martes, 16 de julio de 2024
Reseña + Entrevista: Visceral de María Fernanda Ampuero
miércoles, 28 de abril de 2021
María Fernanda Ampuero: Sacrificios humanos
Año de publicación: 2021
Valoración: muy recomendable
Al feliz auge que está viviendo en este siglo XXI la literatura escrita por narradoras hispanoamericanas se han sumado con compresible interés algunas editoriales de este lado del Atlántico (de los dos, en algún caso), tanto pertenecientes a grandes grupos como de las llamadas independientes (maś o menos, también en algún caso): Anagrama, Sexto Piso, Candaya... o, como ocurre con este último volumen de relatos de Mariana Fernanda Ampuero, Páginas de espuma, que ya publicó su anterior y celebrada Pelea de gallos.
Para quien haya leído este otro libro, decir que tanto el estilo como los asuntos tratados en los cuentos reunidos en Sacrificios humanos son similares: la violencia, efectiva o latente, sufrida por las mujeres; la marginación y el desprecio hacia los diferentes, los desfavorecidos por la Fortuna o los caprichos de la genética; el inierno sórdido que puede ocultarse tras la fachada de la institución familiar; la crueldad que una sociedad desalmada reserva para los más débiles... y, sobre todo, el miedo, el miedo que recorre todos los relatos de este volumen, adoptando una u otra de sus múltiples y cambiantes formas. Porque la mayoría de los cuentos se pueden encuadrar en ese género híbrido, y por ello tan fecundo, entre el costumbrismo y lo fantástico -léase terrorífico- que cultivan con similar excelencia otras escritoras latinoamericanas actuales ("gótico ecuatoriano", en este caso, ya que no me atrevo a calificarlo de "andino", puesto que Ampuero es de Guayaquil, en la costa).
Al igual que en la recopilación anterior, estos relatos están escritos con un estilo contundente, incluso impúdico y violento, si se quiere... la diferencia es que si en Pelea de gallos algunos cuentos, aun siendo notables, se "pasaban un poco de frenada", por decirlo así, y se hubieran beneficiado de un poco de contención a partir de algún momento, en los de este libro, siendo tanto o más vehementes y hasta tremendistas, no sobra ni falta nada. Si alguno no me ha parecido redondo del todo, se debe a algún quiebro de la historia, una dirección narrativa que no ha acabado de convencerme o a que la alegoría que expresaban era demasiado evidente. Pero la adecuación entre forma y fondo es siempre perfecta. Por otro lado, excepto un par de relatos -destaca Sacrificios, escrito en forma de diálogo que mantienen un matrimonio atrapado en el laberíntico parking de un centro comercial-, están todos escritos en primera persona, lo que acentúa la empatía, o incluso identificación que sentimos con las protagonistas. Y pongo "las" porque , también excepto en un par de ellos, Sanquijuelas y Freaks -dos de los mejores, por otra parte-, las protagonistas-narradoras son féminas: inmigrantes desamparadas -Biografía-, niñas o adolescentes -Creyentes, Silba, Elegidos-, sufridas criadas -Pietá-, esposas violadas, maltratadas -Edoth, Lorena-, siempre víctimas o testigos de la violencia que se ejerce contra ellas y sus congéneres , y que es, junto con el miedo, el principal vector que actçua sobre estos relatos. aunque también he de decir que, en mi opinión, el mensaje de este transfondo llega con más efectividad cuando lo hace de forma más sutil. Lo mismo ocurre con el transfondo de conflicto social que también aparece en alguno de los cuentos.
En cualquier caso, quiero dejar claro que todos los relatos de Sacrificios humanos muestran un magnífico nivel literario y una gran madurez como narradora de su autora; si a alguno de ellos le pongo alguna que otra pega, es tan sólo por comparación con la media docena o más -¡de doce!- que resultan excelentes, de una calidad, frescura y autenticidad fuera de dudas. Menos mal que los relatos son cortos y el libro, por tanto, finito, porque tal derroche de talento y buen oficio resulta incluso apabullante.
