Director: Jake Mahaffy
Cliente: Subtitularte
Protagonistas: Jeff Clark y Paul Mahaffy
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En el crudo y plomizo invierno de Pensilvania, Thomas Lindsey intenta atraer inversores para la purga de Benito, un fármaco revolucionario llamado Wellness que, como su propio nombre indica, proporcionará gran bienestar a sus consumidores. Para poder participar en este gran negocio, solo han de adelantar un dinero, cuanto más mejor, y depositar en este hombre y en Wellness un gramo de fe, que dirían los Pony Bravo. Solo hay un problema: Wellness no existe, pues es el señuelo de una estafa de tipopiramidal de la que el pobre Lindsey es, a la vez, ejecutor y víctima.
No es esta notable película de bajo presupuesto una vuelta de tuerca más a la figura del cazador cazado, pues Lindsey no forma parte de las alimañas, al menos no conscientemente. No, con sus aires de looser impenitente, está bien claro casi desde el principio que Thomas Lindsey es un pobre iluso que muerde una de las muchas añagazas de un capitalismo a la americana, inhóspito como ese clima gélido y desalentador en el que se desarrolla la acción.Basada, a tenor del último cartel de la película, en una historia real casi sufrida por el director, Wellness tiene una estética de producción baratuja y desaliñada, de temblorosa cámara en mano y planos chuscos. Pero eso, precisamente, le da una pátina de credibilidad mayor, pues no tiene sentido contar una historia de mugre decadente y capitalismo feroz con estética de vídeo clip. Wellness es una película chunga que te deja el espíritu por los suelos sin trucos ni artimañas: le basta con esa historia de lobos y corderos, tan simple y tan cercana a la vida real de ciertos mindundis que quieren salir de pobres a toda costa y acaban devorados por sus mezquinas ambiciones de andar por casa. Todo gracias, por supuesto, a un sistema con grietas por las que se cuelan advenedizos y sinvergüenzas de todo pelaje, como las crónicas del origen y evolución de la actual crisis se ocupan de recordarnos casi a diario.