Seguro que hay un buen número de vosotros que no ha visto "Arrival" ("La Llegada" en su traducción siempre poco meditada al castellano).
De hecho, si seguimos la lógica del guión de Eric Heisserer basado en el relato "La historia de tu vida" (Story of Your Life) de Ted Chiang, lo primero sería saber cuantos sois "vosotros". Según la estadística de google para este blog, la media de páginas vistas por día ronda los 200 usuarios, lo que más o menos quiere decir que, dependiendo del post, aproximadamente 150 personas ven y tal vez leen mis tribulaciones aquí descritas. En otros tiempos fueron más de 500 personas, pero nunca está bien fijarse en el pasado como base para hacer planes de futuro.
El asunto es que vosotros, seáis los que seáis, tenéis por costumbre leer. Dentro de vuestras lecturas, leéis en Internet y dentro de Internet me leéis en ocasiones a mi. Y eso implica intención.
Volviendo a "Arrival" y sin ánimo de hacer spoiler si os diré que el concepto usado por los autores es lo bastante revolucionario y atractivo como para merecer una atención especial y servir, en mi caso, como base de desarrollo para algo. Algo grande, algo decisivo y algo lo bastante importante como para provocar cambios a medio y largo plazo en el mundo del vino. Si, algo así.
Premisas.
Es importante tener claros algunos axiomas o máximas si queremos que se entienda a donde queremos llegar con todo esto. Así que, al estilo del descuartizador de Rostock, "vayamos por partes"
Primero. El vino es algo más que un producto de consumo. Creo que a estas alturas es asumible por todo el mundo que el vino, para ser tenido en cuenta como el resultado de la acción específica de la mano del hombre, debe ser "algo más" que el puro resultado de una serie de combinaciones químicas. Entendiendo que para lograr "un buen vino" lo necesario no va mucho más allá de:
- un viñedo
- unos medios técnicos
- unos medios biológicos
- unos conocimientos,
si es también entendible que para hacer "un gran vino", es preciso algo más. Pero, ¿que más?.
Segundo. Si lo que se necesita para diferenciar un cuadro de una gran obra pictórica o un edificio de una obra arquitectónica de Le Corvusier pasa por ese "intangible" al que algunos llaman genialidad, asumamos que para hacer "un gran vino" necesitamos algo de ese intangible. Y yo postulo que ese elemento "uncontable" es la capacidad humana para "leer la viña". Definámoslo:
Leer la viña es el poder de ciertos hombres y mujeres para entender la relación intrínseca que existe entre la cepa, la variedad, el suelo y la meteorología local. Esa relación especial, debidamente interpretada y transmitida al vino es la que identifica el famoso "terroir" del que muchos hablan y es, en si misma, una cualidad única de ciertos individuos y no es, ojo con esto, transmisible a un producto de forma masiva. Por la misma razón que el número de obras de arte memorables o de edificios legendarios es finito, el número de botellas en las que uno o una puede expresar su capacidad para "leer" la viña no puede tender a millones sino más bien a decenas de miles.
Por otra parte, este intangible no se mide de forma efectiva sino es asumiendo otras cosas. Y aquí voy con el siguiente paso que explica el porqué de este despliegue teórico-filosófico de hoy que para muchos será pesado y para otros muchos interesante. ¿Como medimos/calificamos un vino cuando una parte del mismo depende de un criterio que es, en esencia, imposible de medir?.
Tercero. Yo creía, en pasado, que no era medible. Creía, desde mi punto de vista, que no se puede medir la "genialidad" desde la ceguera (catar a ciegas) o desde una cifra cuando hay tanto que cuantificar y cualificar y tan pocos criterios a los que acudir para calibrar esa medida... pero estaba equivocado. Lo estaba.
Se puede medir siempre que exista un criterio para la medida así que si se puede medir la capacidad para "leer la viña", ergo se puede medir la capacidad para introducir esa habilidad en la botella y es posible calibrar y cuantificar cuanto pesa esa capacidad en el resultado final. Se puede hacer y se hace. Es puramente circular y así llego de nuevo al principio de este post.
