas historias con final feliz no hay Dios que se las crea. Ahora necesitamos cuentos que nos abran los ojos, cuentos que nos descubran la realidad que tanto anuncio y tanta lucecita de neón pretende ocultar. Necesitamos libros de cuentos como "Pelea de gallos", compuesto por 13 relatos, duros y sin concesiones, que vuelve a mostrar, una vez más, que "el infierno está ahí fuera" (aunque con matices).

Vamos con los matices. Ese “fuera” no es algo de otro mundo ni algo lejano. Por un lado, y aunque los relatos parecen ambientarse en América Latina, la triste realidad de los últimos tiempos nos deja bien a las claras que hechos como los que se narran los tenemos aquí al lado. Por otro, digo que no ese “fuera” no es algo lejano ya que la violencia y el terror son generados en instituciones aparentemente cercanas y teóricamente apacibles, como la familia.

En modo hiperbreve, si hubiera que elegir unaa palabra que defina “Pelea de gallos”, esa sería BRUTAL. Brutal porque este libro huele a muerte, a sangre, a vísceras, a mierda, a esperma y a sudor. Porque está plagado de situaciones violentas y terribles sufridas por las niñas y mujeres jóvenes que protagonizan la inmensa mayoría de los relatos, situaciones en las que muchas veces los victimarios son sus seres más cercanos.

La violencia contra las mujeres está en el núcleo del libro. Hay violencia de la que se ve y de la que no se ve, violencia física y psicológica, violencia de género, violencia racial y violencia de clase.  Hay secuestro y venta de mujeres, explotación sexual en el seno de la propia familia, maltrato físico y psicológico, soledad, abandono, mucha sexualidad reprimida y demasiadas heridas, demasiadas llagas, demasiado dolor.

Ya digo que todo gira alrededor de la violencia y el terror. Pero hay otros temas unidos a los anteriores: el final de la inocencia, como en el breve y magnífico “Cristo”,  la hipocresía y el clasismo en el terrible “Ali” o el fanatismo y la superstición del macabro “Luto”, tres de los relatos que más me han impactado.

En fin, un libro duro, desasosegante y desagradable por momentos, pero absolutamente necesario y recomendable, tanto por el mensaje que envía como por la forma en la que lo hace. 

Un apunte más: afortunadamente, y pese a lo que pueda parecer, Ampuero acaba el libro con un pequeño destello de esperanza, con una rendija abierta a la rebelión, por pequeña que sea. Ojalá se cumpla.

lunes, 30 de mayo de 2022

Dolores Reyes: Cometierra

Idioma original: español
Año de publicación: 2019
Valoración: Muy recomendable
 
Las brujas están de vuelta. No quiero decir que haya mujeres narigudas volando en escobas y cocinando ojos de sapo y lenguas de serpiente, sino que la figura de la bruja, el tema de la bruja, ocupa un lugar relevante en la imaginación literaria, artística y fílmica (ahí está The VVitch como ejemplo), pero también en el discurso y los eslóganes feministas, en la investigación histórica y antropológica, con lecturas muy diversas, algunas vinculadas con el imaginario tradicional y otras más revolucionarias, contestatarias, críticas o reivincidativas. La bruja, se diría en algunas de estas relecturas, es la mujer libre, aquella que es consciente de su poder, de su libertad, de su sexualidad, de su destino, y que por ello es castigada por el poder (patriarcal). 

En esta línea de recuperación y redefinición de la bruja se podría situar, pienso, Cometierra, la primera novela de Dolores Reyes. La protagonista, huérfana de madre y con un padre ausente, come tierra, como su apodo indica, y al comer tierra consigue comunicarse con los espíritus de las personas que pisaron esa tierra y la habitaron, vivas o muertas. Cuando su don se muestra útil para encontrar víctimas de secuestro, de violación, de asesinato de las que la policía o la justicia no saben (o no quieren saber) nada, Cometierra se convierte en una especie de detective o consultora psíquica, y las botellas llenas de tierra comienzan a acumularse junto a su puerta. Naturalmente, esto tiene un riesgo, emocional, psicológico y físico, sobre todo cuando algunos de los casos investigados comienzan a acercarse demasiado a su propio círculo personal y familiar.

Como se puede ver por este breve resumen, Cometierra ofrece un cruce entre varios géneros o subgéneros. Para comenzar, se integraría en la larga y fructífera tradición argentina de literatura fantástica; también en el actual (y también muy fructífero) boom de la narrativa hispanoamericana de terror, sobre todo de autoría femenina (Samantha Schweblin, Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero...), pero con elementos también de novela policiaca, incluso de procedural televisivo. Y a todo ello se añadiría una capa de crítica social, o de descripción social de la ciudad de Buenos Aires, si se quiere, a través de la figura de Cometierra, su familia, su grupo de amigos y la violencia en la que viven envueltos...
 
Hay aún otro elemento que me parece relevante en la novela, y que se relaciona con lo que mencionaba al principio sobre el retorno de las brujas: Cometierra puede ser un tipo de detective, o de justiciera, pero es también una mujer que se une a muchas otras mujeres (víctimas, madres de víctimas, otras brujas) en una cadena de solidaridad que viene a sustituir a quienes deberían protegerlas: la policía, la justicia, la sociedad. De hecho Cometierra visita a unas mujeres llamadas "las maes" en un momento de la novela, y una de ellas le dice: "Vos también sos una bruja". Pero no una bruja como un ser monstruoso, sino como alguien poderoso, casi una diosa, como piensa la protagonista, aunque a ella le cueste encajar su cuerpo flacucho en esa imagen. También la afinidad que la narradora establece con "Miseria", la pareja de su hermano, tan flaquita y pequeña como ella, podría entenderse como un ejemplo de esta solidaridad femenina.

