El
avión que hacía la ruta Zúrich – Madrid el pasado 20 de diciembre se movió de lo
lindo durante unos veinte minutos, poco antes de su aproximación al aeropuerto
madrileño, debido a unas condiciones meteorológicas inesperadas.
Hubo
algún grito de sorpresa, inmediatamente sofocado; varios pasajeros vomitaron y
yo tuve que dejar de leer porque mi libro se movía a ritmo de samba. Nunca
hasta entonces había sufrido tantas turbulencias en un vuelo comercial, porque
además de los consabidos baches, el avión se inclinaba ora a la izquierda, ora
a la derecha.
Por la
razón que sea, no me asusta volar, ni siquiera cuando el aparato se mueve como
si fuese a desmembrarse, quizás porque confío en la estadística y en los
pilotos que nos llevan. Siempre he dicho que si me tiene que suceder algo grave
en un avión, me gustaría que fuese con una tripulación de Iberia o una estadounidense,
pues son los mejores.
Abandonada
la lectura, me dediqué a tomar notas para esta entrada, desarrollando una idea
que me vino a la mente al ver las caras tensas de mis compañeros de viaje.
Creo
que la mayoría de los seres humanos nos preocupamos en exceso por lo
excepcional, mientras que tendemos a obviar lo cotidiano. Cuando hay
turbulencias enseguida pensamos en que el avión va a estrellarse sin remedio,
cuando lo normal es que no suceda nada.
Hay
quien cancela un viaje a un país o a una ciudad que acaba de sufrir un atentado
o porque leyó en la prensa que hubo un robo, un asalto, un secuestro. En esto,
la televisión se lleva la palma a la hora de asustarnos.
Cuando
en 2009 fui a Perú hubo quien cuestionó mi salud mental porque se habían
producido algunos casos, muy pocos, de gripe aviar. Más tarde, en 2014 se
repitió la escena camino de Botsuana mientras el ébola ocupaba los telediarios.
Porque
los medios de comunicación son los responsables de esas histerias colectivas
provocadas por apenas un grupito de sucesos. Son expertos en poner el foco en
la excepción, que es lo que les da dinero, y hacernos creer que la realidad es
otra. Lo vemos continuamente con unos enfrentamientos que si bien crecen, están
muy lejos de ser cotidianos.
No sé,
quizás esté loco o me guste llevar la contraria. Puede que un día, en una
crisis de verdad me ponga a gritar como un poseso, pero por el momento, cuando
me enfrento a lo insólito, a lo improbable, me da por pensar que los números
están de mi lado y me dedico a mirar por la ventanilla en mitad de las
turbulencias. Y me pregunto por qué los humanos somos, en general, tan fácilmente
manipulables a pesar de contar hoy día con más información que nunca.
Por
cierto, el tema de esta entrada no es el miedo a volar. Lo del avión ha sido
una excusa para discutir sobre lo poco evolucionados que estamos.