lunes, 23 de abril de 2018

Pasen y lean: Día del Libro 2018

Un año más, ya está aquí el Día del Libro. Y cómo nos gusta fardar, cómo nos gusta el postureo (llamemos a las cosas por el nombre que ya tienen en esta época; lo de fardar, estoy pensando, ya queda muy viejuno) y decir lo mucho que leemos y lo importante que son los libros en nuestras vidas. Hasta que salen las estadísticas y nos dan ganas de esconder la cabeza como las avestruces.

Sin embargo, tranquilos, hay vida más allá del postureo.  Que en España lee poca gente lo sabemos desde hace años, pero los que leemos devoramos a gran velocidad. Así que siempre hay esperanza. Aprovecho este día para recomendar algunas de las obras que he leído o estoy leyendo actualmente, aunque siempre pienso que los libros son atemporales, y por eso me da mucha pena que en la mayoría de los blogs siempre se hable de novedades o próximos lanzamientos. 

Si en algo creo es que los libros, al contrario de lo que nos hace pensar ahora la industria editorial, no son un producto con fecha de caducidad. Lo defenderé siempre. Es perfecto estar atento al mercado y a las novedades, pero es tan defendible como leer sólo clásicos o aquella novela que se nos pasó hace cuatro años y ahora hemos encontrado por casualidad. 


Las madres negras (Patricia Esteban Erlés, novela)


Si nunca habéis leído nada de la escritora zaragozana, os recomiendo sin dudar los libros de cuentos a través de los cuales yo la conocí, hace unos años: Manderley en venta (Tropo, 2008) y Azul ruso (Páginas de Espuma, 2010). 

Una vez leídos, no os extrañará que su primera novela, Las madres negras, se haya alzado con el IV Premio Dos Passos a la mejor primera novela. Para mí, ella es una de las narradoras más ágiles y originales del panorama literario actual, y me alegro de que un premio como este haya contribuido a difundir sus historias, que se salen de lo común.

Los amantes de lo gótico disfrutarán esta historia sobre Mida, una huérfana recluida en el peculiar orfanato de Santa Vela, sobre el que pesa una maldición. Su historia se mezcla con la de otras jóvenes despojadas de sus nombres e identidades, con la de Priscia, la madre negra, un fascinante personaje que da mucho juego en la historia, y con el mismísimo Dios, que también pulula por el libro. 

La naturaleza como salvación (En islas extremas, libro de memorias)


Ya he hablado de este bello, intenso y valiente libro de Volcano libros tanto aquí como en el Huffington Post, pero no me canso de recomendarlo: es una historia sorprendente, de las que dejan huella, y os llevará a descubrir una reciente editorial que nos propone recordar que naturaleza y lectura maridan a la perfección.





En la intimidad de las amistades de Alejandra Pizarnik (Nueva correspondencia)


Se puede saber mucho de alguien por la forma en la que se dirige a sus amigos y seres allegados. Durante su breve vida, la magnífica poeta Alejandra Pizarnik mantuvo una intensa correspondencia con personalidades como Julio Cortázar y Aurora Ordóñez, Adolfo Bioy Casares o Silvina Ocampo, recogida en una cuidada y completa edición de Ivonne Bordelois y Cristina Piña

Para los amantes de la vida y obra de la intensa autora argentina, estas misivas, junto a sus diarios, nos permiten adentrarnos en un territorio privilegiado que revela la complejidad de su personalidad y su inmenso talento. Uno de esos libros para dejar siempre a mano en la mesita de noche y que se puede combinar perfectamente con lecturas de otros géneros. 

La primera novela de Siri Hustvedt (Los ojos vendados, Seix Barral)


Afortunadamente, cada vez menos gente etiqueta a Siri Hustvedt como "la mujer de". Basta asomarse a algunos de sus ensayos, o leer sus interesantes reflexiones en sus numerosas entrevistas para darse cuenta del inmenso talento de esta ensayista, pensadora y novelista estadounidense de origen noruego. 

Para los que aún no la conozcan (o sigan pensando que es una extensión de Paul Auster), recomiendo esta entrevista a raíz de su ensayo La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral), donde dice, entre otras cosas, que “para los hombres puede resultar difícil admitir y reconocer la autoridad de las mujeres, como si esto les disminuyera”.

Los ojos vendados, que acaba de publicarse en España, supuso en 1992 su debut en el mundo literario. Es una novela que me ha sorprendido gratamente, pues no había leído nada de ficción de esta autora. Es una historia que aborda el tema de la identidad a través de las experiencias de Iris Vegan, una joven estudiante universitaria durante un verano en el que se cruza con distintos personajes de la vida neoyorquina. Los encuentros son independientes, pero están conectados entre sí, y a través de ellos la escritora nos habla de temas como las mentiras, las máscaras, el deseo, las vidas rotas... Una novela que me ha dejado con la sensación de querer leer más de ella.

