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jueves, 13 de abril de 2023

Jacobo Rivero: Bulbancha

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2021

Valoración: Recomendable alto


Nueva Orleans es una ciudad que puede sonarnos a unas cuantas cosas: multiculturalidad, ambiente festivo, Bourbon Street, el Barrio Francés, movimientos alternativos, vudú, pero quizá sobre todo música. Pasa por ser la cuna del jazz, del rhythm and blues, pero también el escenario de los desfiles tras las brass bands, el cajún, todo reunido, remezclado diríamos, y alimentado por el sincretismo con ritmos caribeños y africanos. La síntesis de la cultura negra en una ciudad que es un poco una isla que se resiste a la bota del supremacismo blanco-anglosajón, que la observa con desconfianza y no consigue someterla, aunque poco menos que la abandone a su suerte frente a las consecuencias de un huracán, el Katrina, recuerden, que es también otra referencia inevitable.

Todo esto que, dicho así de rápido ya lo sabe todo el mundo, lo explora con detenimiento y testimonios directos Jacobo Rivero en Bulbancha. Por aquí pasan semblanzas o entrevistas con músicos que cuentan su experiencia, en algunos casos reciente, como Leyla McCalla, otros más veteranos, como Dr. Michael White o Cole Williams, o que se cuentan entre los pioneros, como Sweet Emma Barrett y por supuesto Louis Armstrong. O mil nombres más, que nacieron o recalaron o se hicieron famosos aquí, en una atmósfera de creatividad que acabó extendiéndose por todo el mundo. 

Disfrutarán desde luego los fans de este tipo de sonidos leyendo acerca de muchos de sus nombres más ilustres, pero hay más, tanto en la música como fuera de ella. Explica el libro, sin necesidad de ponerse exhaustivo o académico, cómo se va formando esa amalgama a base de aportaciones dispares: desde las canciones de los esclavos que conservaban sus raíces africanas, hasta los emigrados de Haití y Cuba, que a su vez sumaban diferentes influencias caribeñas. El mix cultural impregna la ciudad, no solo en garitos célebres o anónimos que ofrecen directos por todas partes, sino en la misma calle, donde pueden verse cosas a primera vista tan extravagantes como los jazz funerals, o las secondlines, siempre música en vivo, participativa, desinhibida y festiva.

Pero decía antes que no todo es música. Este gran movimiento cultural, que tiene como referente su carácter libre e interracial, y origen en los barrios más pobres, se extiende a otras actividades, eso que los americanos llaman acción comunitaria, y que tiene menos que ver con la política a la manera europea que con una especie de auto-organización en favor de los derechos sociales. Así encontramos una interesante historia sobre el Black Panther Party a través de una entrevista con Malik Rahim, uno de sus líderes, o un capítulo dedicado a la emisora local WWOZ, siempre abierta a los artistas locales y elemento cohesionador de la cultura local.

El racismo estructural sobrevuela todo el libro, todos sus testimonios, desde los más antiguos, cuando a músicos incluso célebres se les cerraban puertas de hoteles solo para blancos, a los episodios más recientes de violencia policial (siempre presente), que dieron lugar al todavía vigente movimiento Black Lives Matter. Resulta estremecedor revisar situaciones de segregación que llegaban incluso al Ejército, y conocer cómo tuvo que ser en las Brigadas Internaciones que llegaron a España cuando por primera vez un negro dirigió una compañía formada mayoritariamente por blancos. El estigma de la raza, prolongado durante tantas décadas, ha generado lazos de solidaridad y sentimiento de comunidad que no solo reúnen a los negros, sino a todos los que de una u otra forma son desplazados del sistema (nativos americanos, hispanos, mestizos, blancos sin recursos), y de vez en cuando provoca chispazos de violencia y rebelión, que casi siempre quedan en nada. Muy poco a poco se va ganando terreno, pero queda todavía mucho camino por recorrer.

El caso es que la gente se lo monta como puede, pero consigue mantener el apego a la vida a través de la música y el encuentro con los vecinos y quienes quieran acompañarles. El ritmo y las prioridades son diferentes, como lo muestra esta anécdota del trompetista Kermit Ruffins:

‘A uno de sus conciertos en el Vaughan´s acude Elvis Costello: terminada la actuación, y mientras el trompetista se fuma un canuto, le sugieren que quizá sea bueno acercarse a Costello para salir de Nueva Orleans y darse a conocer. Entre la opción de la fama y seguir disfrutando con sus colegas de barbacoas, hierba y actuaciones locales, prefiere lo segundo, así que pasa de acercarse al bueno de Costello’.

Supongo que parte de todo esto habrá ido siendo absorbido, y quizá prostituido, por el turismo y los intereses de las grandes compañías que siempre huelen el negocio. No lo dice Jacobo Rivero, pero aunque así fuera parece, por lo que cuenta, que aún se mantiene en pie cierto espíritu que podríamos llamar de autenticidad, el carácter de esa ciudad que más que norteamericana es ‘el norte del Caribe’, que es consciente de ser tierra de aluvión y que acepta encantada seguir sumando influencias y mestizaje, siempre sin perder su raíz. 

Y por lo que nos cuenta Rivero, parece que la huella que de todo esto queda en la gente es importante porque, como dice uno de los personajes que circulan por este interesante libro, tú ‘no vives en Nueva Orleans, Nueva Orleans vive en ti’.


lunes, 27 de mayo de 2019

Enrique Criado: El paraguas balcánico


Idioma original: Castellano
Año de publicación: 2019
Valoración: Está muy bien

Cuando uno se instala como extranjero en un nuevo país debe aprender a sortear desde el primer minuto unas cuantas adversidades, tan ineludibles como inconmensurables y arduas. No es sólo abrir una cuenta en el banco, contratar un proveedor telefónico o conseguir los papeles que a la burocracia local se le antoje, con esa mezcla de esoterismo y disparate que por supuesto impregna siempre todos estos requisitos, en cualquier parte. También hay que zambullirse en un nuevo y desconocido idioma, puede que incluso en un alfabeto, así como en las ignotas dimensiones del lenguaje no verbal y del sentido del humor, propósitos a los que la lógica no puede prestar prácticamente ayuda alguna. Luego van llegando otras decisiones también importantes; cocinar sus alimentos, leer sus autores y oír sus músicos, coger tirria a sus políticos, hacerse forofo de un equipo, de una marca de cerveza y de una emisora de radio, convertirse en cliente de un colmado y de un kiosko y parroquiano de un café o de un bar… A partir de ahí, el transplantado ya puede empezar a sentirse parte de la comunidad 

