Título original: Nanshoku Ōkagami (男色大鏡 )
Traducción: Carlos Rubio
Año de publicación: 1687
Valoración: muy interesante
Título original: Nanshoku Ōkagami (男色大鏡 )
Traducción: Carlos Rubio
Año de publicación: 1687
Valoración: muy interesante
Año de publicación: 2022
Valoración: Muy interesante
Empiezo por el final: me ha gustado mucho este librito. A veces es reconfortante leer a profesionales de un determinado sector ajeno a nuestro trabajo o aficiones más marcadas, sirve para abrir la mente hacia realidades de las que desconocemos casi todo y valorar puntos de vista en los que seguramente no habíamos reparado. En esta ocasión se trata de un libro relacionado con la arquitectura (ojo, Beatriz, esto te puede gustar), concretamente con la construcción de la Casa Gehry, la vivienda del propio arquitecto canadiense, hoy tan famoso, cuando era para casi todo un mundo un perfecto desconocido.
Gehry y su esposa habían decidido mudarse a Santa Mónica, y fue ella, la esposa, quien localizó una casa que consideró idónea, un caserón sin estilo demasiado definido, algo más bien anodino y similar a las viviendas de los vecinos. Para el joven arquitecto (véase en la foto con el bigote) la elección debió suponer o bien un shock por la vulgaridad de la construcción, o quizá un subidón pensando lo que podría hacer para aplicar sus ideas sobre aquel edificio. Porque el mantenimiento de la vieja casa, la elegida, debía ser una condición no negociable. Así que Gehry se puso a pensar cómo mejorar aquello.
La solución, aparentemente salomónica, fue mantener el caserón original y revestirlo con algo más interesante. Así que se decidió por añadirle una especie de cerramiento discontinuo (algo que recuerda a alguna de las cajas vacías de Oteiza), utilizando materiales baratos, incrustarle un cubo de vidrio y despojarle de buena parte de los acabados para dejar vista la estructura portante de madera. Es decir, una casa dentro de otra, generando un diálogo entre ambas, y renovando el carácter del conjunto a base de integrar materiales diversos y crear espacios comunes. Dicho sea todo ello desde el punto de vista de lo que el profano, es decir, yo mismo, ha podido sintetizar a partir de lo que cuenta el libro.No hay en el texto apenas descripciones técnicas, pero sí reflexiones muy interesantes sobre la forma de imaginar y diseñar semejante rareza. Por ejemplo, la influencia de anteriores proyectos en los que Gehry había trabajado, como la Casa Davis (otro ejemplo de casa circunscrita en una especie de contenedor) o algunos centros comerciales, a cuyo origen y funcionalidades dedica el autor algunas páginas de gran interés. O la necesidad, desde el punto de vista conceptual, de que esa dualidad entre el viejo edificio y su nuevo revestimiento sea percibida tanto desde el exterior, que es lo más evidente, como desde el interior.
Lo más divertido es sin duda la indignación de los vecinos de un barrio tan apaciblemente burgués al contemplar esa cosa extravagante donde antes había un tranquilo caserón, seguramente tan parecido al suyo. Dice Navarro que lo más insoportable debió ser observar la vieja casa rodeada y perturbada de forma tan violenta, como si se tratase de un conocido torturado a la vista de todos.
De hecho, en mi condición de simple curioso y lector raso, a la vista de las fotos de la Casa Gehry (unas cuantas incluidas en el libro), el invento me parece original, sí, pero francamente feo. Como tampoco, vistos los interiores, me parece una casa demasiado apetecible para vivir. Así que su evolución posterior, que también se cuenta, fue un progresivo y yo diría inevitable proceso de descafeinado, ajustando volúmenes, retocando paramentos y sustituyendo materiales para cambiar un poco menos de arte por algo más de confort. El autor, que me parece muy profesional pero también muy razonable, lo argumenta de forma impecable:
‘Toda obra inaugura un espacio de posibilidades que con el tiempo se van matizando, las soluciones se ponen en entredicho, las limitaciones funcionales se van consolidando, el entusiasmo va decreciendo, y la casa es empujada a una nueva mutación’.
Porque, señores, la casa le proporcionó a Gehry un prestigio que después no ha hecho más que aumentar, pero a fin de cuentas era una vivienda en la que supongo que cada día había que levantarse, desayunar y hacer todas esas cosas rutinarias que llenan nuestros horas. Y vivir en una obra de arte quizá no era la mejor idea.
«(…) de qué manera comienza la representación de lo irrepresentable, de lo invisible: cómo se da forma a ese fantasma, a lo que no puede nombrarse, pero que sin embargo, al mismo tiempo, es necesario transmitir para que esa imagen difusa se vaya construyendo desde la negatividad, desde el odio (…)»
Título original: On boxing
Traducción: José Arconada
Año de publicación: 1987
Valoración: Muy interesante
Si digo que mi primer Murakami fue De qué hablo cuando hablo de correr (o sea, nada de novela), y que mi primer –y único- Octavio Paz no fue un poemario sino un ensayo sobre arte (Apariencia desnuda), sorprenderá menos que mi primer Oates haya sido un libro sobre boxeo. Por lo visto, Joyce Carol Oates, con una buena lista de títulos reseñados en este blog (ver abajo), heredó de su padre la afición por el boxeo, algo bastante infrecuente en una chica, y parece que la ha mantenido incluso más allá de la publicación de este libro (1987) porque, por lo que he visto, hay alusiones a este deporte en algunas de sus muchas novelas.