El arte de la ficción, reflexiones sobre la escritura de James Salter


Todo está en los detalles, decía James Salter. Y este libro está lleno de ellos; tantos que, seguramente, si lo leéis acabará con todas las páginas llenas de subrayados y anotaciones.

Creo que la única pega que le pondría a este libro editado recientemente por Salamandra es que tenga solamente 110 páginas. En cada una de ellas -atención al acertado e incisivo prólogo de Antonio Muñoz Molina, otra de las joyas del libro-, el escritor neoyorkino, fallecido en 2015, aborda el universo de la escritura desde su experiencia (con una humildad que le honra) y la de los autores que ha admirado a lo largo de su vida. 

Un libro que encantará a todos los escritores y a todos los que tengan la vocación de querer convertirse en uno. Además, está lleno de consejos y curiosidades; una de ellas es que Salter apenas conoció a nadie vinculado profesionalmente con la literatura hasta pasados los cuarenta años. Y eso tuvo una gran ventaja: "Mis gustos los había formado yo mismo".

Juegos de Lógica, la absorbente segunda novela de Blanca Bettschen


Tengo la suerte de haber seguido de cerca la carrera narrativa de Blanca Bettschen desde que publicara su primera novela, En días de nieve (Talentura, 2013), y posteriormente Lo que nos detiene, un libro de relatos editado en 2016 por Baile de sol. 

Tanto en relato como en novela, Blanca Bettschen es una apuesta segura. Escribe con una sencillez que resulta muy difícil lograr o a la que se llega cuando uno lleva mucho oficio a sus espaldas.

Su nueva novela ha sido merecedora del Premio Kutxa Ciudad de Irún, y la ha publicado Algaida. Narra el día a día de Lena, una mujer joven que vive en una ciudad asolada por una sequía permanente que condiciona la vida de todos los habitantes. Lena cuida de su padre, un anciano  impedido con quien tiene un fuerte vínculo, y trabaja en un banco de semillas. El difícil contexto ambiental y social en el que vive pone a prueba los valores y los sentimientos de Lena, que tendrá que replantearse muchos de los actos que antes de la sequía eran el pilar de su vida. Una novela original y bien armada que no deja indiferentes.

Ficción y realidad se entremezclan en la nueva obra de Clara Usón (Seix Barral)


Con el telón de fondo de la extraña muerte de la joven actriz del destape Sandra Mozarovski, la escritora Clara Usón construye un particular libro donde sus recuerdos y las memorias de esa época tienen un notable peso, especialmente las vinculadas a la complicada relación con su madre y a su adolescencia, a esa generación de la Transición que creyó "que no tenía que luchar por la democracia". 

Reflexiones de grandes de la literatura como Camus o Pavese se pasean por las páginas de este libro fronterizo, difícil de clasificar, pero no por ello menos interesante (de hecho, a mí me encanta la literatura fronteriza, esa que no se adscribe a un género determinado). 

El título no tiene nada que ver con lo noir, y se debe a una cita de Pavese, quien decía que "un suicida es un asesino tímido". Muy interesantes me han parecido las reflexiones y recuerdos sobre temas como la autodestrucción, los límites personales, las adicciones o el suicidio.



viernes, 20 de abril de 2018

Óperas primas interesantes: 'Un invierno en Sokcho'

Hay novelas que ganan por su brevedad; en literatura, como en muchas otras cosas en la vida, menos es más. Parece que vivimos en una época de 'libros al peso', donde el valor de una obra se mide en función de si pasa de las quinientas páginas o no.

También hay una costumbre de menospreciar las óperas primas. A pesar de que, por lo general, suelen tener carencias o son incluso pretenciosas, pero la mayoría dejan entrever los cimientos narrativos de los autores y las sendas por las que avanzarán sus futuras obras. 

El caso de Élisa Shua Dusapin (Corrèze, Francia, 1992) es uno de ellos. Poco sabía de esta jovencísima autora de madre surcoreana y padre francés, que con su primera novela, Un invierno en Sokcho, fue galardonada con el Premio Robert Walser y con el Premio Revelación de la SGDL.  Tampoco en España su nombre se había difundido mucho, pero con apenas 124 páginas, esta breve novela, con traducción de Alicia Martorell, fue una de las apuestas de Alianza el pasado otoño.

