miércoles, 15 de enero de 2014

Santiago Gamboa: Perder es cuestión de método

Idioma original: español
Año de publicación: 1997
Valoración: recomendable

Resulta curioso comprobar la evolución de un escritor a través de su obra. Aunque sea un juicio algo precipitado con solo leer tres novelas suyas, es algo patente leyendo esta novela que Santiago Gamboa publicó a los 32 años. Esta es una buena novela policíaca, con un estilo y unos personajes remarcables, aunque puedan achacársele ciertas reminiscencias algo propias del género: el investigador (aquí un periodista) dispuesto a sacrificar su vida personal en persecución de la verdad, las figuras algo estereotipadas de las mujeres que aparecen (novias resignadas, prostitutas en constante estado cercano a la redención, mujeres fatales y misteriosas), los malos (funcionarios corruptos, etc.), y esa especie de sensación espiral en la trama, tan propia del género tanto en su vertiente literaria como en la visual.
Pero esperaba más: me ha quedado muy claro que ésta es una obra de tanteo, una toma de contacto a través de un ejercicio de estilo, una fase previa antes de que el autor ampliase su espectro, incorporase todas las tonalidades a su paleta y se decidiera, con rutilantes resultados, por obras más ambiciosas. Así, le he encontrado defectos completamente excusables a Perder es cuestión de método: una duración excesiva, una confluencia algo confusa de personajes, como si todo el mundo (casi todo el mundo) tuviera algo que esconder o algún motivo por el que suscitar sospechas.
La trama: en unos primeros capítulos de vértigo, un cadáver es encontrado empalado a orillas de un lago. Nada se sabe de su identidad y el cruel método utilizado para el asesinato induce a pensar en un crimen con mucho trasfondo. Silanpa, periodista de investigación, se emperra en descubrir por su cuenta: se olvida de su vida, de su relación con Mónica, deja de lado su ya bastante desordenada vida, obsesionado por el caso en que se encuentra sumido. Pronto surgen las sospechas y los intereses que andan detrás del caso empiezan a manifestarse. Alejado de la clásica trama de narcotráfico y crimen organizado, el desenlace vira hacia intereses económicos y políticos, algo que hoy en día resulta algo estereotipado.
Recomendable, sobre todo, como iniciación a los que sienten curiosidad por el autor y quieren, en un recorrido que yo he hecho al revés, comprobar su evolución. Para los que venimos de los espléndidos ejercicios de novela total que son sus obras más recientes, la palabra decepción no sería justa. Simplemente su radio de alcance es, no sin cierta lógica, más limitado.

También de Santiago Gamboa en UnLibroAlDía: El sindrome de UlisesPlegarias nocturnas

martes, 14 de enero de 2014

Colaboración: Limónov de Emmanuel Carrère

Idioma original: francés
Título original: Limónov
Año de publicación: 2011
Traducción: Jaime Zulaika
Valoración: Muy recomendable
Esta biografía novelada del escritor ruso Eduard Limónov ha sido uno de los acontecimientos literarios en España en el 2013, así como lo fue (o quizás porque lo fue) en Francia en el 2011, donde además recibió una buena ración de premios, entre ellos nada menos que el “Prix des prix”, el premio al mejor de los libros premiados ese año (¿se imaginan algo parecido aquí? Habría que elegir entre el Planeta, el Nadal, el Biblioteca Breve, el Primavera…. En fin, mejor no demos ideas).

El autor, Emmanuel Carrère, tras reencontrar a Eduard Limónov como opositor a Putin, habiéndolo conocido años atrás como escritor trasgresor en Paris, interesó por su azarosa trayectoria y decidió contárnosla. Una buena idea, sin duda; primero, porque la vida de escritor-delincuente-guerrillero-político-agitador de Limónov da no sólo para una estupenda biografía, sino que ésta prácticamente se escribe sola (más aún cuanto que, al parecer, el propio Limónov ya se había dedicado a contar en sus libros todos sus avatares, con profusión de detalles escabrosos, pues se trata de uno de esos autores que escriben básicamente sobre sí mismos). En segundo lugar, fue una buena idea porque a Carrére le ha salido un libro absorbente, vibrante, que se lee de una sentada y se echa de menos cuando termina. Y no sólo por lo insólito o aventurero del protagonista, sino por el mundo que retrata: una Unión Soviética más gris, cutre y doméstica que opresiva, pero también vital, orgullosa de sí misma… (¿quizá esa vitalidad  fuera consecuencia de la juventud, no del entorno que envolvía al personaje?). Una Rusia en permanente “zápoi” (se explica muy bien lo que es en el libro), estupefacta tras su penúltima debacle. Y un Occidente veleidoso y cruel, bajo su opulencia decadente…

