La vida tiene momentos malos y momentos buenos y así debe de ser, pienso yo, porque creo que aunque se pase mal, también se aprende de los momentos malos, entre otras cosas se aprende, que no es poco, a valorar esos momentos buenos que la vida nos concede.
Sin embargo, como es normal, a nadie le apetece pasar por esos momentos malos y cuando por cualquier circunstancia hay que pasar por ellos, pues se suelen vivir con mucha angustia y displacer, dependiendo, claro está, de las diferencias individuales, o sea, dependiendo de cada persona, de su forma o habilidad para enfrentar los problemas.
Hay personas que ante los problemas y contratiempos, se vienen abajo, se hunden y entran en una espiral negativa que hace que todo pierda su valor, que nada interese. Todo aquello que antes nos gustaba y nos hacía disfrutar, ahora pierde de pronto esa capacidad y todo se torna tedioso, nada es capaz de despertar nuestra curiosidad e interés y si en algún momento y si esporádicamente llegamos a disfrutar de ello, la falta de voluntad acaba con tal iniciativa.
De los momentos buenos, no hay ni que hablar, todo el mundo sabe encajarlos, excepto algunas personas agoreras y mal pensadas que no disfrutan de ellos pensando que el que las cosas vayan bien es señal de que pronto cambiarán para ir mal, o sea, como si de un calendario maldito se tratara que de alguna manera controlase el que a un momento bueno siguiera uno malo y viceversa y así en delante de forma inexorable y mecánica.
Pero lo normal y lógico es que los momentos buenos que la vida nos depara los encajemos bien y no pensemos en lo malo que ha de venir.
En esos momentos buenos, parece que todo tiene un sentido, que no es otro que el que nosotros los disfrutemos, nuestro ánimo es expansivo y disfrutamos el momento presente sin pensar en penas futuras. Se nos hace difícil pensar en negativo y si nos obligáramos a hacerlo, rápidamente surgirían en la mente cantidad de argumentos y razones que echarían por tierra esos pensamientos negativos. El mundo parece de otro color, más brillante, más luminoso, todo se ve con más claridad y todo nos interesa, o por lo menos, todo aquello que siempre nos ha interesado, y gozamos de la voluntad necesaria para llevarlo a cabo.
Y cual es la diferencia entre una situación y otra?, entre un estado de ánimo y otro, entre la luz y la oscuridad. Pues la diferencia es la capacidad de disfrutar de la vida, que significa la capacidad de disfrutar de pequeñas cosas, pequeñas pero importantes como el despertar por la mañana y ver la cara somnolienta de tu hijo, disfrutar de un día nublado igual que de un día de sol, el olor a café por la mañana, a ozono cuando llueve, disfrutar de un plato de lentejas, o de tu trabajo, también de los momentos de ocio, de mirar al cielo y ver las estrellas, de andar por el campo y hasta tener la capacidad de disfrutar de comerte una pizza, ponerte un supositorio, reír por nada, llorar por algo, ponerte el pijama o sentarte en el suelo. Grandes cosas, pero también pequeñas cosas, actos insignificantes pero que mantienen viva esa actitud de disfrutar de la vida y en esa empresa o finalidad cualquier acto es importante, porque precisamente esa falta de capacidad de disfrute de esas cosas de la vida es lo que nos aboca a ese pozo de desinterés y desánimo que al principio hemos comentado, y por el contrario, el esforzarnos en mantener viva esa capacidad de disfrute, nos lleva directamente al estado de ánimo contrario que es nuestra propia felicidad.
Sin embargo, como es normal, a nadie le apetece pasar por esos momentos malos y cuando por cualquier circunstancia hay que pasar por ellos, pues se suelen vivir con mucha angustia y displacer, dependiendo, claro está, de las diferencias individuales, o sea, dependiendo de cada persona, de su forma o habilidad para enfrentar los problemas.
Hay personas que ante los problemas y contratiempos, se vienen abajo, se hunden y entran en una espiral negativa que hace que todo pierda su valor, que nada interese. Todo aquello que antes nos gustaba y nos hacía disfrutar, ahora pierde de pronto esa capacidad y todo se torna tedioso, nada es capaz de despertar nuestra curiosidad e interés y si en algún momento y si esporádicamente llegamos a disfrutar de ello, la falta de voluntad acaba con tal iniciativa.
De los momentos buenos, no hay ni que hablar, todo el mundo sabe encajarlos, excepto algunas personas agoreras y mal pensadas que no disfrutan de ellos pensando que el que las cosas vayan bien es señal de que pronto cambiarán para ir mal, o sea, como si de un calendario maldito se tratara que de alguna manera controlase el que a un momento bueno siguiera uno malo y viceversa y así en delante de forma inexorable y mecánica.
Pero lo normal y lógico es que los momentos buenos que la vida nos depara los encajemos bien y no pensemos en lo malo que ha de venir.
En esos momentos buenos, parece que todo tiene un sentido, que no es otro que el que nosotros los disfrutemos, nuestro ánimo es expansivo y disfrutamos el momento presente sin pensar en penas futuras. Se nos hace difícil pensar en negativo y si nos obligáramos a hacerlo, rápidamente surgirían en la mente cantidad de argumentos y razones que echarían por tierra esos pensamientos negativos. El mundo parece de otro color, más brillante, más luminoso, todo se ve con más claridad y todo nos interesa, o por lo menos, todo aquello que siempre nos ha interesado, y gozamos de la voluntad necesaria para llevarlo a cabo.
Y cual es la diferencia entre una situación y otra?, entre un estado de ánimo y otro, entre la luz y la oscuridad. Pues la diferencia es la capacidad de disfrutar de la vida, que significa la capacidad de disfrutar de pequeñas cosas, pequeñas pero importantes como el despertar por la mañana y ver la cara somnolienta de tu hijo, disfrutar de un día nublado igual que de un día de sol, el olor a café por la mañana, a ozono cuando llueve, disfrutar de un plato de lentejas, o de tu trabajo, también de los momentos de ocio, de mirar al cielo y ver las estrellas, de andar por el campo y hasta tener la capacidad de disfrutar de comerte una pizza, ponerte un supositorio, reír por nada, llorar por algo, ponerte el pijama o sentarte en el suelo. Grandes cosas, pero también pequeñas cosas, actos insignificantes pero que mantienen viva esa actitud de disfrutar de la vida y en esa empresa o finalidad cualquier acto es importante, porque precisamente esa falta de capacidad de disfrute de esas cosas de la vida es lo que nos aboca a ese pozo de desinterés y desánimo que al principio hemos comentado, y por el contrario, el esforzarnos en mantener viva esa capacidad de disfrute, nos lleva directamente al estado de ánimo contrario que es nuestra propia felicidad.