El arte de la contención

Escrita con un lenguaje austero, sin artificios, basado en la frase corta y en la contención,  Élisa Shua Dusapin traslada al lector a Sokcho, una pequeña ciudad portuaria a sesenta kilómetros de Corea del Norte donde el tiempo invernal parece haberse instalado en sus habitantes. El escaso ritmo de la narración es un símil del letargo en el que habitan todos:
“Aquí las playas esperan el fin de una guerra que dura desde hace tanto tiempo que acabamos imaginando que ya no está, así que construimos hoteles, ponemos guirnaldas, pero todo es falso, como una cuerda tendida entre dos acantilados que se deshilacha: caminamos por ella como funambulistas sin saber nunca cuándo se va a romper, vivimos en un intervalo, ¡y este invierno que nunca termina!” 
La vida fluye en las playas de Sokho durante el verano, pero en la estación más fría del año quien se introduce en sus calles bien parece hacerlo por error. Sin embargo, a la pensión donde trabaja la protagonista de la historia, una joven que ha estudiado literatura francesa y coreana y fantasea con conocer Europa, llega un día un dibujante de cómics galo. De algún modo que ella no sabe explicar, siente una extraña fascinación por un extraño con el que no tiene nada en común.
Una delicada sensualidad recorre esta breve historia, llena de olores y sabores de un lugar que a veces parece irreal. Como ocurre en muchas otras historias, lo importante aquí no es lo que se cuenta, sino la forma en que se narra; hay una elegancia en sus frases cortas, en los pequeños detalles y en la austeridad con la que avanza la trama, que uno no asociaría, a priori, con una escritora de 25 años.
En Francia, la crítica ha dicho que el libro “no tiene una palabra de más”, otro de los aciertos de la ópera prima de Élisa Shua Dusapin, una autora que parece haber llegado al panorama literario para quedarse.
“La pensión, coagulada por el frío, no me daba demasiado trabajo. Tras lavar los platos del desayuno, me quedé cerca de Park en la recepción. Estaba mirando la televisión. Protegida de su mirada, recorrí en los periódicos la lista de plazas vacantes en Sokcho. Contramaestre de astillero, marino, submarinista, paseador de perros. En internet leí resúmenes de las historias de Kerrand que me llevaron a Egipto, Perú, el Tíbet, Italia, junto con su protagonista. Estudié el precio de los billetes de avión hacia Francia, calculé cuánto tiempo tendría que trabajar aquí antes de poder marcharme, aunque sabía que no lo haría”.



sábado, 7 de abril de 2018

Una de parejas literarias: los Fitzgerald

Gatopardo es una de las editoriales que más me gusta de la actualidad. Llevan desde 2015 sorprendiéndonos con excelentes apuestas y cuidadas ediciones en formatos muy cómodos y sin renunciar a la belleza. En su catálogo podemos encontrar a autores de la talla de Andrea Camilleri, Joyce Carol Oates, Joan Didion o Jack London.
En esta ocasión, rescato una reflexión sobre una literaria historia de amor que arrancó con felicidad y acabó despeñándose -pero, por ello, conservada en la memoria de tantos entusiastas de las historias de amor truncadas-, la de Zelda y Francis Scott Fitzgerald.
Gatopardo vuelva a contar en su catálogo con Pietro Citati (Florencia, 1930), autor con un dominio magistral de las biografías (responsable de las de autores de la talla de Kafka, Tolstói o Goethe). En este caso, el italiano realiza en La muerte de la mariposa un breve pero contundente y preciso recorrido por una de esas parejas que más de uno  hubiéramos querido conocer: Zelda y Francis Scott Fitzgerald. Ellos, que tanto tuvieron, y que, sin embargo, tanto perdieron.
(...) Ellos eran afines, demasiado afines. Tanto en su dimensión de personas como en la de escritores, eran cómplices. Fitzgerald copiaba las cartas y los diarios de Zelda y los incorporaba a escondidas a sus libros: A este lado del paraíso, Hermosos y malditos y Suave es la noche; le presentaba a su esposa, página tras página, sus cuentos y novelas, y cuando no conseguía ver a los personajes de El Gran Gatsby, ella los dibujaba repetidamente, tratando de capturar las imágenes que rehuían de la pluma de su marido. Eran la misma persona con dos corazones y dos cabezas; y esos corazones y esas cabezas se volvían apasionadamente el uno hacia el otro, el uno contra el otro, hasta arder en una única hoguera.

