Por David Pineda Oliva y Joan Pagés Martínez
Parece que la filosofía de nuestro tiempo se
halla escindida en dos grandes líneas de pensamiento aparentemente
irreconciliables: por un lado, la filosofía analítica, predominante en Estados
Unidos, Gran Bretaña, el norte de Italia y Alemania; por otro lado, la llamada
filosofía europea o continental, con una mayor influencia en el resto del Viejo
Continente. ¿Qué diferencias hay entre ambas?
Sí, es cierto, parece que existen esos dos
polos: la filosofía analítica y la filosofía europea, más tradicional, que se
remonta al idealismo post kantiano. No estoy muy versado en el idealismo
europeo. Ahora bien, en primer lugar, el término "filosofía
analítica" se aplica a diversas tendencias y posiciones, si bien todas
ellas comparten un amplio espíritu científico, el cual presenta dos caras. La
primera está relacionada con una cierta lexicografía de términos abstractos, el
análisis de los conceptos más básicos que conciernen a la filosofía, como
materia, causa, realidad. En la otra cara encontramos el análisis lógico del
método científico, que hace un amplio uso de técnicas lógico-matemáticas. Así
es que la actividad de la filosofía analítica está orientada por un espíritu
científico y no pocas veces cristaliza en trabajos de categoría científica.
Por otro lado, me da la impresión de que la
llamada filosofía europea, en contraste con la filosofía analítica, está
animada no tanto por ese espíritu científico como por un espíritu más bien
literario.
¿Cree usted posible aumentar la comunicación
entre estas dos corrientes? ¿Lo cree deseable?
Creo que hay pocas esperanzas de aumentar esa
comunicación y veo poco interés en ello, porque para mí la filosofía analítica
es una actividad continua con la ciencia. Sin embargo, la filosofía europea,
que aspira a un enriquecimiento más figurativo y menos articulado del espíritu
humano, lo que hace es oscurecer y confundir la imagen o modelo científico de
la realidad, que es el que precisamente persigue la filosofía analítica, en
tanto que introduce en el análisis constante elementos irrelevantes y que no
vienen al caso.
El panorama de su evolución intelectual
parece revelar una cierta evolución desde unos trabajos iniciales propiamente
lógico-matemáticos hacia unos trabajos de corte más filosófico; algo parecido a
lo que le ocurrió a Bertrand Russell. ¿Qué puede decirnos al respecto?
Bueno, lo cierto es que ya en el
"College" (y me remonto a hace más de sesenta años) mi orientación
era filosófica, aunque mi principal materia de estudio entonces eran las
matemáticas. Poco a poco empecé a interesarme por los fundamentos de la
matemática y de ahí por la lógica y la teoría de conjuntos, que es donde
residen tales fundamentos. A medida que fueron pasando los años, mi interés por
estas cuestiones fue aumentando al ir obteniendo respuestas cada vez más
satisfactorias, así que de modo progresivo fui desplazando mi atención hacia
las bases de la ciencia en un sentido más amplio y abarcante. En un comienzo,
el mío era el más típico de los anhelos filosóficos: llegar hasta el fondo de
la realidad, ver lo más cerca posible la verdadera naturaleza de las cosas; en
fin, algo que creo que también motiva a los científicos teóricos, especialmente
a los físicos.
Usted es un gran defensor del llamado
naturalismo epistemológico. ¿Puede aclarar el significado de esta noción?
Lo que motivaba la epistemología tradicional era
el deseo de encontrar algo más cierto y seguro que la ciencia misma para, en
base a ello, poder fundamentarla. El punto de vista naturalista, no obstante,
consiste en que el conocimiento es el conocimiento científico y que no hay
ninguno más fundamental en el sentido tradicional. Di tenemos presente que la
epistemología, en general, es la teoría del conocimiento, resulta que, desde un
punto de vista naturalista, las cuestiones epistemológicas fundamentales —¿qué
es lo que conocemos?, ¿cómo lo conocemos?— se convierten en cuestiones a
responder dentro del marco científico. No se trata de poner la ciencia a un
lado y buscar algo más fundamental, sino de trabajar a partir de la ciencia.
