Es ya una constante lo de esperar a que llegue el otoño
para verlo marchar casi sin haberlo disfrutado, al menos en Suiza. Cuando salgo
de trabajar es de noche, a lo que hay que sumar los viajes, tanto laborales
como particulares.
A los muchos fines de semana que paso en otro sitio, debo descontar aquellos con demasiada lluvia, que en esta época del año parecen
multiplicarse, así que me quedo casi sin fechas hábiles. Pero el que busca
halla, y al final siempre se encuentra algún momento. El paseo ya lo conocéis,
pues discurre por el monte que tengo en Zug, al lado de donde vivo, y lo hemos recorrido
a menudo.
Cada época del año es diferente, y encontrar un día
soleado como éste es un regalo que no se puede desperdiciar. Pronto llegarán el
frío y la nieve, pero que me quiten lo bailado.
En esta ocasión me dirijo a una ermita ya conocida,
pero por otro sendero que desciende entre los árboles. Me preocupa bajar de una
forma tan abrupta, porque a la vuelta tocará subir, pero ya cruzaremos ese
puente cuando lleguemos.
Camino solo, pero no soy el único. Otros se han
llevado el picnic y piensan pasar el día con la familia y los amigos. Como no
he quedado hasta por la tarde, soy libre de ir donde quiera, a mi propio ritmo.
Regreso por otro sendero, evitando la fuerte subida y
me encuentro con este pequeño bosque de hayas abedules.
Al día siguiente, aprovechando que el sol repite, me
doy una vuelta por la ciudad, pasando primero por el puerto y visitando luego
mi roble favorito, para terminar en una de las calles más arboladas.
Como decía al principio, me gustaría disponer de más
tiempo para perderme por esos bosques tan fotogénicos, pero de momento tengo
que conformarme con ver lo que tengo cerca, que no es poco.