Se llama Emma y tiene la mirada suspendida en un centímetro de aire.
Se ha caído muchas veces y siempre ha tenido alguien o algo que le ha tendido una mano. Tiene una hija de la que habla con un rictus de orgullo en sus labios, sin unirlos, dejando siempre un resquicio para una nueva palabra de alabanza hacia ella. Esta vez, es la poesía quien la ayuda a levantarse, a expresar el sufrimiento que le ha causado la muerte de su compañero y la tragedia que supone saberse seropositiva. Vive en un centro de acogida para drogadictos en proceso de desintoxicación y cuenta la ternura que recibe en las "caricias" de un pastor alemán que comparte casa con ella. Nos pide un cigarrillo para combatir la ansiedad, porque "se está quitando", dice, y eso es muy duro. Quiere hacerlo por su hija. Nosotros la animamos, le decimos que la meta es muy atractiva; el orgullo que sentirá ante su hija le compensará de todo el esfuerzo.
No he vuelto a verla desde que acabó el taller, hasta la semana pasada. Iba yo por la calle y me encuentro con una pareja de indigentes mochileros, de esos que son pero se niegan a serlo, que conservan un hálito de orgullo personal y evitan la compasión o el desprecio, que tanto monta. El hombre se me acerca y me pide dinero para el desayuno. Respondo que no tengo suelto (coletilla utilizada a menudo...) y entonces, la mujer lanza un exabrupto golpeándole el brazo y diciéndole: -pero ¿cómo se te ocurre pedirle dinero a mi amiga Ana?-. Era Emma. Pasada la primera sorpresa, una sonrisa grande se instala en mi boca; me alegro de ver a una antigua compañera de fatigas poéticas y le planto un par de besos sinceros en sus dos mejillas. Le pregunto por su vida. Ha vuelto. De nuevo está enganchada. Le echo un rapapolvo suave (no salen palabras duras para una mujer derrotada), le pregunto por su hija, la animo a luchar de nuevo contra su represor y me despido.
Sigo mi camino y pienso en ella. Su rostro estaba lleno de eccemas, algunos con heridas abiertas. Me estremezco. Mi único pensamiento durante todo el día fue de temor a un posible, aunque remoto, contagio.
He pasado una semana de contradicciones. No sabía si había hecho bien en besarla tan espontáneamente o debería haber tenido más cuidado.
Hoy, que escribo esto, me arrepiento de haber tenido dudas y me alegro de haberte besado, Emma.
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25 de mayo de 2006
24 de mayo de 2006
Risas
Vacaciones cortas o escapada larga, como se lo quiera denominar, pero escapada vacacional al fin y al cabo. Hemos pintado cielos de luz insomne y agujas enamoradas del cielo. Hemos hablado de aldea global, de ciudadanos autómatas unas, y hombres tranquilos otras, de dominaciones suecas y dominaciones soviéticas, de religión evangélico-luterana y de ortodoxa, también de la tibieza en la práctica religiosa. Hemos visto gente encantadora y petardos de gente. Hemos sufrido el overbooking hotelero y hemos negociado cual empresario de altura. Hemos visto ciudades nuevas y ciudades tan viejas como el mundo. Hemos estado en el café Kafka y en el Kiasma (Museo de Arte Contemporáneo). Hemos visto el Estadio de los Cantos (paradigma de la reivindicación de una lengua) y un cementerio-bosque o bosque-cementerio en el que comparten espacio lápidas, árboles, plantas y flores.
Y nos hemos reído. ¡Vaya si nos hemos reído!
Risas en el ascensor con el insert, remove, push; risas en el restaurante con las comidas servidas en pisos; risas en la celebración de un cumpleaños en un país lejano y extraño; risas con los aleluyas de unos fineses vestidos de chándal de táctel azul soraya, zapatos borsalino blancos y sombrero vaquero de plástico azul noche (pedos perdidos); risas en el pub de paso para entrar en el baño y a cambio pedir caipiriñas (típicas en Tallinn...¿?); risas en las fragonetas, que son nuestra especialidad en los viajes, y risas con el chófer correspondiente: véase, Manolo, Antonio o Federico , según las facciones de la cara del interfecto; risas en una carrera de seiscientos metros de obstáculos de gotas de lluvia, con gatos de plástico en la cabeza y el tranvía como meta; risas con el doblado de servilletas levantando con suma destreza lo que hay que levantar, en un restaurante de diseño.
