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jueves, 12 de mayo de 2022

Marian Donner: Manifiesto en contra de la autoayuda

Idioma original: neerlandés

Título original: Zelfverwoestingsboek 

Año de publicación: 2019 (en castellano, 2021)

Valoración: Recomendable alto


Estamos en la cultura de Instagram, y quien dice Instagram dice cualquier otra red social, incluidas las consideradas profesionales. Toca transmitir felicidad, éxito, juventud, diversión, descubrimientos, atractivo, actividad. En contacto con amigos o conocidos, posibles parejas o posibles clientes, vecinos o familiares de cualquier rango, no son admisibles mensajes que no sean esos, solo procede enseñar nuestro último outfit, las imágenes de nuestra escapada de puente, el golazo del chaval, las instalaciones del nuevo gym. Lo demás, claro, no interesa, es lógico.

Pero no solo son las exigencias de esta vida social virtual. Permanentemente recibimos llamamientos a la positividad, la salud, el buen rollo y la iniciativa. La sociedad nos quiere a punto para nuevas metas, no podemos quedarnos parados, los fracasos son solo un aprendizaje para el próximo triunfo. El bombardeo es incesante: si quieres, puedes, basta con desearlo con mucha fuerza y trabajar duro, no hay nada que no puedas conseguir, debes hacer salir tus potencialidades ocultas. Todo es muy estimulante, fantástico, pero puede no ser fácil, tendemos a la vagancia, a la autocomplacencia, quizá a una envidia estéril. Y si uno no tiene la suficiente pasta para pagarse un psicólogo (un psicoanalista, como dicen en las películas) o, mejor, un coach, pues nada, los libros de autoayuda son un buen sucedáneo.

Este mundo del siglo XXI está montado así, nada de esto nos pilla de sorpresa, y en su diseño es necesario que el mecanismo siga siempre avanzando a buen ritmo, porque si dejamos de dar pedales el invento se desequilibra y se viene abajo. El sistema necesita consumidores felices, que siempre quieran un poco más para distinguirse, para mejorar, para tener nuevas experiencias (todo son experiencias, de compra, de viaje, de cata de vinos, de regalo sorpresa). No basta un coche chulo, un armario surtido o unas vacaciones, hay que afinar con el corte de pelo, el blanqueamiento dental, conocer pueblos con encanto, cenar tofu o aguacate, algo de teatro de vanguardia, spa, despedidas de soltero cada vez más caras y extravagantes, algún tatuaje, fin de semana ecuestre. Ahí pone Marian Donner el acento, los requerimientos del nuevo capitalismo (yo añadiría que heredado del llamado capitalismo popular de los 90), que ha descubierto que el mayor negocio es tener a los muchos millones de la clase media (y otros muchos que ni siquiera llegarían a calificarse así) obsesionados, quizá ya no tanto con escalar, sino con acceder a la multitud de bienes y servicios que hacen que la gente se vea más feliz, o que se la suponga más feliz.

La escritora y periodista holandesa (o, por lo visto, mejor neerlandesa) se fija especialmente en las imágenes que nos llegan a través de los medios (cuerpos perfectos, sonrisas de éxito) y en esos mensajes llenos de voluntarismo aparentemente ingenuo que a fin de cuentas nos vienen a decir que si no triunfamos, si no nos parecemos a esos triunfadores, es porque no queremos: amigo, no echemos la culpa a la falta de oportunidades, porque si no lo consigues es solo porque no lo quieres con suficiente intensidad. En definitiva, tú eres el culpable. La cuestión se traslada, una vez más, de lo colectivo a lo individual, es la victoria absoluta, avasalladora, del liberalismo en su aspecto más salvaje. Laissez faire, laissez passer.

Como se ve, el libro desborda claramente la crítica a la autoayuda que anuncia el título, y sus primeras veinte o treinta páginas son demoledoras. No tanto porque descubra cosas que no sepamos, sino porque lo expone con convicción, de forma nítida, brutal. Hay desde luego una clara voluntad de provocación, de fustigar y agitar el debate más que de exponer razonamientos muy elaborados, y el resultado es una saludable frescura con la que ponernos frente a realidades que han tomado cuerpo durante demasiado tiempo hasta resultar normales o inevitables, quizá hasta que ni siquiera las veamos.

Ese deseo transgresor hace que quizá el libro afloje un poco en los apartados siguientes, no sé si para justificar eso tan sonoro de en defensa de la autodestrucción, que luce sin mucha justificación en la cubierta. Ante ese paradigma de la vida sana, la belleza y la realización personal, la autora contrapone invitaciones como ‘arde’, ‘baila’, ‘sangra’, que tienen la carga metafórica de llamamientos a la libertad y a saltarse las nuevas normas de esa cultura que apenas puede esconder el objetivo inmediato del consumo masivo, y el más profundo del mantenimiento del statu quo. Y he dejado para el final el mensaje ‘bebe’, que curiosamente es el de contenido más literal y donde Donner incita en efecto a cogerse alguna buena borrachera como forma espontánea (y yo añadiría que muy clásica) de rebelarse contra el sistema, aunque sea un rato.

Sin desmerecer el valor del libro como mensaje provocador y además muy bien escrito, raro sería que terminase la reseña sin darle una vuelta de tuerca más. Porque si la autora nos pincha para no someternos tan dócilmente a los cánones ¿no está también favoreciendo soluciones exclusivamente individuales a un problema colectivo? Y aún más, esas recomendaciones tan rompedoras ¿no son una forma de terapia, en definitiva, Marian Donner, de autoayuda, aunque con un contenido algo diferente? 


lunes, 24 de mayo de 2021

Neel Doff: Días de hambre y miseria

Idioma original: Francés
Título original: Jours de famine et de détresse 
Año de publicación: 1911
Traducción: Javier Vela
Valoración: Recomendable

Días de hambre y miseria es una novela corta. La escribió la neerlandesa Neel Doof en francés, su lengua de expresión literaria. Narra la vida de una familia proletaria a finales del siglo XIX, e inicia una trilogía de visos autobiográficos protagonizada por Keetje Oldema.

La mentada Keetje tiene, al inicio de esta entrega, nueve años. Cuando volvemos la última página ha cumplido ya los diecinueve. Para entonces ha sufrido en sus propias carnes las consecuencias de la pobreza extrema, el hambre, el cansancio, la falta de higiene, la enfermedad y la precariedad laboral, amén de vejaciones de toda clase.

Su testimonio, relatado en primera persona, es muy crudo, pero en ningún momento trata de manipular emocionalmente al lector con sentimentalismo barato o victimización. Y, para colmo, tanto la prosa como la estructura narrativa del mismo contribuyen a darle una pátina de verosimilitud, volviéndolo así todavía más devastador.

Entre las múltiples virtudes de esta obra, destacaría las siguientes:

  • La contención y economía de medios con que está escrita. 
  • Su sutileza a la hora de caracterizar a los personajes y evidenciar su desarrollo (o degradación).
  • La eficacia y expresividad con que relata determinadas escenas. 
  • Su atención al detalle.
  • Aborda múltiples temas vinculados con la pobreza y las dinámicas familiares.
  • Algunas de sus reflexiones, ya circunvalen el existencialismo o la crítica social.

