Hace cinco años que, de manera altruista, comencé a colaborar con la revista NINFA y, letra a letra, palabra por palabra, todo llega a su fin. No sé si el grupo NINFA ha cumplido los objetivos colectivos marcados por los grupos de acción local desde el origen del proyecto, pero a nivel personal, aunque solo sea por la gente que he conocido y por el rico intercambio de pareceres que he tenido con cada miembro, ha sido plenamente satisfactorio. A la hora de seleccionar ciertos pasos importantes en mi vida, siempre me he guiado por el instinto, y la elección de colaborar con el equipo NINFA ha sido uno de ellos.
Cuando me acerqué a los responsables del
proyecto, su ilusión y ganas de cambiar las cosas me sedujo. Había mucho por
hacer y como dice un antiguo proverbio africano: «Si queréis ir rápido, id
solos; si queréis ir lejos, id juntos». La idea inicial de participar en el
desarrollo social y natural de los entornos rurales era algo pedido por ciertos
pescadores deportivos al uso que veíamos un abandono paulatino del interés de
nuestros ríos y su entorno, especialmente por parte de los propios lugareños y
personas oriundas del río, hartos de no ver un beneficio plausible para sus
pueblos. A esto había que añadir un apreciable
desdén de las administraciones de turno, por mantener la riqueza cultural de
cada pueblo, valle o comarca. Poca gente común conocía la diversidad de los valles
vecinos en León y la diferencia cultural y biológica de cada uno de los ríos
que la vertebran. Lo englobaban en un todo. Creer que el valle del Torío es
igual que el del Bernesga o que el del Omañas, es no entender que la
experiencia vital de su gente o la pesca de cada uno de sus ríos, muchas veces
es dispar. Yo he pescado dos valles, cercanos uno al otro 7 km, primero un río
y al día siguiente el otro, y ni la misma temperatura del agua, ni el mismo caudal
y misma claridad de sus fondos, o ni siquiera el mismo día de bochorno, presagiaban
que las eclosiones fueran tan diferentes y que las cebadas fueran tan
atemporales. En consecuencia, la adaptación de mis técnicas de pesca a cada día
fue aleatoria y acorde al estado de cada torrente.
Debo
decir también, que ha sido un acierto la labor didáctica y de pregón que han
realizado los medios de comunicación sobre
cada uno de los eventos del grupo NINFA, y ha servido, al menos, para que los neófitos
y foráneos de nuestra afición a la pesca, sea cual sea la técnica utilizada, entiendan
que pescar no es solo sacar una caña, poner un cebo y esperar las horas muertas
a que el pez pique. Sino que además, y sobre todo, es cuidar del entorno,
admirar la naturaleza y asegurar que la pesca es sostenible. También es dejar
con vida a los peces para su diversidad y procreación, denunciar las tropelías
que se cometen en los ríos y, sobre todo, comprometerse con el desarrollo auto-mantenido
de cada valle.
Sostenibilidad,
esa palabra mágica, tan en boga en nuestro tiempo. Hablamos de ella, pero no
sabemos cómo aplicarla. Su definición nos dice que es proceder con un
desarrollo económico y social de «algo» sin una gran ayuda exterior, ni merma
de los recursos existentes. ¿Cómo llevarlo a la práctica? Quizás con un
ejemplo, podamos entender visualmente su mecanismo y encontrar ese «algo». Antes,
hace muchos, muchos años, abundaban los cultivos de cereales en los campos frescos
y húmedos orillados a los ríos. Los numerosos huertos apelmazados en las vegas
de cada valle, para beneficio y aprovechamiento primario de todas las familias
de las aldeas, obligaban a los paisanos a mantener unos canales o acequias naturales de regadío a ras
de suelo, horadados en la tierra. Se hacían con azadas y picas, y sobre todo con
mucho sudor y lágrimas. Por sus nutrientes y grandes cantidades de alimentos
naturales (lombrices, insectos terrestres, restos orgánicos), eran refugio
común de truchas y cangrejos.