Siempre que se habla del boxeo (algo a lo que he llamado deporte, pero entiendo que haya quien no trague con ello) surgen posiciones más o menos airadas, calificándolo de brutalidad, salvajada, apología del machismo, y cosas así. Creo que hoy en día hay realmente muy pocos aficionados, la mayoría entusiastas, eso sí, pero es algo que, salvo en círculos muy reducidos, parece llamado a la irrelevancia social si no a su extinción. Por eso creo que este es un libro muy oportuno, quizá no tanto para reivindicar eso que se llamó el noble arte, pero sí para encontrarle otras perspectivas más allá de tópicos y simplificaciones.
No encontraremos aquí ni una palabra de técnica boxística, algo que seguramente a casi nadie interesa ya, aunque estoy seguro que la autora conoce con detalle. Tampoco nada, o casi, en torno a la leyenda negra, o mejor diríamos la realidad negra de ese backstage siniestro que todos tenemos más o menos interiorizado: corrupción, promotores de avaricia insaciable, manejos de los bajos fondos, dopaje, tongos. A la autora no parecen interesarle estas cuestiones, que deja de lado por demasiado conocidas o voluntariamente ignoradas. Se adentra sin embargo en otros aspectos más complejos y mucho más interesantes.
Al margen de que hablemos o no de un deporte (que doña Joyce más bien parece concluir que no), lo deslinda claramente de otras disciplinas que de alguna manera recrean las emociones de los juegos infantiles. Aquí no existe esa evocación lúdica sino el reflejo de un impulso homicida primario, una forma de lucha por la supervivencia que no solo se manifiesta en los púgiles sino que se extiende al público que vocifera alentando el castigo. El boxeo es también un ritual con sus formalidades litúrgicas (el desprenderse del batín, el ring con sus doce cuerdas, los saludos, el lanzamiento de la toalla) y una recreación de la pugna por el dominio de la manada. En este sentido, es incontestable su carga sexista, por mucho que en tiempos recientes haya quien corriese a reivindicar el boxeo femenino.
Se detiene también Oates en algo bien conocido, como es la baja extracción social de los boxeadores, al menos desde principios del siglo XX. Es casi un tópico pensar en el púgil de barrio desfavorecido, un chaval (en EE.UU. casi siempre de etnias marginadas) quizá enredado en la delincuencia, con una familia desestructurada, que busca salir del pozo a la vez que descarga su ira en el cuadrilátero. Pero lo analiza la autora, como casi todo en el libro, desde una perspectiva bastante diferente y mucho más profunda: la rabia del joven castigado por la vida puede ser lo que le empuja a pelear, pero la furia es un desperdicio de energía, poco aconsejable para un buen boxeador si no se canaliza correctamente mediante la técnica y la estrategia. El boxeo viene así a ser la formulación civilizada de esa violencia latente (o no tan latente), su sometimiento a reglas y a la autoridad superior de un árbitro. No es por tanto una metáfora de la vida, como tantas veces podemos escuchar. Es algo distinto de cualquier otra actividad, que aglutina aspectos de muchas de ellas y tiene sus propios parámetros.
Pero no solo se extiende Oates en los aspectos sociológicos o antropológicos de tan singular actividad. Con numerosos testimonios de protagonistas y referencias a combates clásicos, profundiza por ejemplo en la capacidad de sufrimiento, la facultad de encajar sin ser vencido como arma fundamental para esperar el momento preciso de un ataque definitivo. Y en relación con el sufrimiento, no podía faltar una profunda reflexión en torno a la muerte como posible desenlace, no teórico, sino dramáticamente real. Cualquier aficionado al boxeo, por mucho entusiasmo que lleve consigo, tiene siempre un momento de duda al plantearse que uno de los contendientes puede perder la vida. Es lo que sitúa al boxeo siempre alrededor del límite de lo civilizado, de lo humanamente admisible, a veces ligeramente dentro y otras clamorosamente fuera, y la autora tampoco deja de cuestionarse con crudeza este dilema.
Se podrá decir que todo esto es filosofar sobre algo muy obvio, que no merece la pena darle tantas vueltas y buscarle tanto contenido a una cosa tan bestia, que esto es una animalada y que debería estar prohibido y chispún. Bien, es una opinión respetable, pero si uno no está en un planteamiento tan irreductible, tiene alguna curiosidad por lo que ocurre entre esas doce cuerdas y por cómo se puede reflexionar sobre ello con mucho sentido y expresarlo con rigor e inteligencia, el libro me parece una opción muy válida.
«Oh, hermoso país, el de los horizontes espaciosos, el del ambarino oleaje del trigo, ¿existe otro lugar en el mundo donde tanta gente rica y poderosa haya costeado y soportado tal cantidad de arquitectura que detesta como el que abarcan nuestras benditas fronteras?»
«Su Vers une architecture fue la Biblia. Hacia 1924 era uno de los genios imperantes de la nueva arquitectura. En su mundo era… ¡Corbu!, del mismo modo que Greta Garbo era ¡la Garbo! en el suyo; y todo por la energía de sus manifiestos, su fervor y un puñado de casitas (...)»
«En Yale, después de una de las apabullantes intervenciones de Fuller, los estudiantes de arquitectura cayeron en un extático trance de acción rebelde y colectiva. Construyeron una enorme cúpula geodésica de riostras de cartón y la colocaron en lo alto de Weir Hall, el edificio neogótico de piedra gris de la escuela de arquitectura, mientras desafiaban al decano a que se atreviese a hacer algo al respecto. No lo hizo y la cúpula se fue pudriendo poco a poco.»