Si a los cuatro criterios/necesidades que expresaba más arriba, imprescindibles para hacer vino, unimos un quinto al que podemos llamar "terroirismo" (por ejemplo, aunque no es un gran nombre) podremos conseguir un resultado final que nos de una idea genérica sobre la calidad/autenticidad/realidad de un cierto vino en una cierta bodega y de una cierta añada. Una cifra que nos ofrezca una dimensión siempre subjetiva, por supuesto, pero evaluable y medible y, sobre todo, neutral. Una cifra que salga de un criterio individual (obvio) pero partiendo de unos criterios justificables y evaluables de igual manera por otro individuo. Una especie de panel libre que incluya un intangible que, en realidad, no lo es.
Y cuarto. Esta forma "circular" de cata empieza donde termina. Porque cuando uno ve, por ejemplo, el color de un vino determinado ve cualidades propias de la variedad, de la zona o del proceso, pero también puede ver, por extensión, efectos directos de la acción humana y es esa parte de la cata la que debería pesar más que otras. El introducir criterios de valoración en base al uso o no de variedades autóctonas, del uso o no de determinadas técnicas intensivas, impropias de la zona y del vino en cuestión, forma parte de esa capacidad para entender el terroir como parte de un criterio siempre subjetivo pero, ojo, finalmente verdadero.
En resumen; un vino es calificable pero desde un nivel de independencia, credibilidad, ausencia de intereses cruzados o libertad muy difícil de ver hoy en día en nuestro entorno, al menos a nivel nacional. Solo un escrutinio a nivel local permitiría cierto grado de independencia y conocimientos de ese intangible al que me refiero como "terroirismo". Solo una proximidad de ese calibre puede dotar al o la catador/a de la suficiente capacidad como para entender, más allá de lo claro y de lo obvio, qué hace diferente a ese vino de otros elaborados con igualdad de viñedo, medios técnicos, medios biológicos y conocimientos. Un intangible que forma parte de un todo alrededor del que obran milagros algunos y algunas elegidos/as.
Leámoslo.
Blog sobre vino, mis vinos, los que me dan la vida y los que me quitan el sueño.
martes, 25 de septiembre de 2018
viernes, 21 de septiembre de 2018
Incapaz de mentir
Esta semana Facebook me recuerda que hace ya cinco años del intento en vano que fue "La Revolución del Vino" y, al hilo de esto y de un pensamiento que me recorre cada vez que recuerdo aquellos momentos (expresado en el propio Facebook por mi mismo bajo el epígrafe "al menos lo he intentado") me han venido algunas ideas a la cabeza que necesito compartir con todos y todas.
Porque hay quien cree, movidos sin duda por sus buenos sentimientos hacia mi, que la publicación y aquellos 500 ejemplares significaron algo más que un gasto en papel y tiempo y si bien yo no creo que fuese algo del todo inútil y una perdida de tiempo, si pienso que la realidad de los hechos y lo que aquel ejercicio de puro ego pretendía han quedado a una distancia sideral; un bluf en toda regla, en roman paladino.
Vayamos al grano. El libro es de 2013. Lo escribí y culmine con la música de fondo de mi hijo recién nacido expresando a voz en grito su profundo malestar por haber tenido que abandonar la comodidad del útero materno para sustituirlo por este mundo frío y hostil. En ese contexto escribí algo que no respondía a ninguna estructura concreta ni perseguía ningún fin claramente definido. En parte glosario, en parte diccionario de términos enológicos, parte ensayo y parte narración pura y dura tenía algo de novela costumbrista, personajes estereotipados y bastante retórica golpista del estilo "vamos a cambiarlo todo para que todo siga igual". Eso de "la revolución permanente" y "el cambio lo haces tu mismo", en clara alusión a los gurús de la nueva alimentación que escriben esa especie de autoayuda disfrazada de compendio culinario que son libros como "Mi dieta cojea" o cualquier cosa escrita por Mikel Iturriaga para el emporio Alfaguara y El País. Y nada más lejos de mi intención que adoctrinar o pontificar sobre algo en lo que creo profundamente (no he cambiado mucho en lo que se refiere a pensar que un buen vino exige, por definición, poca producción y mucha atención personal, lejos del modelo industrial y cooperativo) pero el hecho es que lo hice mal o, al menos, no tan bien como el asunto lo merecía.
Así que cinco años después, ¿que queda de todo lo allí manifestado?. Analicémoslo.