La única pega a esta biografía, por ponerle alguna, es la excesiva injerencia, a mi juicio, de la figura del autor y sus circunstancias (en la línea de otros escritores franceses, como Houellebecq o Beigbeder, pero  también Laurent Binet en “HHhH”). Tal vez lo haya hecho para resaltar así el origen proletario de Limónov y su férrea voluntad de convertirse en alguien, en un héroe o una estrella (aunque sea del fracaso), a costa de todo tipo de aventuras y peripecias, frente a su propia y aburrida vida de hijo de la burguesía intelectual, él mismo escritor de gran éxito, además… (casi llega a dar pena, el pobre). Aunque, ciertamente, esta presencia un poco chapucera del propio Carrère nos sirve para encontrar dónde está el intríngulis de la historia, que aen mi opinión, trata de la oposición (o complementariedad) entre la creación de una obra literaria (que es lo que hace Carrère) frente a la creación  (o autocreación) de un personaje literario ,que es lo que hace Limónov, ya desde un principio, desde que es un jovenzuelo que decide ser no ya un bandido, sino el rey de los bandidos, no sólo un poeta, sino el más grande de los poetas, no sólo político, sino el salvador de todo un país... (y eso, para acabar pasando a la Historia, tal vez, como el protagonista de un libro… escrito por otro).

Y si bien su figura nos puede parecer incluso irrisoria o infantil (sobre todo en sus escarceos bélicos), ególatra, fanfarrona, oportunista… seguramente reflejo de una personalidad acomplejada, no deja de poseer también cierta grandeza de espíritu (incluso mucha, en ocasiones, según nos trasmite su biógrafo); y aunque le intuyamos más bien vacuo y algo gilipollas, no deja de caernos bien, el tipo, pese a que por momentos nos parezca un trasunto mal fotocopiado de Johnny Rotten o Boris Vian, de Trotsky o incluso el Brad Pitt de “El club de la lucha”. O un místico de tres al cuarto, futuro gurú en la meseta de Altai. La biografía, si ésta era su intención, resulta eficaz: al final del libro, uno le ha cogido cariño al tal Limónov, se promete no perderle de vista y siente curiosidad por leer alguno de sus libros. A ver si, encima va a resultar no ser un mal escritor, y todo.

En resumen, una lectura muy recomendable. Y ante todo, muy adictiva.

También de Emmanuel Carrère en ULAD: Aquí

Firmado: Juan G. B.

lunes, 13 de enero de 2014

Walter de la Mare: El regreso

Idioma original: inglés
Año de publicación: 1910
Título Original: The Return
Valoración: Recomendable 

Imaginad que salís a dar un paseo, que, por casualidad, acabáis en un cementerio y que (vale, esto es mucha casualidad, pero oye, puede pasar) accidentalmente echáis una cabezada sentados frente a una tumba. Imaginad también que despertáis, volvéis a casa y al llegar descubrís en el espejo no vuestro reflejo, sino el de otra persona. Inquietante, ¿no? Pues eso es exactamente lo que le ocurre a Lawford, un hombre corriente que un día sale a pasear y vuelve con una cara ajena.

El protagonista de nuestra historia debe no sólo aceptar que ya no es quien era (o sí, pero sin duda debe acostumbrarse a parecer otro), sino que debe enfrentarse a su mujer, a su hija, a sus empleados y a sus amigos e intentar explicarles que, a pesar de lo que ven, él es quien dice ser y no un impostor. Como esto, obviamente, es extremadamente difícil de creer, Lawford no ve más salida que intentar descubrir por qué le ha ocurrido lo que le ha ocurrido y cómo puede salir de ese entuerto antes de que su familia lo abandone o avise a la policía.

Considerada una de las mejores obras de De la Mare, El regreso es no sólo una novela fantástica, entretenida y algo gótica (aunque no tanto como sugiere su cubierta), sino que es una acertada reflexión acerca del destino, de las relaciones interpersonales (sobre todo, del amor) y, especialmente, de todo aquello que nos hace ser quienes somos. Una recomendable lectura, en definitiva, que nos hará dar vueltas a más de una cuestión en la que seguramente no nos habíamos parado antes a pensar.

domingo, 12 de enero de 2014

Italo Calvino: Seis propuestas para el próximo milenio

Idioma original: italiano

Título original: Six Memos for the Next Millennium (traducción al italiano: Lezioni americane: Sei proposte per il prossimo millennio)

Año de redacción: 1985

Valoración: Muy recomendable

Esta ensalada de idiomas puede resultar un tanto confusa, así que empezaré por explicar cómo se gestó el texto.