Si he de recordar algo de las vacaciones de estas ocho amigas del "jueves cultural", será la risa, por encima de "cualquier otra cosa".
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Y nos hemos reído. ¡Vaya si nos hemos reído!
Risas en el ascensor con el insert, remove, push; risas en el restaurante con las comidas servidas en pisos; risas en la celebración de un cumpleaños en un país lejano y extraño; risas con los aleluyas de unos fineses vestidos de chándal de táctel azul soraya, zapatos borsalino blancos y sombrero vaquero de plástico azul noche (pedos perdidos); risas en el pub de paso para entrar en el baño y a cambio pedir caipiriñas (típicas en Tallinn...¿?); risas en las fragonetas, que son nuestra especialidad en los viajes, y risas con el chófer correspondiente: véase, Manolo, Antonio o Federico , según las facciones de la cara del interfecto; risas en una carrera de seiscientos metros de obstáculos de gotas de lluvia, con gatos de plástico en la cabeza y el tranvía como meta; risas con el doblado de servilletas levantando con suma destreza lo que hay que levantar, en un restaurante de diseño.
Si he de recordar algo de las vacaciones de estas ocho amigas del "jueves cultural", será la risa, por encima de "cualquier otra cosa".
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17 de mayo de 2006
¿"the best is jet to come"?
La miopía del tiempo recorta en miles las palabras que crucé contigo, reduciéndolas a media docena. Pero fueron media docena que tiñeron de fantasía real dos lenguas. Nunca más supe de tu vida, ni de tu trabajo, tus amigos, tu familia, ni de tus fracasos, si es que los has tenido. No hemos cruzado palabras, ni miradas, ni tan siquiera un apretón de manos o un beso en la mejilla. Hemos divergido nuestros caminos voluntariamente. Es posible que un par de veces al año o, tal vez, un par de veces al mes, recordemos momentos únicos compartidos, como un beso de buenos días, una sola canción para dos corazones, un martini seco con olivitas, un filósofo mudo o un león con alma de "soul". Pero se queda en eso, en recuerdos.
Y el tiempo, que además de ser miope es caprichoso, se encargó de abrir las puertas de la distancia y reunirnos en otra distancia, muy lejos de nuestra ciudad, en un lugar frío..., muy frío.
(Con el énfasis propio de los encuentros inesperados y caras de pazguatos):
- Hola, ¿cómo estás?
- Bien, ¿y tú?, ¿pero..., qué haces aquí?
- He venido a un congreso sobre medio ambiente, ¿y tú?
- Ah! qué bien!, yo estoy de minivacaciones
- ¿Cómo te trata la vida?
- Pues..., no me quejo.
- ¿Estarás mucho tiempo aquí?
- No, no, el fin de semana ¿y tú?
- Lo mismo. ¿Tendrás tiempo libre? ¿Podemos vernos?
- No sé..., tal vez..., ¿dime en qué habitación estás y te doy un toque, de acuerdo?
- Genial, espero tu llamada. Me encantó verte. Y estás estupenda.
- Oye, tú también. Te llamo entonces.
Dos besos y un abrazo ligero dieron al traste con los planes de doña Coincidencia.
"The best is jet to come" no es la frase buena, sino su viceversa: "Lo mejor ha pasado".
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pd. Estoy arrebatada, que me voy a Helsinki y después a Tallinn. Me marcho con un grupo de mujeres estupendas y maravillosas. Serán muy pocos días pero intensos. Prometo contaros.
15 de mayo de 2006
donpepito
Oleo de Victor Serrano
Dentro de un millón de años todos andaremos hacia atrás y nuestro futuro será recordar el pasado, porque dentro de novecientos mil años, donpepito pensará que el camino se hace con las piedras que antes hemos pisado.
Mientras tanto, todos tranquilos, donpepito llegará a nacer.