Para quienes han escogido la diplomacia como actividad con la que proveerse el sustento, estas inmersiones para establecerse en un nuevo destino tienen lugar cada tres años. O así es, al menos, en el caso de Enrique Criado (Madrid, 1981) cuyo paso como representante del Reino de España en Kinshasa, República Democrática del Congo, entre 2009 y 2012 ya deparó un primer libro, Cosas que no caben en una maleta, etapa a la que prosiguió otro trienio en Canberra, Australia, y otro más, hasta 2018, en Sofía, la capital de Bulgaria. A éste se refiere El paraguas balcánico, cuyo propósito es acercarnos de manera ligera y amena una realidad, la de Bulgaria y, por extensión, la de la región de los Balcanes, compleja y enrevesada. No se trata, pues, de un ensayo con pretensión científico/académica –los hay muy apabullantes, como los del profesor de Historia Francisco Veiga-, si no más bien de relatar en primera persona una experiencia personal a la vez que se proporcionan una serie de datos y pinceladas en clave divulgativa sobre los Balcanes, una región a la que -como se recoge en el prólogo- Winston Churchill atribuyó la capacidad de producir más Historia de la que es capaz de digerir.

En el relato se mezclan por tanto, anécdotas y experiencias personales con la descripción subjetiva de una sociedad y un país que, por así decirlo, no está entre las prioridades de los medios de comunicación. En el imaginario del ignorante, uno recrea la rutina de los diplomáticos exhibiendo sonrisa, modales y pajarita en voluptuosas veladas de recepción oficial entre bandejas de bombones y copas de champán pero en este mundo globalizado y prosaico seguramente tengan más de viajantes de comercio intentando colocar su catálogo de gangas o de delegados de agencia de viajes al rescate de connacionales en viaje de bajo coste metidos en algún lío con una cuenta pendiente de pago en tugurios poco recomendables. Pero Enrique Criado debe ser un tipo muy leído, por que sabe enhebrar su relato de escenas y experiencias cotidianas y costumbristas con reflexiones interesantes acerca de la Historia, la política, el Arte o la literatura y tira de ideas y recuerdos sacados de páginas escritas por Claudio Magris, Svetlana Alexievich, Ivo Andric, Mircea Cartarescu, Lawrence Durell, Philip Roth o Ryszard Kapucinski, y recupera las palabras de personajes de nuestra tradición que dejaron sus pasos por aquellos caminos, como Chaves Nogales, García Márquez o Gaziel. 

Una de las tramas más valiosas de este libro, por su carga de emoción y dolor, es quizás la que recurre a la comunidad judía sefardí, descendiente de aquellos que se vieron expulsados de España hace siglos y que han mantenido su idioma y un sentimiento de identidad muy apegado al mismo y a una cierta idealización a un origen del que fueron brutalmente despojados. Una buena parte de aquella diáspora acabó encontrando refugio en estas tierras, al amparo del por entonces poder bizantino. Y cuatro siglos después se les continúa reconociendo como ispanioles, como atestiguó Elías Canetti, originario de la ciudad búlgara de Ruse, quien al recoger el Premio Nobel de Literatura en 1981 rememoró la raíz de su familia en el pueblo conquense de Cañete. El nazismo y las masivas oleadas de emigración hacia Israel han dejado muy mermadas estas comunidades, como las que se establecieron en ciudades como Salónica o Sarajevo, aunque Enrique Criado trata de seguirles la pista viajando incluso a Israel, donde muchos de ellos se establecieron en Jaffa, hoy convertido en un suburbio al sur de Tel Aviv, donde siguen siendo comunes apellidos como Cohen, Romano, Bassat o Danon.

Aunque Bulgaria es la gran protagonista de El paraguas balcánico, y el título tiene mucho que ver con la literatura y con lo que le aconteció en septiembre de 1978 en Londres al escritor Georgi Markov, y se explican algunas de las claves de su imaginario colectivo, como el desprecio por lo turco y el aprecio por lo ruso, o cómo el rey depuesto por el Régimen comunista, Simeón de Sophia-Coburgo y Gotha, acabó como jefe de gobierno de la actual república tras imponerse en unas elecciones democráticas, en el libro también se recogen otros viajes por países limítrofes o cercanos; Grecia, Turquía, Macedonia del Norte, Albania, Montenegro, Serbia, Bosnia y Herzegovina, Moldavia, Ucrania, Armenia, Chipre o Israel. Un libro que funciona muy bien como ventana a la que asomarse y, a quien le pique el alacrán de la curiosidad, como puerta de entrada a asuntos y lugares repletos de interés.

domingo, 16 de diciembre de 2018

Antonio Soler: Sur


Idioma original: Castellano
Año de publicación: 2018
Valoración: Está muy bien

Las novelas que merecen la pena deben servir para “captar en un supremo esfuerzo, del torrente inexorable del tiempo, una fase transitoria de la vida para exponer el fragmento rescatado a los ojos de todos (…) mostrar su vibración, su color, su forma (,,,) revelar la sustancia de su verdad, desvelar su secreto inspirador: la tensión y la pasión que hay en el núcleo de cada instante convincente…”, explicó alguien que llegó a saber bastante del asunto, Joseph Conrad. Y ese empeño resulta más que patente en Sur, casi quinientas páginas en las que Antonio Soler (Málaga, 1956) ha querido capturar el pulso de una ciudad durante un día de principios de agosto, acosada por el terral y recorrida por un plantel de personajes para los que la convivencia resulta apenas una suerte de trituradora existencial.

Sur es una novela arriesgada, ambiciosa, exigente. Muestra una ciudad -a la que no se nombra, aunque sí sus calles, plazas, barrios y playas, lo que la hace fácilmente reconocible- a través de una decena de protagonistas, personas grises con vidas corrientes, rutinas mecánicas y estrechos anhelos. Unos de la considerada como clase media (o mediocre), la mayoría de clase baja (y vulgar), así, sin paliativo; ingresos comprimidos, trémulos subsidios, rancias pensiones, trapicheos al detall, golpes descerebrados… Quizás con la excepción de ese parado crónico y semivoluntario que es el Atleta, de quien accedemos a una dimensión digamos más elaborada y ambiciosa a través de su diario, el resto se mueve por inercias o por impulsos más ramplones, viscerales, físicos y primarios.