De entrada, las fuerzas vivas notaron (por pura inercia, ojo) que a lo mejor venía bien ser junco en vez de roble y doblarse al viento en lugar de resistir a el (be water my friend, para entendernos), sin intención alguna de cambiar nada, por supuesto, pero dispuestos a entrar en la corriente de "buenísimo vitivinícola" en la que parecía que florecían los mejores vinos de la última década. O al menos los más respetables porque, en esencia, todo esto va siempre de los mismo: si uno no puede ser algo al menos debe parecerlo.
Et voila¡... ahí lo tenemos. De lo más profundo de los muy adustos y respetables clubs de la capital nace el "Manifiesta Matador" que, como su propio nombre indica, nace para "matar" (simbólicamente, claro) el pasado y abrirse al futuro: necesitamos reformular la manera en que se reparte el viñedo y eso lo va a hacer el zorro que ahora se dedica a vigilar a las gallinas. Aha.
Pero funcionó. Fue colgar una web en la que el personal podía sumarse al manifiesto, observar que con el paso de los días la cosa quedaba en nada y seguir a otra cosa. Peñín aprovechó la coyuntura para montar otro de esos salones de "Lo mejor de los mejores vinos mejorados de la mejor España, showroom tradittion review". Más mesas, más copas, más entradas, más publicidad... más dinero. Lo del manifiesto se fue diluyendo (la idea nunca fue otra, para que engañarnos) y aquí paz y después gloria. Revolución 0 - Establishment 1
Otra consecuencia de un libro tan anónimo como el mío pasa por lo bueno que soy escogiendo títulos. Tengo un don para eso, el mismo que no tengo para escribir sin faltas, estudiar una carrera o gobernar como se merece mi propio cerebro. Mis titulos son inspiradores así que, al hilo de la publicación de "La Revolución..." sale una retahíla de libros mejores o peores y con más o menos razón de ser. Pero nada importante hasta que el profeta escogido por el gran apóstol de la barrica y la levadura artificial para evangelizar a las masas en la piel de toro decide escribir un libro subido a la corriente de los tiempos y decide que se titule... "Los nuevos viñadores". Nada de revoluciones por aquí, lógico, pero si mucho "lado humano". Tenemos un libro de este año bajo el titulo "El Medoc alaves: la revolución del vino de Rioja" y un programa en televisión e Internet bajo el título "La revolución verde del vino", destinado a ensalzar lo que hacen los viticultores ecológicos.
Y ya. Nada de revolución más allá de lo evidente.
Así que, por resumir, ¿para que sirvió exactamente "La Revolución del vino"?. En esencia, para más bien poco. Me alegra que haya 496 personas que hallan leído (o no) la historia de Denis Mortet que descubrí de la mano de Paco Berciano. Me alegra haber sido el primero en poner por escrito que Rodri Mendez y Luis Anxo Rodriguez eran dos tipos dignos de mención por lo que hacían, más allá de porqué lo hacían o del resultado final. Me resulta agradable haber sido uno de los primeros en hablar de la necesidad de gestionar con cabeza "armas" del calibre de las levaduras artificiales modificadoras, de los correctores de acidez, del sembrado de bacterias o del uso de chips de madera para acelerar que el vino adquiera gusto a madera. Y, por supuesto, me encanta haber sido el primero en medir con detalle hasta que punto algunos calificadores (no todos, por suerte) no son más que parte del establishment, una suerte de agencias de calificación llenas de intereses cruzados con cierta parte de la industria a la busca de un beneficio económico común.
Tal vez no fue mucho (no lo fue, nada de tal vez), pero esa parte si decía lo que yo quería decir y como quería decirlo. Lamento mucho lo demás; que todo esto costase tanto tiempo y esfuerzo para no tener ninguna continuidad, el tiempo y el trabajo que le costó a Mari el cubrirme en mis obligaciones mientras yo me hacía pasar por escritor presentando su última obra, que nada cambiase en esencia en el mundo del vino o, al menos, nada realmente grave y profundo. Que no haya nunca una segunda edición e incluso que algunos de los nombrados en la última página del libro, donde con una soberbia inenarrable me atrevo a decir qué me gusta a mi, como si fuese importante o destacable, ya no se dediquen a esto de embotellar la verdad porque, como decía el personaje del tío de Max Skinner en "Un buen año", "Este suculento brebaje es simplemente incapaz de mentir".
Se refería a un Tempier Bandol del 68... nos ha jodido.
