Mi nombre es Agustín Druetta, nací en Barrio Los
Plátanos, en la ciudad de Córdoba promediando 1988. Soy músico independiente y
gestiono un proyecto artístico llamado Ole Blando (www.oleblando.com.ar). Durante los últimos años me
he desempeñado en radio y televisión orientando el trabajo hacia la producción
y la conducción. Hoy en día trabajo para Radio UNVM, el lugar que me ha
desarrollado en este sentido.
Escribo desde que tengo uso de razón. Cuentos durante
la infancia, luego canciones y mas tarde me incliné hacia la redacción
periodística. Hoy en día sigo en la búsqueda de mi estilo propio, aterrado ante
la idea de encontrarlo.
Mi blog: www.lasemicorchea.blogspot.com.ar
. Barcos de cama .
El cielo es de techo, cemento y pintura.
El mar está hecho de ropa y condones.
Los peces de almohadas, las sábanas duras.
Baldosas heladas y sentimientos nones.
El barco naufraga desde que zarpó.
La bala en la sien mató al capitán.
La palabra de tu alma mi boca tapó.
Silencios horribles te responderán.
Ella llorando de popa saltó.
Yo condenado a la proa salté.
Las camas de barcos naufragan de amor.
Plena alta mar y corriendo se fue.
La nada no tiene mucha explicación.
Los impulsos pensados pierden el sabor.
Retiro lo hecho y te pido perdón.
Tu error cometido es mi culpa mi amor.
. Que quisieras .
Querría no tener que pagar por tu mitad.
Querría que te duela, ya no por maldad sino por
dividir la pena.
Querría que estemos atados, y no estar enredado.
Querría que te cueste, que nos duela por igual.
Que en la división de bienes te quedés con el deseo.
Que quisieras.
Querría que estemos adheridos, y no entumecimiento.
Querría que el alcohol te desinfecte las heridas.
Y que haga ring la madrugada.
Querría un no rotundo, a tantos sis inconsecuentes.
Querría que se acabe de repente, que pare de durarme
para siempre.
. La carta .
En estas escaleras solo se puede bajar.
Condenados al descenso, dirección obligatoria,
transitamos un camino irremediable, cercado a ambos lados por la resignación.
Bajar es infinito, y aunque el suelo nunca se presente, el descenso si termina,
un buen día se detiene.
En este irremediable camino -hijo- solo hay una
decisión que podamos tomar. Se trata de elegir la forma, la manera en la que
vamos a bajar:
Se puede caer a los golpes; tirar manotazos
desesperados; intentar agarrarse de cualquier cosa; gritar como un desalmado.
Estas son caídas poco elegantes, coincidirás.
Se puede bajar lentamente; peldaño a peldaño; pisar un
escalón a la vez y aferrarse fuerte a la baranda. Esta bajada es cómoda pero
insulsa y desabrida.
Una tercera forma de afrontar este descenso -hijo
querido- es: Jugando a volar.
No faltará quién nos quiera convencer de que, en
realidad, estamos quietos y es el resto de las cosas lo que sube. Aunque eso no
sea cierto, es una bonita manera de comprender que lo estático es efímero y que
todo al fin se va.
No hay que aferrarse a nada
muchacho. Nunca.
Hijo. Vivir es el presente, el pasado es capital y no
hay nada en el futuro de lo que te pueda hablar. Reventar contra el asfalto no
será suficiente, seguirán jalando mi cadáver las sogas del descenso, incluso
bajo tierra. Es por eso que te pido -fiel descendencia- que ahorres más caídas
y mandes a cremar los despojos de este enchastre.
. Nudo a labios .
En ese crudo nudo a labios
vi predicado el Nunca más
No soy de andar etceterando
los errores que cometí
Yo soy un criador de cuervos veganos.
Evidente mente anda mal...
Ni es mi intención ponerte al tanto,
Yo se perder bien ante mí.