En 1984, este escritor recibió, por parte de la Universidad de Harvard, el encargo de elaborar y dictar un ciclo de seis conferencias, que integrarían el contenido de la prestigiosa cátedra Charles Eliot Norton Poetry Lectures –ocupada anteriormente por mentes tan prestigiosas como T. S. Eliot, Octavio Paz o Borges– durante el curso académico siguiente. El tema, que se deja a la elección de los ponentes, apuntaba a los valores literarios que debían obtener prioridad en un futuro. En opinión del autor estos valores eran tantos como ocho –e incluso había titulado la octava conferencia–, como bien explica su esposa en el prólogo. En el verano de 1985 había escrito cinco de ellas –en su versión italiana, aunque pensaba traducirlas al inglés–, y compuesto el título en este último idioma ya desde un principio. Se llamaron Levedad, Rapidez, Exactitud, Visibilidad y Multiplicidad; la sexta hubiera sido Consistencia. Aunque no podemos estar seguros de cual hubiera sido la versión definitiva, se supone que las modificaciones habrían afectado en todo caso a la estructura y el contenido se habría mantenido prácticamente inalterable. Calvino murió de un ictus cerebral en septiembre, pocos días antes de la fecha prevista para su viaje a E.E.U.U.

Los cinco capítulos en que se divide el libro resultante se caracterizan por una gran erudición –y, consecuentemente, cierto hermetismo–, por manifestar la insaciable curiosidad que presidió la vida su autor, por la elección de un puñado de obras significativas y de párrafos en que apoyar su discurso y proceder por acumulación antes que por adición de argumentos.

También resulta ser una constante de este libro considerar el opuesto de cada uno de los rasgos mencionados como una cualidad igualmente válida. En el apartado Levedad, por ejemplo, el peso no es reprobable: 
… así como no podríamos admirar la levedad del lenguaje si no supiéramos admirar también el lenguaje dotado de peso

Pero a él personalmente esa especie de estado gaseoso, de materia flotante en la escritura, tanto en forma como en contenido, le ha liberado del tiránico peso de la historia. La mitología le sirve, en este caso, de ejemplo para expresar lo que quiere decir, pero también la etérea condición de la informática y, cómo no, Milan Kundera. Adjudica a poetas y filósofos esa levedad del pensamiento que concreta en lo móvil, lo espiritual y lo luminoso, en las imágenes flotantes y etéreas que ha proporcionado la literatura.

En el apartado de la rapidez que, según reconoce, abunda en su propia obra más que su contraria, cita fábulas y antiguas leyendas, a Galileo, a Borges, o se refiere al relato oral, textos todos que, en solo unas cuantas frases, pueden condensar toda una vida. Las tramas que van, directas como un rayo, al desenlace, son rápidas, las que admiten digresiones, como suele suceder en las novelas, constituyen ejemplos de lentitud. Las virtudes de la exactitud en literatura resultan obvias para todo el mundo. En este caso, el opuesto, salvo en poesía –ejemplificada aquí por Leopardi–, no tiene demasiado que ofrecer. Calvino clama contra la imprecisión, el lenguaje rutinario y plano, plagado de vocablos todo-terreno que parecía haberse adueñado de los textos más recientes de la época. La visibilidad es una cualidad de lo fantástico que necesita de la imaginación para materializarse. Las dos funciones de esta, ampliar nuestros conocimientos e indagar en el campo de las posibilidades, se complementan entre sí. Pero hoy día acumulamos demasiadas imágenes, y lo peor es que están fabricadas de antemano impidiéndonos la posibilidad de asociarlas libremente a no ser que empecemos a educar nuestra propia facultad de crearlas. La multiplicidad del artefacto literario sirve para reflejar la complejidad del mundo y mostrar la totalidad del saber humano estableciendo con orden y exactitud las relaciones entre los diferentes elementos según el modo que tiene cada autor de concebirlas. Esa es la aspiración de la novela que el siglo XXI debería recoger y que se propusieron explícitamente tanto Georges Perec en La vida instrucciones de uso como el propio autor en Si una noche de invierno un viajero y El castillo de los destinos cruzados.

Por supuesto, no es esta una obra que vaya a gustar a todo el mundo, pero a mí me ha parecido una delicia sumirme en ese conjunto de ideas dispersas, reflexiones, fragmentos literarios, frases cargadas de poesía, especulaciones y divagaciones que dibujan para el lector de hoy la más que definida personalidad de Italo Calvino.

