Hoy nos quedamos cerca de casa, en Zug, porque para este primer fin de
semana de marzo daban lluvia en la mayor parte de Suiza. Otros planes quedaron
pospuestos, que no olvidados, y me dediqué a ponerme al día con mis cosas:
blogs, libros, películas y amigos.
El sábado aproveché la aparente subida de temperaturas
para dar una vuelta. Y digo aparente porque en cuanto se ocultó el sol tras las
nubes, llegó el frío. Todavía estamos en invierno y hay que abrigarse. No
llevaba cámara, pero el móvil te saca de un apuro.
La
orilla del lago estaba vacía de gente, al igual que las terrazas de los
restaurantes. Era pronto para la puesta de sol, pero el espesor de las nubes
auguraba el final del día por mucho que le quedaran unas horas. Un final
tormentoso, por cierto.
Poco después el sol volvía a brillar; duró poco. Enseguida llegó la lluvia
y se acabó el paseo.
El domingo amaneció así de soleado; uno de esos días
en los que es pecado quedarse en casa. Fui a ver el inmenso roble que hay en una
de las plazas de la ciudad, un ritual que repito a menudo, porque me sigue
impresionando su tamaño por muy acostumbrado que esté a su presencia. Aún
conserva varias de sus hojas, a pesar del frío.
Luego
caminé por la orilla del río, en dirección a Cham. No sé cuántas veces he hecho
este paseo, sacando las mismas fotos en los mismos lugares, pero es que cada
día es diferente.
Cargaba
con el teleobjetivo a pesar de que estoy harto de sacar cisnes y patos. He
descubierto dónde anidan las garzas, pero esos árboles están demasiado lejos,
incluso para mi 500 mm, y no puedo acercarme más. Me conformo, entonces, con
otros paisajes más al alcance de la mano.
También
aprovecho para probar un par de filtros, un ND que realza las nubes del cielo y
un polarizador que satura los colores y reduce los reflejos.
De
vuelta, me detengo en el Haffenrestaurant para tomar una cerveza mientras
estudio mi próximo viaje y disfruto del sol.
Dan
lluvia para por la tarde y hay que aprovechar mientras se pueda. La primera
foto fue tomada poco antes de la una del mediodía. La segunda apenas dos horas
después. Aquí el clima cambia rápidamente.
Tengo
previsto cenar en un hindú, con un asturiano y una griega, para rematar el fin
de semana, pero esa es ya otra historia. Viva la multiculturalidad.