. Naranjas .
Que grandes al pedo estas naranjas.
Uno vuelve a los lugares de la infancia y los ve tan
chicos, tan tracendentalmente pequeños.
Y después hay que aguantar estas naranjas, grandes al
pedo.
Hay que joderse. Que injusticia.
. Procesador .
Suarez se sienta frente al monitor y trata de redactar
algo que lo convenza, no solo a él sino a quienes imagina por lectores. Hace
una pausa y escribe: “De la misma manera que un trago de agua, un momento a
solas no se le niega a nadie”.
Se mete un buche de ron en la boca esperando que al
mezclarse con saliva se haga palabras. Sospecha que lo que ha EsCriTo es una
mierda: Escrito / escroto / escruto / escracho / escucho / eructo. Sabe que
pierde el tiempo y que lo más sensato sería irse a dormir, pero también sabe
que, de no ser por todas estas noches donadas al procesador de textos, jamás
habría eScRitO nada.
Recuerda entonces la frase: “it´s just another brick
in the wall” y relaja su mente a modo procesual “Todo es un proceso” Se dice.
Piensa en un muro azul con pequeñísimas estrellas blancas, un muro fragmentado
en ladrillos, pero en ladrillos que son noches, miles de bloques nocturnos,
cada uno con sus puchos y su ron adentro, con su cursor intermitente jugando a
los segundos. Y una brecha alquimista e invisible va convirtiendo el gratuito
tiempo nocturno en cansancio laboral del día siguiente (Que suele adelantarse y
llegar de madrugada). Suarez sabe que transpirará este ron en la oficina, y que
el hedor lo va a seguir de vuelta a casa. Piensa en una hermosa siesta que
tendrá lugar de acá a doce horas.
“Puta madre” piensa Suarez. “Puta madre” dice y
repite.
. Comida China .
Qué tristeza che, que falta de respuesta: Éste
silencio en código binario da la sensación de que nuestra ya humilde relación
hubiera devaluado en un compra y venta de comida étnica que ni si quiera tiene
la cortesía del saludo protocolar. Posiblemente «Te mando un beso» habría
funcionado como una deliciosa trompada que, saliendo del monitor, golpea allí
donde se perpetúa este crónico (sin) sentido de supervivencia de nuestro
vínculo. Un vínculo en coma farmacológico: Vana respiración artificial con un
típico asquito para el boca a boca. Reanimación tardía, ergo: vana. ¿Vana por
su incapacidad para devolver la vida? No, en realidad vana por la falta de vida
que el vínculo tiene (O que no tiene). ¿Vínculo? Ésta cosa intangible, diáfana
y leve que reanimamos sin muchas ganas y cada tantos días.
— ¿Qué si quiero comprar qué? —No che, si sabes que no
me gusta. Lo como de sinpromiso; lo como por comer; lo cosmo de polita; lo
¿Cómo lo como? Y encima hay que comerlo con palos.
¡Ay esos palos! Su diestra utilización hace reinar al
comensal sobre la mensa. Se consagra en el arte culinario, sería un virtuoso;
sería como un Steve Thai. ¡Qué mermelada de esnobismo carajo che! No sé manejar
esos palos. Y no porque no pueda sino por un vanaglórico deseo de nomanejarlos:
Es la negación; es oponerme a ellos; a esos palos tan modernos y milenarios; es
negarse al rollo Chinese, al rollo in; al rollo Thai; al rollo Snob, o al rollo
que sea, al de turno. Es oponerme justa injustamente; es ningunear aquel
competitivo juego de mesa donde disimulados hambrientos sacan su
interesantómetro, su cosmopolitómetro, su pilchómetro, su orientalómetro, su
rollómetro, etc. Entonces emanan (sordos pero bien turnados) sus monólogos de
boludeces.
— Bla, bla, bla…
— ¡Si, Seguro! Y Bla, bla, bla, también.