Por lo demás, este tipo de recuerdos solo me vuelven a situar ante un hecho cierto, al menos en lo más profundo de mi ser: que o bien "la literatura ha perdido a una de sus voces más frescas e inestables de la última década" o "menos mal que no fue capaz de colocarnos más basura de esta porque mira que es presuntuoso y estúpido el paisano. De la que nos hemos librado".
Sea como fuere la revolución, toda revolución, necesita sangre, fuego y furia, tres cosas que no van con este negocio, con este tiempo y con esta vida.
Nada de revolución. Nada de nada.
Porque hay quien cree, movidos sin duda por sus buenos sentimientos hacia mi, que la publicación y aquellos 500 ejemplares significaron algo más que un gasto en papel y tiempo y si bien yo no creo que fuese algo del todo inútil y una perdida de tiempo, si pienso que la realidad de los hechos y lo que aquel ejercicio de puro ego pretendía han quedado a una distancia sideral; un bluf en toda regla, en roman paladino.
Vayamos al grano. El libro es de 2013. Lo escribí y culmine con la música de fondo de mi hijo recién nacido expresando a voz en grito su profundo malestar por haber tenido que abandonar la comodidad del útero materno para sustituirlo por este mundo frío y hostil. En ese contexto escribí algo que no respondía a ninguna estructura concreta ni perseguía ningún fin claramente definido. En parte glosario, en parte diccionario de términos enológicos, parte ensayo y parte narración pura y dura tenía algo de novela costumbrista, personajes estereotipados y bastante retórica golpista del estilo "vamos a cambiarlo todo para que todo siga igual". Eso de "la revolución permanente" y "el cambio lo haces tu mismo", en clara alusión a los gurús de la nueva alimentación que escriben esa especie de autoayuda disfrazada de compendio culinario que son libros como "Mi dieta cojea" o cualquier cosa escrita por Mikel Iturriaga para el emporio Alfaguara y El País. Y nada más lejos de mi intención que adoctrinar o pontificar sobre algo en lo que creo profundamente (no he cambiado mucho en lo que se refiere a pensar que un buen vino exige, por definición, poca producción y mucha atención personal, lejos del modelo industrial y cooperativo) pero el hecho es que lo hice mal o, al menos, no tan bien como el asunto lo merecía.
Así que cinco años después, ¿que queda de todo lo allí manifestado?. Analicémoslo.
De entrada, las fuerzas vivas notaron (por pura inercia, ojo) que a lo mejor venía bien ser junco en vez de roble y doblarse al viento en lugar de resistir a el (be water my friend, para entendernos), sin intención alguna de cambiar nada, por supuesto, pero dispuestos a entrar en la corriente de "buenísimo vitivinícola" en la que parecía que florecían los mejores vinos de la última década. O al menos los más respetables porque, en esencia, todo esto va siempre de los mismo: si uno no puede ser algo al menos debe parecerlo.
Et voila¡... ahí lo tenemos. De lo más profundo de los muy adustos y respetables clubs de la capital nace el "Manifiesta Matador" que, como su propio nombre indica, nace para "matar" (simbólicamente, claro) el pasado y abrirse al futuro: necesitamos reformular la manera en que se reparte el viñedo y eso lo va a hacer el zorro que ahora se dedica a vigilar a las gallinas. Aha.
Pero funcionó. Fue colgar una web en la que el personal podía sumarse al manifiesto, observar que con el paso de los días la cosa quedaba en nada y seguir a otra cosa. Peñín aprovechó la coyuntura para montar otro de esos salones de "Lo mejor de los mejores vinos mejorados de la mejor España, showroom tradittion review". Más mesas, más copas, más entradas, más publicidad... más dinero. Lo del manifiesto se fue diluyendo (la idea nunca fue otra, para que engañarnos) y aquí paz y después gloria. Revolución 0 - Establishment 1
Otra consecuencia de un libro tan anónimo como el mío pasa por lo bueno que soy escogiendo títulos. Tengo un don para eso, el mismo que no tengo para escribir sin faltas, estudiar una carrera o gobernar como se merece mi propio cerebro. Mis titulos son inspiradores así que, al hilo de la publicación de "La Revolución..." sale una retahíla de libros mejores o peores y con más o menos razón de ser. Pero nada importante hasta que el profeta escogido por el gran apóstol de la barrica y la levadura artificial para evangelizar a las masas en la piel de toro decide escribir un libro subido a la corriente de los tiempos y decide que se titule... "Los nuevos viñadores". Nada de revoluciones por aquí, lógico, pero si mucho "lado humano". Tenemos un libro de este año bajo el titulo "El Medoc alaves: la revolución del vino de Rioja" y un programa en televisión e Internet bajo el título "La revolución verde del vino", destinado a ensalzar lo que hacen los viticultores ecológicos.
