Volví a comprar libros y ahí me acordé de lo lindo que es tener libros nuevos. Libros bien encuadernados, cosidos y pegados. libros para abrir lento, tomar suavemente la punta superior derecha y acariciar la hoja. Golpear antes de entrar, pedir permiso y pasar.
Tengo muchos libros en casa, y algunos pasaron por experiencias horribles: un día se cayó agua de las plantas que están arriba de la biblioteca. Corrí a rescatarlos, pero ya se habían mojado. Hay un libro azul con un corazón rojo en la tapa, un libro de poemas que mis alumnas adoran. Es bastante nuevo, pero ya tiene dedos marcados y alguna manchita. Pero está contento porque lo leen muchas veces, y se lo leen en voz alta a las amigas, y copian algunos versos en un cuaderno con letra linda y biromes o fibras de colores, y seguro que se acuerdan del novio o de algún chico que les gusta. Hay otros que pasaron por muchas manos, que estuvieron en muchas camas. No puedo saberlo y, discreta, no pregunto.
En las bibliotecas públicas, en las librerías, en la casa de la gente que tiene más respeto, cada libro vive junto a su familia en un barrio aparte, con los de su misma clase. Cuando vuelven de la mesita de luz, de arriba del escritorio o de alguna mesa, o de la casa de algún amigo, vuelven a su casa, y su familia puede abrazarlos de nuevo. Mi biblioteca es precaria como un asentamiento: nadie sabe muy bien de dónde vino su vecino y su lugar no está guardado; el que se fue a Sevilla perdió su silla.
Tengo muchos libros en casa, y algunos pasaron por experiencias horribles: un día se cayó agua de las plantas que están arriba de la biblioteca. Corrí a rescatarlos, pero ya se habían mojado. Hay un libro azul con un corazón rojo en la tapa, un libro de poemas que mis alumnas adoran. Es bastante nuevo, pero ya tiene dedos marcados y alguna manchita. Pero está contento porque lo leen muchas veces, y se lo leen en voz alta a las amigas, y copian algunos versos en un cuaderno con letra linda y biromes o fibras de colores, y seguro que se acuerdan del novio o de algún chico que les gusta. Hay otros que pasaron por muchas manos, que estuvieron en muchas camas. No puedo saberlo y, discreta, no pregunto.
En las bibliotecas públicas, en las librerías, en la casa de la gente que tiene más respeto, cada libro vive junto a su familia en un barrio aparte, con los de su misma clase. Cuando vuelven de la mesita de luz, de arriba del escritorio o de alguna mesa, o de la casa de algún amigo, vuelven a su casa, y su familia puede abrazarlos de nuevo. Mi biblioteca es precaria como un asentamiento: nadie sabe muy bien de dónde vino su vecino y su lugar no está guardado; el que se fue a Sevilla perdió su silla.