Por lo demás, esta es una novela que se podría llamar "descarnada", si el adjetivo no estuviera ya algo gastado. De estilo rápido, sin lirismos, se sitúa en el mundo de los excluidos en una ciudad inabarcable y hostil, un Buenos Aires que está más cerca de Roberto Arlt que a Borges, a pesar de sus elementos fantásticos. Se podría hablar de un realismo sucio-fantástico, un tipo de terror en que la violencia sobrenatural y la social o política se confunden, y que en América Latina ha dado también ejemplos destacados en el cine (me acuerdo, por ejemplo, de Los tigres no tienen miedo, película mexicana de terror de 2017 dirigida por Issa López, y en la que los niños, y las niñas, tienen también un papel central).
 
Desde luego, Cometierra es una magnífica primera novela, que confiemos que sea el inicio de la trayectoria de su autora.

lunes, 28 de enero de 2019

Reseña + Entrevista. Liliana Colanzi: Nuestro mundo muerto

 Idioma original: Español
Año de publicación: 2017
Valoración: Muy recomendable

Llevo un tiempo diciendo que el "relato escrito por mujer joven latinoamericana" goza de muy buena salud. En este blog encontraréis algunos ejemplos: Mariana Enríquez, Vera Giaconi, Magela Baudoin, Andrea Jeftanovic, María Fernanda Ampuero o la boliviana Liliana Colanzi.

En el caso de Colanzi y "Nuestro mundo muerto" nos encontramos con ocho contundentes relatos, de unas 15 páginas de extensión, dominados por presencias casi sobrenaturales y por amenazas exteriores, ya sean reales o ficticias, que ponen en evidencia amenazas interiores infinitamente más peligrosas.

El contexto utilizado por Colanzi para presentarnos sus historias se acerca en muchas ocasiones a la ciencia-ficción: ojos que parecen sacados de películas de serie B o de 1984, poseídos y aparecidos que se asemejan a los chicos del maíz de Stephen King, meteoritos que provocan reacciones en cadena como si de la Melancolía de Lars von Trier se tratara, exploraciones marcianas, etc. Pero estas referencias casi "pop" aparecen unidas a creencias (o supersticiones) tradicionales vinculadas a culturas andinas, creando una curiosa mezcla entre tradición y modernidad

En cualquier caso, esto no es más que el contexto, ya que lo que de verdad esconden estos decorados son problemas reales como la incomunicación, el extrañamiento, el miedo a la muerte o, como podemos leer en "La ola", la soledad infinita de un mundo desquiciado y sin propósito.

Entrando más en detalle en cada uno de los relatos, encontramos en "El ojo", "Alfredito" y "Chaco" la influencia de Silvina Ocampo en la visión desde la infancia / adolescencia de un mundo al mismo tiempo mágico, extraño y hostil. En ellos se mezclan leyenda y "realidad", alucinaciones y hechos absolutamente ciertos.

En "La Ola", uno de los mejores relatos del libro, la protagonista pasa a ser una joven a la que persigue una rara vibración, mezcla de extrañeza, abulia y tristeza. Es este un relato circular, de ida y vuelta, que nos habla de lo difícil que resulta escapar del pasado. Esta imposibilidad aparece nuevamente en "Nuestro mundo muerto", otro de los grandes relatos del libro gracias a su ambiente cerrado y opresivo. En esta ocasión, el telón de fondo es Marte, lugar al que su protagonista huye, aunque siempre esté como un satélite girando alrededor de lo perdido. También en "Cuento con pájaro" asistimos a una nueva huida imposible. Esta vez, Colanzi maneja un registro más "terrenal", más "social" incluso, ya que en el aparecen de forma más perceptible las "dos Bolivias" (la blanca y la "india").

Finalmente, y volviendo a lo ya citado acerca de las amenazas exteriores que sirven como resorte para sacar a la luz amenazas o miedos interiores, tenemos "Meteorito" y "Caníbal". En aquel, la caída de un meteoro es el detonante del oscuro y trágico final de una pareja de "perdedores"; en este, un caníbal que vaga por las calles de París y una extraña relación serán la "excusa" para hablar de la soledad y de relaciones absorbentes.

Por último, un breve comentario acerca de los finales de los relatos, ese aspecto tan crucial. Colanzi nos ofrece finales generalmente abierto, muy sujetos a la interpretación del lector, algo que va en consonancia con el desarrollo de los mismos. Se agradece ese tratar de evitar sorpresas finales y giros inesperados, la verdad. En definitiva, muy buen libro este "Nuestro mundo muerto", compuesto por ocho relatos sin desperdicio, contundentes y originales de una autora aún joven que seguro que da mucho que hablar.

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ULAD: Tres cosas me llaman especialmente la atención en "Nuestro mundo muerto". La primera, que supongo sorprende más a un lector europeo, es la mezcla de modernidad y tradición: referencias "pop" ("El ojo" me recuerda por igual a los monstruos de serie B y a 1984, "Meteorito" a "Melancolía" de Lars Von Trier, por poner un par de ejemplos) y leyendas o tradiciones "indígenas" van de la mano. Esto también creo que sucede, en mayor o menor medida, en obras de Edmundo Paz Soldán o de Maxi Barrientos. ¿Puede ser esta mezcla el reflejo de la Bolivia actual?