Y ya. Nada de revolución más allá de lo evidente.
Así que, por resumir, ¿para que sirvió exactamente "La Revolución del vino"?. En esencia, para más bien poco. Me alegra que haya 496 personas que hallan leído (o no) la historia de Denis Mortet que descubrí de la mano de Paco Berciano. Me alegra haber sido el primero en poner por escrito que Rodri Mendez y Luis Anxo Rodriguez eran dos tipos dignos de mención por lo que hacían, más allá de porqué lo hacían o del resultado final. Me resulta agradable haber sido uno de los primeros en hablar de la necesidad de gestionar con cabeza "armas" del calibre de las levaduras artificiales modificadoras, de los correctores de acidez, del sembrado de bacterias o del uso de chips de madera para acelerar que el vino adquiera gusto a madera. Y, por supuesto, me encanta haber sido el primero en medir con detalle hasta que punto algunos calificadores (no todos, por suerte) no son más que parte del establishment, una suerte de agencias de calificación llenas de intereses cruzados con cierta parte de la industria a la busca de un beneficio económico común.
Tal vez no fue mucho (no lo fue, nada de tal vez), pero esa parte si decía lo que yo quería decir y como quería decirlo. Lamento mucho lo demás; que todo esto costase tanto tiempo y esfuerzo para no tener ninguna continuidad, el tiempo y el trabajo que le costó a Mari el cubrirme en mis obligaciones mientras yo me hacía pasar por escritor presentando su última obra, que nada cambiase en esencia en el mundo del vino o, al menos, nada realmente grave y profundo. Que no haya nunca una segunda edición e incluso que algunos de los nombrados en la última página del libro, donde con una soberbia inenarrable me atrevo a decir qué me gusta a mi, como si fuese importante o destacable, ya no se dediquen a esto de embotellar la verdad porque, como decía el personaje del tío de Max Skinner en "Un buen año", "Este suculento brebaje es simplemente incapaz de mentir".
Se refería a un Tempier Bandol del 68... nos ha jodido.
Por lo demás, este tipo de recuerdos solo me vuelven a situar ante un hecho cierto, al menos en lo más profundo de mi ser: que o bien "la literatura ha perdido a una de sus voces más frescas e inestables de la última década" o "menos mal que no fue capaz de colocarnos más basura de esta porque mira que es presuntuoso y estúpido el paisano. De la que nos hemos librado".
Sea como fuere la revolución, toda revolución, necesita sangre, fuego y furia, tres cosas que no van con este negocio, con este tiempo y con esta vida.
Nada de revolución. Nada de nada.
miércoles, 12 de septiembre de 2018
Portela
Al final de toda batalla las víctimas siempre son más que los vencedores.
La primera vez que pensé en el suicidio fue en 2010.
La que fue en su momento una de las mayores ilusiones materiales de mi vida, el negocio que dio origen a este blog, mi Vitualla, mi ojito derecho, se hundía sin remedio. A esas alturas debía... debía demasiado. Mucho más aún que ahora (que ya es decir) y a ese hecho puramente material se unía el de que mis vanos intentos por mantener a flote el negocio y hacer frente a mis responsabilidades se topaban con mi absoluta incapacidad para solucionar nada. Es por ese tiempo cuando se hace presente un error de configuración en mi mente (así lo entiendo yo), surgido muy probablemente de un trauma infantil por un padre exigente al extremo, una vida de total y absoluta despreocupación y un exceso de responsabilidad puramente endógeno ...vamos, que soy un "pelanas".
Inútil, incapaz, subnormal, idiota, patético, llorón, patoso... la lista de descalificaciones con las que he regado mi existencia es larga y no exenta de cierta gracia. "No me caigo bien" es en resumen la primera explicación que nunca di a un psicólogo. Y es la verdad. Hice de procrastinar todo un arte y siempre en base a un miedo patológico a cagarla, a fracasar estrepitosamente, algo que la vida me iba demostrando a cada nueva acción para tratar de evitar el desastre. Eso fue en 2010, aunque en realidad nunca recuerdo pensar de otra manera sobre mi mismo y mi capacidad o discapacidad o incapacidad o todo junto o nada de lo anterior. Es, así lo entiendo, la parte más tóxica de mi.