El agua entraba por un extremo del campo y el
sobrante volvía a salir al río un centenar de metros más abajo. Esto aseguraba
una circulación de peces grandes y pequeños de manera continua. Además, el agua
sobrante se reutilizaba para el disfrute de otros paisanos del valle. Ahora los
automatismos en el riego, el abandono de las parcelas colindantes para uso de
ganado, y las bombas de agua motorizadas dejan secos de agua numerosos tramos
de nuestros queridos ríos, sobre todo durante los meses de
No pretendo volver a las técnicas ineficientes del pasado,
pero si recuperásemos aquellos métodos de antaño, como hemos empezado a aceptar
la alimentación «ecológica» en nuestra despensa, aprovechándonos del
conocimiento y experiencia adquiridos con posterioridad, podríamos volver a
recuperar los entornos de nuestros ríos y los asentamientos de las aldeas que
se han ido despoblando. Recuperar las
represas y los molinos en ciertos tramos donde antes existieron, volver al cultivo
minifundista y de calidad; humanizar las orillas de nuestros ríos; generar
ingresos por guía, turismo o venta relacionado con los mismos; realizar labores
de mantenimiento como limpia de accesos y veredas para asegurar la comodidad y
vigilancia de los ríos,…, en definitiva poner un sello de «ecológico» a
un río, un valle o una aldea.
Hoy, con
tantos problemas de accesibilidad al trabajo, con un poco de interés y de
inversión por parte de los implicados, ayuntamientos, sociedades de pesca, etc,
mucha gente estaría dispuesta a emprender nuevas vías de subsistencia en estos
posibles entornos «Bios». La labor del grupo NINFA durante estos años, lo ha
intentado en unos términos parecidos a lo anteriormente expuesto, o al menos,
creo humildemente, que ha sido lo suficientemente valiente como para plantearlo
ante la sociedad, lo que ya tiene su mérito.
En el
año 90 del pasado siglo XX, entré en una asociación de pesca de histórico
prestigio, cuna de la pesca a mosca en nuestro país. El primer día que fui a su
sede (la planta superior de un humilde bar en el centro de Madrid), entre
presentaciones y rápidos consejos de expertos lanzadores o montadores de moscos,
un anciano, embajador de la pesca sin muerte,
líder entre los nuevos iniciados por su empatía, innovador por sus
montajes, carismático comunicador y mi maestro en muchas salidas de pesca, me llevó
a solas e hizo una sola pregunta para aceptarme definitivamente en el clan.
Esta cuestión la he tenido grabada, desde entonces, en mi mente de mosquero, y
espero transmitirla de igual manera a las nuevas generaciones. Me dijo así: «En
esto de la pesca, hay quien hace cosas y es activo; hay quién cree que habría
que hacer algo y espera un cambio caído del cielo, y hay quien no se ha enterado
de que hay problemas y prefiere seguir mirando a otro lado. ¿ a qué grupo
perteneces? Si te preocupa el estado y el futuro de nuestras aguas y los peces
que habitan en ella, ¡Actúa! ¡Pre-ocúpate!». Este mensaje, esta idea de luchar,
ha sido mi mantra durante los últimos 25 años. Y he dirigido mi esfuerzo más
a inspirar y educar, que a promover. He
preferido ganarme la credibilidad de los pescadores antes que comprarla. Y
cuando he encontrado iniciativas o grupos que han seguido esta línea de
pensamiento o acción, ahí he intentado estar. El grupo NINFA ha sido uno de
ellos, y con distinto nombre, sociedad o componentes, la labor debe continuar.
Me
gustaría que este escrito fuera una oda al activismo. Un cántico a la
sostenibilidad. Un principio del fin. Son necesarias soluciones tajantes e
inmediatas. No tenemos que dar una respuesta altruista o blanda, todo lo
contrario: por puro egoísmo, debemos pasar a la acción. Detener el furtivismo,
la excesiva presión de pesca o la introducción de especies que no son propias
de nuestras aguas y compiten con las autóctonas. Eliminar la contaminación y la
roturación parcelaria de nuestros ríos. Imaginar ocupaciones para los lugareños
basadas en la pesca,…,y así podríamos seguir enumerando iniciativas. Para ello
debemos colaborar, aunque en este mundo tan pragmático, siempre se nos pida
algo a cambio. La naturaleza no otorga rescates financieros. Debemos
adelantarnos a las crisis y liderar la carrera del capital ecológico. Y para
ello, impulsos como los del grupo NINFA, y otros más que vengan, serán
esenciales. A lo largo del tiempo no he visto más que un deterioro continuo de
todos los procesos que resultan esenciales para mantener una vida saludable en
nuestras aguas. El río era el basurero de nuestros pueblos. Aunque pudiera
parecer un pesimista recalcitrante acerca del destino del mundo natural y de su
diversidad, soy una persona feliz y positiva, y en este sentido, me siento un
poco budista. He aceptado el hecho de que existe un principio y un fin para
todo, pero ese fin lo podemos modelar a nuestro gusto con la «acción», algo de
lo que una mayoría de pescadores estamos faltos.