También de Maria Fernanda Ampuero en Un Libro Al Día: Pelea de gallos
sábado, 28 de agosto de 2021
VV.AA.: Aquelarre de cuentos
"La enana en el tren" y "En la silla de ruedas", de Ana María Shua, son dos ejercicios de surrealismo en formato breve.
"Las pisadas del hambre", de Ana María Fuster Lavín, es una historia de vampiros que logra rehuir lo convencional y tiene buenos momentos, aunque su acabado y estructura no me acaban de convencer.
"En paz", de Claudia Salazar Jiménez, resulta entretenido y alberga saludables dosis de humor negro.
"Cosita", de María del Carmen Pérez Cuadra, es tan perturbador como absurdo (conste que esto último lo digo como un halago).
"Afrodita", de Alicia Fenieux, presenta un detallado escenario distópico. Reflexiona acerca de la sexualización de las menores de edad y la delgada línea que separa el ocio voluntario de la presión de grupo.
"María", de Alexandra Pagán Vélez, es muy lineal en su escueto planteamiento, pero alberga descripciones bastante asquerosas que harán las delicias de aquéllos a los que este tipo de cosas nos interesan.
"La joya", de Daína Chaviano, parece salido de la pluma de un Edogawa Rampo occidentalizado y nos obsequia con un desenlace propio de uno de esos hentai directos a DVD de los noventa.
"El Ojo", de Liliana Colanzi, recuerda sobremanera a Carrie, pues contiene una turbia dinámica entre una madre y su hija, fanatismo religioso y puritanismo trasnochado.
En resumen, Aquelarre de cuentos es un volumen agradecidamente ecléctico. La calidad promedio de los componentes del mismo es, cuanto menos, elevada. ¡Así da gusto participar en una misa negra!
lunes, 20 de diciembre de 2021
2021: No nos lo hemos leído todo, pero... (antiguamente conocido como Lo mejor del año)
- Mejores libros de relatos: Sacrificios humanos de María Fernanda Ampuero y Lo que ruge de Izaskun Gracia Quintana.
- Mejor novela histórica: Hamnet de Maggie O'Farrell.
- Debut más deslumbrante: Panza de burro de Andrea Abreu.
- Mejor novela gráfica: Todo bajo el sol de Ana Penyas.
- Más novelas gráficas/cómics estupendas (es que he leído muchas este año): Heimat de Nora Krug, Angola Janga de Marcelo D'Salete, Nieve en los bolsillos de Kim, Los ignorantes de Étienne Davodeau, Aventuras de un oficinista japonés de José Domingo.
- Novela ilustrada: Flor fané de Sara Morante.
- Novela de dar (un poco de) miedito: La casa al final de Needless Street de Catriona Ward.
- Libro de no ficción (aunque a veces no lo parezca): Territorios improbables de Pedro Torrijos.
- Libro que más me ha costado leer (y no por mal escrito): El monstruo pentápodo de Liliana Blum.
- Libro que no me atreví a reseñar: El hombre de hielo de Philip Carlo.
10. Humo de José Ovejero
9. No es un río, de Selva Almada8. Simpatía de Rodrigo Blanco Calderón7. Alguien camina sobre tu tumba de Mariana Enríquez6. Caracas muerde de Héctor Torres5. La canción de NOF4 de Raúl Quinto4. Contra vosotros de Mercedes Soriano3. La última niebla / La amortajada de María Luisa Bombal2. Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez (Juan: no te reto a duelo porque en el fondo te tengo cariño)1. Los galgos, los galgos de Sara Gallardo
- Clásicos olvidados: Un guiso de lentejas de Mary Cholmondeley, Todos los hombres del rey de Robert Penn Warren.
- Clásicos que merecen una relectura: Tereza Batista cansada de guerra de Jorge Amado, La conciencia de Zeno de Italo Svevo.
- Otros clásicos destacables: Y no dijo ni una palabra de Heinrich Böll, El lugar sin límites de José Donoso, El día de la lechuza de Leonardo Sciascia, El mortal inmortal de Mary Shelley.