El retrato no es desde luego ni condescendiente ni amable, pero –como propuso Conrad- ahí está el fragmento de tiempo y espacio revelado y desvelado, tal y como el autor lo ha calibrado. Leía en una revista a uno de nuestros brillantes (y pedantes) intelectuales referirse a su último libro como a una delimitación del actual "perimetro moral", y algo de eso también aflora en las páginas de esta novela. Y quizás, a mi entender, por ahí reside también el desajuste, la objeción que se impone al llegar al final. Si lo que se busca es ofrecer el rostro de la desolación, del desamparo y del hastío, rellenar casi quinientas páginas con apenas desolación y desamparo y hastío y ira y resentimiento y resignación, provoca en definitiva que la dosis sea tan abundante que el filo, el desgarro, la herida que la narración busca producir en el lector quede disminuida, en parte neutralizada.

Pese a este reparo, Sur es una lectura con recompensas. El autor juega, toma riesgos y sabe salir con acierto de los variados guiños con los que rinde homenaje al Ulises de James Joyce. Hay envites nada sencillos, como adjetivar de veinticinco maneras a la noche, o redactar un párrafo de veinticinco páginas, quince de ellas sin un punto y seguido. Otros, como la aparición de tres achispados literatos que acaban por salir de escena en carro, llevan incorporada la estampa cómplice. Sur es, en definitiva, una mirada a la desolación o una acerada y acerba visión a ese solar a la intemperie que siempre nos queda un poco más al meridión: “me da vergüenza escribirlo. Me siento, soy, un traidor. Infinitamente peor que ella. Un miserable. Porque soy más inteligente que ella, porque ella se ha esforzado para que yo sea mejor que ella y que todos y solo consigo ser mucho peor”.

También de Antonio Soler en Un libro al dia:  Apóstoles y asesinos, El sueño del caimán,


viernes, 12 de octubre de 2018

Nuruddin Farah: Nudos


Idioma original: Inglés
Título original: Knots
Año de publicación: 2007
Traducción: Eugenia Vázquez Nacarino
Valoración: Está muy bien

Cuentan que en su momento Mogadiscio resultaba una ciudad de verdad atractiva; con la suficiente cantidad de placidez, exotismo y posibilidades como para hacer de ella un destino deseado, soñado. Por que ahora, y desde hace casi treinta años, asociamos la capital de Somalia a caos, destrucción y vorágine. Esa es al menos la única percepción que nos llega a través de los informativos, cuya actividad comercial consiste como sabemos en vendernos el relato de la supuesta realidad a base de la recopilación diaria de desastres y hechos llamativos, excepcionales o desgarradores. De lugares como Mogadiscio y de Somalia, entonces, apenas nos enteramos cuando el estallido de un coche bomba deja un buen reguero de cadáveres. Pero el oriente de África es también las melodías delicadas y extrañas de Mulatu Astatke o el ritmo risueño y fascinante de Abdel Aziz El Mubarak. O las novelas de Nuruddin Farah.

Los libros de Nuruddin Farah (Baidoa, Somalia, 1945) disponibles en castellano son los que componen la trilogía Past Imperfect (Pasado Imperfecto). A saber: Links (Eslabones, 2004), Knots (Nudos, 2007) y Crossbones (Huesos cruzados, 2011), que pueden ser leídos de manera desordenada pues lo que albergan es una situación parecida –el regreso del emigrante/exiliado a Mogadiscio- protagonizado por personajes de distinta circunstancia, género y perspectiva. En cualquier caso, son viajes de regreso que el propio autor experimentó por si mismo. Nuruddin Farah realizó sus estudios universitarios en India y en Reino Unido para partir definitivamente al exilio en la década de los 70 cuando Somalia estaba sometida a la dictadura de Siad Barre y tardó más de veinte años en poder visitar de nuevo su país. Desde entonces ha residido en diversas ciudades de Europa, Norteamérica y África.

En Nudos quien regresa a Mogadiscio tras veinte años de ausencia es Cambara, quien en Canadá se ha labrado una posición personal y profesional autónoma y exitosa. O quizás no tanto, pues su único hijo ha fallecido en un accidente doméstico en casa de la amante de su marido. Así que Cambara decide regresar a Mogadiscio con el objetivo de recuperar la casa familiar que ahora está ocupada por uno de los señores de la guerra que dominan la ciudad en una estrategia que pretende por un lado, canalizar el dolor por la pérdida personal a través de una acción que le permita recuperar parte del legado que conforma su estirpe familiar y, por otra, enfrentarse a la descomposición que asola a Mogadiscio y a Somalia tejiendo una red de amistades, fidelidades e intereses con la que plantar cara a la dinámica tribal, machista y depredadora que domina la situación. Y lo que Cambara se encuentra es desde luego dolor, miseria, escasez, ruina y desesperación y ese abatimiento, paralizante y, a la vez, colérico, que domina a los mascadores de qat, la potente planta psicoestimulante cuyo uso parece haberse masificado en los últimos años entre la mitad masculina de la población.

Pero Cambara también encuentra personas con las que compartir sus objetivos, cómplices con los que intentar revertir la situación, afines con los que planear un futuro más luminoso, más amable, más esperanzador, personas con las que construir una convivencia basada en los valores y los afectos y no en las identidades primarias, religiosas o tribales. Y aquí quizás surge a mi entender uno de los reparos que se le puede hacer a la narración; ¿cómo es posible este inmenso ejercicio de convivencia colectiva sin que asome ni por un momento el sentido del humor? Por eso, en algunas páginas la sensación de excesiva formalidad en el tono de la narración me ha parecido que le resta cercanía, veracidad, a esta novela que, en definitiva, deja buen sabor de boca, pues resulta un relato interesante, profundo y revelador.

domingo, 12 de agosto de 2018

Vivian Gornick: La mujer singular y la ciudad

Idioma original: inglés
Título original: The Odd Woman and the City 
Traducción: Raquel Vicedo
Año de publicación: 2015
Valoración: bastante recomendable

De manera similar a como hizo en «Apegos feroces», Vivian Gornick parte de su propia experiencia para trasmitirnos, no únicamente pasajes de su pasado, sino también una serie de reflexiones, perfectamente hilvanadas, sobre diversos aspectos de la vida, no únicamente de la suya, sino de los aspectos globales que, en mayor o menor medida, todos podemos observar en nuestro entorno y nuestras propias vidas.