El interés por el amor atormentado

¿Qué habita en las parejas atormentadas que cautivan tanto? Ya sea en la ficción como en la vida real, parece que la inestabilidad y los baches de las parejas que confían en superarlo todo confiando solo en el poder de su amor son fuente de admiración y curiosidad. Quizás sea por aquello de que todo en esta vida es una batalla que libramos día a día, y el amor no escapa de esa máxima.
El perfil de él es más conocido. A pesar de su gran éxito, toda la vida de Francis S. Fitzgerald (1896-1940) fue una grieta. Incluso cuando se casó con Zelda Sayre y llegó a ser un escritor de enorme éxito, vio en el triunfo la sombra de varias catástrofes.  No tenía reparos en confesar abiertamente su deseo de convertirse en uno de los mejores escritores de todos los tiempos. El arte de gustar lo obsesionaba de tal modo que marcó su vida. Quizás, motivado por la idea de brillar y gustar, se fijó en la que era la chica más cortejada de toda Alabama.  Pero, mientras eso pasaba, él no se respetaba ni confiaba en sí mismo.
Si Fitzgerald era una herida abierta por la que sangraban sus debilidades, Zelda Sayre aparentemente no presentaba ninguna fisura, según escribe Pietro Citati en las páginas del libro. Hiciera lo que hiciese, resultaba una chica fascinante, alguien a quien todo el mundo contemplaba. Suele ocurrir que las criaturas agraciadas son también las más atormentadas, y que detrás de esa aparente perfección se escondía mucho en lo que indagar.

Los felices años 20: una fiesta continua

Durante el oasis de aparente felicidad que el mundo vivía en los años 20, una belle époque que no hacía presagiar lo que vendría una década después, la pareja se casó. Nueva York era entonces una fiesta continua.
¿Quién no querría codearse con ellos, que amablemente despilfarraban en fiestas, en villas, que contaban con niñera, criados y automóviles? En 1924, se mudaron a la Costa Azul francesa junto a su única hija. Es la costa que aparece en Suave es la noche, la que algunos consideran que es la mejor obra de Fitzgerald con permiso de El gran Gatsby.
Eran ambos mitómanos y mentirosos: aquel par necesitaba el drama, los dos lo inventaban y tal vez eran víctimas de su inestable y un poco morbosa imaginación. Poco a poco, las peleas aumentaron. Abusaron de su amor, lo hirieron, lo desgarraron, lo hicieron trizas antes incluso de que la locura los arrollara.

La bebida, protagonista en sus vidas


“Toda vida es un proceso de demolición”, escribió él en el arranque de uno de sus relatos. Para llevarlo a cabo, ambos bebían. Fitzgerald especialmente, tal vez para vencer el complejo de inseguridad y de inferioridad que siempre lo había torturado y que ningún éxito literario conseguía calmar. Como tantos otros antes y después que él, bebía para olvidar. Mientras tanto, ganaba una fortuna por sus magistrales relatos, fortuna que se perdía entre el lujo en el que la pareja vivía.
A los 27 años, Zelda empezó su declive mental. Era pronto para intuir que nunca saldría de ese túnel, que no vería la luz. Obsesionada por su gran pasión, bailar, soñaba con dedicarse a ello de manera profesional. La danza le permitía expresar aquello que no sabía decir con palabras.  En abril de 1930, Zelda ingresó en una clínica a las afueras de París. Poco tiempo después, salió de allí y trató de suicidarse. Fue diagnosticada con esquizofrenia. “Me pregunto por qué no hemos sido nunca demasiado felices”, le escribió a su marido en una de las muchas cartas que intercambiaron durante años.
A esa época pertenecen algunos de los mejores cuentos del escritor, como Una mala travesía, La boda, Dos errores y Regreso a Babilonia.  Los baches, ya instalados entre ellos, los acompañarían hasta el final. “No hay nada sobre nuestros pies”, escribió él, tal vez cuando intuyó el inexorable declive.

Zelda mejoró en 1931, aunque con continuas recaídas. En 1932, poco después de haber intentado suicidarse arrojándose a las vías del tren, comenzó a escribir una novela autobiográfica, Resérvame el vals. No tuvo el apoyo de su marido, quien odiaba que Zelda contase su vida, sus aspiraciones, enfermedades y desastres en una novela.
Suave es la noche, la obra que novelaba de algún modo esa existencia en apariencia perfecta pero llena de fisuras en el sur de Francia, fue duramente criticada por Hemingway. Poco amigo del empleo del tacto, el autor de Por quién doblan las campanas dijo que Fitzgerald “no sabía pensar, no conocía la realidad, no escuchaba a los demás, no olvidaba nunca su tragedia personal y no era disciplinado”.
“No puedo vivir en la ciudad fantasma en que Zelda se ha convertido”
El declive, también literario, lo obligó a regresar a Hollywood, donde se sintió abandonado por todos. Una deuda de casi 40.000 dólares era la responsable de la vuelta a casa. La Metro Goldwyn Mayer le ofrecía un sueldo como guionista; pero allí, el gran novelista era para muchos alguien a quien incluso daban por muerto.