- Novelón del siglo XXI: Yo confieso de Jaume Cabré.
- Novela actual más reivindicativa: Las alegres de Ginés Sánchez.
- La más rompedora en contenido y estructura: Seis formas de morir en Texas de Marina Perezagua.
- Más textos actuales destacables: Babilonia de Yasmina Reza, No es un río de Selva Almada.
- Mejor ensayo: El siglo del populismo de Pierre Rosanvallon.
- Mejor texto de investigación científica: El extraño orden de las cosas de Antonio Damasio.
- Mejor crónica contemporánea: Las grietas de América de Mikel Reparaz.
- Novela decepcionante de autor prestigioso: Muerte de Sevilla en Madrid de Alfredo Bryce Echenique.
- Volumen de relatos que abandoné por indigesto para la mentalidad actual: Pájaros de fuego de Anaïs Nin.
- Texto de auto ficción más anodino: El sistema del tacto de Alejandra Costamagna.
- El más flojo e inconexo (Sin género definido): Devoción de Patti Smith.
- Un testamento vital decepcionante: Gratitud de Oliver Sacks.
- Biografía peor documentada: La virgen roja de Fernando Arrabal.
- Autobiografía más tópica y repetitiva: El lugar de Annie Ernaux.
- Mejor novela: La isla de los jacintos cortados, de Gonzalo Torrente Ballester
- Libro de relatos: Las armas secretas, de Julio Cortázar
- Novela gráfica: Travesti, de Baudoin (a partir de Cartarescu)
- Mejor clásico (aunque nada del otro mundo): Papa Goriot, de Honoré de Balzac
- Relectura anual: El rey Lear, de William Shakespeare (reseña pendiente)
- Tocho anual, o casi: Middlemarch, de George Eliot
- Libro de viajes: ex-aequo Una pesadilla con aire acondicionado, de Henry Miller, y Héroes de la Antártida, de Javier Cacho
- Ensayo:
- sobre deporte, pero mucho más: Del boxeo, de Joyce Carol Oates
- asuntos sociales de actualidad: El síndrome Woody Allen, de Edu Galán, y La España de las piscinas, de Jorge Dioni López (reseña mañana)
- política: Contra la izquierda, de Jordi Gracia
- arte: De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno, de Serge Guilbaut
- filosofía: Discurso del método, de René Descartes
- Obra de teatro: Los Gondra / Los otros Gondra, de Borja Ortiz de Gondra
- Libro del año: Napalm al cor, de Pol Guasch
- Ensayo del año: Los legados, de Lluís Calvo
- Autobiografía del año: Trilogía de Copenhague, de Tove Divletsen
- Grandes debuts en narrativa: Pol Guasch, Carlota Gurt
- Descubrimientos del año (autores): Clarice Lispector, Octavia E. Butler, Jordi Benavente, Xavier Mas Craviotto (en poesía), Tor Ulven
- Consagraciones del año: Ali Smith, por su cuarteto estacional
- Experimento exitoso del año: Santiago López Petit, por su "Tan cerca de la vida"
- Caerán más libros de: Clarice Lispector, Siri Hustvedt
- Propósitos para el 2022: más poesía y (aún) más ensayo
- Lo mejor en narrativa: Un pequeño demonio, La mano izquierda de la oscuridad, Stoner y El caso del señor Crump. También las relecturas de Ethan Frome y Memorias del subsuelo, obviamente
- Lo mejor de no ficción (aun con sus limitaciones): La envidia igualitaria, El mito de la Izquierda / El mito de la Derecha
- Extravagancias varias: El Gran Miedo en la montaña, Demencia 21, Las once mil vergas, El sueño de los jueces, Crímenes selectos, Solo de trompeta, Nuevas alertas de empleo, La casa de arenas movedizas, El pare mort, El derrumbamiento, Los extraños, De miedo en miedo, Bienvenidos al bizarro, Reproducción por mitosis y otras historias
- Truños estratosféricos: Por qué soy monárquico, todo lo que necesito existe ya en mí
- Editoriales descubiertas: Quid Pro Quo, Áltera, InLimbo, Huso, Colectivo Juan de Madre, consonni, Pentalfa, Aristas Martínez
- Propósitos para el 2022: Publicar la antología Para los que estáis irreconocibles, escribir un guión, leer la misma cantidad de libros que antaño pese a trabajar una jornada de cuarenta horas
- Lo mejor en narrativa, del novelón a la novela corta: Expiación y Mejillones para cenar.