L.C.: Cuando escribo no estoy pensando en reflejar la Bolivia actual; la literatura siempre está desfasada con respecto de la realidad. Lo que sí me interesa es recoger elementos que están flotando en la cultura, pero a los que nadie presta mucha atención porque provienen de las tradiciones indígenas o de la cultura popular o de géneros como la ciencia ficción, que son considerados saberes menores o descartables, y ver cómo se puede construir una poética desde ese lugar. Me gusta mucho lo que dice Herta Müller: “La superstición es la poesía de los pobres”.

ULAD: La segunda es que en los relatos de "Nuestro mundo muerto" siempre parece estar presente una amenaza exterior que pone en marcha una amenaza interior más peligrosa. ¿Llevamos dentro a nuestro peor enemigo?

L.C.: Es que en muchas ocasiones aquello que vemos como una amenaza externa, en realidad se trata de un rechazo a algo que sospechamos que está dentro de nosotros. El miedo al bárbaro, por ejemplo, revela el terror hacia el animal que somos; el machismo es la negación de la potencia femenina que hay en el hombre y de la potencia masculina que hay en la mujer.

ULAD: La tercera es la sensación de un pasado que nos persigue. ¿Podemos verdaderamente escapar de el? ¿Cómo?


L.C.: El pasado al que me refiero en mis cuentos está muy presente, porque se trata de un pasado colonial que configura hasta el día de hoy la forma en que pensamos, deseamos, soñamos y nos vemos a nosotros mismos y a los demás. Nuestra tragedia es no haber encontrado la forma de desactivar ese legado.

ULAD: Además de la influencia de clásicos como Silvina Ocampo (esa visión de la infancia de mundos mágicos y extraños), creo que la presencia de ese "terror cotidiano", por llamarlo de alguna forma, te emparenta con autoras latinoamericanas recientes como Mariana Enríquez, Vera Giaconi o Andrea Jeftanovic. ¿Pura casualidad o puede haber un punto de vista generacional (o error de apreciación mío)?

L.C.: Justo estoy escribiendo algo que es una especie de homenaje a “El vestido de terciopelo”, de Silvina Ocampo. Cada época tiene su modo de canalizar sus ansiedades y horrores, y por supuesto que encuentro puntos de contacto con muchas autoras y autores de mi tiempo. “Reunión” de Vera Giaconi es un cuento hermoso y raro que muestra a la familia desde una óptica monstruosa; Andrea Jeftanovic también presenta a la familia desde un lugar peligroso y perturbador. Me interesa mucho el cruce que hace Mariana Enríquez entre el horror, la política y la cultura popular, y la manera en que ha renovado el imaginario del horror latinoamericano.


ULAD: Sabemos que te has lanzado al mundo de la edición con Dum Dum Editores. Tres preguntas relacionadas con esto: ¿No es un poco locura en los tiempos que corren? ¿Qué le lleva a tomar la decisión de publicar su obra en otras editoriales? ¿Veremos los libros de Dum Dum en España?


L.C.: Tenía la impresión de que montar una editorial era difícil, pero vivir un tiempo en Buenos Aires, donde todo el mundo tiene una editorial independiente, me convenció de que no era así. Trabajo con una diseñadora excelente y la editorial Nuevo Milenio se encarga de la distribución de los libros de Dum Dum, así que con eso tengo más de la mitad del trabajo resuelto. Y disfruto mucho de la aventura y del desafío de proponer a un autor nuevo en el medio. No me autopublico porque después de pasar mucho tiempo escribiendo mi propio libro, lo último que quiero es seguir trabajando para él, ¡lo que deseo más bien es deshacerme de él!

ULAD: Sea o no con Dum Dum, ¿tendremos en breve alguna novedad de Liliana Colanzi?

L.C.: No sé si en breve, porque soy una escritora un poco lenta, pero vengo escribiendo cuentos y espero terminar este año.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Nerea Pallares: Los ritos mudos

Idioma original: Español
Año de publicación: 2021
Valoración: Recomendable 

Los ritos mudos, antología de la gallega Nerea Pallares, recoge diez relatos decadentes, oscuros y malrolleros. Si bien todos son notables, los hay que me han gustado más que el resto.

Pallares se muestra solvente en distintos registros: el del retrato psicológico, el del drama intimista, el de la crítica social, el de la imaginería y atmósfera terroríficas... En consecuencia, su colección de cuentos resulta satisfactoriamente ecléctica, pues nos entrega, por un lado, historias realistas (por ejemplo, "Los días salados" o "La espera"); asimismo, también nos obsequia con ejercicios de literatura fantástica (mi favorito dentro de esta categoría sería "Fä"); por no hablar de esas propuestas ambiguas que dejan en manos del lector decidir si contienen algún elemento sobrenatural o no. 

Sólo le pondría un par de pegas a estos textos. En primer lugar, destacaría que, puntualmente, su prosa se antoja impostada y puede sacarnos de la narración. Asimismo, señalaría que en algunas piezas he echado en falta un mayor desarrollo de la idea base o de los matices que ésta sugería. 

Sea como fuere, Los ritos mudos es una lectura estupenda para los amantes de la ficción inquietante. La factura, temática y calidad del componente medio de este volumen permiten enlazar a Pallares con escritoras hispanohablantes de la talla de Mariana Enríquez, Samanta Schweblin o María Fernanda Ampuero.