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7 de mayo de 2006
La fantasía de Jandro en el jardín secreto
Nadie sabe que en el hueco de la escalera de aquel viejo portal hay una puerta que oculta un maravilloso y destartalado jardín. Tampoco hay llave que gire ningún tambor, ni portero que escuche música en la radio. Hay un niño que se llama Jandro, que va a un colegio donde rezan el "ángelus" a las doce del mediodía y le dan reglazos en la palma de la mano cuando se limpia los mocos con las mangas del jersey.
Jandro no es nadie; es por eso que sabe de la puerta, y cada domingo antes de comer, se acerca a la casa de la calle de la Cuesta. Una casa muy antigua, más antigua que su padre; dice su madre que tiene una fachada muy elegante, tan elegante que el cierre del portal es un auténtico encaje metálico.
A Jandro no le importan esas tonterías. Lo que a él de verdad le obsesiona es lo que está detrás, lo que la casa oculta.
El sol hace daño a esta hora del día; camina despacio para que nadie lo vea (aunque ya sabe que cuando se es niño y no se alborota demasiado, los mayores no se enteran de que existes), entra en el portal, abre la puerta y... ahí está: una maraña de plantas, verdes, muy verdes, exageradamente verdes, y altas, muy altas, lo cubre todo, las paredes, el suelo y hasta el sol; allí no llega el sol. Lo que debieran haber sido parterres, son ahora un batiburrillo de piedras, musgo y hojas huyendo descontroladas; el camino que pudo ser de gravilla, es ahora un asqueroso barro verdoso con el adorno insólito de una piedrecilla de cuando en cuando. El lugar es siniestro, no cabe duda, pero el corazón de Jandro no late de terror, sino de emoción. Ha recorrido la mitad del jardín; está a punto de llegar a su meta, a su secreto, a su fantasía. Aparta las hojas desmayadas de una morera péndula que resiste el ataque de las sombras, y en el centro de todo aquel verdor, aparece un velero.
¡Un velero en medio de un jardín!
Un pequeño balandro de no más de tres metros de eslora y un sólo palo que aún se mantenía en pie buscando desesperado una confabulación con el sol para sobrevivir entre aquel mar de plantas que intentaban doblegarle.
Y allí, dentro de aquel reducido paraíso, allí se encarama Jandro y se imagina un respetado capitán de navío, un conquistador de nuevos mundos, un Hernán Cortés cualquiera, como el que había visto en la tapa del libro de historia del cole.
Quiere dejar de ser nadie; que le vean, le escuchen, le atiendan, le hagan caso.
Jandro pensaba que si no se convertía en alguien como Hernán Cortés, los mayores seguirían creyendo que no había nadie cuando él estaba delante.
No sabía, entonces, que tan sólo tenía que dejar pasar los años para ser atendido, para ser alguien, para ser mayor. Y aun entonces, ninguno de los otros alguien, pudo explicarle qué hacía un velero en medio de un jardín secreto.
**********************
**********************
El velero es el cine particular en la infancia de cada uno; ese que nos permite fantasear y planear grandes hazañas en nuestra vida; ese que olvidamos cuando nos hacemos mayores y que un buen día recordamos por una reseña en el periódico que dice "El día... el cine... cerrará sus puertas definitivamente...", y entonces quisiéramos haber seguido siendo nadie.
Este cuento es mi pequeño homenaje a nuestro gijonés cine "Hernán Cortés": se inauguró el 6/04/1958 con el estreno de la película "Fantasía" de Walt Disney; el 4/12/1964 pasaron la película "Jandro", rodada en Asturias por Julio Coll; y finalmente el 31/03/1994 se proyectó la película "El jardín secreto" del asturiano Carlos Suárez, cerrando ese mismo día las puertas para siempre esta popular sala cinematográfica.
Un apunte más: no han derribado el edificio para construir un banco (típico hace unos pocos años); han reformado completamente su interior y ahora es el Casino de Asturias. ¿?
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Jandro no es nadie; es por eso que sabe de la puerta, y cada domingo antes de comer, se acerca a la casa de la calle de la Cuesta. Una casa muy antigua, más antigua que su padre; dice su madre que tiene una fachada muy elegante, tan elegante que el cierre del portal es un auténtico encaje metálico.
A Jandro no le importan esas tonterías. Lo que a él de verdad le obsesiona es lo que está detrás, lo que la casa oculta.
