Zug se vacía durante los fines de
semana. Muchos expatriados marchan a conocer otros lugares, o simplemente a
Zúrich o Lucerna, mientras que los locales están siempre en la montaña,
esquiando si hay nieve, o haciendo senderismo.
Imaginaos cómo estaba la ciudad justo
antes de Navidad; no había ni un alma.
La niebla, que siempre nos acompaña a
principios del otoño, se hizo de rogar el año pasado, pero ahí estaba,
envolviéndolo todo. El viernes había quedado a cenar con otro español, un
serbio y un italiano, como en los chistes malos, y los alrededores del lago
estaban un pelín oscuros. Menos mal que aquí el único riesgo que hay es el de
caer al agua.
El
domingo vencí la pereza y caminé junto al lago. Ya os he enseñado muchas fotos
de este recorrido, generalmente al atardecer. Hoy os traigo otras; es por la
mañana y sólo me cruzo con un par de ciclistas y con este valiente, que ha
salido a correr.
Sé que el
lago está ahí mismo, pero no lo veo. Un poco más adelante puedo entrever esta
caseta y estos reflejos.
A
mediodía, la niebla levanta y nos queda un día precioso, pero me quedo en casa.
Más tarde, miro a qué hora es el ocaso y descubro que me queda apenas media
hora. Agarro la cámara y llego justo a tiempo de sacar un par de fotos del
atardecer.
El Pilatus, aún sin nieve destaca
sobre el cielo naranja.
Mi banco
está ocupado, pero hace demasiado fresco para quedarse a leer.
La niebla
avanza rauda sobre las aguas del lago y en pocos minutos volvemos a tenerla
encima.
Anochece
pronto en esta época del año, pero yo me llevo a casa todo un botín de fotos.
Hay quien dice que se aburre, pero no es mi caso.