- El clásico imprescindible: Johnny empuñó su fusil
- Expectativas frustradas, cada cual a su manera: El hombre que susurraba a los caballos y Serge
- Relectura gratificante: Terra baixa
- Lecturas reivindicativas: Hay algo que no es como me dicen y La armadura del Rey
- De rabiosa actualidad (por desgracia): El consentimiento
- Lectura fetiche (mi Delphine de Vigan nunca me decepciona): Las gratitudes
- Propósitos para el 2022: (1) ampliar el abanico de autores sin llevarme demasiados chascos y (2) tirar al máximo de biblioteca pública, que cada vez queda menos para libros.
- Libro del año - por su modestia y por su panorámico alcance casi involuntario: Anna Ajmátova, de Eduardo Jordá - o como cubrirlo todo - ficción, historia, crónica, crítica, poesía - en unas cuantas páginas.
- Medalla de plata, ex aequo - Rafa Lahuerta Yúfera: Noruega, o cómo gestionar el aire nostálgico con elegancia y sin sonarse los mocos. Y un 10 absoluto por su enorme valentía. Y Jordi Amat: El hijo del chófer que, aparte del orgullo intrínseco de mostrarse contestatario con el statu-quo, es un inmenso ejercicio de periodismo crítico, que empezaba a parecer un oxímoron.
- Pelotón - demasiados y demasiado dispersos, algún ensayo muy disfrutable en su momento, pero algo ligero y, por lo tanto, no siempre memorables como para fortalecer las convicciones, así que me ahorro las menciones, perdonen los afectados.
- Rezagados - un nutrido grupo de lecturas para cubrir el expediente, que incluyen alguna tenue decepción: Revancha tampoco es la obra de madurez de Kiko Amat, El teatro de Sabbath me tuvo demasiadas páginas preguntando por Zuckerman, y sigo sin comprender como, al margen del voyeurismo social, se ensalza tanto el valor de Valle inquietante o de Mi año de descanso y relajación, que me parecieron, ambas retratos de una sociedad o de un mundo ajeno y casi elitista.
- Descalificado por tramposo (y por pesado) - Casi que voy a tirar la toalla con Javier Cercas, que en Independencia demuestra que está tan obstinado en usar sus libros para restregarnos sus rancias quejas ideológicas que se ha olvidado de interesar a sus lectores, gustarles o aportar algo relevante. Así que le enseño amablemente la puerta de salida. Adeu siau.
- Propósitos para 2022: más tiempo para alternar re-lecturas (no reseñables, ay) con algo que mitigue mi encasillamiento.
- Ana Starobinets: Tienes que mirar (este diría que ha sido mi Libro del Año)
- Elena Fortún: Oculto sendero (reseña programada para esta misma semana)
- Jane Lazarre: El nudo materno
- Edurne Portela: Los ojos cerrados
- Antonio Lobo Antunes: Memoria de elefante
- Berta Dávila: Carrusel
- Alejandro Melero Salvador: El secreto de la hierba
- Txani Rodríguez: Los últimos románticos
- Guadalupe Nettel: La hija única
- Ana Flecha Marco: Piso compartido (reseña programada para la próxima semana)
- María Fernanda Ampuero: Sacrificios humanos
- Silvia Moreno-García: Gótico
- J.M. Sala: Arde Torrevieja
- Izaskun Gracia Quintana: Lo que ruge
Un clásico que tenía pendiente: La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. LeGuin
También leí pero no me animé a reseñar: Tú también vencerás, de Jose||González; Días de euforia, de Pilar Fraile; Causas naturales, de Claudia Hernández.
