Le costaba reconocerse a sí misma que estaba más nerviosa de lo habitual, aunque habitualmente estaba nerviosa, pero ésta era una sensación diferente. No eran nervios de gritar y pegar un golpe en la mesa, eran más bien de los que recorren el cuerpo haciéndote temblar de pánico.
-Pase, por favor- le sugirió la mujer de recepción. Frase que repitió en su mente tantas veces como le fue posible hasta el momento en el que, por fin, estuvo sentada frente al hombre que iba a decidir su futuro. Una sonrisa por parte de éste sirvió para relajar el ambiente, aunque no para disminuir el pánico de la expectante y angustiada interlocutora.
Tan sólo unos minutos después, ella salía por la doble puerta de aquel despacho orientado al sur y con vistas al mar, en el que no había pronunciado ni una sola palabra. Demasiada información para alguien que necesita media hora para decidir el menú en un restaurante de comida rápida. Algo menos le costó darse la vuelta y con la mirada fija en los ojos de aquel hombre pronunciar su sentencia: -No es el cáncer lo que va ha matarme. Yo, voy a morir de amor-.
-Pase, por favor- le sugirió la mujer de recepción. Frase que repitió en su mente tantas veces como le fue posible hasta el momento en el que, por fin, estuvo sentada frente al hombre que iba a decidir su futuro. Una sonrisa por parte de éste sirvió para relajar el ambiente, aunque no para disminuir el pánico de la expectante y angustiada interlocutora.
Tan sólo unos minutos después, ella salía por la doble puerta de aquel despacho orientado al sur y con vistas al mar, en el que no había pronunciado ni una sola palabra. Demasiada información para alguien que necesita media hora para decidir el menú en un restaurante de comida rápida. Algo menos le costó darse la vuelta y con la mirada fija en los ojos de aquel hombre pronunciar su sentencia: -No es el cáncer lo que va ha matarme. Yo, voy a morir de amor-.