Del mismo autor: Aquí

sábado, 11 de enero de 2014

Juan Gabriel Vásquez: Las reputaciones

Idioma original: español
Año de publicación: 2013
Valoración: recomendable

Juan Gabriel Vásquez es uno de los escritores Latinoamericanos actuales que más repercusión ha tenido en España en los últimos años, gracias a novelas como Historia secreta de Costaguana (un novelón sobre un tema que ahora vuelve a estar de actualidad: la construcción del Canal de Panamá) o El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara de Novela 2011). Las reputaciones, comparada con Costaguana, es desde luego una novela más pequeña y más íntima: más individual, aunque el alcance de su mensaje sea colectivo.

En Las reputaciones, Juan Gabriel Vásquez nos presenta la figura de Javier Mallarino, un caricaturista en la prensa colombiana ya en los últimos momentos de su carrera profesional, gracias a la cual ha ganado fama, la notoriedad, el reconocimiento, pero también numerosos y poderosos enemigos. Y precisamente el día en que recibe un homenaje público oficial, deberá enfrentarse al recuerdo de un momento de su pasado que preferiría olvidar.

No cabe duda de que esta novela aborda temas muy interesantes: el modo en el que se construye y se destruye una reputación pública; los juegos de intereses que relacionan a la prensa y a la política; la elaboración individual y colectiva de la memoria; la manipulación del pasado... No cabe duda tampoco de que, aunque lo que se cuenta es una historia individual, la obra tiene algo de parábola sobre la historia reciente de Colombia (y de cualquier país), en la que la historia oficial reflejada en conmemoraciones y estatuas oculta casi siempre capítulos mucho menos memorables.

Las reputaciones es una novela breve bien llevada, que gana en su segunda parte y se pierde un poco en la tercera. Se lee en una o dos tardes y resulta, de hecho, muy entretenida de leer. Sin embargo, tengo con esta novela dos sensaciones que podrían parecer contradictorias, pero que creo que no lo son: la primera sensación es que Juan Gabriel Vásquez podría haber sido más ambicioso, haber profundizado más en los conflictos (individuales y colectivos) que plantea la novela, y que en el texto tal y como está se resuelven prácticamente solos; la segunda sensación es que hay momentos en que el autor se extiende demasiado, explica demasiado, como si un relato largo se hubiera estirado hasta convertirse en una novela corta.

No he leído El ruido de las cosas al caer, de la que sin embargo no me han hablado demasiado bien; esta, desde luego, no iguala la impresión que me dejó Costaguana, un auténtico novelón. Esperemos que en el futuro Vásquez sea capaz de volver a ofrecernos una obra de ese calibre...

También de Juan Gabriel Vásquez en ULAD: Historia secreta de Costaguana

viernes, 10 de enero de 2014

James Thurber: La vida secreta de Walter Mitty

 Idioma original: inglés
 Título original: The secret life of Walter Mitty
 Fecha de publicación: 1942
 Valoración: Recomendable

 Lancemos una pregunta al aire: ¿Se puede hacer una película de más de dos horas inspirándose en un relato corto, y cuando digo corto, digo de unas tres cuartillas? Pues parece ser que sí, y si no, vean La vida secreta de Walter Mitty,la película de estas Navidades a pesar de que durante todo su metraje no se vea ni un solo Papá Noel ni la sombra de un abeto engalanado. Debemos conformarnos con contemplar a Ben Stiller (también su director) viajando por paisajes poco agradecidos en busca de un negativo que presuntamente tiene el tío-interesante que interpreta el gran Sean Penn (que da miedo/ternura/cachondeo a su antojo).

 Es el buen rollo que transmite o pretende transmitir, lo que la hace digna de esta etiquetita. Pero no me liaré a hablar del film (sólo decir que me lo he pasado muy bien viéndolo: es un digno y entretenido producto aunque no sea lo que vulgarmente conocemos como "un peliculón"). Porque como supondrán, aquí estamos para hablar del cuento del que lo han sacado. Quizás ya lo hayan oído, pero La vida secreta de Walter Mitty, escrito por el estadounidense James Thurber en la década de los 40, dio nombre al llamado síndrome de Walter Mitty, uséase, la tendencia a soñar despierto para evadirse de la realidad con una frecuencia preocupante. Cuando supe de esto, yo mismo llegué a pensar que soy un enfermo leve de la curiosa dolencia, pero sigamos...