sábado, 5 de mayo de 2018
María Fernanda Ampuero: Pelea de gallos
Valoración: Muy recomendable
lunes, 30 de mayo de 2022
Dolores Reyes: Cometierra
lunes, 28 de enero de 2019
Reseña + Entrevista. Liliana Colanzi: Nuestro mundo muerto
Año de publicación: 2017
Valoración: Muy recomendable
Entrando más en detalle en cada uno de los relatos, encontramos en "El ojo", "Alfredito" y "Chaco" la influencia de Silvina Ocampo en la visión desde la infancia / adolescencia de un mundo al mismo tiempo mágico, extraño y hostil. En ellos se mezclan leyenda y "realidad", alucinaciones y hechos absolutamente ciertos.
**********************
L.C.: Es que en muchas ocasiones aquello que vemos como una amenaza externa, en realidad se trata de un rechazo a algo que sospechamos que está dentro de nosotros. El miedo al bárbaro, por ejemplo, revela el terror hacia el animal que somos; el machismo es la negación de la potencia femenina que hay en el hombre y de la potencia masculina que hay en la mujer.
ULAD: Además de la influencia de clásicos como Silvina Ocampo (esa visión de la infancia de mundos mágicos y extraños), creo que la presencia de ese "terror cotidiano", por llamarlo de alguna forma, te emparenta con autoras latinoamericanas recientes como Mariana Enríquez, Vera Giaconi o Andrea Jeftanovic. ¿Pura casualidad o puede haber un punto de vista generacional (o error de apreciación mío)?
domingo, 28 de noviembre de 2021
Nerea Pallares: Los ritos mudos
Pallares se muestra solvente en distintos registros: el del retrato psicológico, el del drama intimista, el de la crítica social, el de la imaginería y atmósfera terroríficas... En consecuencia, su colección de cuentos resulta satisfactoriamente ecléctica, pues nos entrega, por un lado, historias realistas (por ejemplo, "Los días salados" o "La espera"); asimismo, también nos obsequia con ejercicios de literatura fantástica (mi favorito dentro de esta categoría sería "Fä"); por no hablar de esas propuestas ambiguas que dejan en manos del lector decidir si contienen algún elemento sobrenatural o no.
Sólo le pondría un par de pegas a estos textos. En primer lugar, destacaría que, puntualmente, su prosa se antoja impostada y puede sacarnos de la narración. Asimismo, señalaría que en algunas piezas he echado en falta un mayor desarrollo de la idea base o de los matices que ésta sugería.
Sea como fuere, Los ritos mudos es una lectura estupenda para los amantes de la ficción inquietante. La factura, temática y calidad del componente medio de este volumen permiten enlazar a Pallares con escritoras hispanohablantes de la talla de Mariana Enríquez, Samanta Schweblin o María Fernanda Ampuero.
Por último, querría felicitar a la editorial InLimbo. Y es que tanto su catálogo como su estética me parecen sumamente reivindicables. Ojalá pueda seguir desarrollando su impagable labor durante mucho tiempo.
sábado, 16 de noviembre de 2019
Natalia García Freire: Nuestra piel muerta
Año de publicación: 2019
Valoración: Recomendable
viernes, 16 de octubre de 2020
Mónica Ojeda: Las voladoras
Año de publicación: 2020
Valoración: sin duda, recomendable
Esperado libro de relatos (al menos para sus admiradores, entre los que me cuento), de esta joven escritora ecuatoriana en la que muchos tenemos puestos nuestras mayores esperanzas; esperanzas que ya son realidades, en verdad, como atestiguan sus libros publicados hasta la fecha. En este caso, se trata, ya digo, de un breve volumen de relatos encuadrados en lo que alguien ha dado en llamar "gótico andino". No seré yo quien lo desmienta, pese a que estas etiquetas siempre resultan algo desconcertantes, amén de reduccionistas... En fin, más discutible aún resulta lo de "gótico sureño" y bien de éxito que ha tenido el "conceto" que decía aquel...