Fue ahí cuando empecé a manejar la idea de que un futuro sin mi presencia podría ser mejor para los mios y para el universo en general que seguir aquí. Pero no fue la última vez, ni la peor.
En 2012 conocí a Antonio Portela. Creo que es persona más que conocida para todos vosotros, pero por si alguien de fuera del mundo del vino sigue sin saber quien es, hablo de un tipo imprescindible. Portela es un poeta en el sentido menos tradicional del termino. Es alguien capaz, por su propia acción, de transmitir sentimientos al respecto de un bien material, un vino, sin que medien otras técnicas y asumiendo que lo hace desde su propia experiencia y conocimiento. Portela es, así se definió hace tiempo, el Viticólogo, un termino que lo define pero no lo encasilla. Antonio es alguien especial, con una sensibilidad única y un modo de acceder al vino desde la viña que considero al alcance de muy pocos, tal vez dos o tres personas que yo conozca. Y ahora, por fin, está haciendo vino... ojo con esto.
El, como otros, quiso preocuparse por mi cuando mi deriva personal me fue empujando a una espiral auto destructiva que ha derivado en un trastorno poco común pero, por desgracia, en expansión: la somatización del estrés en trastornos físicos concretos. Mi depresión y ansiedad me empujan a padecer daños físicos que me ocasionan inflamaciones, desarreglos y trastornos junto a una indecible cantidad de dolor. Esto, unido a una administración de analgésicos, antiinflamatorios, antidepresivos, ansiolíticos y demás farmacología provocó que en un periodo concreto de mi vida mi cabeza no haya funcionado tal cual suele hacerlo en un nivel concreto. Es difícil de describir, pero es parecido, según la descripción de una enferma a la que conocí, a "verse el cerebro desde afuera" sin tener forma alguna de influir en el. Es en ese contexto en el que me olvido o directamente ignoro a no poca gente que me intenta ayudar, comunicarse conmigo y simplemente se preocupan por mi estado.
Y es en ese contexto en el que olvido a Portela. Y no se lo merecía.
No digo que otros y otras si, pero la gente es bien compleja en su forma de acceder a ti. Cada quien es cada cual y las cosas van a su ritmo, las personalidades son diversas y uno no está para historias, ni siquiera cuando los que te llaman o mensajean lo hacen desde el cariño y con la única intención de echarte una mano. En ese contexto yo ignoré a Antonio Portela y no debí. Ni a el ni a otros, pero menos que a otros/as a el.
Lo siento mucho porque ahora me llega su malestar y pienso en cuantas otras personas podrán haber sentido algo parecido por mi ignorancia o desatención y, en su caso más que en otros, lo lamento mucho.
He vuelto a pensar en el suicidio. No muchas veces y no ahora, pero ha sido algo recurrente en momentos concretos y en la semana en la que (por fin) veo un cierto interés por parte de las autoridades en acabar con el tabú que rodea la muerte de alguien por su propia acción quiero compartir con vosotros que existen personas que no somos capaces de cuestionarnos si algo así es minimamente razonable.
Yo, que tengo motivos más que sobrados para seguir por aquí dando la joda, contando mis penas o no, luchando a diario o no o simplemente viviendo a expensas de mis dolores, mis daños y mis filias y fobias, yo, digo, que tengo sobradas razones para seguir aquí en ocasiones no veo tan claro que esos motivos sean realmente más importantes o tengan mayor peso que el hecho cierto de que mi ausencia podría no ser para nada tan grave ni tan importante. Y eso lo he pensado (ya no lo hago, ojo) yo, que amo vivir y lo que representa.
Si yo pienso así... cuantos más podrían hacerlo?. Y aún más; si alguna vez he pensado así... que me impediría pensar así yendo en coche a toda velocidad, o mientras me tomo la pastilla de turno o mientras subo a un ático.... que impide a mi cabeza, que ha demostrado en innumerables ocasiones que va por libre, decidir por mi que "tampoco pasa nada por no estar"?