El sol hace daño a esta hora del día; camina despacio para que nadie lo vea (aunque ya sabe que cuando se es niño y no se alborota demasiado, los mayores no se enteran de que existes), entra en el portal, abre la puerta y... ahí está: una maraña de plantas, verdes, muy verdes, exageradamente verdes, y altas, muy altas, lo cubre todo, las paredes, el suelo y hasta el sol; allí no llega el sol. Lo que debieran haber sido parterres, son ahora un batiburrillo de piedras, musgo y hojas huyendo descontroladas; el camino que pudo ser de gravilla, es ahora un asqueroso barro verdoso con el adorno insólito de una piedrecilla de cuando en cuando. El lugar es siniestro, no cabe duda, pero el corazón de Jandro no late de terror, sino de emoción. Ha recorrido la mitad del jardín; está a punto de llegar a su meta, a su secreto, a su fantasía. Aparta las hojas desmayadas de una morera péndula que resiste el ataque de las sombras, y en el centro de todo aquel verdor, aparece un velero.
¡Un velero en medio de un jardín!
Un pequeño balandro de no más de tres metros de eslora y un sólo palo que aún se mantenía en pie buscando desesperado una confabulación con el sol para sobrevivir entre aquel mar de plantas que intentaban doblegarle.
Y allí, dentro de aquel reducido paraíso, allí se encarama Jandro y se imagina un respetado capitán de navío, un conquistador de nuevos mundos, un Hernán Cortés cualquiera, como el que había visto en la tapa del libro de historia del cole.
Quiere dejar de ser nadie; que le vean, le escuchen, le atiendan, le hagan caso.
Jandro pensaba que si no se convertía en alguien como Hernán Cortés, los mayores seguirían creyendo que no había nadie cuando él estaba delante.
No sabía, entonces, que tan sólo tenía que dejar pasar los años para ser atendido, para ser alguien, para ser mayor. Y aun entonces, ninguno de los otros alguien, pudo explicarle qué hacía un velero en medio de un jardín secreto.
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El velero es el cine particular en la infancia de cada uno; ese que nos permite fantasear y planear grandes hazañas en nuestra vida; ese que olvidamos cuando nos hacemos mayores y que un buen día recordamos por una reseña en el periódico que dice "El día... el cine... cerrará sus puertas definitivamente...", y entonces quisiéramos haber seguido siendo nadie.
Este cuento es mi pequeño homenaje a nuestro gijonés cine "Hernán Cortés": se inauguró el 6/04/1958 con el estreno de la película "Fantasía" de Walt Disney; el 4/12/1964 pasaron la película "Jandro", rodada en Asturias por Julio Coll; y finalmente el 31/03/1994 se proyectó la película "El jardín secreto" del asturiano Carlos Suárez, cerrando ese mismo día las puertas para siempre esta popular sala cinematográfica.
Un apunte más: no han derribado el edificio para construir un banco (típico hace unos pocos años); han reformado completamente su interior y ahora es el Casino de Asturias. ¿?
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2 de mayo de 2006
Las margaritas son blancas
Las margaritas son de
Amor entintado
(Fijaos en la mosca, es
muy sugerente...)
Es difícil mostrar,
pero más aun
saber lo que
puedes mostrar.
¿Me lo cuento a mí misma
o es a vosotros que debo mostrarme?
Desde todas mis margaritas
el valle en el que habito
se ha hecho más pequeño
pero aquella montaña
que servía de linde
a mis sueños despiertos
es cada vez más alta.
Poco falta para que
las margaritas ya no sean mías.
El blanco, morirá con ellas.
No me preguntéis cómo
yo responderé: negro.
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Amor entintado
(Fijaos en la mosca, es
muy sugerente...)
Es difícil mostrar,
pero más aun
saber lo que
puedes mostrar.
¿Me lo cuento a mí misma
o es a vosotros que debo mostrarme?
Desde todas mis margaritas
el valle en el que habito
se ha hecho más pequeño
pero aquella montaña
que servía de linde
a mis sueños despiertos
es cada vez más alta.
Poco falta para que
las margaritas ya no sean mías.
El blanco, morirá con ellas.
No me preguntéis cómo
yo responderé: negro.
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