El
otro día os hablaba del protagonismo de la novela negra en mis
últimas lecturas y de entre ellas he elegido la trilogía de César
Pérez Gellida: Versos, canciones y trocitos de carne para compartir
mis impresiones con vosotros. Por nada en especial. No es que haya
sido mi preferida por encima de la demás novelas, o piense que es la
mejor entre ellas, pero quizá me parezca digna de destacar por la
complejidad de la trama, el ingente trabajo de investigación y
documentación que ha necesitado el autor para escribirla y porque
creo que tiene una notable calidad narrativa. Los tres títulos que
la componen son Memento mori, Dies Irae y Consumantum est y es
necesario leerlos en orden.
César
Pérez Gellida nos lleva en esta aventura por media Europa en pos de
un asesino en serie muy inteligente, organizado, detallista y
escurridizo que siembra de cadáveres un país tras otro sin que la
policía de ninguno de los países afectados ni la intervención de
la Interpol sea suficiente para echarle el guante.
La
historia comienza en Valladolid, ciudad en la que transcurre el
primer libro, Memento mori, donde conocemos a los personajes
principales y donde se establecen las bases que marcarán el
desarrollo de la obra completa. En el segundo no pararemos quietos ni
un segundo. En Dies irae se incorporan nuevos personajes y se inicia
un amplio periplo que nos llevará de Rusia a Italia y a los países
que protagonizaron en los años 90 el sangriento conflicto de los
Balcanes que cambió por completo el mapa que aprendimos de niños en
el colegio, dibujando nuevas fronteras y países. Algunos sucesos
ocurridos en esa guerra son decisivos en el desarrollo de la historia
que Pérez Gellida nos relata. En este punto tengo que pararme a
felicitar al autor por conseguir en el espacio de una novela (sin ser
el objeto de la misma) ofrecernos una visión clara de una guerra tan
compleja. A mi por lo menos me ha ayudado mucho a centrar y poner en
su sitio muchos conceptos confusos acerca de las distintas
nacionalidades y religiones que se mezclaban y confundían, sin que
consiguiera saber del todo quien era quien y que se dirimía en
aquella contienda. En el tercer y último libro, Consumantum est,
aunque comienza en Islandia, implicando a un nuevo y peculiar
comisario de policía y aún nos lleva de Alemania a Praga, acabará
volviendo al origen, a Valladolid, donde el primer equipo policial
con el inspector Sancho a la cabeza, volverá a tomar las riendas de
la investigación hasta su desenlace.
El
autor no sólo maneja con conocimiento y detalle esta compleja
multitud de escenarios sino que también siembra su obra con un buen
puñado de personajes interesantes y diversos. Por supuesto, las
estrellas son el asesino y el inspector vallisoletano al que
corresponde investigar los primeros casos, estableciéndose entre
ellos un autentico pulso en el que medirán su fuerza, su capacidad y
su resistencia física, intelectual y psicológica hasta convertirse,
por parte de ambos, en un asunto personal, muy personal. Un psicólogo
criminalista, especialista en análisis de conducta, con una marcada
personalidad y compleja historia particular y su hija, tendrán un
relevante papel en la historia, junto a la inspectora italiana Gracia
Galo, un adecuado contrapunto femenino, o el peculiar comisario
Olafsson, de la policía de Grindavik en Islandia, que a mi me ha
caído particularmente bien, forman parte de este conjunto de
personajes que apuntalan el complicado entramado de la persecución
de Augusto Ledesma.
Un
asesino poeta, amante de los libros y la música que acabaremos
conociendo a fondo hasta el punto, no de disculpar ni de justificar
de ningún modo sus acciones, pero sí de ponernos un poco en su
lugar, de meternos casi en su piel, de llegar a comprender de alguna
manera, como ha llegado a ser el que es. en lo que se ha convertido,
sin que ello suavice la repulsión y el escalofrío que semejante
personalidad causa. Lo conoceremos a través de los poemas que va
sembrando en cada cadáver que deja en su camino, haciéndonos
partícipes directos de la música que escucha a través de las
letras de las canciones, hasta componer una auténtica banda sonora
de la novela. A través del olor de sus cigarrillos y del detalle de
la preparación de un perfecto gin-tonic. Un personaje difícil de
olvidar.
César
Pérez Gellida ha compuesto una trilogía con una historia sólida,
trabajada y documentada, que no se queda en la mera narración de
unos hechos llenos de acción, sino que nos lleva hasta el fondo de
la mente y la personalidad de sus protagonistas, con un perfecto
dibujo psicológico de los personajes principales y alguno
secundario, manteniendo en todo momento el interés y la tensión. Es
imposible en este tipo de historias no especular con el final
preguntándote como rematará el autor su obra para que cuando
cierres el libro sueltes el aire contenido durante la lectura de las últimas páginas
en ese suspiro de satisfacción que produce una expectativa
satisfecha y por lo tanto una lectura redonda. Conmigo al menos lo ha
conseguido. Creo que el final está a la altura que la historia
merece.
Tanto
si sois asiduos del género como si simplemente buscáis un tiempo de
evasión con algo más que mero entretenimiento esta trilogía puede
ser una buena opción. Al acabar no sólo habremos pasado horas sin
ser conscientes de ellas, sumergidos en otro mundo y en otras vidas,
sino que además habremos aprendido mucho sobre procedimientos
policiales, política internacional, funcionamiento de mentes
criminales, sociópatas y psicópatas, sin perder de vista que todos,
en un lado y en otro, equivocados o no, somos seres humanos
imperfectos, condicionados por el entorno socio-cultural en el que
estamos inmersos y sujetos a nuestras pasiones, impulsos,
experiencias, conocimientos y razonamientos y sus infinitas
combinaciones, con la riqueza y el riesgo que eso supone.
No
puedo acabar sin comentaros que es difícil sustraerse a la
influencia de Augusto Ledesma y que yo he sucumbido a ella anotando
lecturas y escuchando algunas de las canciones que han ido
acompañando la lectura, con algún descubrimiento provechoso del que
os dejo una muestra. Y aunque no ha sido suficiente como para probar los famosos Moods con su aroma de vainilla, no he podido
resistir, sin embargo, la tentación de pedir un gin-tonic de
Hendrick's sin que la experiencia, por otra parte, haya producido ningún cambio
significativo en mi forma de entender la vida. Creo.