Así, la autora despliega su inmensa capacidad narrativa partiendo del Bronx de su infancia, de aquellos recuerdos de cuando vivía en esa parte de la ciudad que suponía todo su mundo, hasta que descubrió Manhattan, un mundo nuevo, diferente, inmenso en posibilidades, y con un contraste abismal respecto "su" realidad. De esta manera inicia su viaje introspectivo al pasado, partiendo de esa edad donde todo sorprende, y sirviéndose de las excursiones que hacía desde su piso en el Bronx hacia la ciudad que era el centro del mundo: Manhattan. En el hábil estilo que acostumbra a destilar la obra de la autora, nos cuenta estos pequeños viajes haciendo un símil indicando que la única diferencia entre ella y alguien de Arkansas es que alguien de Arkansas hace el salto del inmigrante una sola vez y para siempre, mientras que ella hizo este salto, en modo de pequeñas incursiones a la ciudad, repetidas veces volviendo siempre a casa donde encontraba seguridad, aburrimiento y espera hasta que volvía a salir en busca de la gran oportunidad. Así, cada noche volvía a casa, donde esperaba que la vida empezara. Paseando por el West End soñaba con que algún día viviría allí, sería la señal que se había salido con la suya.

En este libro autobiográfico, Gornick nos habla de los temas que engloban la vida de una persona. Así, nos habla del pasado, de los hombres y la relación con ellos, de su supuesta aceptación de las relaciones desiguales y con cierta tendencia a la predisposición de quedar a la merced de ellos, sin poder objetar las condiciones de la relación. Este modelo de relación que tenía la autora, muy arraigado en su interior, cambió de forma abrupta un día en concreto, cuando la presionaron para hacer algo que no quería y, aunque no fue eso en sí lo que la cambió, sí lo fue la forma de presionarla al decirle que ella no sabía lo que quería. Este momento marcó un punto de inflexión en la autora, y comprendió que los hombres eran para ella una especie ajena (tal es así, que incluso en declaraciones recientes indica que «el feminismo avanza poco porque las mujeres duermen con el enemigo»). Este hecho marcó su vida y provocó, a partir de él, que Gornick hiciera un cambio de mentalidad en su relación con los hombres, alejándose de ese segundo plano al que las mujeres parecían ubicadas.

De esta manera, las relaciones humanas son un elemento característico en la obra de la autora y, en este caso, se sirve a menudo de las conversaciones mantenidas con su amigo Leonard, así como también de las pequeñas anécdotas cotidianas surgidas de sus paseos por la ciudad (siempre presente en el relato, siempre palpable en sus libros) y los encuentros con otras personas, para hablar sobre todo aquello que conforma la vida: el matrimonio, la relación entre hombres y mujeres, las amistades, la amabilidad entre personas en el trato cotidiano. Con su mirada crítica habitual, Gornick nos traza un camino introspectivo para cuestionar las opiniones creadas sobre las amistades y su durabilidad, sobre las relaciones sustentadas muchas veces por una atracción, de tiempo limitado, con fecha de caducidad no anunciada ni establecida de antemano, pero que existe y actúa sin posibilidad de evadirla.

Asimismo, y como no puede ser de otra manera, otro aspecto fundamental del libro es la relación de la autora con New York, que adquiere la importancia suficiente para ser tratada como un personaje más. Y es que este libro autobiográfico de Gornick también es un homenaje a la gran manzana, a la ciudad que nunca descansa, a sus ciudadanos variopintos de vidas ajetreadas y algo enloquecidas o caóticas. El reconocimiento a la disparidad de una ciudad donde el bullicio del centro y el anonimato de su gente contrasta con la vida más tranquila de los barrios más alejados como el Bronx, en los que la familiaridad se impone; nos habla también de sus paseos por Staten Island, por el East side o sus visitas al Carnegie Hall, y casi nos invita a realizarlos con ella, pues están cargados de un aire de intimidad que consigue transportarte hasta esos días, sintiendo ese mismo ambiente que tan hábilmente transmite la autora.

El resultado de esta obra es más que una mera distracción o un conjuro de reflexiones, es una lección de vida de alguien que la vive y la aprecia, que la quiere y la valora, que la observa y la disgrega para profundizar en su significado. Y, por encima de todo, es un libro para disfrutar de la calidad de la prosa de Gornick, de sus análisis interesantes y reflexiones que permanecen mucho tiempo después de haber terminado el libro.

También de Vivian Gornick en ULAD: Apegos feroces, Escribir narrativa personal, Mirarse de frenteCuentas pendientes

martes, 17 de julio de 2018

Burhan Sönmez: Istanbul Istanbul

Idioma original: turco
Título original: İstanbul İstanbul
Traducción: Pelin Doğan y Miquel Saumell (edición en catalán)
Año de publicación: 2015
Valoración: bastante recomendable

Sorprendentemente, y a pesar del prolífico mercado editorial donde cada día se publican nuevos títulos, esta novela no ha sido editada aún en castellano. Por suerte, la pequeña pero certera Edicions del Periscopi descubrió al autor y, realmente, ha sido todo un hallazgo. Entiendo que esta obra no tardará a llegar al castellano, pues creo que la editorial Minúscula tiene los derechos. No puede ser de otra manera, pues ha estado traducida a más de treinta lenguas y es sorprendente que aún no lo esté en castellano. Tocará tener algo de paciencia.

La sinopsis del libro es realmente breve: a partir de la reclusión de cuatro personajes en una prisión, el autor teje una historia en la que se mezclan las pequeñas historias cotidianas, anécdotas de la vida de los presos que no dejan de ser las de los habitantes de Estambul, y donde en cada una de ellas se nota el peso de la historia de una ciudad milenaria, que se debate en una eterna lucha entre su pasado y el presente, entre la belleza y cierta decadencia. El autor expone claramente su dualidad y la amplitud y profundidad de la misma en uno de los párrafos:

«Estambul es inmensa, decía, hay toda otra vida detrás de cada pared y otra pared detrás de cada vida. Al igual que un pozo, Estambul es honda y estrecha. Algunos se embriagan de su profundidad, otros se sienten atrapados por su estrechez.»

Así, y de la misma manera que Estambul puede ser una ciudad profunda, el desarrollo del libro lo es en horizontal, en el sentido que la historia no avanza hacia delante sino hacia los lados, hacia las vidas de los reclusos, hacia las vivencias de su gente. Es a través de ellos, que conocemos historias sobre la ciudad, historias sobre ellos, cuentos de su infancia y su vida; por medio de esas pequeñas historias, el autor nos transmite la profundidad del impacto que la ciudad causa en sus habitantes y es, a través de estas pequeñas historias, que la ciudad se forma, crece y cobra vida. Una vida compartida por cada uno de sus habitantes, un conjunto de granos de arena que dibujan el relieve de la ciudad que los acoge.

Estambul está presente en todo el libro, no en sentido descriptivo o detallando de lugares concretos, sino en un sentido casi simbólico, pues habla de su historia, de su pasado; la ciudad está presente en tanto en ella vive la gente que habla de ella, y que la admira, a pesar de hacerlo con cierto aire de melancolía, propia del embelesamiento hacia un pasado del cual parece alejarse.