Por último, querría felicitar a la editorial InLimbo. Y es que tanto su catálogo como su estética me parecen sumamente reivindicables. Ojalá pueda seguir desarrollando su impagable labor durante mucho tiempo.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Natalia García Freire: Nuestra piel muerta

Idioma original: Español
Año de publicación: 2019
Valoración: Recomendable

Las jóvenes escritoras ecuatorianas vienen pisando fuerte. Buena muestra de ello son las obras, ya reseñadas en ULAD, de María Fernanda Ampuero (Pelea de gallos) y de Mónica Ojeda (Nefando y Mandíbula). A estos dos nombres hemos de sumar el de Natalia García Freire, quien comparte con las dos autoras mencionadas nacionalidad, generación y, como decía Juan en su reseña de Mandíbula, una cierta obsesión por mundos cerrados, asfixiantes y enfermizos, pero adictivos como el veneno de las serpientes.

Mucho de eso hay en este “Nuestra piel muerta”, título que hace referencia a la muda de piel que realizan algunos artrópodos, adorables bichitos que son claves en el desarrollo de la novela.

Retrocedamos. “Nuestra piel muerta”, como tantas otras obras, parte de un viaje. En esta ocasión, el viaje es, al mismo tiempo, un retorno, una huida y una búsqueda: retorno a la casa familiar en cuyo jardín yace enterrado el padre de Lucas, principal protagonista de la novela; huida de un pasado negro como la pez; búsqueda de un ¿sentido?, de una ¿respuesta?, de un ¿final redentor?

¿Qué vine a buscar, padre? ¿El silencio? ¿Un espejismo? ¿Una patria?

Todo lo anterior bajo la forma de monólogo con el cadáver del padre y a través de capítulos en los que la autora dosifica acertadamente la información mediante la alternancia de un presente y un pasado no sabemos si del todo fiables, porque…

“La memoria, cuando no puede recordar, deforma”

De ahí que la novela tenga tanto de novela negra (¿qué ocurrió realmente?, ¿qué fue lo que desencadenó la decadencia de la familia de Lucas?, etc) como de novela psicológica y de formación (la evolución de Lucas).

Más allá de su argumento, “Nuestra piel muerta” es una novela poética en la que símbolos e imágenes son fundamentales y, como tal, susceptibles de las más variadas interpretaciones. Hasta el punto de que, por momentos, llegue a pensar en Felisberto y Eloy (intrusos que llegan a la casa de Lucas) como símbolos del advenimiento de la ultraderecha que ya ronda por estos lares. ¡A lo mejor me estoy volviendo loco, doctor!

Símbolos e imágenes como la casa ocupada por intrusos, el jardín abandonado e invadido por la mala hierba, la vaca muerta rodeada de moscas en medio del jardín o los insectos, cuevas, sequías y lluvias torrenciales que atraviesan la novela… y que traen a la memoria algunos elementos del realismo mágico.

Pero las influencias no se quedan ahí. Así como en determinados pasajes la novela me recordaba, por ejemplo, a la permanente sensación de tragedia que rodea a “La mala hora” de García Márquez, creo que las influencias más notables son las de autores norteamericanos como Faulkner o Gass. Esos ambientes opresivos, ese narrador no del todo fiable y guiado por percepciones sensoriales, esa sensación de violencia que crece como las nubes de tormenta hasta explotar en un instante final revelador traen a la memoria historias como “El ruido y la furia” (sobre todo, la parte narrada por Benjy) o “El chico de Pedersen”.

Ese es, creo yo, el punto más “débil” del libro: el de unas influencias en exceso visibles. Imagino que esto se debe a que estamos ante el debut de García Freire e imagino, también, que solo será sea cuestión de tiempo que la autora se aleje, en la medida de lo posible, de sus autores de cabecera y su voz se convierta en algo más personal. En cualquier caso, me quedo con lo positivo, que es mucho: el manejo de la información, el potencial lírico de los símbolos e imágenes utilizados, la terrible recreación de un mundo convertido en algo opresivo hasta la asfixia “gracias” al peso de la tradición, del machismo, del poder sin medida y del miedo... ¡Ah, y que estamos ante una autora que tiene menos de 30 años y toda una carrera por delante!

viernes, 16 de octubre de 2020

Mónica Ojeda: Las voladoras

 Idioma: español

Año de publicación: 2020

Valoración: sin duda, recomendable

Esperado libro de relatos (al menos para sus admiradores, entre los que me cuento), de esta joven escritora ecuatoriana en la que muchos tenemos puestos nuestras mayores esperanzas; esperanzas que ya son realidades, en verdad, como atestiguan sus libros publicados hasta la fecha. En este caso, se trata, ya digo, de un breve volumen de relatos encuadrados en lo que alguien ha dado en llamar "gótico andino". No seré yo quien lo desmienta, pese a que estas etiquetas siempre resultan algo desconcertantes, amén de reduccionistas... En fin, más discutible aún resulta lo de "gótico sureño" y bien de éxito que ha tenido el "conceto" que decía aquel...