Así vemos que, de acuerdo con ésta, el único acceso que tenemos para el
conocimiento del mundo es el impacto de éste a través de partículas diversas
que impresionan nuestros receptores sensoriales. Así pues, desde el
naturalismo, el problema epistemológico es en realidad un problema científico,
a saber: qué proceso seguimos para que, a partir del impacto de esas partículas, nosotros de algún
modo veamos el camino para elaborar una teoría completa de la naturaleza, una
teoría que versa a la vez sobre esas mismas partículas que nos golpean, y
también sobre absolutamente todo lo que nos rodea: las estrellas distantes, las
nebulosas, etcétera. No se trata, pues, de justificar la ciencia, sino de ver
en qué consiste la evidencia científica, es saber cuál es la conexión lógica
entre nuestros estímulos producidos por esos impactos que provienen del mundo,
y nuestra teoría.
Como acabamos de ver, usted critica la
posición fundamentalista en epistemología; pero a la vez se ha tomado posición
también contra el escepticismo epistemológico. ¿Cree que puede haber aún
razones para sostener alguna de estas dos posturas?
Yo en realidad hago epistemología
fundamentalista, sólo que naturalizada. Para mí el fundamento es la
estimulación física de nuestros receptores sensoriales y el proceso neurológico
que ésta desencadena a través del sistema nervioso.
El modo en que recordamos, respondemos o
reaccionamos ante esta estimulación viene determinado en gran parte por una
propensión heredada de nuestros antepasados a través del mecanismo de selección
natural. Es decir, al ser éstos capaces de percibir las cosas realmente
importantes para su subsistencia, lograron tener descendencia, la cual heredó
esas mismas propensiones siguiendo, pues, el conocido proceso de evolución por
selección natural.
La teoría epistemológica comienza a medio
camino en este proceso que va desde el "input" estimulatorio al
"output" que es el discurso teórico. Comienza en el condicionamiento
de lo que llamo enunciados de observación, tales como: "Esto es una
silla", "Está lloviendo", "Hace frío", etcétera. Estos
enunciados son una respuesta directa a la estimulación y no dependen de ningún
pensamiento o preocupación que se pudiera pensar que les acompañan; están,
pues, condicionados de modo directo por la estimulación. De aquí en adelante se
trata ya sólo de la conexión lógica entre estos simples enunciados de
observación y los sofisticados y elaborados enunciados de la ciencia teórica.
La epistemología naturalizada pretende hacer un seguimiento de tales
conexiones.
Respecto al escepticismo, sólo reconozco como
inteligible aquel que consiste en el miedo a que el éxito científico en la
predicción de las observaciones cambie y que nuestras predicciones —parte
esencial del modo en que contrastamos las hipótesis científicas— pasen a ser
meras conjeturas afortunadas. Sin embargo, tal miedo es infundado, no hay razón
para esperar que un desastre de tal magnitud llegue a producirse.
Por otro lado, el escepticismo en un sentido
más profundo resulta vacuo desde un punto de vista naturalista, porque es
absurdo plantearse cualquier conocimiento más allá de aquel al que aspira la
ciencia a través del método científico de predicción e hipótesis.
¿Cuál es la concepción del lenguaje que
usted defiende y por qué a la vez ha insistido tanto en cómo de hecho
aprendemos el lenguaje?
Veo el lenguaje como algo que ha evolucionado
a partir de lo que podríamos llamar conductas de señalización que compartimos
con otros animales (piénsese en los gritos y gestos de los simios, por
ejemplo). Sin embargo, el hombre tiene una disposición innata al lenguaje que
ya no es compartida por otros animales. Una de las manifestaciones de esta
disposición innata es el instinto del balbuceo en el niño que va asemejándose
progresivamente a los sonidos articulares del lenguaje e invita a un refuerzo
selectivo que es lo que inicia su aprendizaje. Así, comienza a aprender el
lenguaje, a proferir los sonidos que oye, por imitación, y a aplicarlos
correctamente a las situaciones relevantes gracias a este refuerzo selectivo.
