Hace un mes tuve la
suerte de que me invitaran a un concierto en el Festival de Verano de Lucerna,
que celebraba su septuagésimo quinta edición bajo el título ¡Viva la
revolución! (sorprendentemente en español).
Han
pasado pues bastantes años desde que Arturo Toscanini, el primero en dirigir
una orquesta en este festival, hubiera de refugiarse de los nazis en Lucerna,
como nos recordaron en el discurso de bienvenida.
El de verano es el principal de tres festivales que se
suceden a lo largo del año en la ciudad helvética. En concreto se ofrecen 30
conciertos sinfónicos que tienen lugar en el Centro de Cultura y Congresos de
Lucerna (KKL), un imponente edificio construido a finales del siglo pasado por
Jean Nouvel junto a la estación, a orillas del lago.
La noche estuvo
dedicada casi por entero a Wagner incluyendo una única pieza de Henze (Fraternité)
mientras que del compositor alemán pudimos escuchar, entre otras, la obertura
de El holandés errante, y fragmentos de Lohengrin y Tannhäuser.
Christian
Thielmann dirigió la orquesta, y también disfrutamos del tenor Johan Botha. Ni
que decir tiene que fue una noche muy especial. La gente iba bien vestida, no
escuchó ni una tos ni por supuesto ningún móvil. Así da gusto.