Resumiendo: Días de hambre y miseria (finalista del premio Goncourt de 1911, por cierto) supone todo un descubrimiento. De su autora, injustamente ninguneada en nuestro idioma, sólo se había traducido la secuela de esta primera novela, de próxima aparición en la editorial Firmamento.

martes, 28 de mayo de 2019

Erik Kessels: ¡Qué desastre!

Idioma original: inglés
Título original: Failed it!
Año de publicación: 2016
Valoración: Curioso (Recomendable para fans)


Si es usted contable o cocinero, por ejemplo, más vale que no haga caso de este libro. Si es médico, ya no le digo: le suplico encarecidamente que se olvide del libro y de la reseña. A no ser que tenga usted, señor doctor, una oculta afición por la fotografía creativa o cosa similar que cultiva en sus ratos libres. En ese caso -y solo para eso- sí le puede interesar.

Porque, amigos, lo que hace este librito es poner en valor el error como fuente de creatividad, elevar la metedura de pata a la categoría de genialidad, promover el gazapo para hacer posible el impacto, la imagen que estalla frente al espectador en una voltereta conceptual. Así que ojito con lo que estamos jugando. Como el tal Erik Kessels es artista, fotógrafo, diseñador, creativo, publicista y cosas de esa índole, puede permitirse lanzar proclamas rupturistas sin que nadie se eche a temblar, y las que integran el libro pues la verdad es que son interesantes.

Como digo, la apuesta de Kessels es de alguna manera la huida de la perfección. Si otros buscaron la creatividad en las drogas (la Historia del arte está repleta de ejemplos) o pusieron el acento en la improvisación del gesto o en la suma aleatoria de imágenes, este señor propone rebuscar en el error, hacer del fracaso el trampolín para salir de lo ordinario. El arte de equivocarse, una idea desde luego sugerente que anima a los creadores a no arredrarse ente el fallo, a perseverar en él y buscarle un sentido no previsto: Las grandes ideas surgen cuando se duda de ellas, dice este caballero holandés. 

Lo ilustra con algunos ejemplos interesantes, como el uso de agentes disruptivos (el insecto que se coloca en el objetivo) o la descontextualización de elementos cotidianos. Tenemos también imágenes (porque buena parte del libro son fotografías) en las que el dedazo del fotógrafo borra la cara del novio en la boda (¿premonición?), o deja al bebé en manos de alguien sin rostro, el desenfoque o la mala iluminación convierten al perro en una mancha oscura o hacen nacer brillos temibles en los ojos de los fotografiados. De esta forma, las imágenes pierden su inocencia y se convierten en escenas inquietantes que descolocan al espectador. Si hablamos del álbum familiar igual la cosa no tiene mucha gracia, pero a nivel creativo el efecto puede funcionar muy bien.

No se puede decir que el libro sea un tratado teórico serio, por lo que tampoco se le puede pedir profundidad, coherencia o rigor. De forma que el autor mezcla claramente conceptos algo heterogéneos y, mientras lanza imperativos de publicista (No siga las normas, Mantenga a su público alerta o Alabemos lo ilógico), extiende la defensa del error a otros campos que pueden ser muy próximos, pero no del todo semejantes. Por ejemplo, la serendipia, el arte de captar el hallazgo, la casualidad de objetos que se superponen por puro azar (véase la foto del pavo azul), una de cuyas variedades sería el trampantojo; o el error planificado, como esos fascinantes puzzles que Rogowsky reconstruye en desorden. Aquí hablamos ya de trucos, de recursos de fotógrafo para salirse de la norma y explorar otras formas de expresión, buscando cada cual su camino, el arte, la sorpresa o el impacto comercial. 


Ya digo que no estamos ante un libro al uso, son 165 páginas de las que apenas un tercio son de texto, no es una formulación de ideas elaboradas, sino más bien una pequeña provocación, una forma de hacer ruido para sacudir lo convencional, invitar a los creativos a no acomodarse, a buscar los límites y a utilizar el fracaso como medio para romper moldes. Huir de la perfección académica para transmitir sensaciones que no necesariamente tienen que ver con la belleza. Cosas que se han experimentado en distintas épocas y por procedimientos variados, y que aquí reciben un impulso fresco y entusiasta.

Hay momentos en que las soflamas de Kessels se aproximan a un ejercicio de coaching, animando al creador a no desfallecer, a no rendirse ante la decepción, a defender con vigor la obra si uno está convencido de su potencial (subraya los doce editores que rechazaron la historia de Harry Potter) o, en el peor de los casos, a atesorar las chapuzas como bagaje creativo del que aprender. Cualquier cosa menos quedarse quieto y seguir la corriente, puede ser un mensaje estimulante.

Por mi parte les puedo contar que compré y leí el libro justo después de ver una magnífica exposición de Giorgio Morandi, y de alguna manera me ayudó a entender la seducción de esos bodegones, casi todos parecidos, con jarrones ligeramente torcidos, objetos arracimados y trazo tembloroso. Quizá parte de su poder reside justamente en su imperfección.

P.D: No sé cómo interpretar el hecho de que la cubierta del libro esté en la parte trasera, al estilo manga. Desconozco si, como parece sugerirse, la peculiar encuadernación de los mangas, de detrás hacia delante, es también efecto de un error. Pero eso a lo mejor nos puede aclarar Juan, que es un experto (creo). 

viernes, 28 de septiembre de 2018

Nico Rost: Goethe en Dachau

Idioma original: neerlandés
Título original: Goethe in Dachau
Traductora: Núria Molines Galarza
Año de publicación: 1946
Valoración: Muy recomendable

Si tenéis Twitter, y si seguís a libreras como @DeborahLibros o @SilviaBroome, o a librerías como Primera Página u 80 Mundos, es probable que ya hayáis oído hablar de este libro. Su editorial, ContraEscritura, cuida mucho la relación con las librerías, y esta atención se refleja en el cariño con el que las libreras y librerías tratan sus libros. Esto, naturalmente, no desmerece a la obra recomendada, Goethe en Dachau, de Nico Rost, una obra que por su propia calidad justifica gran parte de los elogios que se le dedican.

Como su título (y su portada) apuntan, nos encontramos ante un relato concentracionario: el diario del escritor Nico Rost durante su estancia en el campo de Dachau. ¿Un libro más sobre campos de concentración? Pues sí... pero no. Porque este libro es en cierto modo diferente a las obras de Primo Levi, Imre Kertesz o Jorge Semprún, por citar algunos de los ya reseñados por aquí. En la mayoría de estas obras encontramos una descripción más o menos descarnada de la vida en el campo, con todas sus penurias y horrores, junto con una reflexión sobre su significado humano, filosófico y político, o sobre la capacidad de narrar una experiencia extrema y traumática como esta. En Goethe en Dachau estos elementos están también presentes, claro, pero equilibrados por otro fundamental: el recuerdo, la lectura y el comentario de autores como Goethe, Hölderlin, Lessing o Novalis, entre otros muchos.