"Mi talento está lleno de cicatrices"

Su relación con su esposa vivía los momentos más bajos, aunque el vínculo jamás se deshizo. “No puedo vivir en la ciudad fantasma en que Zelda se ha convertido”, confesaba el hombre que también admitía estar “terriblemente cansado de ser Scott Fitzgerald”.
En los últimos años de su vida, el escritor se sintió abandonado por la literatura, esa que había sido su gran obsesión. “Mi talento está lleno de cicatrices”, dejó escrito. Pero aún había brillo y luz en cuentos como Un caso de alcoholismo, The long way out o Financiando a Finnegan.

A nivel sentimental, encontró cierto consuelo en los brazos de una mujer llamada Sheila Graham. Sería ella quien, a principios de los 40, consiguió que el autor se desvinculara del alcohol. No sirvió de mucho:la muerte ya lo acechaba, y le impidió terminar la que él esperaba que fuera su gran novela, El último magnate. 
Zelda vivió unos años más entre recaídas constantes. Su trágico final parece sacado de una novela, puesto que murió calcinada en un incendio que se desató una noche en un hospital en el que estaba ingresada. La enterraron junto a su marido, con quien había vivido los felices y luminosos años veinte, antes de que todo se desmoronase y se hundieran, botes remando contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado. Justo el epitafio, perteneciente a El gran Gatsby, que vela sus tumbas.

martes, 20 de marzo de 2018

Nuevas editoriales que prometen

Siempre he querido ser editora, supongo que por eso vivo pendiente de cada proyecto editorial que surge en este país donde creo que cada vez leemos menos -esto daría para un interesante debate, porque somos pocos los que leemos muchos libros, pero cada vez son más los que escriben y publican sin leer apenas- y, paradójicamente, cada día se publica más.

Hay algo romántico y esperanzador en cada editorial que surge. Una pequeña esperanza en este mundo tantas veces oscuro y lleno de decepciones. Son proyectos que, en muchas ocasiones, son el resultado de años de trabajo, de sueños postergados y ahorros de media vida. Merecen por ello nuestra atención y apoyo, y más si son originales y pretenden cubrir un vacío editorial. Y no, no son tiempos fáciles para nada que tenga que ver con el libro, pero el mundo está lleno de idealistas y los que nos dedicamos a esto pertenecemos a ese grupo. 

Siempre pienso que, en algún momento, yo seré una de esas intrépidas que se lanzará al mundo de la edición con un sello muy literario, un sello donde sólo importe la calidad, más allá de la fama, del número de seguidores en redes sociales y otras pantomimas que tanto se dan ahora. Pero, mientras ese día llega, sigo a la búsqueda de nuevas editoriales. En esta entrada quería hablar de Volcano libros, un sello que ha visto la luz recientemente y que toma como punto de partida el mundo de la naturaleza. Su web es tan maravillosa que tiene banda sonora, y ya os adelanto que es adictiva. Yo la uso a veces para inspirarme cuando escribo...



En medio de tantos proyectos, ¿cómo descubrí Volcano libros? De la manera más casual posible. Estoy escribiendo una novela libremente ambientada en las Orcadas. Aunque la fidelidad al paisaje no es lo que más me interesa de la historia, sí estoy trabajando con guías y leyendo mucho sobre esa fascinante zona. Un día, buscando información, di con el tercer título que ha editado el sello de Javier García: En islas extremas, ópera prima de la escocesa Amy Liptrot, con traducción de María Fernández Ruiz. Además de la coincidencia, lo que más me llamó la atención es que en la cubierta apareciera mencionado el nombre del traductor. Para mí, eso ya es una garantía editorial, una prueba de que ese sello merece que se le eche un buen vistazo. Desde luego, no me he arrepentido.

Volcano libros publica tanto ficción como no ficción (esto es, ensayo, novela, libro de memorias o libros de viaje) siempre vinculados a la naturaleza y a la relación que el hombre establece con ella. Una relación que, además de deteriorada, a veces parece que olvidamos. 

Aunque ya había publicado Solo, de Richard Byrd, y Mad María, de Márcio Souza, yo llegué a ellos a través de la autobiografía de Amy Liptrot, una especie de diario personal de superación y de vuelta a renacer cuando uno cree que lo ha perdido todo. La obra obtuvo el Premio Wainwright al Mejor Libro de Naturaleza y Viajes de 2016 en Reino Unido y su lectura me conmovió mucho por la sinceridad con la que está escrito, por el testimonio de vida y la lección que encierran sus páginas: cómo la naturaleza puede a veces salvarnos de nosotros mismos. 

Aunque sientas que no puedes seguir adelante, lo haces, solo conduciendo para mantenerte ocupado mientras las cosas se calman, cambian y toman forma hasta que se ve con claridad el camino por el que te llevará la vida. Yo continúo conduciendo por el mapa recuadro a recuadro. La agitación del pecho se me va atenuando imperceptiblemente. Como cuando iba en bici por Londres, el movimiento me alivia. Una noche me doy cuenta de que  estoy más relajada y más normal, hasta incluso afortunada de vivir y trabajar aquí en las Orcadas.