Pero al lío: Las voladoras está compuesto por ocho relatos (me resisto a llamarlos "cuentos", pese a que alguno pueda recordar los más terribles cuentos de los hermanos Grimm, por ejemplo) de extensión variable, aunque la mayoría oscilan entre las diez y veinte páginas. Son todos relatos que podríamos adscribir al género de horror o, mejor aún, "malrollero", si me permite el término, sin que siempre esté presente el elemento fantástico o sobrenatural. En varios no es así, de hecho, y justamente es esa conciencia de que lo que sucede en ellos podría pasar en nuestra ciudad o pueblo, en la casa de al lado, en nuestro entorno más próximo, es lo que genera, tal vez, mayor desasosiego. Aunque difieren de unos a otros en cuanto a su trama y circunstancias, hay elementos comunes a todos los relatos, o casi, además de la excelencia de la prosa de esta autora, una auténtica malabarista a la hora de utilizar ciertos registros, como el uso del narrador en primera persona. Éste, por cierto, es el primero de los rasgos comunes a todo el libro: 

  • El uso de la primera persona y, en casi todos los relatos -excepto el último, en realidad-, por parte de narradoras femeninas, ya sean adolescentes o mujeres adultas. A las que les pasan cosas muy chungas, por cierto...
  • La familia y las relaciones, en general, tortuosas entre sus miembros como ámbito en el que se desarrollan las historias o que al menos las condiciona de una manera determinante. El único relato donde no sucede esto, Soroche, tiene lugar entre un grupo de amigas que se conocen desde niñas, casi como hermanas... (las hermanas auténticas y sus no menos peculiares relaciones parecen en algunos de los otros relatos, por cierto).
  • El cuerpo humano o partes de él (la cabeza, los dientes, la sangre, el oído, la lengua) y sus pegajosa materialidad, su degradación, nuestra esclavitud inevitable a sus límites. Esta presencia de lo orgánico, de la crudeza inexorable de la biología, me parece un rasgo propio, casi definitorio, de la literatura de Mónica Ojeda, hasta donde yo conozco...
  • La raigambre andina o ecuatoriana de estos relatos. Cierto es que sólo algunos de ellos, como el que da título al volumen, Las voladoras -una especie de harpías, para entendernos-, el último, El mundo de arriba y el mundo de abajo y también Cabeza voladora están inequívocamente basados en las leyendas o religión propia del país de la escritora, mientras que Terremoto hace alusión a sus características geomorfológicas; los demás podrían desarrollarse lo mismo en Ecuador que en España, Estados Unidos o, yo qué sé, Escocia... Ahora bien, Ojeda se ha preocupado de poner algunas referencias a localidades u otros lugares de Ecuador para que situemos geográficamente sus relatos.
  • En muchos casos, las protagonistas/narradoras muestran un grado mayor o menor, pero siempre evidente, de obsesión, que puede centrarse en algún suceso o elemento de su vida, presente o pasado, así como en acontecimientos que ocurran fuera de ellas pero que les afecte de forma decisiva, .
Ahora bien, que nadie entienda que por compartir estos elementos comunes, los relatos del libro están cortados por el mismo patrón o son variaciones de un mismo tema. Nada de eso; de hecho, incluso estilísticamente hay diferencias entre ellos. Desde el surrealismo lírico -o lirismo surrealista- de los citados Las voladoras, Terremoto, o El mundo de arriba... al tono más estándar, dentro de una mirada subjetiva, de Cabeza voladora y Saroche, pasando por el subjetivismo en apariencia más confuso, de Sangre coagulada y Caninos. Y destacando sobre todos ellos, en mi opinión, la contundencia, el dominio del ritmo y del crescendo narrativo de Slasher, para mí el relato más redondo de todos -quizás junto al primero, Las voladoras-, de una rotundidad implacable y una ferocidad que recuerda a la de la anterior novela de esta autora, Mandíbula. Ya digo que creo que éste es el mejor relato, aunque también Las voladoras, Sangre coagulada, Caninos o Saroche me parecen de un nivel muy notable. Los demás también resultan muy interesantes, pero tal vez no alcanzan esa redondez de que he mencionado; en alguno de ellos, por ejemplo, la adición/ revelación de elementos, que van saliendo a la luz como capas de pintura de un mueble viejo, funciona de maravilla, como es el caso de Caninos, mientras que en otros, como Cabeza voladora, el resultado parece más forzado.

Por último, tendríamos el asunto de la inserción de este libro y esta autora dentro de ese ¿movimiento? ¿Generación? ¿Boom? de escritoras latinoamericanas de lo más "cañeras" al que estamos asistiendo en este siglo XXI y de las que hemos hablado ya muchas veces en este blog, así como, por supuesto, lo han hecho los medios literarios en general... Me parece apreciar que Ojeda, una de las más jóvenes representantes de este grupo quizás informe pero evidente, es bastante consciente de quiénes son sus compañeras literarias y así, aún sin perder su personalidad propia, algunos cuentos nos remiten o recuerdan a la narrativa de otras escritoras; desde el ¿gótico argentino? de Mariana Enriquez, cuyo regusto yo encuentro presente en Cabeza voladora y El mundo de arriba... (aunque en este caso, el relato también se diría, un poco, un hijo andino del Pet Sematery de King), a la bizarría sexual de Temporada de Huracanes, de Fernanda Melchor, que encontramos en Caninos, o a la sevicia de la sociedad reflejada en Soroche, que recuerda un tanto a los relatos de una compatriota de Ojeda, María Fernanda Ampuero. Por supuesto, esto no significa que haya algún tipo de seguidismo por parte de Ojeda; al contrario, repito que ella es una de las escritoraas más destacadas de todo este conjunto. Pero es obvio que van todas en la misma dirección y es emocionante, como lector, estar asistiendo a la eclosión  de tantas autoras que están escribiendo lo mejor que se hace en español, ahora mismo. En mi humilde opinión.