Naturalmente, este contraste entre la brutalidad del contexto y la elevación de las discusiones sobre literatura que Rost mantiene consigo mismo o con otros reclusos resulta chocante, e incluso problemático. El propio Nico Rost se plantea en varios momentos esta cuestión, preguntándose si su forma de resistencia y oposición a los movimientos fascistas no había sido "demasiado literaria". Como lector, sin duda, resulta llamativo leer a Nico Rost hablando de que quiere leer toda la obra de Hölderlin en una entrada del diario, y en la siguiente leer que han muerto cientos de personas por causa del tifus; parece existir una disonancia entre ambas realidades, difícilmente compaginables.
Así cuenta, por ejemplo, en un determinado pasaje que él y otro recluso estaban "tan enfrascados en nuestro tema [una edición de la biografía del escritor Antoine Frédéric Ozanam] que apenas oíamos los lamentos y gemidos -era día de vendajes- de los enfermos que nos rodeaban".

Como se hace evidente a lo largo del diario, la reflexión sobre literatura -y no sobre una literatura cualquiera, sino sobre la literatura alemana en particular-, se convierte así, por una parte, en una forma de supervivencia (para conservar la cordura, la dignidad, la libertad, aunque sea interior), y por otra, en una forma de resistencia, oponiéndose a la satanización de todo lo alemán provocado por el ascenso del nazismo, y en general a cualquier tipo de chauvinismo. Tan importante es para la lectura y la escritura Nico Rost, "el loco que roba papel y escribe todo el tiempo" como le conocían en el lager, que llega incluso a alegrarse de que haya alertas antiaéreas en el campo, porque eso le da más tiempo para escribir, a pesar del peligro evidente que estos bombardeos podían suponer para él y para sus compañeros de campo. En cualquier caso, no se trata solo de una "deformación profesional", sino de una estrategia consciente y tenaz; en un momento determinado afirma:
...evidentemente que pienso muchísimo en casa, en los problemas políticos presentes y futuros, en muchos amigos, en comer mejor, en si tengo o no piojos, si el animalillo que me modrió ayer era un piojo o una pulga; pero, en primer lugar, no puedo escribirlo todo y, en segundo lugar, tampoco quiero, de ninguna manera. Tendría entonces que hablar una y otra vez sobre mis esperanzas y mis deseos, mis preocupaciones y mi miseria, pero lo que quiero es imponerme disciplina, que mis pensamientos lo controlen, que sean deños por encima de toda la materia que hay en este lugar, es decir, la materia de las SS, una corteza de pan, la sopa aguada, los piojos y las pulgas...

(Conviene aclarar, por otra parte, que quizás Nico Rost estaba siendo demasiado crítico consigo mismo en estas autoacusaciones, ya que si bien es cierto que su principal labor era la literaria, también se implicó en la Resistencia belga tras la invasión nazi. En el propio campo de Dachau, además de intentar ayudar a diversos reclusos desde su posición de ayudante de la Enfermería, también se le ve donando sangre para intentar salvar la vida de otros reclusos. ¿Hay alguna forma más concreta y material de solidaridad que donar la propia sangre, sobre todo en un contexto en que era un bien tan preciado?)

Goethe en Dachau muestra así a un Nico Rost profundamente humano, decidido desde el inicio (desde antes del inicio, de hecho) a resistir la tentación de odiar colectivos nacionales o religiosos, incluso los de sus verdugos (los alemanes, pero también los polacos, tan odiados dentro del lager). La lección fundamental del libro, sin duda, es la de la resistencia de la dignidad, que en este caso adopta la forma de una reflexión cultural y literaria profunda, incluso en medio de los peores horrores. Pero otra lección más sutil, que creo que es necesario resaltar, es que esta resistencia intelectual se combina con una resistencia material, política en un sentido práctico (porque también la labor literaria de Nico Rost es política). En caso contrario, se corre el riesgo de caer en un intelectualismo elitista, y olvidar el sufrimiento ajeno, incluso cuando está tan próximo y es tan evidente.

Una nota final sobre la traducción de Nuria Molines Galarza: tal como se nos indica en el prólogo de la traductora, la obra original es un palimpsesto y una torre de Babel: la voz de Rost (en neerlandés) se mezcla con fragmentos en alemán, tomados de sus conversaciones con otros reclusos y del vocabulario familiar en el campo; y con citas escritas en muchas otras lenguas, como francés, latín o yiddish. Además, la primera edición en neerlandés fue corregida y revisada en la traducción alemana, realizada por la propia mujer del escritor. Ante esta complejidad lingüística, la decisión de Nuria Molines ha sido presentar prácticamente todo el texto en en castellano, incluidas las citas (con el texto original en nota), pero mantener el vocabulario concentracionario en alemán, con la traducción entre corchetes, al menos en la primera aparición de cada término. Es, naturalmente, una estrategia válida para mantener el plurilingüismo del original, y al mismo tiempo hacer fácilmente legible la traducción para el lector español. Personalmente, habría conservado los textos que en el original no están en neerlandés (incluso los fragmentos en alemán), colocando la traducción en nota, para mantener así el plurilingüismo del libro y del lager, y el efecto de extrañeza que estas otras lenguas producen en la lectura. Se agradece, en todo caso, el prólogo de la traductora en la que explica esta y otras decisiones, haciéndose visible en el proceso de transmisión de la obra.

domingo, 15 de julio de 2018

Toine Heijmans:En el mar

Idioma original: Holandés
Título original: Op Zee
Año de publicación: 2011
Valoración: Se deja leer


En el mar describe un viaje en velero que comenzó en el puerto de Harlingen (Países Bajos), continuó bordeando las costas de Inglaterra, el mar del Norte, el Atlántico… Donald planea esa travesía como única forma de librarse del tedio  que le produce su vida de oficinista, las críticas, las traiciones. Ya en la costa danesa, recoge a su hija de siete años y juntos regresan a Holanda. Dice la contraportada: “Alejados del mundo, el viaje se anuncia idílico, y entre padre e hija surge una complicidad que nunca antes habían conocido”. Pero en un punto concreto el tiempo comienza a empeorar, surgen complicaciones increíbles y el viaje se convierte en francamente insoportable. Lo malo del asunto es que nada de esto es verdad, aunque forma parte de la narración, más tarde descubriremos que Heijmans nos estaba engañando.
Contra lo que pueda parecer dadas las pistas previas, aquí no hay lirismo, ni esmeradas descripciones, ni diálogos interesantes y muy poca profundidad psicológica. En un primer momento, nos da la impresión de estar ante un manual de supervivencia. Las frases son cortas y simples, lo que ocurre durante el recorrido, así como la relación paterno-filial, roza la banalidad y solo un fuego de artificio, completamente injustificado, consigue alejarnos del mortal aburrimiento. Pero al menos así nos vamos inquietando por momentos, comprendemos que algo anda mal y no sabemos qué puede ser, el discurso se vuelve cada vez más absurdo y las reacciones más incoherentes, tanto que empezamos a dudar de lo que se nos cuenta. Finalmente, se nos brinda un punto de vista paralelo y la línea narrativa se bifurca.
Por fortuna, el texto apenas ocupa centenar y medio de páginas con bastantes espacios en blanco, pero podría reducirse a un relato de quince o veinte para que el efecto que, se supone, debería producir en nosotros se efectúe con la contundencia deseada. Hacer trampas al lector puede ser legítimo si la verosimilitud no resulta dañada, si los trucos consiguen un efecto sorpresa, si eso contribuye a mantener la intriga, aumenta la complejidad narrativa o efectos similares. Nunca cuando el argumento es una falacia de principio a fin y el descubrimiento de lo que se esconde detrás reduce toda la trama a cenizas. En mi opinión, es un caso de tensión narrativa mal manejada, pues las explicaciones, que –solo- aparecen en las últimas páginas, están creando otro relato, completamente distinto del que hemos leído y que promete ser mucho más rico e interesante pero bastante más difícil de elaborar. Y, según parece, algunos escritores no están dispuestos a complicarse la vida. Por cierto, esta novela me ha recordado a otra que reseñé hace unos meses, y mis reproches de entonces iban por el mismo camino.
No debo desvelar nada más, solo añado que en todo ello subyace la constatación de una necesidad vital: mantener la propia mente en perfecto estado de equilibrio. De ahí que en obviedades como “Quien deja de pensar con lucidez queda a merced del mar” y otras similares se encuentre la metáfora que puede aplicarse a cualquier situación y, aunque en un principio nos pasen desapercibidas, acaban convirtiéndose en el eje de todo el asunto. 