El autor, a través de los cuentos que los reclusos se cuentan, nos habla de la condición humana, de plasmar sus deseos de grandeza, de cambio, de crecimiento a través de la ciudad, una ciudad que es el escenario, el laboratorio, el resultado de sus ansias de crecer; nos transmite la voluntad de no contentarse con una realidad que se le antoja insuficiente, nimia a los ojos de quien se siente creador, pues «los humanos son los únicos seres que no tienen suficiente con ellos mismos (...) Un pájaro solo es un pájaro, se reproduce y vuela. Un árbol solo reverdece y da frutos. Los humanos son diferentes, aprendieron a soñar. No pueden estar satisfechos con lo que ya existe. (...) Allí donde los humanos no forman parte de la naturaleza, son sus escultores.»

A través de esos pequeños relatos contados por los protagonistas, en el pequeño espacio de su diminuta celda, el autor nos transmite su imagen de Estambul, y nos muestra una ciudad en toda su inmensidad, una inmensidad no solo en superficie, sino también en profundidad, observándola y analizando el impacto en cada uno de aquellos ciudadanos que ven las múltiples caras de una ciudad que, en ocasiones es preciosa y eterna, y en otras es oscura y triste; esa dualidad existente y presente en todo el relato, que causa que sus habitantes quedan embelesados al mirar los cuadros que representan partes de la ciudad mientras que bajo la mirada de esos mismos ojos les causa pena y pesar cuando la ven en realidad. Así el autor transmite la dualidad de una ciudad que puede ser preciosa, y puede causar tristeza por cierta decadencia que asoma tras la realidad brindada por una comparación con su pasado. Así lo expone el autor al afirmar que «pensaban que la Estambul real era una ciudad del pasado. Esta ciudad cansada había vivido una vida plena en el pasado, había tenido un sultán glorioso, pero ahora era presa del sueño. Puede que nunca llegue a despertarse de aquel sueño tan profundo.»

Recluidos en su celda, la única ventana al mundo que les permite seguir mirando más allá de las cuatro minúsculas paredes que los encierran, antes de que un nuevo interrogatorio se los lleve, uno por uno, para someterlos a las palizas de sus celadores, son las historias que se narran unos a otros para soportar cada momento de su reclusión. Solo tienen, para protegerse de la realidad y hacer soportable la espera, esos cuentos que se narran unos a otros y, en esa mirada a la solidaridad, el autor nos brinda un canto a la tradición de los cuentos narrados de manera oral, transmitidos de persona a persona, de generación en generación, construyendo un relato cambiante que teje una realidad dinámica sobre la ciudad que los inspira y sobre la vida de las personas. La mirada de Sönmez tiene un aire melancólico, de nostalgia, como cuando uno de los protagonistas afirma que «reprende esta ciudad que se ha construido a base de cálculos en lugar de sueños». Los sueños que sus protagonistas transmiten a una ciudad viva, de futuro incierto que, con su mirada nostálgica hacia el pasado, sueña con ser de nuevo una ciudad que contenga la bella imagen que muchos aún tienen de ella.

sábado, 7 de julio de 2018

Ciudades de libro #6: Kyoto: El pabellón de oro, de Yukio Mishima

Idioma original: japonés
Título original: 金閣寺
Traducción: Carlos Rubio
Año de publicación: 1956
Valoración: recomendable


Cuando surgió la idea de hacer una serie sobre «Ciudades de libro» estuve más que tentado en aprovechar y reseñar algún libro de Murakami, pero claro, mi permanencia en ULAD hubiera podido ser más corta de lo esperada, a juzgar por la opinión que tienen de Haruki mis correseñistas. Así que les libro de tal carga, y también a sus detractores y sus afiladas críticas, que me consta que los hay.

Lanzo un aviso ya de entrada: si no queréis que os destripen el argumento, intentad saber lo menos posible sobre este libro (y esto incluye leer la contraportada del mismo, e incluso sobre la historia en la que se basa). Como ya sabréis, intento no explicar demasiado el argumento de los libros pues, gran parte del placer de leerlos consiste en ir descubriendo la historia a medido que uno se lanza a su lectura. Dicho esto, vamos allá.

El libro narra la vida de Mizoguchi, un joven tímido, inseguro en gran parte a causa de su tartamudez y también por la figura intimidadora de su madre, quien, tras la muerte de su padre ingresa en Kinkaku-ji («Pabellón de Oro»). El joven, quien sentía una profunda devoción por el templo y consideraba, como su padre, que «no había nada en el mundo tan bello como el Pabellón de Oro», se emociona ante tal visita y su inminente ingreso, pero su percepción decae tras verlo por primera vez. Después de haber admirado el templo e incluso soñado con él, el protagonista puede observar detenidamente la belleza del templo con toda su delicadeza, pero con cierto desánimo, pues la belleza no alcanza a la de la imagen que habitaba en su mente. Una vez internado allí, y ante el temor de que la guerra destruya por completo el templo, la imagen que tiene del pabellón en su mente, idealizada, se sobrepone a la imagen real y es capaz de percibir toda la belleza como la había imaginado en sueños, proyectando el deseo de encontrar el pabellón como el más bello del mundo a la propia realidad. La vida de Mizoguchi en el pabellón transita plácidamente hasta que ocurre un suceso en un estado casi onírico que provoca un despertar en su comportamiento, sembrando una semilla de maldad, de forma totalmente involuntaria, sin ser prácticamente consciente de ello. A partir de ahí, y tras establecer una amistad con otro joven, su carácter empieza a cambiar y se adentra en la oscuridad que habitaba, de forma adormecida, en su interior.

Con esta premisa, el libro narra la historia de una obsesión, la obsesión por un templo que bajo la concepción idealizada que de él tiene el protagonista, somete toda su vida a la relación con el templo, de manera buscada o accidental, sintiendo que en ocasiones él posee el templo y en otras que el templo lo posee a él. Y como en toda obsesión, hay sentimientos contradictorios que van primero de la incredulidad y negación a la devoción y ensalzamiento, y una obnubilación de la consciencia que queda inundada por la imagen del templo, con su presencia constante en el imaginario del joven. Así el templo posee su alma, y sabiéndose esclavo de ella sus actos no dejan sino de ser un reflejo de los sentimientos que alberga, que teme y venera, que rehúye y busca. La inseguridad queda compensada, adormecida y abatida por la idealización hacia ciertas personas, pero siempre aflora en aquellos momentos en los que se encuentra delante de la hora de la verdad, y es lastrado por ella a un pozo negro que, abalanzándose de manera intimidatoria y sobrecogedora, cubre sus instintos de huir de ella, sometiéndolo a su voluntad.