 Se dice, se cuenta, que Thurber perdió un ojo de crío jugando a Guillermo Tell, y que el quedarse tuerto a una edad tan temprana no hizo sino aumentar aún más su tendencia a inventar historias de forma contínua. También corre la teoría de que su limitación ocular le provocaba alucinaciones visuales que hacían más poderosas sus ficciones. La vida secreta de Walter Mitty es una de las creaciones más celebradas de Thurber (ya es hora de decir que aparte de la película de Stiller, hubo otra, en 1947, con el cómico Danny Kaye y la bomba de Virginia Mayo como estrellas).

El relato se inicia en un bombardero, con su bravo piloto luchando contra una violenta tormenta. Pero enseguida su inminente hazaña es interrumpida por una dominante voz femenina. Es la mujer de Mitty,el tío que está flipando a plena luz del día mientras hace compras con su señora. El choque de la sublime ficción con la grotesca realidad es, así, inmediata... Y habrá más choques de este calibre, claro que sí, y presenciaremos cómo el anodino, gris y machacado por su mujer Walter Mitty, se evade de su árida existencia poniéndose en el pellejo de pilotos de guerra, intrépidos juristas o héroes condenados a muerte...

El cuento se lee en tres suspiros y es una delicia, sobre todo, porque nunca sabemos hasta que punto Mitty está alucinando de forma consciente o es un pobre ser desorientado y atrapado, Dios sabe por qué, en mitad de dos mundos que le reclaman con igual fiereza. Y todo el relato está rociado de un sirope agridulce, más agrio que dulce, que en su película, Stiller sólamente insinúa durante unos segundos, al principio,y que estoy seguro de que casi no existe en la versión viejuna.

Por cierto, muy cuidada la edición de Acantilado que ha caído en mis manos, que contiene más cuentos de Thurber que aún no he leído. Traducción a cargo de Celia Filipetto.

jueves, 9 de enero de 2014

Joseph Roth: Fuga sin fin

Idioma original: alemán
Título original: Die Flucht ohne Ende
Año de publicación: 1927
Traducción: Juan Luis Vernal
Valoración: recomendable

Los primeros párrafos de Fuga sin fin parecen irnos a sumir en una especie de epopeya trágica de aires tolstoianos. Y no iríamos desencadenados, pero resulta que Roth no es un escritor de tono tan solemne. Pronto los engaños de Franz Tunda, protagonista absoluto del libro, combatiente austriaco abandonado en Rusia en ese histórico momento entre la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa, revelan un cariz más acanallado, más de superviviente por naturaleza. Entonces es cuando nos damos cuenta de que hasta obras consideradas menores de algunos grandes escritores tienen un cierto potencial. Sí: poco importa que sea una pequeña comarca o toda la fría y desolada Europa posterior a la I Guerra Mundial la que haya que atravesar para salvar el pellejo. La cuestión es llegar a casa, sea ésta un país desaparecido o desmigajado y albergue ésta un futuro poco o nada halagüeño. La cuestión es vivir, disfrutar de un presente mucho más cierto que ese futuro lleno de incógnitas. Y tengamos en cuenta que el libro es escrito en 1927, equidistante entre el inicio de los dos grandes conflictos,
Así es como Tunda cambia de identidad y se apunta a lo de la Revolución. Se integra sin demasiada convicción, parece disculparse continuamente por un origen burgués. Pero no tarda en hartarse, y quiere averiguar cómo es el mundo que el conflicto ha dejado atrás.
Aunque me da la impresión de que en ese momento la novela pierde fuelle. No cuadran las fechas y esa década de la vida de Tunda se vuelve confusa y algo inverosímil. De repente lo vemos al borde de la miseria y de repente los vemos alternando con gobernantes. La segunda mitad del libro, la del desencanto de la Revolución y su periplo por las cenizas de la Europa devastada, resulta, sin pérdida de valor literario, algo confusa, en el aspecto narrativo. No se alcanza a ver si esto es un recurso, pero los hechos suceden de una manera que nos desorienta. Tantas cosas y tantos lugares en tan poco tiempo, y tantas dudas de cuál de esos pasados que acumula es aquel al que quiere regresar. Franz Tunda es otro de esos personajes que he encontrado en cada obra de Roth que he leído. Una especie de outsider extemporáneo, un individuo cautivo de sus paranoias y debilidades. Seres que se debaten entre situaciones extrañas y alucinadas, herederos de algunos detalles de las obras de Kafka y a la vez anticipos de una suerte de existencialismo bohemio y algo turbio. Aclaro que el valor de la prosa y ese poderoso arranque ganan la partida y decantan la balanza. Pero a pesar de su convivencia temporal con algunas de sus mejores novelas, las palabras obra menor retumban en mi cabeza.