Pero al lío: Las voladoras está compuesto por ocho relatos (me resisto a llamarlos "cuentos", pese a que alguno pueda recordar los más terribles cuentos de los hermanos Grimm, por ejemplo) de extensión variable, aunque la mayoría oscilan entre las diez y veinte páginas. Son todos relatos que podríamos adscribir al género de horror o, mejor aún, "malrollero", si me permite el término, sin que siempre esté presente el elemento fantástico o sobrenatural. En varios no es así, de hecho, y justamente es esa conciencia de que lo que sucede en ellos podría pasar en nuestra ciudad o pueblo, en la casa de al lado, en nuestro entorno más próximo, es lo que genera, tal vez, mayor desasosiego. Aunque difieren de unos a otros en cuanto a su trama y circunstancias, hay elementos comunes a todos los relatos, o casi, además de la excelencia de la prosa de esta autora, una auténtica malabarista a la hora de utilizar ciertos registros, como el uso del narrador en primera persona. Éste, por cierto, es el primero de los rasgos comunes a todo el libro:
- El uso de la primera persona y, en casi todos los relatos -excepto el último, en realidad-, por parte de narradoras femeninas, ya sean adolescentes o mujeres adultas. A las que les pasan cosas muy chungas, por cierto...
- La familia y las relaciones, en general, tortuosas entre sus miembros como ámbito en el que se desarrollan las historias o que al menos las condiciona de una manera determinante. El único relato donde no sucede esto, Soroche, tiene lugar entre un grupo de amigas que se conocen desde niñas, casi como hermanas... (las hermanas auténticas y sus no menos peculiares relaciones parecen en algunos de los otros relatos, por cierto).
- El cuerpo humano o partes de él (la cabeza, los dientes, la sangre, el oído, la lengua) y sus pegajosa materialidad, su degradación, nuestra esclavitud inevitable a sus límites. Esta presencia de lo orgánico, de la crudeza inexorable de la biología, me parece un rasgo propio, casi definitorio, de la literatura de Mónica Ojeda, hasta donde yo conozco...
- La raigambre andina o ecuatoriana de estos relatos. Cierto es que sólo algunos de ellos, como el que da título al volumen, Las voladoras -una especie de harpías, para entendernos-, el último, El mundo de arriba y el mundo de abajo y también Cabeza voladora están inequívocamente basados en las leyendas o religión propia del país de la escritora, mientras que Terremoto hace alusión a sus características geomorfológicas; los demás podrían desarrollarse lo mismo en Ecuador que en España, Estados Unidos o, yo qué sé, Escocia... Ahora bien, Ojeda se ha preocupado de poner algunas referencias a localidades u otros lugares de Ecuador para que situemos geográficamente sus relatos.
- En muchos casos, las protagonistas/narradoras muestran un grado mayor o menor, pero siempre evidente, de obsesión, que puede centrarse en algún suceso o elemento de su vida, presente o pasado, así como en acontecimientos que ocurran fuera de ellas pero que les afecte de forma decisiva, .
viernes, 10 de junio de 2022
Reseña a seis manos (+ entrevista): Carcoma de Layla Martínez
jueves, 30 de julio de 2020
Andrea Abreu: Panza de burro
Año de publicación: 2020
Valoración: Muy recomendable
Si despojásemos a Panza de burro de su ropaje de palabras (como si eso fuera posible) y la dejásemos en el esqueleto narrativo desnudo, correríamos el riesgo de subestimar esta novela. Decir, por ejemplo, que en realidad no cuenta casi nada: las pequeñas aventuras cotidianas de dos amigas (la narradora, de nombre desconocido, e Isora), en un barrio rural del norte de la isla de Tenerife a lo largo de un verano. Podríamos comparar la relación entre las dos amigas (la narradora, más tímida y parada; Isora, un torrente de energía y voluntad aunque con una corriente profunda de rebeldía y tristeza) con la creada por Elena Ferrante en su serie de novelas Dos amigas, por ejemplo; podríamos recordar otras muchas obras, películas o series que se desarrollan a lo largo de un verano y terminan cuando llega septiembre, u otras muchísimas que describen el final de la infancia, la pérdida de la inocencia, el despertar a la complejidad del mundo y a la sexualidad. Incluso podríamos hacer una referencia al (neo-)realismo o al naturalismo por el retrato del ambiente de pobreza en que se mueven los personajes, cierta tendencia a lo escatológico, o incluso por la reproducción del lenguaje coloquial y vulgar.