Más allá del interés que pueda suscitar el libro, creo que puede ser interesante para aquellos que planteen realizar un viaje a Kyoto, pues además de centrar el peso de la historia en el conocido templo de Kinkaku-ji, el protagonista realiza alguna excursión o menciona otros puntos de gran interés turístico de la ciudad. Así, el libro menciona también otras lugares de interés en Kyoto, como el templo Nanzen-ji (conjunto de edificios monásticos de bonita factura, especialmente su jardín seco, el acueducto y la puerta principal que con 22 metros está entre las tres más altas de Japón respecto a templos budistas, de obligada visita desde el mirador), el templo Kiyomizu (Kiyomizu-dera) y otras menciones puntuales a Ryoan-ji y su impresionante jardín seco y el pabellón de plata Jisho-jo (Ginkaku-ji).

Fuera de Kyoto, el autor también incluye referencias a interesantes lugares en Japón, como Kongo (Kongo-ji), cerca de Yasuoka y que contiene una pagoda de Hidari Jingoro (que a su vez creó la figura del gato dormido en el templo Toshogu en Nikkō (Nikkō-shi) (templo que contiene un grupo escultórico en relieve de los tres monos sabios —Mizaru (見猿), Kikazaru (聞か猿), Iwazaru (言わ猿)— significan «no ver, no oír, no decir»—, famosos últimamente por sus versiones emoji, y de visita obligada también).

En resumen, la novela cumple con creces su función de suscitar el interés necesario para querer leerla y, además, hacerlo con interés creciente hasta su momento final. Y si, de paso, su lectura me ha servido para descubrir la figura de Yukio Mishima y de paso recordar una de las ciudades más bonitas que he visitado, pues bienvenida sea. Os dejo en la reseña la fotografía que hice cuando visité el Pabellón de Oro. El tiempo no acompañó, pero la visita bien mereció la pena. Os la recomiendo.

También de Yukio Mishima en ULAD: El marino que perdió la gracia del marDespués del banqueteEl rumor del oleajeEl sol y el aceroLos años verdesEl Templo del AlbaNieve de primavera Sed de amor


viernes, 6 de julio de 2018

Ciudades de libro #5: Pekín: Pekín en coma, de Ma Jian

Resultado de imagen de pekin en coma amazon
Idioma original: chino
Título original: 肉之土 - Beijing Coma
Año de publicación: 2008
Valoración: Muy recomendable



¿Alguno de vosotros ha tenido ocasión de ver Johnny cogió su fusil, la gran película antibelicista de los años setenta ambientada en la Primera Guerra Mundial? Lo que quizá no sepáis es que se basa en la novela homónima de 1939 y que, curiosamente, fue dirigida por su autor, Dalton Trumbo, siendo esta la única película en su haber, años después de que Buñuel declinara el encargo y recogiendo alguna idea de este. Pues bien, Pekín en coma utiliza un armazón muy similar, aunque los hechos que relata solo tienen en común la violencia que desencadena el argumento. La angustia que subyace en el film de Trumbo se convierte aquí en sentido crítico, rebeldía y voluntad de cambiar las cosas, se localizan en tiempos y lugares muy distintos y, si no recuerdo mal, las estructura y trama de esta última son bastante más complejas (me refiero a la película, la novela original no la conozco) debido tanto a la libertad que proporcionan sus casi setecientas páginas como a la superposición de hilos narrativos y asuntos diversos. Hay que destacar la habilidad con que Ma Jian ha adaptado a sus necesidades los hilos principales haciéndolos confluir en un desenlace glorioso –aunque tristemente previsible– y el genial recurso de utilizar un narrador que conoce los hechos fundamentales del pasado y es capaz de observar el presente, si bien de forma limitada, con una independencia absoluta.
Concretando, estamos ante un novelón con todas las letras y bajo todos los puntos de vista, aunque ¡cuidado! a algunos les resultará tedioso. No les  culpo, vivir dentro de una novela no es fácil y Ma Jian nos sitúa ante la plena efervescencia de los hechos ocurridos en la plaza de Tiananmen de abril a junio de 1989. También nos introduce en la mente de un hombre en estado vegetativo y nos mantiene allí durante diez años de ficción de alta calidad. Supongo que lo mejor en estos casos es tomarse las cosas con calma y disfrutar de la novela el tiempo que sea necesario, incluso alternándola con otras lecturas. Porque merece la pena asistir a esa identificación de dos estados comatosos: el de la ciudad de Pekín (y por extensión el de toda China) y el de un estudiante llamado Dai Wei al que terminaremos amando sin condiciones si hemos sido capaces de acompañarle durante su accidentado y apasionante trayecto.
De lo dicho puede deducirse que la acción se desarrolla en dos momentos que se alternan (encabezados por frases significativas que, bien aluden al estado físico del personaje apoyándose en su condición de biólogo, bien recurren a la fantasía contenida en el Libro de las Montañas y los Mares, su lectura de referencia desde niño), a saber: el sereno y limitado presente, descrito con toda la precisión posible dadas las circunstancias y, según se intuye, completado con cierta dosis de fantasía, donde Ma Jian se desenvuelve como pez en el agua consiguiendo, por muy difícil que nos parezca a priori, una credibilidad irreprochable. Paralelamente, se nos cuentan los hechos objetivos que conocemos por la historia, pero con una cercanía y precisión difíciles de superar.
El marco histórico no se reduce a los sucesos de Tiananmen. Valiéndose del padre del narrador, nos remontamos a la salvaje represión que tuvo lugar años antes, cuando se recluyó en campos de trabajo a los disidentes del régimen sometiéndoles a toda clase de salvajadas, estigmatizando a sus familias y liberando a unos pocos supervivientes que, tras haber sido aniquilados como individuos, arrastrarán la etiqueta de derechistas que les excluirá de la vida social y les impedirá encontrar un trabajo digno.
Antes de colocarnos en primera fila de las revueltas estudiantiles, Dai Wei nos cuenta las incidencias de su vida universitaria. Con el tiempo, asistiremos a la primera etapa de las protestas que, teniendo la plaza como escenario, se produjeron entre 1986 y 1987  y, si bien no lograron gran cosa, se sofocaron con mucha menos contundencia que las generadas dos años después. Esta vez el desencadenante fue el fallecimiento de Hu Yaobang, antiguo secretario general del Partido Comunista Chino y único dirigente que apoyó a los estudiantes en las anteriores protestas. Lo que se pedía era diálogo, libertad de prensa, acabar con la corrupción y, en algunos casos, cierto giro político. A lo largo de esos dos meses, se fueron añadiendo muchos estudiantes de provincias y trabajadores que reclamaban mejores salarios.
De la mano del narrador, conocemos a los supuestos organizadores –ya que todos son ficticios– entre los que se encuentra el propio Dai Wei que desde muy pronto es nombrado jefe de seguridad de la plaza. Se nos muestra al detalle –y cuando digo detalle no me refiero a lo habitual, aquí vivimos el día a día con una minuciosidad que a muchos parecerá exasperante– sus menores movimientos, iniciativas, debates, indecisiones y, en fin, el proceso completo, huelga de hambre incluida, que concluirá con el terrorífico aplastamiento que tuvo lugar ese famoso 4 de julio, y que presenciarían las calles aledañas a la plaza, silenciado desde entonces por las autoridades chinas hasta el punto de que las generaciones nacidas a partir de esa década ignora ¿por completo? lo ocurrido. El propio novelista tuvo que exiliarse muy pronto, desde que comprendió el peligro que corría tras la publicación de su primera obra.
Junto a todo ese magnífico movimiento de masas destaca, por contraste, la monótona y resignada vida que se desarrolla en el interior del cuarto de Dai Wei. El convincente proceso psíquico de la madre, las circunstancias de una existencia tan precaria en todos los sentidos y la continua vigilancia policial no menoscaban la dignidad del personaje gracias a la introspección, los constantes toques líricos y ese simbolismo conmovedor que se concentrará en la figura del gorrión durante el largo y emotivo desenlace, cuando allá fuera todo es distinto menos la coerción ejercida por el gobierno (“El mundo en el que viví se ha transformado como harina que ha sido horneada y se ha convertido en pan. He de masticarlo muy lentamente…”) porque hemos llegado al siglo XXI y China se concentra en preparar los Juegos Olímpicos. Esas inquietantes y magistrales últimas páginas rebosan tensión y llegan a estremecer a un lector que observa cómo las dos líneas narrativas, hasta ahora paralelas aunque conectadas por el omnipresente Dai Wei, se acercan lentamente formando un arco muy suave que les permitirá confluir en un punto final común.
"Ahora sé que para llegar al alma tienes que viajar hacia atrás. Pero solo quienes están dormidos tienen tiempo de recorrer ese camino al revés. Los despiertos han de seguir avanzando a ciegas por senderos desconocidos hasta el día de su muerte…”