Otros libros de Mónica Ojeda reseñados en Un Libro Al Día: NefandoMandíbula

viernes, 10 de junio de 2022

Reseña a seis manos (+ entrevista): Carcoma de Layla Martínez

Idioma: Español
Año de publicación: 2021
Valoración: Bastante recomendable

 

Carcoma, de la ensayista, traductora y editora Layla Martínez, es una de las novelas que más parabienes ha recibido en los últimos meses, y también se puede decir que ha tenido un notable éxito editorial, a pesar de haber sido publicada en un sello independiente como Amor de Madre. Es también una de las obras más sorprendentes que podemos encontrar en la literatura española actual, y pese a su brevedad, una de las más complejas por la cantidad de planos -quizás sería mejor decir aristas- que posee. 

Para facilitarnos la tarea, los reseñistas hemos decidido abordarla a la manera más clásica, distinguiendo entre idea, forma y estilo (pero sin perder de vista que tal división no deja de ser más que una convención, pues cada uno de estos elementos resulta, en verdad, indistinguible de los otros):
 
-Idea: la novela trata de combinar, por medio de una historia de terror, el tema de la opresión y violencia hacia las mujeres, con el del conflicto de clases y el rencor derivado de la Guerra Civil española y la dictadura franquista, y que ha pervivido hasta hoy. También la marginalidad de ciertas personas dentro de las comunidades ​y la crueldad e hipocresía de que es capaz el ser humano, sin importar de dónde provenga y el estrato social que pertenezca. 
 
-Forma: una novela breve, de terror -un tanto sui géneris-, perteneciente al subgénero de "casa encantada", bastante en boga en los últimos tiempos en cine, series y literatura, así como el de las "brujas" (ídem). Quizás no sea descabellado decir que enlaza, aunque sólo sea en su adscripción a estas temáticas, con el "gótico latinoamericano" de escritoras actuales como Mariana Enriquez, Fernanda Melchor o Mónica Ojeda, o con Cometierra de Dolores Reyes, recientemente reseñada por aquí. La diferencia es que esta novela ambientada en un pueblo de Cuenca y en una casa de clase trabajadora. Esta aportación al género puede que sea lo más logrado del conjunto, al huir del tópico de la casa encantada como mansión señorial de una familia adinerada. Aunque, por otro lado, la estructura de la novela la lastra un tanto, ya que se muestra reiterativa en ciertos pasajes, dispersa en otros y no enfoca del todo bien algunas de las ideas más interesantes.
 
-Estilo: la obra está escrita en un estilo más o menos coloquial y en primera persona, pues se alternan los testimonios de la abuela y la nieta que viven en esa casa (aunque sin diferenciarlas de forma muy clara, lo que podría considerarse una limitación). Trata de expresar el habla de un pueblo castellano-manchego (los lectores de la zona sabrán si con suficiente verosimilitud), aunque resulta algo sorprendente que algunas veces se usen recursos para marcar el habla coloquial (como la abreviatura "p'a"), pero sin que sea un recurso constante o coherente. Aún así, expresan de manera excepcional la rabia, el odio y el rencor que envenena a las protagonistas. El aspecto fantástico de la narración oscila entre lo terrorífico y una suerte de realismo mágico. A destacar también el humor negro que rezuma el texto; que nadie se extrañe o se sienta impropio si hay páginas que le arrancan alguna sonrisa o incluso una carcajada...


Se trata en definitiva de una novela que tiene claros aspectos positivos y originales, como la combinación de conflictos de género y de clase con una trama fantástica o de terror, mostrando así la capacidad del género para ir más allá de los clichés. También es notable la capacidad para generar una cierta ambigüedad en la respuesta del lector, puesto que, si por una parte claramente empatizamos con las narradoras, víctimas de diversas opresiones, por otra parte tienen también aspectos desagradables, chocantes o incluso repulsivos. Se le podría reprochar, por otra parte, el que no haya ido más allá en la representación de la oralidad de los personajes, o en la diferenciación de las dos voces que alternan en el texto; o que deje algunas preguntas aparentemente sin respuesta (por ejemplo, ¿de dónde proviene ese oscuro poder o maldición de la casa, que parece ser anterior a los conflictos en los que se centra la novela?). Es, en todo caso, una aportación valiosa al género y a la narrativa española contemporánea que vale la pena tener en cuenta.

Firmado: Oriol, Santi y Juan


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A continuación adjuntamos un pequeño cuestionario que Layla ha respondido con suma amabilidad:

ULAD: Buenas, Layla. Carcoma ha tenido bastante éxito entre crítica y público. Sobre todo teniendo en cuenta que es tu primera novela, que se aleja de temáticas excesivamente comerciales y que ha sido publicada por una editorial independiente de aún corta trayectoria. ¿Esperabas tanta repercusión?

L.M.: Para nada (risas). Ha sido una sorpresa; cada reimpresión o traducción siguen siendo una sorpresa. ¡Nunca hubiera imaginado que me leerían en, no sé, Grecia o Polonia!

ULAD: Tenemos entendido que el germen inicial de Carcoma es un relato, también tuyo, compilado en la antología Cuadernos de Medusa vol.III. ¿Qué te empujó a realizar este cambio de formato, a dilatar una narración originalmente breve?