Pero nada de esto valdría de nada, porque, claro, es imposible e inútil separar una obra de su ropaje de palabras, y porque a partir de esos mimbres conocidos, Panza de burro se eleva (más allá de esas nubes bajas que aplastan a los personajes, se podría decir) hasta convertirse en una novela especial, cargada de belleza y sensibilidad, y sobre todo escrita con una voz narrativa particular y propia, brillante y luminosa.
Lo primero es la sensibilidad con la que el libro está escrito: resulta conmovedora la capacidad para crear poesía hasta en medio de, literalmente, la mierda; para indagar con delicadeza pero sin eufemismos en los pliegues de una amistad compleja y desigual, en el despertar a la sexualidad de las protagonistas (el deseo, la masturbación, las primeras experiencias compartidas) o en las desigualdades económicas y sociales del barrio y de la isla (el Sur como Eldorado al que vienen los turistas a dejar dinero y trabajo, las casas rurales para "estraneros"). Algunos capítulos de la novela, como "comerme a Isora" o "lo último que le queda a una" son pura poesía desatada, aunque en prosa; pero la misma poesía, mezclada con el humor y con la narración cruda aparece en todos los capítulos y en todas las frases del libro.
Un pequeño fragmento del capítulo "comerme a isora":
isora tenía los ojos verdes como un verdino verde como una mosca en agosto sobre el bocadillo de salpicón de atún en la playa de teno como una botella de vino vaciada la abuela de isora se enfadaba y le decía te vacio por dentro te vacio hoy bebo sangre tuya cachoputa isora tenía las tetas redondas y se le reventaron como la tierra cuando escupe una flor que primero pequeño luego grande la tierra de su pecho seca luego estrías la teta no le cabía en la piel y lloraba isora tenía pelos en el pepe y a veces se los afeitaba todos hasta el güeco del culo y le picaba el culo isora tenía un pelo negro tieso tupido como el cespe de mentira de las casas rurales en el pepe el pelo de isora olía a molino de gofio a almendras tostadas a pan bizcochado ver a isora llegar me hacía sentir tranquila como cuando escuchaba el potaje hirviendo a las doce y media [...]Y luego, el aspecto más comentado sobre la novela, su lenguaje, o mejor, su lengua, su dialecto, su habla: el español de Canarias, del norte de Tenerife, de dos niñas millenials que viven en un barrio del norte de Tenerife. Una voz libre, fresca y creíble que escribe como habla, con una oralidad que no suena impostada o artificial, que se nutre de la onomatopeya, del localismo, de las deformaciones fonéticas ("Sinson" por "Simpson", "méssinye" por "Messenger"), de los préstamos del inglés como shit o bitch, o de referencias culturales como las telenovelas, Corazón corazón o el grupo Aventura (que yo, como buen abuelete desfasado, no conocía). Es un lenguaje crudo y de apariencia espontánea (que sin duda tiene una buena carga de trabajo detrás), pero de una belleza y una fuerza innegables. Una voz tan original que a mí, como a la editora Sabina Urraca, también me ha dado envidia al leerla: me gustaría saber escribir así.