miércoles, 4 de julio de 2018

Ciudades de libro #3 Lisboa: El rinoceronte y el poeta de Miguel Barrero

Idioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: está bien

No es sencillo escribir sobre una ciudad que adoras, sobre todo si esa ciudad no es la tuya: es demasiado fácil caer en la idealización, en la postal exótica o en el tópico turístico. Algo así pasaba en otras dos novelas reseñadas por aquí, que tenían Lisboa como escenario de la acción: La calle de los ángeles de Jon Arretxe y Tren nocturno a Lisboa de Pascal Mercier. Algo así pasa, también, aunque en menor medida, en El rinoceronte y el poeta de Miguel Barrero. De hecho, El rinoceronte y el poeta ha sido definida como una "declaración de amor a la literatura, a Pessoa, a Lisboa". Y eso está muy bien. Lo que pasa es que ese amor debe transformarse en una obra literaria que se sostenga por sí propia, independientemente de lo bonito que sea el objeto amado. Y mira que a mí me gusta Lisboa, ¿eh?


Desde el punto de vista del argumento, El rinoceronte y el poeta se basa en un misterio: el profesor Eduardo Espinosa recibe una escueta carta de un colega, especialista como él en la obra de Pessoa, invitándolo a viajar a Lisboa para una conversación importante. El motivo de esa convocatoria y lo que se desvela en esa conversación entre eruditos no lo voy a contar, para no destripar la novela; y también porque casi es lo de menos: en realidad esa trama literario-detectivesca parece una excusa para que, mientras dura la espera de Espinosa, Miguel Barrero nos cuente cosas sobre Lisboa, sobre Pessoa, sobre el primer rinoceronte que llegó a Europa, desembarcado en Lisboa el 20 de mayo de 1515, sobre Cristóbal Colón, sobre el rey Don Manuel...

No es que estas digresiones sean poco interesantes, de hecho algunas de ellas son bien curiosas, sobre todo las referidas a los rinocerontes, su llegada a Europa y su posterior representacion / mitificación. También muchas de las historias biográficas o literarias sobre Fernando Pessoa resultan atractivas, porque en general casi todo lo que tiene que ver con Fernando Pessoa resulta atractivo. En cambio, otras digresiones están más traídas por los pelos, y el que el narrador repita "recordó Espinosa", "Espinosa pensó", etc., no hace que resulten más naturales: es inevitable pensar que quien recuerda esas cosas no es el personaje, sino el narrador, o mejor, el autor.

Y en cuanto a la representación de Lisboa, aunque por una parte es coherente con la figura del protagonista (un estudioso de Pessoa que visita la ciudad durante tres días, y que por lo tanto recorre solo aquellas áreas relacionadas con el poeta), no deja de resultar llamativo que se limite a barrios y puntos centrales y turísticos: Restauradores, Baixa, Bairro Alto, Alfama, Belém, el eléctrico 28, el cementerio de Prazeres... En ningún momento se visita ni se menciona la Lisboa del día a día, en la que la gente se levanta a las 7.30 de la mañana en un apartamento que apenas puede pagar, coge un autobús hasta los topes durante cuarenta minutos y llega a tiempo de servir cafés y pasteles de nata a los turistas por un sueldo que no llega a los 600€. Y se me dirá: ¡claro, no hay ninguna obligación de hablar de eso! Y contestaré: efectivamente, obligación, en literatura, prácticamente ninguna. Pero es que la otra Lisboa, la de A Brasileira, el Martinho da Arcada y el monasterio de los Jerónimos ya está muy vista; no estaría mal, de vez en cuando, intentar algo nuevo...

