Idioma original: Castellano
Año de
publicación: 2019
Valoración: Está
muy bien
Cuando uno se
instala como extranjero en un nuevo país debe aprender a sortear desde el
primer minuto unas cuantas adversidades, tan ineludibles como inconmensurables
y arduas. No es sólo abrir una cuenta en el banco, contratar un proveedor telefónico
o conseguir los papeles que a la burocracia local se le antoje, con esa mezcla
de esoterismo y disparate que por supuesto impregna siempre todos estos requisitos,
en cualquier parte. También hay que zambullirse en un nuevo y desconocido
idioma, puede que incluso en un alfabeto, así como en las ignotas dimensiones
del lenguaje no verbal y del sentido del humor, propósitos a los que la lógica
no puede prestar prácticamente ayuda alguna. Luego van llegando otras
decisiones también importantes; cocinar sus alimentos, leer sus autores y oír
sus músicos, coger tirria a sus políticos, hacerse forofo de un equipo, de una
marca de cerveza y de una emisora de radio, convertirse en cliente de un
colmado y de un kiosko y parroquiano de un café o de un bar… A partir de ahí,
el transplantado ya puede empezar a sentirse parte de la comunidad
Para quienes han
escogido la diplomacia como actividad con la que proveerse el sustento, estas
inmersiones para establecerse en un nuevo destino tienen lugar cada tres años. O
así es, al menos, en el caso de Enrique Criado (Madrid, 1981) cuyo paso como
representante del Reino de España en Kinshasa, República Democrática del Congo,
entre 2009 y 2012 ya deparó un primer libro, Cosas que no caben en una maleta, etapa
a la que prosiguió otro trienio en Canberra, Australia, y otro más, hasta 2018,
en Sofía, la capital de Bulgaria. A éste se refiere El paraguas balcánico, cuyo
propósito es acercarnos de manera ligera y amena una realidad, la de
Bulgaria y, por extensión, la de la región de los Balcanes, compleja y
enrevesada. No se trata, pues, de un ensayo con pretensión científico/académica
–los hay muy apabullantes, como los del profesor de Historia Francisco Veiga-, si
no más bien de relatar en primera persona una experiencia personal a la vez que
se proporcionan una serie de datos y pinceladas en clave divulgativa sobre los
Balcanes, una región a la que -como se recoge en el prólogo- Winston Churchill
atribuyó la capacidad de producir más Historia de la que es capaz de digerir.
En el relato se
mezclan por tanto, anécdotas y experiencias personales con la descripción subjetiva
de una sociedad y un país que, por así decirlo, no está entre las prioridades
de los medios de comunicación. En el imaginario del ignorante, uno recrea la
rutina de los diplomáticos exhibiendo sonrisa, modales y pajarita en voluptuosas
veladas de recepción oficial entre bandejas de bombones y copas de champán pero
en este mundo globalizado y prosaico seguramente tengan más de viajantes de
comercio intentando colocar su catálogo de gangas o de delegados de agencia de
viajes al rescate de connacionales en viaje de bajo coste metidos en algún lío
con una cuenta pendiente de pago en tugurios poco recomendables. Pero Enrique
Criado debe ser un tipo muy leído, por que sabe enhebrar su relato de escenas y
experiencias cotidianas y costumbristas con reflexiones interesantes acerca de
la Historia, la política, el Arte o la literatura y tira de ideas y recuerdos
sacados de páginas escritas por Claudio Magris, Svetlana Alexievich, Ivo
Andric, Mircea Cartarescu, Lawrence Durell, Philip Roth o Ryszard Kapucinski, y
recupera las palabras de personajes de nuestra tradición que
dejaron sus pasos por aquellos caminos, como Chaves Nogales, García Márquez o
Gaziel.
Una de las tramas
más valiosas de este libro, por su carga de emoción y dolor, es quizás la que
recurre a la comunidad judía sefardí, descendiente de aquellos que se vieron
expulsados de España hace siglos y que han mantenido su idioma y un sentimiento
de identidad muy apegado al mismo y a una cierta idealización a un origen del
que fueron brutalmente despojados. Una buena parte de aquella diáspora acabó
encontrando refugio en estas tierras, al amparo del por entonces poder
bizantino. Y cuatro siglos después se les continúa reconociendo como ispanioles,
como atestiguó Elías Canetti, originario de la ciudad búlgara de Ruse, quien al
recoger el Premio Nobel de Literatura en 1981 rememoró la raíz de su familia en
el pueblo conquense de Cañete. El nazismo y las masivas oleadas de emigración
hacia Israel han dejado muy mermadas estas comunidades, como las que se
establecieron en ciudades como Salónica o Sarajevo, aunque Enrique Criado trata
de seguirles la pista viajando incluso a Israel, donde muchos de ellos se
establecieron en Jaffa, hoy convertido en un suburbio al sur de Tel Aviv, donde siguen siendo comunes apellidos como Cohen, Romano, Bassat o Danon.
Aunque Bulgaria es
la gran protagonista de El paraguas balcánico, y el título tiene mucho que ver
con la literatura y con lo que le aconteció en septiembre de 1978 en Londres al
escritor Georgi Markov, y se explican algunas de las claves de su imaginario
colectivo, como el desprecio por lo turco y el aprecio por lo ruso, o cómo el
rey depuesto por el Régimen comunista, Simeón de Sophia-Coburgo y Gotha, acabó
como jefe de gobierno de la actual república tras imponerse en unas elecciones
democráticas, en el libro también se recogen otros viajes por países limítrofes
o cercanos; Grecia, Turquía, Macedonia del Norte, Albania, Montenegro, Serbia,
Bosnia y Herzegovina, Moldavia, Ucrania, Armenia, Chipre o Israel. Un libro que
funciona muy bien como ventana a la que asomarse y, a quien le pique el alacrán de la
curiosidad, como puerta de entrada a asuntos y lugares repletos de interés.