Año de publicación: 2021
Valoración: Recomendable alto
Nueva Orleans es una ciudad que puede sonarnos a unas cuantas cosas: multiculturalidad, ambiente festivo, Bourbon Street, el Barrio Francés, movimientos alternativos, vudú, pero quizá sobre todo música. Pasa por ser la cuna del jazz, del rhythm and blues, pero también el escenario de los desfiles tras las brass bands, el cajún, todo reunido, remezclado diríamos, y alimentado por el sincretismo con ritmos caribeños y africanos. La síntesis de la cultura negra en una ciudad que es un poco una isla que se resiste a la bota del supremacismo blanco-anglosajón, que la observa con desconfianza y no consigue someterla, aunque poco menos que la abandone a su suerte frente a las consecuencias de un huracán, el Katrina, recuerden, que es también otra referencia inevitable.
Todo esto que, dicho así de rápido ya lo sabe todo el mundo, lo explora con detenimiento y testimonios directos Jacobo Rivero en Bulbancha. Por aquí pasan semblanzas o entrevistas con músicos que cuentan su experiencia, en algunos casos reciente, como Leyla McCalla, otros más veteranos, como Dr. Michael White o Cole Williams, o que se cuentan entre los pioneros, como Sweet Emma Barrett y por supuesto Louis Armstrong. O mil nombres más, que nacieron o recalaron o se hicieron famosos aquí, en una atmósfera de creatividad que acabó extendiéndose por todo el mundo.
Disfrutarán desde luego los fans de este tipo de sonidos leyendo acerca de muchos de sus nombres más ilustres, pero hay más, tanto en la música como fuera de ella. Explica el libro, sin necesidad de ponerse exhaustivo o académico, cómo se va formando esa amalgama a base de aportaciones dispares: desde las canciones de los esclavos que conservaban sus raíces africanas, hasta los emigrados de Haití y Cuba, que a su vez sumaban diferentes influencias caribeñas. El mix cultural impregna la ciudad, no solo en garitos célebres o anónimos que ofrecen directos por todas partes, sino en la misma calle, donde pueden verse cosas a primera vista tan extravagantes como los jazz funerals, o las secondlines, siempre música en vivo, participativa, desinhibida y festiva.
Pero decía antes que no todo es música. Este gran movimiento cultural, que tiene como referente su carácter libre e interracial, y origen en los barrios más pobres, se extiende a otras actividades, eso que los americanos llaman acción comunitaria, y que tiene menos que ver con la política a la manera europea que con una especie de auto-organización en favor de los derechos sociales. Así encontramos una interesante historia sobre el Black Panther Party a través de una entrevista con Malik Rahim, uno de sus líderes, o un capítulo dedicado a la emisora local WWOZ, siempre abierta a los artistas locales y elemento cohesionador de la cultura local.
El racismo estructural sobrevuela todo el libro, todos sus testimonios, desde los más antiguos, cuando a músicos incluso célebres se les cerraban puertas de hoteles solo para blancos, a los episodios más recientes de violencia policial (siempre presente), que dieron lugar al todavía vigente movimiento Black Lives Matter. Resulta estremecedor revisar situaciones de segregación que llegaban incluso al Ejército, y conocer cómo tuvo que ser en las Brigadas Internaciones que llegaron a España cuando por primera vez un negro dirigió una compañía formada mayoritariamente por blancos. El estigma de la raza, prolongado durante tantas décadas, ha generado lazos de solidaridad y sentimiento de comunidad que no solo reúnen a los negros, sino a todos los que de una u otra forma son desplazados del sistema (nativos americanos, hispanos, mestizos, blancos sin recursos), y de vez en cuando provoca chispazos de violencia y rebelión, que casi siempre quedan en nada. Muy poco a poco se va ganando terreno, pero queda todavía mucho camino por recorrer.
El caso es que la gente se lo monta como puede, pero consigue mantener el apego a la vida a través de la música y el encuentro con los vecinos y quienes quieran acompañarles. El ritmo y las prioridades son diferentes, como lo muestra esta anécdota del trompetista Kermit Ruffins:
‘A uno de sus conciertos en el Vaughan´s acude Elvis Costello: terminada la actuación, y mientras el trompetista se fuma un canuto, le sugieren que quizá sea bueno acercarse a Costello para salir de Nueva Orleans y darse a conocer. Entre la opción de la fama y seguir disfrutando con sus colegas de barbacoas, hierba y actuaciones locales, prefiere lo segundo, así que pasa de acercarse al bueno de Costello’.
Supongo que parte de todo esto habrá ido siendo absorbido, y quizá prostituido, por el turismo y los intereses de las grandes compañías que siempre huelen el negocio. No lo dice Jacobo Rivero, pero aunque así fuera parece, por lo que cuenta, que aún se mantiene en pie cierto espíritu que podríamos llamar de autenticidad, el carácter de esa ciudad que más que norteamericana es ‘el norte del Caribe’, que es consciente de ser tierra de aluvión y que acepta encantada seguir sumando influencias y mestizaje, siempre sin perder su raíz.
Y por lo que nos cuenta Rivero, parece que la huella que de todo esto queda en la gente es importante porque, como dice uno de los personajes que circulan por este interesante libro, tú ‘no vives en Nueva Orleans, Nueva Orleans vive en ti’.