Es posible que esté sonando demasiado duro con la novela, y tengo que decir que El rinoceronte y el poeta está bien (de ahí la valoración: "está bien"). De hecho, no le falta mérito al hecho de conseguir mantener una trama basada en que un personaje espera dos días para reunirse con otro, y hablar. Y además está bien escrita, en el sentido de que el estilo está evidentemente cuidado y trabajado, si bien a veces cae en barroquismos y preciosismos excesivos para mi gusto. Un ejemplo, tomado de la primera página de la novela:
Quinientos años después, en una estupenda mañana de agosto en la que el sol doraba los campos y un cielo azul llenaba de optimismo los designios de una tierra condenada, mientras viajaba a bordo de un tren que comunicaba el epicentro de la meseta castellana con la para él bellísima desembocadura del Tajo en el Atlántico, el profesor Eduardo Espinosa pensó en aquel rinoceronte y se preguntó, por primera vez, si su historia podría entretejerse de algún modo con la del poeta a cuyo estudio había dedicado la mayor parte de su vida.
Vuelvo a oír una voz (¿de quién?) que dice: pues si no te ha parecido que estas novelas retratan bien Lisboa, ¿cuáles recomiendas? Y aquí, aun corriendo el riesgo de ser tópico yo mismo, tengo que referirme a los más grandes: el Libro del desasosiego del inevitable Pessoa, El año de la muerte de Ricardo Reis de Saramago, buena parte de la obra de Lobo Antunes o de Cardoso Pires, o si nos ponemos históricos, Os Maias de Eça de Queirós... Como se ve, es muy difícil (o así lo veo yo, por lo menos) que alguien que no ha vivido un largo tiempo en una ciudad escriba un gran libro sobre ella. Por mucho cariño que se le coja a un lugar durante una estancia de semanas, días o incluso meses, llegar a comprender el alma de las ciudades, si es que eso existe, lleva mucho más tiempo...

lunes, 2 de julio de 2018

Ciudades de libro #1: Nueva York: Gangs de Nueva York, de Herbert Asbury


Idioma original: inglés
Título original: Gangs of New York
Año de publicación: 1928
Traducción: Carme Font Paz
Valoración: muy recomendable (sobre todo para interesados)

Olvidaos de los rascacielos. Olvidaos de las imágenes rutilantes de Broadway o Times Square. Olvidaos de Sinatra, de Gene Kelly bailando, vestido de marinero. Olvidaos de las pelis de Woody Allen o de El padrino, de las comedias románticas que empiezan en el hotel Plaza y acaban el la pista de hielo de Central Park. Olvidaos -por favor, olvidaos en serio- de Donald Trump y de su hortera torre forrada de oro. Y pensad en una ciudad de casas bajas, de mansiones lujosas pero también llena de agujeros infectos donde recalaban los inmigrantes de una no menos infecta Europa. Donde los ricos vivían en el Upper East Side o en Harlem,  y lo que se dio en llamar la Cocina del Infierno... bueno, ya entonces era bastante infernal, mientras los pobres se apelotonaban en el bajo Manhattan, cerca del puerto. Donde el Bronx o Brooklyn eran  barrios  casi rurales, llenos aún de granjas; una ciudad con pocos italianos, judíos o chinos, no demasiados habitantes negros, pero con muchos, muchos irlandeses, que huían del hambre en su isla.

Estamos en el Nueva York de la primera mitad del siglo XIX, cuando el ocio teatral y tabernario se centraba en el Bowery y el epicentro de la delincuencia y la marginalidad se encontraba también en esa calle y, sobre todo, el la intersección conocida como "Five Points", en cuyo meollo se hallaba la conocida, supongo que de forma irónica, como Paradise Square (curiosamente, justo donde hoy se encuentran los juzgados municipales, el Tribunal federal y lo que fue el centro de detención de las "Tombs", y muy cerca del Ayuntamiento y la jefatura de Policía); bandas como las de los Dead Rabbits, los Plug Uglies o los Bowery Boys dominaban las calles de esa parte de Manhattan, enfrentándose en batallas épicas a puñetazo, navajazo o ladrillazo limpio, si era menester, mientras  servían a los intereses políticos del corrupto y célebre Tammany Hall, o al llamado "Know Nothing", el Partido Nativista Americano (ya veis que aunque lo intentemos, no es posible olvidarse de Trump...).

¿A alguien le resulta familiar esta imagen? Pues sí, hay una película de Martin Scorsese basada bastante libremente en este libro; además, para quien pueda haberlo leído, recordad que también uno de los relatos de la Historia Universal de la infamia, de Borges, está basado en él. Pocos años después de su publicación, de hecho, porque ya en su momento esta crónica histórico-periodística de Herbert Asbury tuvo gran éxito, de tal forma que el mismo autor escribió con posterioridad una segunda parte, además de libros similares sobre la historia de los bajos fondos de Chicago, San Francisco y Nueva Orleans. Pero no nos vayamos de la gran Manzana -aunque entonces sólo fuera aún una manzanita verde, aunque ya con una buena cantidad de gusanos-: visitaremos allí sitios tan tenebrosos como la Old Brewery de Five Points, el Callejón de los Asesinos o el Gotham Court de la calle Cherry; conoceremos al legendario gigante Mose, a famosos gágsters como el ladrón Hicksey, a Leslie, rey de los ladrones de bancos, y a los enemigos mortales John Morrissey y Bill Poole "el carnicero" (éste igual os suena de algo). O, por supuesto, los no menos terribles adversarios: el distinguido Paul Kelly y el "príncipe de los gángsters", el aún más célebre Monk Eastman, jefe de la banda que llevaba su nombre. Mujeres igualmente peligrosas, como Maggie "Gato del Infierno" o Annie la Combatiente, líder de las Gophers femeninas de Hell's Kitchen. Lo mismo que a esta banda, a los Dusters, los Five Pointers o incluso los tongs chinos que se entraron en guerra en Chinatown a comienzos del siglo XX. Por no hablar de un episodio especialmente truculento y que costó la vida de miles de personas (y supongo que poco conocido fuera de EEUU y tal vez incluso en ese mismo país): la llamada "Batalla de los seis días" o rebelión que tuvo lugar en la ciudad contra las leyes de reclutamiento para la Guerra de secesión, y que fue duramente reprimida por el ejército, utilizando incluso cañones contra la población civil (también hubo otros motines anteriores, protagonizados por bandas o por los propios policías).

En fin, que el señor Asbury nos da aquí un repaso exhaustivo, nos ofrece una visión fascinante y diferente, aunque terrible, de lo que fue, durante más de un siglo, una de las ciudades más emblemáticas del mundo. Pensemos que aún le quedaba por ver los efectos de la Ley Seca, el dominio de bandas como las de Dutch Schultz o Bumpy Johnson, el ascenso de la mafia italoamericana, los reinado de Luciano, de Genovese, Gambino... vaya, que a Asbury, periiodista además de escritor, y que vivió hasta 1963, no le dio tiempo a aburrirse, que digamos... En ese sentido, el final de Gangs of New York, la película de Scorsese es, precisamente de lo más significativo...