Después de un tiempo fuera de su tierra natal, las islas Orcadas (un grupo de islas al norte de Escocia, la mayoría de las cuales están deshabitadas), Amy Liptrot, en medio de un pésimo momento personal, decide regresar a casa para intentar curarse. Su visión al volver es la de una nativa que ya es un poco extranjera en esa tierra de hermosa belleza, pero también algo inhóspita

Esta valiente narración es el testimonio de cómo el contacto con el mar bravo, con el viento extremo, con aves, focas y orcas, acaban sacando a la luz la fortaleza que la joven tenía y que consideraba ya perdida. Es fácil empatizar con su narración sincera, cruda en ocasiones y emotiva en otras. Al fin y al cabo, ¿quién no ha estado perdido alguna vez? 

En islas extremas es un libro que merece mucho la pena; se lee con facilidad e interés, y las vivencias de la autora dejan poso. Volcano libros es un sello del que estaré muy pendiente y al que deseo mucha suerte en su aventura editorial. 




domingo, 18 de marzo de 2018

Musas anuladas: cuando el arte se convierte en obsesión


Eran las diosas predilectas en el campo de las artes y la cultura en la antigua Grecia, pero con el paso del tiempo muchos creadores las hicieron descender desde el Olimpo para convertirlas en seres carnales, de enigmática belleza, a quienes atribuyeron la facultad de inspirar, emocionar e incluso atormentar sus obras.

Simonetta Vespucci, Alma Mahler, Gala Dalí, Elizabeth Siddal, Dora Maar o Camille Claudel son algunas de las musas más conocidas de la historia del arte. Detrás de sus figuras, nombres tan relevantes como Sandro Boticelli, Gustav Klimt, Salvador Dalí, Dante Gabriel Rossetti, Pablo Picasso o Auguste Rodin. Algo en ellas las hizo totalmente distintas a ojos de los hombres que las eligieron para protagonizar un determinado momento de su carrera. Sin embargo, para muchas de ellas, ser el centro de la vida de un artista no tuvo nada que ver con el ideal bohemio y romántico que impera en el imaginario colectivo asociado al mundo pictórico. Por el contrario, estaba más cerca de ser un calvario que en ciertos casos las condujo al suicidio, a ser encerradas en un manicomio o a llevar una existencia de penurias hasta su muerte.

Retrato de Elizabeth Siddal


Han pasado a la historia a la sombra de hombres que supieron aprovecharse de su belleza, de su carácter, de su talento o del aire enigmático que desprendían. Durante las épocas en las que la mujer estaba relegada a la oscuridad, a la vida doméstica y familiar, ellas se atrevieron a ir más allá de lo que la sociedad les permitía. Pero recorrer ese camino conllevaba un precio muy alto.  Algunos se aprovecharon hasta del amor que ellas les profesaban, de la fidelidad de quien entrega su vida a alguien considerado casi un ser superior, una suerte de dios. Otros pretendían encerrarlas como si fueran un pajarillo cuyo canto se aprecia desde una jaula colgada en lo alto de una habitación, y muchos se olvidaban de ellas cuando conocían a otras más jóvenes o a quienes consideraban más fascinantes. Terminaba así su historia como musas y se convertían en mujeres olvidadas, meros desechos.

Ha tenido que transcurrir mucho tiempo para que la historia ajustara cuentas con los artistas y otorgase a estas mujeres un papel destacado en las obras que inspiraron: seres activos que vivieron y padecieron como parte activa de un proyecto artístico. Estas son algunas de las musas que más sufrieron.