Me lo impide Portela... no el, claro, sino su tesón. Me lo impiden Jose y Mari, obviamente, y Marcela y Mario y Carlos y Marina y Piki y Jorge y otra vez Jorge y Fran y Tony y el vino (algún vino, claro) y abrir puertas y toda la larga lista de responsabilidades que me pesan y agobian pero que también me anclan cual resorte invisible a este mundo tirano y absurdo.
Y los sueños, amigos y amigas, y las pesadillas, que en mi peor época era muy difícil diferenciar.
Vuelvo a escribir y si mis riñones me dejan, es probable que a beber vino, a catarlo e igual... tal vez... a opinar sobre ellos. Lo haré porque a lo mejor, un buen día, me vuelvo a cruzar con Antonio Portela y quiero darle un abrazo y que el lo reciba como lo que es: una sincera petición de disculpas por haber salido del país de los vivos para adentrarme en mi infierno particular dejando atrás a las víctimas de mi peor batalla, que no ha terminado pero donde, por ahora, vamos ganando. Espero poder decir algún día que volvemos a ser amigos o, al menos, cercanos.
Notareis que, a lo mejor, la euforia me llena hoy de manera distinta a días más sombríos, a pesar de la literalidad de mis palabras... pero de eso va todo esto. Otro día vendrá que no querré escribir o que mande a la mierda a todo el mundo... o no. Sea como fuere, espero no volver a fallarle a nadie como hice con Antonio pero, si tal cosa sucede, que sepáis que desde hace mucho, en mi cabeza, no solo habito yo. También está la sombra, "la nube negra" y a veces más gente.
Trataré de que no hablen todos a la vez. :-)
La primera vez que pensé en el suicidio fue en 2010.
La que fue en su momento una de las mayores ilusiones materiales de mi vida, el negocio que dio origen a este blog, mi Vitualla, mi ojito derecho, se hundía sin remedio. A esas alturas debía... debía demasiado. Mucho más aún que ahora (que ya es decir) y a ese hecho puramente material se unía el de que mis vanos intentos por mantener a flote el negocio y hacer frente a mis responsabilidades se topaban con mi absoluta incapacidad para solucionar nada. Es por ese tiempo cuando se hace presente un error de configuración en mi mente (así lo entiendo yo), surgido muy probablemente de un trauma infantil por un padre exigente al extremo, una vida de total y absoluta despreocupación y un exceso de responsabilidad puramente endógeno ...vamos, que soy un "pelanas".
Inútil, incapaz, subnormal, idiota, patético, llorón, patoso... la lista de descalificaciones con las que he regado mi existencia es larga y no exenta de cierta gracia. "No me caigo bien" es en resumen la primera explicación que nunca di a un psicólogo. Y es la verdad. Hice de procrastinar todo un arte y siempre en base a un miedo patológico a cagarla, a fracasar estrepitosamente, algo que la vida me iba demostrando a cada nueva acción para tratar de evitar el desastre. Eso fue en 2010, aunque en realidad nunca recuerdo pensar de otra manera sobre mi mismo y mi capacidad o discapacidad o incapacidad o todo junto o nada de lo anterior. Es, así lo entiendo, la parte más tóxica de mi.
Fue ahí cuando empecé a manejar la idea de que un futuro sin mi presencia podría ser mejor para los mios y para el universo en general que seguir aquí. Pero no fue la última vez, ni la peor.
En 2012 conocí a Antonio Portela. Creo que es persona más que conocida para todos vosotros, pero por si alguien de fuera del mundo del vino sigue sin saber quien es, hablo de un tipo imprescindible. Portela es un poeta en el sentido menos tradicional del termino. Es alguien capaz, por su propia acción, de transmitir sentimientos al respecto de un bien material, un vino, sin que medien otras técnicas y asumiendo que lo hace desde su propia experiencia y conocimiento. Portela es, así se definió hace tiempo, el Viticólogo, un termino que lo define pero no lo encasilla. Antonio es alguien especial, con una sensibilidad única y un modo de acceder al vino desde la viña que considero al alcance de muy pocos, tal vez dos o tres personas que yo conozca. Y ahora, por fin, está haciendo vino... ojo con esto.