L.M.: En efecto, Carcoma sale de un relato de unas diez páginas que se publicó en una antología de Amor de Madre, la misma editorial que después publicaría la novela. Cuando terminé de escribirlo me quedó la impresión de que muchas de sus ideas se podían desarrollar. Aun así, siempre tuve claro que la novela resultante debía ser cortita.

ULAD: El aspecto político de la novela tiene casi tanta importancia como el sobrenatural y, sobre todo, le proporciona un interesante transfondo a éste. ¿Esta era tu idea ya desde el primer momento de su concepción o fue cristalizando a medida que la escribías?

L.M.: La verdad es que el aspecto político de la novela no estuvo planificado. Yo no me había planteado, al escribir la novela o el relato, que hablaría de la opresión de clases o de las mujeres. Simplemente quería contar una historia atravesada por lo terrorífico, y como para mí la violencia de clases y la de género son algo terrorífico, surgió naturalmente. Además, el terror se presta a codificaciones y subtextos de este tipo.

ULAD: ¿Qué referentes, sobre todo literarios, aunque también del mundo de las ciencias sociales, has tenido presentes para Carcoma?

L.M.: Entre los literarios destacaría el terror anglosajón pero, sobre todo, el latinoamericano. Del mundo de las ciencias sociales, el catolicismo o las creencias y el culto a la muerte de la zona de Castilla-La Mancha.

ULAD: Parece que la ficción oscura está cogiendo fuerzas últimamente. ¿Nos recomiendas algún libro de este estilo que te gusten?

L.M.: Las voladoras, de Mónica Ojeda; Nuestro mundo muerto, de Liliana Colanzi; Sacrificios humanos, de María Fernanda Ampuero; Cometierra, de Dolores Reyes...

ULAD: Si se puede preguntar...¿Estás trabajando en algún otro libro? En caso afirmativo, ¿nos puedes dar detalles?

L.M.: Actualmente trabajo en dos proyectos: otra novela de terror (en fase de documentación) y un ensayo a cuatro manos con José Luis Rodríguez (que está a la espera de que le concedan una beca).

jueves, 30 de julio de 2020

Andrea Abreu: Panza de burro

Idioma original: español (canario)
Año de publicación: 2020
Valoración: Muy recomendable

Si despojásemos a Panza de burro de su ropaje de palabras (como si eso fuera posible) y la dejásemos en el esqueleto narrativo desnudo, correríamos el riesgo de subestimar esta novela. Decir, por ejemplo, que en realidad no cuenta casi nada: las pequeñas aventuras cotidianas de dos amigas (la narradora, de nombre desconocido, e Isora), en un barrio rural del norte de la isla de Tenerife a lo largo de un verano. Podríamos comparar la relación entre las dos amigas (la narradora, más tímida y parada; Isora, un torrente de energía y voluntad aunque con una corriente profunda de rebeldía y tristeza) con la creada por Elena Ferrante en su serie de novelas Dos amigas, por ejemplo; podríamos recordar otras muchas obras, películas o series que se desarrollan a lo largo de un verano y terminan cuando llega septiembre, u otras muchísimas que describen el final de la infancia, la pérdida de la inocencia, el despertar a la complejidad del mundo y a la sexualidad. Incluso podríamos hacer una referencia al (neo-)realismo o al naturalismo por el retrato del ambiente de pobreza en que se mueven los personajes, cierta tendencia a lo escatológico, o incluso por la reproducción del lenguaje coloquial y vulgar.

Pero nada de esto valdría de nada, porque, claro, es imposible e inútil separar una obra de su ropaje de palabras, y porque a partir de esos mimbres conocidos, Panza de burro se eleva (más allá de esas nubes bajas que aplastan a los personajes, se podría decir) hasta convertirse en una novela especial, cargada de belleza y sensibilidad, y sobre todo escrita con una voz narrativa particular y propia, brillante y luminosa.

Lo primero es la sensibilidad con la que el libro está escrito: resulta conmovedora la capacidad para crear poesía hasta en medio de, literalmente, la mierda; para indagar con delicadeza pero sin eufemismos en los pliegues de una amistad compleja y desigual, en el despertar a la sexualidad de las protagonistas (el deseo, la masturbación, las primeras experiencias compartidas) o en las desigualdades económicas y sociales del barrio y de la isla (el Sur como Eldorado al que vienen los turistas a dejar dinero y trabajo, las casas rurales para "estraneros"). Algunos capítulos de la novela, como "comerme a Isora" o "lo último que le queda a una" son pura poesía desatada, aunque en prosa; pero la misma poesía, mezclada con el humor y con la narración cruda aparece en todos los capítulos y en todas las frases del libro.