lunes, 4 de diciembre de 2017

Vincent van Gogh: Cartas a Théo


Idioma original de las cartas: Van Gogh escribía en holandés al principio, y cuando residió en Francia pasó al francés. En ocasiones intercalaba expresiones en inglés
Selección y traducción de las cartas: Instituto del Libro Cubano 
Año de publicación de la recopilación: 1994
Valoración de la recopilación: Recomendable para interesados 

 No suelo intervenir en los libros que leo, aunque sean míos. Entiendo esa urgencia que impele a muchos a subrayar o escribir, a menudo la comparto, pero una suerte de temor reverencial me impide perpetrar lo que para mí sería un sacrilegio. Sin embargo, con Cartas a Théo, de Vincent van Gogh, no pude resistirme; probablemente sea el primer desliz en más de una década. Las frases de este señor están tan llenas de inteligencia y pasión que tuve que señalarlas. Debo decir que, sorprendentemente, no siento remordimientos por ello (es más, esta intervención en el libro ha resultado catártica). 

 De alguna manera, el saber que cuando revisite a esta maravillosa obra voy a ser capaz de ver las huellas dejadas por mi anterior impresión, de contrastar ambas lecturas y hacer dialogar a dos diferentes yoes gracias a ello, no tiene precio. Porque si algo tengo claro es que no voy a leer lo mismo por más veces que regrese a esta pequeña maravilla. Van Gogh aborda infinidad de temas con una sensibilidad y una cultura increíbles en la correspondencia que mandó a su hermano Théo y que por fortuna (literalmente) ha sobrevivido hasta llegar a nuestros días. Las cartas presentes en esta edición han sido seleccionadas por El Instituto Cubano del Libro (igual que las cuarenta ilustraciones que las acompañan) y se presentan ordenadas de forma cronológica.  

 El pintor habla en ellas sin restricciones, haciendo gala de la confianza y amistad que le unía a su hermano. Habla sobre sus peripecias vitales, los pormenores de su existencia, sus forcejeos con el hambre y la soledad, con el amor y su exigencia artística. Mendiga a Théo, despotrica de la enseñanza del arte, alaba la magia de Arles o a los grandes maestros. Mientras leemos, asistimos maravillados a su evolución como persona, donde sus facetas como pintor, espectador de museos, paisajes y campesinos, admirador de Millet y Rembrandt (“el mago”) se van superponiendo las unas a las otras. Presenciamos sus cambios de humor, su humilde visión de su propia obra, su entusiasmo ante la próxima llegada de Gaugin a la conocida como casa amarilla, y la frialdad con la que habla del tema tras su marcha… 

 Van Gogh escribía bien, con oficio y maestría, y es por eso que logra cautivarnos hable de temas culturales (era, a su manera, un lúcido lector y analista artístico) o le describa la vegetación a su hermano. A un lector medio, esto tengo que avisarlo, hay algunos pasajes que quizás se le hagan pesados. Esos en que las referencias y alusiones, no ya a obras literarias, si no que a pintores célebres pero más oscuros para el público general, son constantes; o esas donde explica aspectos más técnicos sobre la pintura, como la elaboración de los colores; incluso aquellos en que hace lo que en la contracubierta llaman “una confesión de estética”. No obstante, este tipo de información no relega el libro al disfrute exclusivo de los especialistas: está en pequeñas dosis, y hay que tener en cuenta que rara vez se nos presentan este tipo de temas ininterrumpidamente por varias páginas, de modo que el resto de contenido, más asequible, compensará sobremanera esas partes que puedan parecer intimidatorias para algunos. 

 De tanto en tanto el texto está salpicado con sus dibujos, esos que apretaba entre su nerviosa caligrafía mientras redactaba las cartas. Las imágenes, en blanco y negro, tienen una calidad aceptable. Han sido seleccionadas con criterio, como representativas de los temas expuestos en los párrafos que acompañan. Desgraciadamente no hay muchas, solamente cuarenta, aunque debo ser honesto y reconocer que el doble tampoco hubieran sido suficientes para mí. Lástima que no se hayan incluido otras con registros gráficos y pictóricos más variados, pero entiendo que algunas de estas habrían tenido que imprimirse a color, y probablemente la editorial tenía un presupuesto ajustado. 

 Publicar solamente los dibujos que esta selección ha determinado puede dar la impresión de que todos los de las cartas fueron hechos con tinta china negra, pero no es así, pues Van Gogh también llegó a usar mucho la de color sepia. Incluso trató a algunas cartas policromáticamente, con acuarelas o toques de témepera. En fin, que tampoco esperaba hallar estos dibujos plasmados de forma perfecta en un libro sobre las cartas. Para eso voy a Amsterdam. Lo que el libro ofrece con verdadera gracia es la palabra, no la imagen. Aunque la palabra caligrafiada de Van Gogh también es una imagen en sí misma, cosa que también se pierde en este... Mejor paro.  

 El grosor de esta edición de Cartas a Théo es considerable, dado que contiene una nada desdeñable cantidad de misivas. No obstante, se extingue con implacable rapidez. Cuando ya estamos por llegar a las últimas páginas del libro, nos angustia terminar. Quizás tememos que su fin sea abrupto, injusto, irrevocable en cierto sentido. Como un disparo reverberando en un campo de trigo. Pero no nos preocupemos, porque, como he dicho antes, el libro no nos abandona y podremos acudir a él las veces que deseemos. 