Lizzie Siddal, la Ofelia de los prerrafaelitas


La británica Elizabeth Siddal protagonizó uno de los cuadros más emblemáticos de la historia del arte, la Ofelia del prerrafaelita John Everett Millais, una obra que además marcó su vida de manera un tanto trágica. Una jovencísima Siddal, ajena al mundo del arte, trabajaba en una sombrerería cuando se convirtió por casualidad en musa de Millais. El artista, miembro de la hermandad de pintores y poetas británicos conocida como los prerrafaelitas, quiso convertirla en la desdichada Ofelia de Hamlet, y para ello no dudó en sumergir a su musa durante largas jornadas en una bañera en la que usaba lámparas de aceite para templar el agua; Elizabeth Siddal acabó sufriendo una neumonía por los constantes cambios de temperatura y las largas sesiones posando, y su progenitor llegó incluso a reclamar al pintor los gastos médicos que la enfermedad le había ocasionado a su hija. Esa neumonía iba a afectar de forma definitiva la salud de la joven, cuya vida cambió por completo cuando Rossetti, otro de los miembros fundadores de la hermandad, se obsesionó con ella y la convirtió en su musa y amante. Lizzie, como la llamaba, protagonizó algunos de los cuadros más bellos del pintor, posando como Beatriz, la musa del gran poeta italiano Dante, pero Rossetti fue más allá; quería poseerla de tal manera que llegó a prohibirle que posara para otros colegas. Aunque se casó con ella y la idolatraba, no dejó de tener amantes y de mantener una intensa vida social, mientras su musa se quedaba en casa recluida y en soledad. La tristeza que esto provocó en ella, unida a la depresión por la muerte al nacer de su hija, y su adicción al láudano, consiguieron que Elizabeth Siddal acabara suicidándose, recreando así la muerte de la Ofelia que ella misma había encarnado.

La historia de Siddal y Rossetti me ha fascinado siempre de tal modo que es uno de los hilos conductores de mi segunda novela publicada, En la noche de los cuerpos (Adeshoras), en la que cuento la historia de un pintor obsesionado con el cuadro de Ofelia y con encontrar una musa que le inspire del mismo modo que Siddal a Rossetti. Para lograrlo, decide secuestrar a una desconocida en quien cree haber encontrado la fuente de su inspiración perdida. Esta historia de amor tóxico y obsesiones nos recuerda cómo, en ocasiones, la genialidad y la locura están más cerca de lo que pensamos, y es también un repaso a la idea de cómo muchos artistas llegan a destruir y a apoderarse del trabajo de sus musas.

Ofelia, de John Everett Millais


 Dora Maar, la artista a quien Picasso anuló

El malagueño ya era un genio indiscutible del arte con más de cincuenta años cuando conoció a la fotógrafa, pintora y escultora, que rozaba la treintena. La pasión fue inmediata. Poco importó que él estuviera casado con la rusa Olga Khokhlova, puesto que ya mantenía una relación con la jovencísima Marie-Thérèse Walter, madre de su hija Maya. Picasso convirtió a Dora Maar en amante y musa y la retrató en infinidad de ocasiones. Pero el creador del Guernica nunca estuvo hecho para ser fiel, y en 1943 puso fin a esta relación para abrazar a su nueva conquista, Françoise Gilot. Fue entonces cuando Dora Maar comenzó un declive personal que la llevó por diferentes psiquiátricos hasta que la soledad envolvió su vida por completo. Murió con 89 años sola y volcada en la religión. Culta, inteligente, vinculada al surrealismo y con gran conciencia social y política, Maar fue mucho más que la amante de Picasso. Prueba de ello es la biografía Dora Maar. Más allá de Picasso (Circe, 2103), escrita por Victoria Combalía en un trabajo al que dedicó veinte años de su vida, y que arroja luz sobre una fotógrafa de gran valía cuya obra y vida se vieron anuladas por el ego del pintor.



Camille Claudel, la escultora que acabó en el manicomio

Desde el 2017, la escultora francesa Camille Claudel (1864-1943) cuenta con un museo propio en Nogent-sur-Seine, la localidad donde residió cuando era adolescente, a algo más de cien kilómetros de París. Una justa compensación para una mujer a la que durante demasiado tiempo sólo se la calificó como amante y mera discípula del gran Auguste Rodin.

Claudel conoció a Rodin al trasladarse a París para formarse como escultora en una academia privada, puesto que en esa época la Escuela de Bellas Artes no admitía presencia femenina. Decidida y valiente, el artista no dudó en aceptarla como aprendiz, y juntos empezaron una relación tanto artística como sentimental. Camille colaboró de manera muy intensa en numerosas de las grandes obras del maestro francés, como Los burgueses de Calais o Las puertas del infierno, y se dice que era tanto su talento que hasta el maestro tenía celos de la alumna.

Rodin, que estaba casado, nunca se planteó que ella pudiera ser algo más que su segunda amante, ya que el escultor mantenía una relación con Rose Beuret. Durante los más de diez años que duró su historia, los celos y los choques entre ambos fueron notables. El arte los unía, pero su historia personal era tormentosa. En su correspondencia de la época, la joven afirmaba que Rodin llegaba incluso a presentar obras de ella como si fueran propias, aprovechándose así de su talento.

Conscientes de que separar vida y obra en casos como el de Claudel es muy complicado, el objetivo de los responsables del museo que lleva su nombre es recorrer su carrera escultórica con independencia de su trayectoria sentimental. Que su relación con el artista no eclipsara el arte que ella desarrolló en vida.  “Le enseñé dónde encontrar oro. Pero el oro que ha encontrado es sólo suyo”, dijo de ella Rodin al final de su vida.