Un pequeño fragmento del capítulo "comerme a isora":
isora tenía los ojos verdes como un verdino verde como una mosca en agosto sobre el bocadillo de salpicón de atún en la playa de teno como una botella de vino vaciada la abuela de isora se enfadaba y le decía te vacio por dentro te vacio hoy bebo sangre tuya cachoputa isora tenía las tetas redondas y se le reventaron como la tierra cuando escupe una flor que primero pequeño luego grande la tierra de su pecho seca luego estrías la teta no le cabía en la piel y lloraba isora tenía pelos en el pepe y a veces se los afeitaba todos hasta el güeco del culo y le picaba el culo isora tenía un pelo negro tieso tupido como el cespe de mentira de las casas rurales en el pepe el pelo de isora olía a molino de gofio a almendras tostadas a pan bizcochado ver a isora llegar me hacía sentir tranquila como cuando escuchaba el potaje hirviendo a las doce y media [...]
Y luego, el aspecto más comentado sobre la novela, su lenguaje, o mejor, su lengua, su dialecto, su habla: el español de Canarias, del norte de Tenerife, de dos niñas millenials que viven en un barrio del norte de Tenerife. Una voz libre, fresca y creíble que escribe como habla, con una oralidad que no suena impostada o artificial, que se nutre de la onomatopeya, del localismo, de las deformaciones fonéticas ("Sinson" por "Simpson", "méssinye" por "Messenger"), de los préstamos del inglés como shit o bitch, o de referencias culturales como las telenovelas, Corazón corazón o el grupo Aventura (que yo, como buen abuelete desfasado, no conocía). Es un lenguaje crudo y de apariencia espontánea (que sin duda tiene una buena carga de trabajo detrás), pero de una belleza y una fuerza innegables. Una voz tan original que a mí, como a la editora Sabina Urraca, también me ha dado envidia al leerla: me gustaría saber escribir así.

Otro fragmento, para dar idea del tono y el lenguaje del libro:
Doña Carmen, usté hace la sopa magi, la de sobre?, le dijo Isora a la vieja. No, miniña, por qué? Dice mi abuela que la sopa magi es sopa de putas. Ah miniña, pues no sé. Yo la sopa que hago la hago de las gallinas que yo tengo. Doña Carmen estaba virada de la cabeza pero era buena. Casi todo el mundo la despreciaba, porque, como decía la abuela, tenía cosas de guárdame un cachorro. Doña Carmen se olvidaba de casi todas las cosas, pasaba largas horas caminando y repitiendo rezados que nadie conocía, tenía un perro con los dientes de abajo salidos pafuera, salidos pafuera como los de un camello. Perro sato, perro sato, jala y que te cargue el diablo, le decía. A veces le posaba la mano sobre la cabeza con cariño, otras le gritaba juite, perro, juite, perro del demonio. Doña Carmen lo olvidaba casi todo pero era una mujer generosa. Le gustaba que Isora la visitara.


Como la propia autora ha dicho en algunas entrevistas, escoger esta voz también es un acto político, quizás no tan explosivo o tan corrosivo como las novelas y las entrevistas de Cristina Morales, pero también decidido y reflexionado: escribir desde el margen, desde fuera de lo canónico o lo estandarizado; desde la periferia de una periferia: no solo afincando la voz en las Islas Canarias, siempre fuera de todos los mapas, sino desde un barrio rural y pobre en una colina alejada de los centros turísticos del Sur de Tenerife. También es política la forma como se presenta la presión que se ejerce sobre las dos chicas (y también sobre chicos que no se adecúan a lo esperable de su género, como es el caso de Juanita Banana), para que adapten y modifiquen su lenguaje, su comportamiento y su cuerpo para ser aceptadas. No es casualidad que comer, cagar y vomitar ocupen tanto espacio en el texto: las niñas piensan constantemente en lo que comen, y en lo que evacúan (por un lado o por otro), y en cómo eso afecta a su imagen y a su encaje en la familia y en la sociedad.

Ahora que se recrudece la polémica porque a los actores andaluces o canarios les piden (exigen) que oculten su acento, pienso que en la literatura española, de formas más sutiles, también los escritores en general han (hemos) borrado nuestros acentos, no solo en sentido geográfico / dialectal, sino en un sentido más general. Escribimos como si nuestros padres o nuestros profesores nos mirasen por encima del hombro, haciendo tschk, tschk, tschk con la lengua cuando nos salimos del renglón. Hemos aprendido, con el peso insistente de la tradición y de la crítica, lo que significa "escribir bien" (usar muchos adjetivos, una cierta distancia irónica, frases con muchas subordinadas, yo qué sé) y ahora todos "escribimos bien" (unos más que otros, claro), y es raro encontrar quien se salga del patrón o, mejor, quien mande el patrón a tomar viento y escriba como si no existieran ni la tradición ni la crítica.

No me extraña por eso que los referentes que Andrea Abreu menciona sean latinoamericanos (Rita Indiana, Pilar Quintana, María Fernanda Ampuero, Aurora Venturini, Leila Guerriero), todas ellas escritoras: no solo por la posición geopolítica y geocultural de Canarias como puente entre España e Hispanoamérica, sino también porque la tradición literaria hispanoamericana han experimentado mucho más con las voces y las lenguas que componen el lenguaje oral del continente (mientras leía Panza de burro me acordaba por ejemplo Junot Díaz y su Oscar Wao); y porque las mujeres, tantas veces subordinadas o subalternizadas en el canon y la historia literaria, también han tenido que encontrar una voz propia, que no clonase la voz que los escritores hombres, y los críticos hombres, decían que era la forma correcta de escribir. (Recuerdo una reflexión de Aixa de la Cruz en este sentido en Cambiar de idea, que espero no estar malinterpretando).

Eso es lo que ha hecho Andrea Abreu en Panza de burro: borrar o ignorar la forma como se debe escribir literatura española, y escribir como si la lengua hubiera nacido ayer y estuviera todo por descubrir y por escribir. Como si no hubiera nadie mirando por encima del hombro. Por eso he disfrutado con su lectura como si estuviera descubriendo un lenguaje nuevo (y quizás es eso exactamente lo que estaba pasando). Porque es diferente, y rompe y refresca. Y porque da envidia y ganas de escribir.