 Ésta no será la compilación más perfecta de todas las publicadas (probablemente no exista tal cosa, ¿cómo adaptar con justicia esas maravillosas cartas?), pero tiene muchos aciertos. Algunos, donde otras fallaron. Por ejemplo, es de las más minuciosas en su intención de abarcar cuestiones artísticas sin por ello olvidar a un público más general. Este afán de inclusividad se agradece sobremanera. Otro punto a favor de estas Cartas a Théo es, a mi juicio, la exhaustiva visión global que dan del periodo que tratan, en vez de quedarse en los neblinosos tanteos de otras compilaciones. Pero bueno, su mayor virtud es la de acercar la figura de este genio y su imprescindible testimonio a una sociedad que a veces parece estar olvidándolo... O, en el peor de los casos, apreciándolo a un nivel ofensivamente superficial. 

lunes, 23 de octubre de 2017

Cees Nooteboom: El desvío a Santiago



Idioma original: Holandés
Título original: De omweg naar Santiago
Año de publicación: 1992
Traducción: Julio Grande
Valoración: Muy recomendable



“España es brutal, anárquica, egocéntrica, cruel; España está dispuesta a ponerse la soga al cuello por disparates, es caótica, sueña, es irracional”. La afirmación está en las páginas iniciales de Desvío a Santiago, una recopilación de artículos escritos hace tres décadas por el ensayista, poeta y novelista holandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933) que es el inventario literario de los motivos por los que este país paradójico y grotesco le fascina y mantiene en un estado de absoluta seducción. Y prosigue: “¿Qué se puede hacer con un país así? Odiarlo o amarlo, y creo que es por esa misma tendencia absurda y caótica de mi propio carácter por lo que he elegido lo último, y por eso estoy aquí a la hora equivocada…”, explica el escritor mientras se da de narices con la puerta de la catedral de una capital de provincia cualquiera, cerrada hasta dentro de tres o cuatro horas, hasta que la reabran después de comer, por la tarde.

En estos casi treinta artículos, Cees Nooteboom deambula especialmente por las montañas y mesetas interiores de ese país vacío y desolado, desviándose una y otra vez de las rutas principales para disfrutar de una ermita románica, de un paisaje solemne, de la silueta de un monte recortado frente al cielo rotundo, o de una perspectiva profunda bajo la luz inmisericorde. “Quizás sean las comarcas que yo visito. Por que es esto lo que quiero, lentitud, y sea cual fuera la ley que aquí gobierna, encuentro lo que busco. En un paisaje en el que un único árbol se ve a kilómetros de distancia, el tiempo se mide de otra manera. Por esa medida vengo aquí.” 

Llegados a este punto del trayecto, dejen que este precario reseñador –parido y criado en una playa mediterránea entre hordas de enrojecidos guiris en chanclas oliendo a aceite de coco, cuyo máximo interés por la cultura del país es ponerse tibios de sangría en la japiauar- les exponga su propia fascinación por la mirada fascinada del escritor holandés. Porque cuando acompañado de mis prejuicios paro en uno de esos pueblos varados junto a la carretera nacional y entro en el bar del Casino –a por alivio, refresco, café…- me parece caer de bruces en los versos de Antonio Machado, en la España que ora y bosteza, que ora y embiste. Cees Nooteboom nos brinda el retrato de un país de hace tres décadas y quizás las cosas hayan cambiado algo, quizás no demasiado, y esta distancia le da al relato un atractivo añadido por lo que nos permite de comparación. En los casinos de pueblo, desde luego, sigue hoy el mismo camarero aburrido y mal encarado, las moscas incansables, las noticias de TVE a volumen atronador… Aunque sí ha mejorado ostensiblemente la oferta gastronómica y hostelera, y ahora hay algo más que paradores, menús de incierta digestión y jarras de vino con la textura del cemento. Perdón por la dispersión, pues no se trata de eso: Desvío a Santiago no va para nada de exaltación turístico gastronómica.

En estas crónicas apenas hay diálogo con las personas que se van cruzando con el viajero. Sí en cambio una honda conversación interior sobre sus propias creencias, dudas, diferencias culturales, prejuicios morales y políticos, pasiones estéticas e inclinaciones metafísicas, místicas, espirituales. Convertidas en  excelente literatura. Todo ello sugerido, contrastado, detonado por las humildes iglesias que van apareciendo en los caminos solitarios, apenas dibujados en los mapas turísticos. Por los cuadros de Velázquez, Goya, Zurbarán o el Greco que suponen un aldabonazo a la sensibilidad humana y al ejercicio del pensamiento. Pasear por las calles arremolinadas de las ciudades medievales para sentirse inmerso en una corriente de tiempo que fluye con melancólica quietud, o dejar volar la imaginación con la lectura de Cervantes, Lorca, Santa Teresa o cualquier erudito local ensalzando las virtudes de la propia provincia. O contemplar complacido cómo un grupo de enfermeras de la Cruz Roja se lanzan alegremente a bailar sevillanas en el Rocío. Cees Nooteboom nos explica que se siente atraído por la belleza de estos paisajes, por la tradición artística de este complejo país, por el extremismo vital de sus paisanos, “porque creo que yo soy así por dentro”.

También de Cees Nooteboom en ULAD:  El día de todas las almasLuz por todas partes

viernes, 25 de marzo de 2016

Semana de la autobiografía, Re-Reprise. Thomas Bernhard: El sótano

Idioma original: alemán
Título original: Der Keller. Eine Entziehung.
Año de publicación: 1976
Traducción: Miguel Sáenz
Valoración: muy recomendable,casi imprescindible

Ya sé que hace unas semanas de ésto de las autobiografías. Pero qué oportuno hubiera sido haber leído a Bernhard por aquel entonces. Qué soberbia coartada hubiera brindado y cuánto juego, oh, cuánto juego.
Porque El sótano es solo la segunda parte de una pentalogía, apenas recoge más de unos meses en la vida del escritor y, como muchos se preguntarían, a ver qué hace cualquiera que ose pensar que al mundo le interesa su vida.
Y oh, cuántas respuestas hay aquí. A esas y a otras muchas preguntas. Bernhard no necesita mucho más que estas 140 páginas para eso. Demostrando, además, que es un ejemplo perfecto de escritor puro. Sí, la cursiva es mía. O no es pureza ese estilo hostil, hosco, seco y enemigo a muerte del lectorcete de best-sellers. No es pureza el insistir hasta el hostigamiento en conceptos como la presión social, la coacción del sistema educativo, el clasismo, para que estos calen hasta el tuétano y uno piense que lo que está leyendo le cambia como lector, casi de forma irreversible. Sin que a uno se lo hayan pedido, Bernhard sacude en un punto intermedio de referencias tan dispares como la Jelinek más concreta (la que se resigna a ser leída) o el Vallejo más agrio (el que vapulea al lector incauto), allí tenemos al escritor nacido en Holanda y criado en un Salzburgo asolado por la guerra, que es el escenario donde nos encontramos al Bernhard adolescente, apenas unos meses finiquitado el III Reich, decidiendo abandonar el instituto donde está siendo inútil. Decidiendo tomar no cualquier camino sino el camino opuesto. Por lo que acude a una oficina de ocupación (al parecer las de Austria de la postguerra más inmediata sí servían para algo) y, tras desestimar mejores opciones, acaba trabajando como aprendiz en una tienda de alimentación en el poblado de Scherzhauserfeld, un suburbio de Salzburgo, tienda regentada por un curioso personaje, el señor Podlaha, músico frustrado con el que pronto simpatiza. Allí acude la gente de ese deprimido barrio a proveerse de alimentos. Tras la guerra, las provisiones escasean, pero el sótano, la tienda del señor Podlaha donde el joven Bernhard trabaja de aprendiz, es un sitio concurrido, una pequeña vía de escape para quienes acuden allí. 
El mérito de Bernhard es extraordinario. Ni una frase fuera de sitio, ni una floritura que no cumpla su función en el conjunto. Que es relatar esa etapa de su vida pero situarla en su contexto en cuatro pinceladas que solo un escritor de precisión majestuosa puede permitirse. En 140 páginas caben esos meses, pero cabe la tensión culpable del hundimiento del III Reich, la presencia de las tropas americanas, el enorme clasismo de la sociedad del Salzburgo de la época, las desgracias acaecidas en el conflicto y sus consecuencias que están por doquier (el propio Bernhard, conviviendo con su madre y su tutor, en una vivienda donde se hacinan nueve personas y dónde solo el tutor obtiene ingresos). Cabe tanto en tan pocas páginas, uno se pregunta por qué y la respuesta solo puede ser una. Jodidos genios.