El, como otros, quiso preocuparse por mi cuando mi deriva personal me fue empujando a una espiral auto destructiva que ha derivado en un trastorno poco común pero, por desgracia, en expansión: la somatización del estrés en trastornos físicos concretos. Mi depresión y ansiedad me empujan a padecer daños físicos que me ocasionan inflamaciones, desarreglos y trastornos junto a una indecible cantidad de dolor. Esto, unido a una administración de analgésicos, antiinflamatorios, antidepresivos, ansiolíticos y demás farmacología provocó que en un periodo concreto de mi vida mi cabeza no haya funcionado tal cual suele hacerlo en un nivel concreto. Es difícil de describir, pero es parecido, según la descripción de una enferma a la que conocí, a "verse el cerebro desde afuera" sin tener forma alguna de influir en el. Es en ese contexto en el que me olvido o directamente ignoro a no poca gente que me intenta ayudar, comunicarse conmigo y simplemente se preocupan por mi estado.
Y es en ese contexto en el que olvido a Portela. Y no se lo merecía.
No digo que otros y otras si, pero la gente es bien compleja en su forma de acceder a ti. Cada quien es cada cual y las cosas van a su ritmo, las personalidades son diversas y uno no está para historias, ni siquiera cuando los que te llaman o mensajean lo hacen desde el cariño y con la única intención de echarte una mano. En ese contexto yo ignoré a Antonio Portela y no debí. Ni a el ni a otros, pero menos que a otros/as a el.
Lo siento mucho porque ahora me llega su malestar y pienso en cuantas otras personas podrán haber sentido algo parecido por mi ignorancia o desatención y, en su caso más que en otros, lo lamento mucho.
He vuelto a pensar en el suicidio. No muchas veces y no ahora, pero ha sido algo recurrente en momentos concretos y en la semana en la que (por fin) veo un cierto interés por parte de las autoridades en acabar con el tabú que rodea la muerte de alguien por su propia acción quiero compartir con vosotros que existen personas que no somos capaces de cuestionarnos si algo así es minimamente razonable.
Yo, que tengo motivos más que sobrados para seguir por aquí dando la joda, contando mis penas o no, luchando a diario o no o simplemente viviendo a expensas de mis dolores, mis daños y mis filias y fobias, yo, digo, que tengo sobradas razones para seguir aquí en ocasiones no veo tan claro que esos motivos sean realmente más importantes o tengan mayor peso que el hecho cierto de que mi ausencia podría no ser para nada tan grave ni tan importante. Y eso lo he pensado (ya no lo hago, ojo) yo, que amo vivir y lo que representa.
Si yo pienso así... cuantos más podrían hacerlo?. Y aún más; si alguna vez he pensado así... que me impediría pensar así yendo en coche a toda velocidad, o mientras me tomo la pastilla de turno o mientras subo a un ático.... que impide a mi cabeza, que ha demostrado en innumerables ocasiones que va por libre, decidir por mi que "tampoco pasa nada por no estar"?
Me lo impide Portela... no el, claro, sino su tesón. Me lo impiden Jose y Mari, obviamente, y Marcela y Mario y Carlos y Marina y Piki y Jorge y otra vez Jorge y Fran y Tony y el vino (algún vino, claro) y abrir puertas y toda la larga lista de responsabilidades que me pesan y agobian pero que también me anclan cual resorte invisible a este mundo tirano y absurdo.
Y los sueños, amigos y amigas, y las pesadillas, que en mi peor época era muy difícil diferenciar.
Vuelvo a escribir y si mis riñones me dejan, es probable que a beber vino, a catarlo e igual... tal vez... a opinar sobre ellos. Lo haré porque a lo mejor, un buen día, me vuelvo a cruzar con Antonio Portela y quiero darle un abrazo y que el lo reciba como lo que es: una sincera petición de disculpas por haber salido del país de los vivos para adentrarme en mi infierno particular dejando atrás a las víctimas de mi peor batalla, que no ha terminado pero donde, por ahora, vamos ganando. Espero poder decir algún día que volvemos a ser amigos o, al menos, cercanos.
Notareis que, a lo mejor, la euforia me llena hoy de manera distinta a días más sombríos, a pesar de la literalidad de mis palabras... pero de eso va todo esto. Otro día vendrá que no querré escribir o que mande a la mierda a todo el mundo... o no. Sea como fuere, espero no volver a fallarle a nadie como hice con Antonio pero, si tal cosa sucede, que sepáis que desde hace mucho, en mi cabeza, no solo habito yo. También está la sombra, "la nube negra" y a veces más gente.
Trataré de que no hablen todos a la vez. :-)
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