Por hallar el oro, Camille pagó un alto precio emocional y artístico. Como tantas otras mujeres, sufrió en primera persona el rechazo por llevar una vida nada convencional para una mujer de su época. Considerada por muchos una artista maldita, a raíz de su separación del artista, y por decisión unilateral de su familia, Claudel acabó internada en un manicomio cerca de Aviñón, de donde nunca saldría. Tampoco volvió a esculpir en esos treinta años. 

La gran actriz francesa Juliette Binoche, a quien siempre fascinó la vida de la artista, se puso en su piel en la recomendable película Camille Claudel. 1915, un retrato por la desolación y la soledad en la que vivió sus últimos momentos la escultora.



viernes, 11 de diciembre de 2015

Benjamin Lacombe y su fascinación por la reina María Antonieta


B. Lacombe, durante una visita a Madrid en 2014

Benjamin Lacombe (París, 1982) es un autor muy admirado en España gracias a su original y llamativa manera de acercarse a personajes como Edgar Allan Poe, Victor Hugo, la Alicia de Lewis Carroll o la Madama Butterfly de Giacomo Puccini. Prueba del interés que despierta su talento fue la exitosa visita que realizó esta semana a Madrid, ciudad a la que ha traído su personal visión de la icónica reina María Antonieta. El primer encuentro con el público, al que tuve la fortuna de asistir, tuvo lugar en el Instituto Francés, que hasta el 22 de enero acoge la exposición sobre la nueva obra que la editorial Edelvives acaba de publicarle: "María Antonieta. Diario secreto de una reina". Lacombe se mostró en todo momento muy cercano y agradable, y no tardó en ganarse a todos los asistentes haciendo esfuerzos por hablar español. Acompañado por la historiadora Cécile Berly, Lacombe asistió a la inauguración de la muestra y posteriormente ofreció una interesante clase magistral, en la que no solo habló de la gestación de una de sus obras más ambiciosas de su carrera, sino que desveló algún –pequeño, para el pesar del público– secreto sobre su próxima obra, que abordará la figura de Carmen.

La reina María Antonieta es un personaje mundialmente conocido y se ha convertido en un icono de moda y objeto de análisis de historiadores, autores y cineastas. Benjamin Lacombe se une a ellos a través de esta cuidada obra, y durante su charla explicó cómo la fascinación que sentía por esta mujer lo llevó a adentrarse en su faceta menos conocido. No hay que olvidar que se trata de un tema complejo y una obra “de gran envergadura”, ya que la consorte de Luis XVI, austriaca de nacimiento, se convirtió tras ese matrimonio en la mujer más observada de la corte gala, una corte especialmente dura para las princesas extranjeras como ella. 

Para el ilustrador, la alabada belleza de María Antonieta era más gestual que estética. “Sus atuendos, su manera de comportarse y de actuar decían mucho de ella”, reveló. A la hora de recrear la personalidad de la reina, Benjamin Lacombe ha estado asesorado por la historiadora Cécile Berly, que durante la charla dio a conocer interesantes datos sobre María Antonieta. Criada por una autoritaria madre –María Teresa de Austria– llegó a la corte parisina siendo apenas una adolescente, y aunque en un principio el matrimonio fue muy cuestionado en Francia, pasó de ser admirada y amada a convertirse, años después, en una mujer repudiada y, como es sabido, condenada a muerte con un fatal desenlace.


¿Cómo era realmente María Antonieta? 

Mucho se ha escrito sobre ella: acerca de su frivolidad, su gusto por la moda y lo mucho que detestaba la rigidez de Versalles, motivo por el cual prácticamente vivía en el Trianón, que el rey mandó construir para ella. Lacombe la humaniza recordando que era apenas una niña que no sabía la enorme responsabilidad que ese matrimonio conllevaba, y que su única misión, como toda reina, era procrear. 

Este proceso de humanización ha derivado en la creación de una “nueva” María Antonieta, al igual que la directora Sofía Coppola hizo hace unos años con su particular -y comentadísimo- biopic, protagonizado por Kirsten Dunst. El autor galo confesó que es un admirador de esa película, aunque como fuente de inspiración no recurrió al filme, sino que visitó regularmente Versalles y se documentó leyendo la correspondencia de la reina, además de contar con la asistencia de la historiadora Cécile Berly. 

La obra, que ya he pedido a los Reyes Magos, tiene el inconfundible sello del reconocido autor, uno de los ilustradores más importantes de Europa, y que a pesar de su éxito es una persona cercana y humilde, que pasa horas firmando sus obras llenas de magia a los fans. Me sorprendió gratamente su entusiasmo con el público y su interés por dar a conocer todos los pequeños detalles que conforman esta gran obra.