También de Thomas Bernhard en ULAD: El origen, El sobrino de WittgensteinCorrección


martes, 10 de marzo de 2015

Hella S. Haasse: La ciudad escarlata

Idioma original: neerlandés
Título original: Die scharlaten stad
Año de publicación: 1952
Traductor: Andre Martín Koster
Valoración: recomendable

En esta novela, la conocida escritora neerlandesa Hella Haasse afrontó el manido tema de la célebre familia Borja -Borgia, en este libro- desde una perspectiva cuando menos original: en vez de centrarse en los miembros más conocidos de la familia (Rodrigo, César, Lucrecia) lo hizo en el más misterioso de todos, al menos en lo que se refiere a la falta de datos sobre él: Giovanni Borgia, el llamado Infans Romanus, hijo natural de César... o tal vez de su padre, el papa Alejandro VI... o tal vez hijo de la desgraciada Lucrecia... con su padre...o con su hermano... o con algún otro. O quizás hijo de ninguno de ellos, quién sabe...

En la novela, Giovanni, desamparado tras la muerte del papa Alejandro y de César, que ha acabado en la corte del rey de Francia y sirviéndole como soldado en navarra, vuelve a Roma para tratar de acalrar la oscuridad de sus orídenes y labrarse una posición, en una ciudad en la que su apellido apenas si despierta ya curiosidad y nada del temor de antaño. Se cruzará en su camino con el escritor satírico y chismoso profesional Pietro Aretino, el único que parece interesado en el secreto quizá terrible que esconde la propia existencia del joven Borgia. y que además le introduce en el mundo de las bajas pasiones que constituye la tramoya -tampoco demasiado oculta- de ese escenario para la representación del oropel del poder que era la Roma de entonces, la ciudad escarlata.

Aretino no es el único personaje real que aparece en la novela -que de hecho, está contada desde múltiples puntos de vista, aunque predomine el de Giovanni Borgia-. también encontramos a Miguel Ángel, a Maquiavelo, a Alfonso d'Este.. e, inevitablemente, a su esposa, Lucrecia Borgia (quizás la madre... o la tía... o la hermana de Giovanni); el retrato que se hace de ésta es particularmente interesante: a diferencia de las dos visiones extremas que se hecho siempre de ella, la "demonización" o la "santificación", Haasse nos presenta a una Lucrecia cariñosa con Giovanni, pero neurótica, víctima de los hombres que la han rodeado en su vida -su padre, su hermano, sus maridos-, pero también manipuladora y hábil a la hora de utilizar su propia debilidad. Su retrato, además, parece complementarse con el de los otros dos personajes femeninos que aparecen en la novela: la piadosa noble Vittoria Colonna y la prostituta Tulia de Aragón.

Otros "cameos", sin embargo, parecen menos justificados o más metidos con calzador en la historia: es el caso de Ana Bolena o el caballero vasco que luego pasaría a la posteridad como San Ignacio de Loyola. En cualquier caso, este libro sin duda puede ser un deleite para todo aficionado a la novela histórica; en especial, el relato que se hace del famoso sacco de Roma de 1527 resulta pormenorizado, descarnado y, justamente por eso, aterrador pero fascinante.

Una novela, repito, original sobre una materia y unos personajes mil veces tratados en la literatura. Sólo por eso ya merecería ser recomendada, pero es que además está muy bien escrita y parece que documentada. Garantía de unas cuantas horas de lectura placentera y a ratos apasionante, en mi opinión.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Harry Mulisch: El atentado

Idioma original: neerlandés
Título original: De Aanslag
Año de publicación: 1986
Valoración: está bien

El atentado narra la vida de Anton Steenwijk, quien, tras perder a toda su familia en un atentado durante la Segunda Guerra Mundial, decide llevar un vida simple y ajustada a las normas y de paso negar todo recuerdo de su infancia. Anton se muda a casa de unos familiares, estudia medicina, encuentra un trabajo, se casa... lleva una vida que aparentemente es de lo más normal, pero no puede disfrutarla plenamente porque, a pesar de sus esfuerzos para evitarlo, el pasado sigue llamando a su puerta.

Ésta es, a grandes rasgos, la historia que nos cuenta Mulisch en El atentado. Y, a pesar de que tiene todas las características necesarias para gustarme mucho (drama familiar e histórico, bildungsroman, estilo narrativo de gran calidad...), me ha dejado un poco fría. Reconozco que el autor desarrolla los personajes (especialmente, el protagonista) de forma lógica y creíble, que los viste de un sinfín de contradicciones y de virtudes y debilidades que los convierten en seres humanos y no arquetipos (algo que él mismo debió de vivir en su propia piel, pues su madre era judía y su padre era pro nazi), y que su prosa es exquisita. También hay que felicitar a Mulisch por la excelente recreación de la(s) época(s) en la(s) que se desarrollan los acontecimientos y por ofrecer al lector, de la mano de Anton, una interesantísima visión de la historia de Holanda desde la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1980, pero...

... Pero el libro me ha dejado una sensación un poco vacía, la verdad. A pesar de todos sus aciertos, me da la sensación de que el personaje (o el autor) se pierde demasiado en elucubraciones estériles que no sirven sino para alargar la novela sin que lleguen a decirnos demasiado. Puede que esto sea problema mío (ya digo que no puedo hablar de fallos garrafales en la narración ni de prosa chapucera), por supuesto, no lo sé. Quizá me habría gustado más si hubiese tenido la mitad de páginas, o quizá debería darle otra oportunidad y volver a leerlo más adelante. Puede ser.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Colaboración: Luz por todas partes de Cees Nooteboom

Título original: Zelfportret van een ander
Idioma original: neerlandés
Año de publicación: 2012
Valoración: está bien




Cees Nooteboom (La Haya, 1933) es un poeta conocido. Todos los años su nombre aparece como candidato al Nobel de literatura. Sus novelas (como Aquellas montañas de Holanda) y libros de viajes (Tumbas de poetas y pensadores, El desvío a Santiago...) se han publicado en España. Pero Cees Nooteboom se considera sobre todo un poeta. Este libro es una selección de todos sus poemarios, incluido uno de 2012 de igual título. Uno de esos formatos que parecen dotados para mejor envejecer en una estantería privada.

Cees Nooteboom confiesa que su poesía es muy visual, material, que él es poco dado a lo abstracto. Su unión de poesía y prosa dice muchas cosas a la vez sin dejar nunca de ser reflexivo, de hablar siempre primero para él. La carga de su voz es de datos y profundidad. Predomina la sensación de estar ante un evento, de ser testigo de un juicio excepcional e incompleto:

El aire que rodea todo esto
es la más alta invención, una vida que existe
ahora que ya nunca más
    existe.
Amsterdamés, pensante, poeta racional, que afirma que le encanta viajar, y sin embargo, confiesa “dadme otra vida y no la quiero”. Aunque la vida no siempre sea tan contable, e incluya momentos que se desaten y no los puedas tocar, la de Cees Nooteboom parece una vida exacta. Eligió ser el turista y el poeta que ha sido, y se nos ofrece como un misterio ázimo. Como otros caminan o andan en la suya, la de él no es un pretexto para escribir, sino que su escribir es la fe que explora para alargar la vida.

