LÓGICA
Venía arrebolada, cargada de apuntes y libros. Se sentó a la mesa del bar junto a la vidriera. Había rendido un parcial. Le costó mucho preparar Lógica a pesar de ser una de sus materias preferidas. Apasionada por el razonamiento, Aristóteles con su Organon y su lógica tradicional era su libro de cabecera. Le atrapaba la estructura del conocimiento intelectual. Siempre fundamentaba la matemática aún para resolver pequeñas dudas o problemas y luego actuaba. No se manejaba por impulsos. Primaba en ella el juicio, el razonamiento y se atenía a las deducciones.
Detenida en las preguntas y respuestas dadas en el tema que le había tocado, se quedó mirando a la calle, y el Obelisco parecía hablarle desde su altura, el ruido de las gentes que pululaban por la calle Corrientes aplaudían su logro y los ruidos estridentes de las tazas de la barra eran la clack perfecta. El brillo de las luces y los caireles de las arañas que pendían del techo cantaban en un tintineo sin fin para el festejo.
Había risas que se adueñaban del ambiente y hubiera querido bailar ¿bailar?, sí con esa sensualidad innata en ella, orlada de hechizos con áureas guirnaldas prendidas en su pelo como solía hacerlo frente al espejo, ella, la soñadora de la lógica.
Venía arrebolada, cargada de apuntes y libros. Se sentó a la mesa del bar junto a la vidriera. Había rendido un parcial. Le costó mucho preparar Lógica a pesar de ser una de sus materias preferidas. Apasionada por el razonamiento, Aristóteles con su Organon y su lógica tradicional era su libro de cabecera. Le atrapaba la estructura del conocimiento intelectual. Siempre fundamentaba la matemática aún para resolver pequeñas dudas o problemas y luego actuaba. No se manejaba por impulsos. Primaba en ella el juicio, el razonamiento y se atenía a las deducciones.
Detenida en las preguntas y respuestas dadas en el tema que le había tocado, se quedó mirando a la calle, y el Obelisco parecía hablarle desde su altura, el ruido de las gentes que pululaban por la calle Corrientes aplaudían su logro y los ruidos estridentes de las tazas de la barra eran la clack perfecta. El brillo de las luces y los caireles de las arañas que pendían del techo cantaban en un tintineo sin fin para el festejo.
Había risas que se adueñaban del ambiente y hubiera querido bailar ¿bailar?, sí con esa sensualidad innata en ella, orlada de hechizos con áureas guirnaldas prendidas en su pelo como solía hacerlo frente al espejo, ella, la soñadora de la lógica.
Un calor suave bajó, luego la invadió con ardor. Abrasada, deslumbrada en un sortilegio que no se rompió, en medio, hizo balances, facturas que fluctuaban en su orbe ancestral. De ahí en más, recordó con nostalgia su figura, la estampa del joven, del hombre en ese amor diluido, ese amor difuso, desatado. Vino a su boca el gusto de un dulzor y el miedo a perder lo descubierto en un único minuto. Ese día creyó verlo sucumbir ante el beso inesperado y con ansias locas de revivir aquel instante preciso, vital, del sentimiento puro, con dolor y tristeza prendidos en los ojos cuajados, húmedos de rocío, oscuros, no logró definir si quería que ese único minuto durara un tiempo eterno o no.
Se miró en el cristal de la vidriera y lo encontró nublado. Con ligereza pasó una servilleta de papel para limpiarlo. Descubrió una boca amplia y una mirada de amor que le sonreían.
Se olvidó de su amada Lógica y corrió a abrazarlo.