Ahora bien, al adquirir el lenguaje adquiere
también los conceptos y parte del bagaje de la comunidad lingüística en la que
se está integrando. Esta es la razón por la que creo tan importante para la
investigación epistemológica entender cómo se aprende, de hecho, el lenguaje.
Esta particular insistencia en el lenguaje
tiene su origen en el llamado giro lingüístico, que en mi opinión inició Horne
Tooke a finales del siglo XVIII. Tooke criticaba a Locke su continua referencia
a las ideas argumentando que todo lo que decía sobre éstas resultaría más claro
si se hablara simplemente de palabras. Porque las palabras son algo concreto,
que tenemos antes nosotros y podemos analizar; en cambio, la idea de idea es
vaga. Además, ¿cómo podemos conocer qué ideas están en la mente de los demás?
Sólo a través de sus palabras.
Así pues, aunque no estoy totalmente de
acuerdo con Wittgenstein y Carnap en su concepción de la filosofía como mero
análisis del uso lingüístico, sí pienso que ésta depende en gran parte de este
análisis.
Atender a cómo un niño aprende el lenguaje, por
ejemplo, arroja luz sobre la naturaleza del significado, de aquello que en la
vieja terminología llamaríamos la naturaleza de las ideas, en el sentido de que
investigando sobre el lenguaje nos adentramos en la naturaleza misma del
conocimiento, porque es el lenguaje el que activa, en gran medida, el propio
conocimiento y porque nos proporciona evidencia sobre él —es el canal por el
cual descubrimos lo que alguien conoce o piensa—. En fin, epistemología y
teoría del lenguaje van de la mano.
¿Cómo relacionaría usted la tesis de la
inconmensurabilidad de las teorías científicas de Kuhn con su propia tesis de
la indeterminación de la traducción?
Al contrario que Kuhn y Feyerabend, no acepto
la inconmensurabilidad. La evidencia para la ciencia descansa en los enunciados
de observación y éstos son precisamente los que podemos traducir de un lenguaje
a otro con menos problemas. Se traducen con arreglo al entorno inmediato del
nativo. Se elabora una primera traducción para el enunciado y se hacen más
observaciones de las ocasiones en las que es proferido, podemos incluso
preguntar al nativo en presencia del objeto al que supuestamente el enunciado
refiere. Así, estos enunciados de observación se hallan libres de la
indeterminación de la traducción. Además, son los que, por otro lado,
constituyen la base empírica para la teoría científica. Esta base empírica es
un elemento común a las teorías que garantiza su conmensurabilidad.
¿Es hoy en día la unidad de la ciencia un
mito o es tal vez una exigencia útil desde un punto de vista pragmático?
Considero el sistema unificado del mundo como
un ideal hacia el cual debemos dirigir nuestros esfuerzos. Sin embargo, soy
consciente de la crisis que genera la separación existente entre la mecánica
cuántica y la teoría clásica de la relatividad. De todos modos espero que algún
día se produzca un avance decisivo en el terreno de la física que la resuelva,
aunque no sea de una manera absoluta, pues la unificación de nuestra
sistematización del mundo es algo gradual. En cualquier caso, pues, me gustaría
ver la ciencia más unificada de lo que lo está actualmente. Por otro lado, el
descubrimiento de Crick y Watson de la estructura en doble hélice del ADN
aclaró considerablemente el mecanismo de la explicación química de la herencia y
constituyó un gran paso hacia la unificación de la química y la física, por un
lado, y la biología, por el otro, del mismo modo que lo había hecho antes la
teoría de la selección natural de Darwin con su reducción de la causa final o
propósito a la causa eficiente ordinaria.
Un paso anterior, pero enorme, hacia la unidad
hay que atribuirlo a Newton —y en un sentido más amplio a Galileo y Copérnico—
por su fusión de las mecánicas celeste y terrestre en una sola. Así, lo que
espero es que la próxima sea la que reúna la mecánica cuántica y la teoría de
la relatividad.