Si uno repasa los títulos de alguno de sus libros de poesía (Dulzamara, Autorretrato de otro) casi ya puede imaginarse a quién va a encontrar en sus páginas. Alguien en una versión del mundo tan personal pero tan desarrollada, que no es siempre fácil de entender. Constructor que no aceptaría título de arquitecto, cuya obra a veces es ajena a la propia comprensión. Como el cantante que aun al final del concierto se dirige a su público hablando de usted. Un poeta de estudio, que se esconde en la isla de Menorca a leer y a intentar alargar el verano.

Nosotros en sus poemas somos personajes, mandados no sabemos por quién, dirigidos no sabemos dónde, enmarcados en la sala de su museo. En mutua inmanencia, pupila y punto turístico a la vez, “para que lo perdido se conserve como algo perdido”.

Sus versos alarman con sustantivos, en los que sube y baja una vida poética que ya supera los cincuenta años. Alrededor de los nombres se afianza la construcción: fotos, museos, tumbas de escritores le otorgan la argamasa para la escritura. Y a nosotros la experiencia estética de leerlo o visitarnos. Uno a esa edad quizás se siente más orgulloso de lo que ha conocido que de lo que ha logrado. Quizás el sol nos juzgue en la vejez como a Cees Nooteboom durante toda su vida.

También de Cees Nooteboom en ULAD: El día de todas las almas

martes, 13 de marzo de 2012

Cees Nooteboom: El día de todas las almas


Título original: Allerzielen?
Idioma original: holandés
Año de publicación: 1998
Valoración: Recomendable

Os diré que he leído esta curiosa novela – que consideraremos como tal en el más amplio sentido del término – de una forma un poco extraña: en lugar de leer, la mayor parte del tiempo me he dedicado a divagar. Porque, cuando se transita por Berlín en compañía de Arthur Daane, el reportero gráfico a quien apenas sucede nada pero a través de cuyos ojos (y cámara) atisbamos la realidad de una época, el texto funciona a modo de aspirador, extrayendo lo que cada uno lleva dentro. Eso a quien no se le caiga de las manos cuando compruebe que no hablamos de ningún relato al uso sino de seguir los pasos (reales y mentales) del narrador/protagonista.

El día de todas las almas, – del original holandés Allerzielen (All Souls Day) – también puede traducirse como Día de los Difuntos, pero figura en el ejemplar que yo tengo como Paradijs verloren, otra obra del autor publicada más tarde. Es un personalísimo documental escrito del Berlín de finales de los 90, su fisonomía, en especial la huella que ha dejado el Muro (tanto su existencia como su destrucción), su historia, la influencia que deja en sus habitantes, además de la indagación introspectiva y el buceo intelectual del viajero y cronista Nooteboom, por medio de su personaje, en todo aquello que le interesa, detesta, llama su atención o le conmueve. Entre todo ese amasijo de elementos, destaca – para el lector español – el conocimiento de este país, filtrado, naturalmente, por la mentalidad de un observador nacido en Holanda. Escrito entre 1996 y 1998, la violencia que se desencadenó aquí en el verano del 97 le sorprendió a media redacción y no pudo resistirse a constatarlo.

Pero su interés no se limita a la España de la época, ni siquiera a nuestro teatro clásico (utiliza la expresión “convidado de piedra” ¡¡dos veces!!) En sus pensamientos, o en su diálogo con esos amigos algo irreales (a medio camino entre puros arquetipos y seres de carne y hueso), se detiene a analizar el papel –decisivo para la configuración del panorama europeo – de los acontecimientos que, en la época medieval, tuvieron lugar en la península. “Estuve curioseando un poco en esa antigua historia española. Aún no existe ninguna España. Las fronteras van desplazándose continuamente de un lado a otro, es como para volverse loco. Musulmanes y cristianos, y esos, a su vez, divididos de nuevo en todo tipo de reinos grandes y pequeños, todo el mundo masacra a todo el mundo y luego otra vez amigos, y todo el mundo se llama Alfonso, lo que tampoco facilita las cosas.” “El mundo con el que nosotros tenemos que ver es la suma de todo lo que ocurrió alguna vez, aunque a menudo no sepamos qué ocurrió (…) Aquella época quizá no le importe a nadie un pimiento, pero en ese raro rincón de España se estaba decidiendo entonces el destino de Europa.”

España le sorprende tanto que no se resiste a compartir lo que para él constituye – para bien y para mal – todo un espectáculo. En cambio, en la nueva sociedad rusa, que parece conocer bastante mejor, apenas se detiene. Se limita a lanzar sobre ella una mirada rápida y volver la cabeza enseguida, encogiéndose teatralmente de hombros.

El invernal norte y el cálido sur observados desde Alemania por un espectador holandés. Centroeuropa se convierte así en el punto medio desde donde, de alguna forma, Noteboom dobla la manta para acercarnos a su particular visión de la historia pasada y presente. “Pero, ¿por qué demonios Alemania? Un poder económico que, parecía tirar de toda Europa, una moneda que era tan fuerte que el resto del mundo podía romperse los dientes al morderla, una posición geográfica que hacía que, si ese enorme cuerpo se girase un poco mientras dormía, se produjera algo así como un ligero terremoto en los países vecinos…

Paralelamente a todo ello, encontramos una historia de amor, no sólo absurda (¿hay alguna que no lo sea?) sino increíble, acartonada, casi folletinesca. Lo que todavía choca más en un texto tan riguroso intelectualmente. Si lo que Nooteboom pretendía era añadir algo de vida en un artefacto demasiado árido, el intento resulta fallido. Elik (hasta su nombre y la justificación de su origen español no pasan de ser una elaboración mental del autor), su melodramático pasado, su personalidad (demasiado) enigmática y la desdibujada – aunque no por ello más creíble – relación con Arthur Daane podría eliminarse sin que nadie las echase de menos. Al contrario, el conjunto ganaría en credibilidad y coherencia.

Como digo, los personajes no son tales sino (como Erna, la amiga incondicional con la que suele dialogar mentalmente) una pared donde rebotan los soliloquios del protagonista. O máquinas de lanzar ideas. Por ejemplo, una de las reflexiones que su amigo filósofo, Arno Tieck, suelta, como todos, sin venir mucho a cuento: “No pararán hasta que el mundo entero coma lo mismo. (…) Comer lo mismo, oír lo mismo, ver lo mismo y luego, por supuesto, pensar también lo mismo, si es que se puede hablar todavía de pensar. Fin de la diversidad” Encontramos también una especie de coro – al modo de la tragedia griega clásica – de inmortales que situándose por encima del bien y del mal filosofan brevemente entre uno y otro capítulo: “La eternidad, Dios, la historia, todo son invenciones vuestras. Todo es al mismo tiempo real y una ilusión, y vivir con eso no es tarea fácil.”

