Idioma original: noruego
Título original: Is-slottetTraducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Año de publicación: 1963
Valoración: recomendable
A menudo se habla en ULAD sobre los clásicos, esos libros que deberían estar en las bibliotecas personales de cada uno de nosotros. Pero no siempre están disponibles, en ocasiones están descatalogados y, además, en algunos casos, son poco conocidos. Y me agrada ver que sigue habiendo interés en ellos, por parte de los lectores, pero también de las editoriales. Y justo por ello, me alegra ver que este año se haya fundado la editorial Trotalibros, una nueva editorial que se inició a partir de un blog literario y que, con los años, ha evolucionado hasta convertirse en una editorial que tiene como visión, y cito textualmente de su web, ser «una editorial joven, radicalmente independiente y especializada en recuperar obras fundamentales de la literatura universal injustamente olvidadas». Así que, después de «
La guardia», de Nikos Kavadías, ha publicado este libro de Tarjei Vesaas. Veamos qué nos ofrece.
La novela que nos ocupa nos presenta a Siss y Unn, dos niñas de once años de edad que van a la misma escuela. Apenas se conocen, pues Unn hace poco que vive en el pueblo, al que se ha trasladado tras la muerte de su madre soltera, yendo a vivir a casa de su tía. Pero la conexión entre las dos niñas es instantánea, directa, espontánea e incluso se podría decir que mágica. Tal vez se podría afirmar que es incluso desmesurada, obsesiva, estableciendo un vínculo más allá de la razón y la comprensión del mundo externo a ellas dos.
Ya en esas páginas iniciales se percibe el tono y estilo de Tarjei Vesaas, un estilo firme y enigmático, sin florituras, casi cortante, demostrando la sobriedad típica de la literatura noruega. Pero, en medio de la aparente frialdad, vemos que hay conexión con la historia, a través de un control absoluto del tiempo, de la tensión, del ritmo narrativo. Así, vamos conociendo a Siss y Unn y, a medida que lo hacemos, aumenta a su vez el interés que nos despiertan, empatizando con las niñas, reubicándonos en esa edad donde entendemos poco de lo que ocurre, pero especialmente donde pocos nos entienden a nosotros que vivimos en nuestro propio mundo, con nuestros deseos, miedos y frustraciones.
Situado el contexto, el tono inicial del relato es agonizante, atormentado; el autor transmite esa sensación de peligro constante, un peligro exterior pero también interior, afirmando que «en ese momento se había entregado a lo desconocido, a aquello que en noches como esa está a tus espaldas. Lo desconocido lo llenaba todo». De esta manera, con ese estilo tan directo a la vez que contundente, el autor nos ubica en un ambiente terriblemente frío, denso, que envuelve al lector y le hace tomar consciencia de la soledad y del desamparo, del peligro. Y, en medio de esos helados y fríos parajes, la presencia constante, inmensa, emergiendo como un protagonista más, del palacio de hielo. Un palacio por quien Unn siente una imperiosa y creciente fascinación, consciente de su belleza a la vez que también del peligro que alberga. Y, de manera similar a lo que le ocurre a Unn, esa sensación tensa desborda el texto y apremia a uno a seguir adelante con la lectura, empujándolo a adentrarse en ella, si bien no se sabe a ciencia cierta dónde llevará y qué ofrecerá. Así, como una especie de embrujo, el relato te cautiva y te atrapa, y no te permite escapar de la lectura. Te envuelve de oscuridad y fascinación, como ese palacio de hielo que esconde belleza y amenazas atenazadoras. Una fascinación que con sus tentáculos apresadores tienta el aire, a ciegas y helando el ambiente, buscando una víctima a la que seducir. Hasta que consigue su presa.
Pero esta novela no trata únicamente de peligros o misterios, o al menos no los que albergan los fríos parajes helados; aquí el verdadero peligro, la verdadera amenaza, reside dentro de uno mismo, oculto bajo capas de incomprensión y dificultad de comunicación. Porque esta novela es realmente un relato de una amistad extrema, de tragedias y obsesiones, del descubrimiento de emociones que emergen de dentro de uno mismo, de malentendidos e incertezas, de decepciones y desencantos que el autor retrata afirmando que «un hoyo de lágrimas estaba preparado delante de ella, listo para que se metiera dentro, pero no lo hizo. Ya había acabado el llanto en otro lugar», de perturbaciones en edades jóvenes que se encaminan a la obsesión, que llevan a una de las protagonistas a afirmar que «no quiero pensar en ella, solo quiero estar con ella». Y, con ello, en ese estado de ánimo tenso y alterado, aparece la tragedia, larga y perpetua. Y afecta, a la amistad, al futuro, a uno mismo. A una gestión emocional quebrada y aislada, de incomprensión y desafecto.
De esta manera, el libro nos habla de obsesiones, de promesas y de futuros perfilados, de juramentos de fidelidad y de memoria, de tristeza y de duelo. Con un estilo seco y sugerente, frío e incluso lacerante como ese palacio de hielo repleto de grietas y aristas, la novela retrata la soledad de la pre adolescencia, de la incomprensión a la que se es sometido debido a la falta de empatía e incapacidad de acercamiento de los mayores al mundo de los infantes; es el relato de un abismo que se crea impidiendo, cual estructura inquebrantable de hielo, que se acceda a unos sentimientos que vislumbramos pero que no sabemos cómo acercarnos a ellos sin romper la distancia que la madurez falsamente otorga a los otrora sentimientos albergados, creando así una incapacidad de percibir la tristeza, el miedo, la temeridad, la ilusión o la confianza. Y los secretos y las promesas, tan definitivas e inquebrantables, tan íntimas y pasionales, cuales anclajes emocionales a una vida de deseos impulsivos y puntuales que parecen sin embargo eternos.
«El palacio de hielo» no es una obra fácil, no únicamente por su temática en torno a la soledad y el duelo, sino porque presenta una prosa áspera, seca y fría, distante y tosca que en ocasiones incluso se muestra excluyente; hay ocasiones donde parece que esa contundencia expulse y rechace a un lector que puede sentirse incómodo, especialmente en los breves, hirientes y ocasionales diálogos entre Siss y los adultos, de una sequedad casi desagradable que incluso se puede percibir como extrema y excesiva. Esa misma sensación es la que parece encontrar Siss, que se siente apartada, distanciada del resto de sus compañeros, de sus padres, de su entorno; un entorno involuntariamente hostil que no la comprende, ni ella a ellos, porque no entienden su amistad con Unn, no saben de promesas ni lealtades, no saben de sentimientos ni fraternidad. Entienden solo lo que comprenden, y solo eso aceptan.
A pesar de ese estilo seco y frío, se trata de un libro recomendable por su poder de atracción y su alto ritmo narrativo, por el gran retrato que hace sobre el dolor y el duelo, sobre la infancia y su terrible impresionabilidad, sobre la incomprensión y la necesidad de proteger pero sin la capacidad de acercamiento ni empatía y también sobre la dificultad en aceptar los hechos aún y sabiendo, en el fondo, que sí han sucedido, aunque únicamente fuera de uno mismo. Dentro permanece el frío, constante, perpetuo e imperecedero.