Otro fragmento, para dar idea del tono y el lenguaje del libro:
Doña Carmen, usté hace la sopa magi, la de sobre?, le dijo Isora a la vieja. No, miniña, por qué? Dice mi abuela que la sopa magi es sopa de putas. Ah miniña, pues no sé. Yo la sopa que hago la hago de las gallinas que yo tengo. Doña Carmen estaba virada de la cabeza pero era buena. Casi todo el mundo la despreciaba, porque, como decía la abuela, tenía cosas de guárdame un cachorro. Doña Carmen se olvidaba de casi todas las cosas, pasaba largas horas caminando y repitiendo rezados que nadie conocía, tenía un perro con los dientes de abajo salidos pafuera, salidos pafuera como los de un camello. Perro sato, perro sato, jala y que te cargue el diablo, le decía. A veces le posaba la mano sobre la cabeza con cariño, otras le gritaba juite, perro, juite, perro del demonio. Doña Carmen lo olvidaba casi todo pero era una mujer generosa. Le gustaba que Isora la visitara.
Como la propia autora ha dicho en algunas entrevistas, escoger esta voz también es un acto político, quizás no tan explosivo o tan corrosivo como las novelas y las entrevistas de Cristina Morales, pero también decidido y reflexionado: escribir desde el margen, desde fuera de lo canónico o lo estandarizado; desde la periferia de una periferia: no solo afincando la voz en las Islas Canarias, siempre fuera de todos los mapas, sino desde un barrio rural y pobre en una colina alejada de los centros turísticos del Sur de Tenerife. También es política la forma como se presenta la presión que se ejerce sobre las dos chicas (y también sobre chicos que no se adecúan a lo esperable de su género, como es el caso de Juanita Banana), para que adapten y modifiquen su lenguaje, su comportamiento y su cuerpo para ser aceptadas. No es casualidad que comer, cagar y vomitar ocupen tanto espacio en el texto: las niñas piensan constantemente en lo que comen, y en lo que evacúan (por un lado o por otro), y en cómo eso afecta a su imagen y a su encaje en la familia y en la sociedad.
Ahora que se recrudece la polémica porque a los actores andaluces o canarios les piden (exigen) que oculten su acento, pienso que en la literatura española, de formas más sutiles, también los escritores en general han (hemos) borrado nuestros acentos, no solo en sentido geográfico / dialectal, sino en un sentido más general. Escribimos como si nuestros padres o nuestros profesores nos mirasen por encima del hombro, haciendo tschk, tschk, tschk con la lengua cuando nos salimos del renglón. Hemos aprendido, con el peso insistente de la tradición y de la crítica, lo que significa "escribir bien" (usar muchos adjetivos, una cierta distancia irónica, frases con muchas subordinadas, yo qué sé) y ahora todos "escribimos bien" (unos más que otros, claro), y es raro encontrar quien se salga del patrón o, mejor, quien mande el patrón a tomar viento y escriba como si no existieran ni la tradición ni la crítica.
No me extraña por eso que los referentes que Andrea Abreu menciona sean latinoamericanos (Rita Indiana, Pilar Quintana, María Fernanda Ampuero, Aurora Venturini, Leila Guerriero), todas ellas escritoras: no solo por la posición geopolítica y geocultural de Canarias como puente entre España e Hispanoamérica, sino también porque la tradición literaria hispanoamericana han experimentado mucho más con las voces y las lenguas que componen el lenguaje oral del continente (mientras leía Panza de burro me acordaba por ejemplo Junot Díaz y su Oscar Wao); y porque las mujeres, tantas veces subordinadas o subalternizadas en el canon y la historia literaria, también han tenido que encontrar una voz propia, que no clonase la voz que los escritores hombres, y los críticos hombres, decían que era la forma correcta de escribir. (Recuerdo una reflexión de Aixa de la Cruz en este sentido en Cambiar de idea, que espero no estar malinterpretando).
Eso es lo que ha hecho Andrea Abreu en Panza de burro: borrar o ignorar la forma como se debe escribir literatura española, y escribir como si la lengua hubiera nacido ayer y estuviera todo por descubrir y por escribir. Como si no hubiera nadie mirando por encima del hombro. Por eso he disfrutado con su lectura como si estuviera descubriendo un lenguaje nuevo (y quizás es eso exactamente lo que estaba pasando). Porque es diferente, y rompe y refresca. Y porque da envidia y ganas de escribir.