Como decía, un libro para reflexionar más que para revivir sucesos inventados, a medio camino entre la narrativa y el ensayo, con abundantes diálogos y continuos cambios de enfoque, que hay que leer con la mente abierta y sin prejuicios si se quiere disfrutar de él.

También de Cees Nooteboom en ULAD: Luz por todas partes

lunes, 27 de febrero de 2012

Herman Koch: La cena


Idioma original: holandés
Título original: Het Diner
Año de publicación: 2009
Valoración: está bien

Dos matrimonios cenan juntos en un restaurante de moda en Ámsterdam. Por un lado, Serge Lohman (conocido político) y su mujer, Babette; por otro, Paul (hermano pequeño de Serge) y su mujer, Claire. Lo que parece una simple velada en familia en realidad es una reunión para decidir qué van a hacer con sus hijos, dos jóvenes de 15 años que han cometido un delito por el que pueden ser condenados a prisión.

¿Cómo deben actuar? ¿Deben mantenerse leales a sus hijos, borrar las huellas de su crimen y alejarlos de las autoridades? ¿O, por el contrario, deben actuar de forma honesta –tal y como exigirían a cualquier otro ciudadano que estuviera en su lugar– y denunciarlos? ¿Están preparados sus hijos para pagar por lo que han hecho? O, mejor dicho, ¿están ellos preparados para soportar la vergüenza de haber criado a un par de delincuentes?

Amor paterno-filial, comprensión, traición, inmadurez, decencia, honradez, culpa, hipocresía... muchos son los temas que Koch plantea en esta obra a través de las palabras de Paul, quien, echando mano de sus recuerdos y de los acontecimientos que tienen lugar durante la cena en cuestión, intenta presentarnos el retrato de una clase media acomodada y pagada de sí misma más sórdido de lo que estamos acostumbrados a percibir. Pero, ay, Koch falla. Y lo que nos prometían como un ataque despiadado a la burguesía y a las mentes bienpensantes se queda a medio camino, en un "quiero y no puedo" regado con vino francés y conversación vacía.

Así, los personajes se pierden en elucubraciones sobre el racismo, la educación, la comida, el dinero, la violencia, etc., y hasta la mitad de la novela no sabemos qué ha pasado ni por qué han decidido cenar juntos. A partir de entonces, la situación se vuelve un tanto forzada, como si nos estuvieran prepararando para el intento del autor de sacarse un as de la manga que dé la vuelta a la situación y "justifique" la actuación de los jóvenes –y, como consecuenica, la de los padres.

No tengo nada en contra de los ases en la manga ni de ocultar información hasta el momento oportuno (eso puede convertir una historia en LA historia), pero sin duda es un recurso que hay que manejar con cuidado para que funcione. Y, en el caso de La cena, podríamos decir que Koch no ha jugado bien sus cartas (o bien que usó una sota en lugar de un as) y que, aunque el libro es entretenido, se lee rápido y ayuda a pasar la tarde o varios viajes de metro, no llega al nivel que pretendía –ni al que promete la publicidad–.

jueves, 17 de febrero de 2011

Erasmo de Rotterdam: Elogio de la locura

Título original: Stultitiae Laus o Μωρίας Εγκώμιον (Morias Enkomion)
Idioma original: latín
Año de publicación: 1511 (escrito en 1509)
Valoración: imprescindible

Entrar en la biblioteca siempre es una experiencia agradable. Oler el papel acumulado, ver la sonrisa de las bibliotecarias cuando les devuelves un libro, observar a los chavales que preparan muy concentrados exámenes y a los jubilados que leen aplicadamente el periódico, regodear la vista con los lomos de cientos de tomos ordenados con celo.

Y en este regodeo cayeron mis ojos sobre este otro regodeo, el del maestro de Rotterdam, don Erasmo, sobre la necedad. Compuesto a modo de broma hacia su amigo Tomás Moro, como explica en el prologo en el que se lo dedica, su fama supero incluso a su propio autor, quien confesaba a sus íntimos estar un poco cansado de ella. Debía mortificar algo a nuestro sesudo humanista que su fama procediera principalmente de este divertimento. Sobre todo porqué la inmensa erudición de la que hacía gala y su posición de referente entre la comunidad intelectual de la época, le habían llevado a la publicación de gran número de libros y a la redacción de varios centenares de cartas a diversos líderes políticos y religiosos del momento, que acudían a él en busca de guía y consejo.

Pero este divertido ensayo ganó inmediata aceptación. En él, la Necedad, personificada en forma de diosa griega y a la que acompañan otros varios del enorme panteón disponible, nos va relatando la ventajas de su culto, hasta el punto de juzgarse indispensable para el mantenimiento de la sociedad y para su felicidad, la que declara ser imposible sin su concurso. En breves capítulos, que son fruto de una división posterior a la de su primera publicación, nos va desgranando las diversas situaciones en las que reina, los distintos individuos a los que afecta y las númerosas instituciones que de ella están impregnadas. No deja títere con cabeza y uno comprende porqué la inquisición lo censuró tanto. Se recomienda a las integrantes del sector femenino de la humanidad (¿he sido lo bastante políticamente correcto?) que se salten el capítulo XVII, si, ese que se titula La mujer, encarnación de la Necedad.

sábado, 16 de octubre de 2010

Bernlef: Entre brumas


Idioma original: neerlandés
Título original: Hersenschimmen
Año de publicación: 1984
Valoración: Muy recomendable


Maarten Klein no ha tenido una vida fácil. Sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, emigró a Estados Unidos, trabajó duro para sacar adelante a su familia... pero ahora que está jubilado y que sus hijos se han ido de casa, disfruta de una vida tranquila junto a su mujer. O eso parece, porque de repente el Alzheimer hace su aparición y convierte en jirones todo lo que lo rodea.

Narrada desde el punto de vista de Maarten, esta novela nos hace testigos de la progresiva degeneración de la mente de su protagonista, en la que los pequeños olvidos o confusiones van dando paso a una de(con)strucción absoluta de la realidad. Increíblemente realista y sin nombrar ni una sola vez la enfermedad responsable de ese estado mental en el que todo se desdibuja, donde pasado y presente se confunden y sentimientos como el miedo, la incomprensión o la desorientación se vuelven omnipresentes, este monólogo interior nos guía hacia un trágico final en el que la oscuridad y el olvido terminan por devorar al protagonista una vez que el abismo entre su conciencia y el mundo que lo rodea se vuelve insalvable.

Desde su cada vez más desestructurada pero increíblemente lógica narrativa, Bernlef también nos hace testigo de la reacción de la esposa de Maarten y de sus intentos por ayudarle, así como de la incomprensión y el temor ante su comportamiento y su progresiva degeneración que llega desde el exterior, lo que confluye en una descripción terriblemente real y completa de lo que supone tanto sufrir Alzheimer como intentar hacerse cargo de alguien que lo padece.

Cabe preguntarse, sin embargo, si no es esta novela una muestra más de la desconexión que la enfermedad produce entre las personas que la sufren y el resto de la sociedad, si no estamos ante un análisis más profundo de lo que parece de la psique humana o si, en definitiva, lo que hace Bernlef con esta obra no es sino preguntarse qué ocurre cuando uno de nosotros se aparta del camino marcado.