— !Ay! Perdón ¿no? Pero YO Bla, bla y bla.
Mientras tanto yo, sentado en una silla, tenedor en
mano, me hago el criollo. That´s my rollo.
. Encontrarse perdido .
No lo vayan a tomar a mal, necesitaba irme un rato,
salir a navegar en la bicicleta como para sentirle el olor verde a la
tardecita, para ver ese diurno fluido solar que se proyecta entre las grietas
de las casas rotas, esa luz que chorrea de las rendijas, que sortea los
burletes y que invade los ranchos de la zona.
¿Vieron las ventanas abiertas que invitan la luz a
pasar? ¡Qué cálidas anfitrionas de la claridad! ¿Y las dóciles puertas de tela?
¡Y cómo torean al viento!
La siesta es tirana. Sobre todo en verano, y más aún
en las chozas de los barrios de afuera, allá por detrás de la ruta,
injustamente lejos de los bulevares.
Quería perderme y pedalear desorientado. Liberarme de
ese crónico y molesto sentido de la ubicación que tanto daño nos hace. Sentirle
el sabor al miedo de meterse en lugares ajenos, en zonas desconocidas y en
lapsos inciertos de tiempo que no podemos controlar. Quería deambular por los
barrios bajos, por reflexiones infértiles, por túneles de excusas. Quería
sentirme amortiguado en esas lomadas que nos pone el bienestar para que no
excedamos la velocidad. Quería sentirme como antes: Parte del tolderío.
Hacía años que no me… Encontraba perdido, extraviado,
desorientado, ni tan liberado. ¡Qué pesado es orientarse! Que maciza sensación;
que imperceptible mochila es la ubicación que cuelga de los hombros. Así son
las incómodas comodidades del hombre moderno, pesadas como el orden, siendo la
vida en realidad tan leve.
Allí está erguido en su pedestal el insufrible ¿Por
qué? -Bueno, Porque sí. Porque quería perderme; porque no lo hacía desde niño;
porque necesitaba recordar la sensación del extravío; porque sentí que ya no
sentía los sentidos.
Porque sentí que no sentía la inmunidad de entre sus
brazos; ni el piso frío contra el pecho; ni el raspón en las rodillas; ni el
consuelo de seda en el roce de su palma; ni las lágrimas lubricando el crónico
roce de la cara contra la vida.
Sentí que no sentía los sabores: las horribles
berenjenas, la dulzura de un bolón, el jarabe para la tos y la leche con
chocolate. Sentí que me olvidaba del almíbar, de medio durazno amarillo como el
sol adentro de una taza, del marrón dulce de leche, tan marrón como la tierra
(tan dulce él como amarga ella) del agridulce crujir de las aspirinetas; del
sabor de los dedos de los pies y de los guisos de lentejas.
Sentí que ya no olía ni a jazmines ni a espirales, ni
a que viene lluvia; ni a las noches de verano; ni a la mierda del arrollo; ni a
perro mojado. Sentí que no veía tan celeste guardapolvo a la mañana, ni marrones
los martes y los jueves, ni amarillos los domingos. Sentí que no sentía aquel
beso de frutillas que me diste en el living clausurado de una fiesta, ni el
trayecto caminado desde el patio y la pileta hasta la pieza de tus viejos.
Sentí que no sonaban esos discos de estar bien los
feriados a la mañana, ni los pájaros del árbol, ni los pasos en el techo. Sentí
que no sonaban los cassettes del Gacel;
ni el cucú de la paloma internada por fractura entre cañaverales de alambre; ni
las viejas de la esquina; ni vinilos de flamenco; ni los gritos de la paliza de
la mujer del vecino. Sentí que no sonaba mas el timbre del recreo, ni el de
casa, ni el de mi voz, ni el silencio de la noche, ni tus látigos de verbo tan
sádicos de miedo.
Sentí que no sentía y encontré la bicicleta.