
Bajo la atenta mirada de los chopos, el hombre del banco se balancea sobre el columpio deshabitado por la ausencia de niños, mientras la primavera permanece inestable en el parque de la Route, como una muchacha caprichosa que lo mira de reojo y se empeña en salir descalza mientras juega a saltar en los mismos charcos en los que él se sumerge. Y jugando a alcanzarla en su memoria cesa la lluvia y entra el sol con rabia, como si estuviera celoso de él, como si temiera perderla con aquel ser humano que cada tarde, cuando el día termina y la noche desciende por sus zapatos, demolido por la oscuridad que lo ciega, se deja caer en el mismo banco público que lo acoge y lo mece, como una eterna madre protectora. Y allí medio dormido, con la cabeza recostada en ese regazo uterino, clava su único ojo en las estrellas, a través de esas partículas de polvo que sólo son visibles cuando la luz las delata y en ese esplendor múltiple de aquellos astros advierte que no está solo aún cuando la mirada lo lleva a algún lugar al que nunca viajó...donde jamás estuvo, pero ellas, todas...le devuelven la mirada con su resplandor incesante contándole todas las veces en las que ha jugado y ha perdido...el amanecer se retrasa, en su tranquilidad silenciosa, bajo la hoquedad celeste a modo de gran bóveda marmórea, sin campanario, ni iglesia, su corazón en derribo se sujeta tan sólo de las formas imaginarias que se distinguen en el cielo nocturno, uniendo mentalmente los puntos formados por un grupo de estrellas, que pintan sin pincel ni lienzo una melena roja, tan brillante como la propia constelación formada y allá arriba mirándolo fijamente, sin reparos, ni moral, ni tabues, ni prejuicios, ni sociedades, ni individuos... un hermoso ojo le dedica un gesto privado, al tiempo en el que por su lagrimal nebuloso, la emoción se diluye hacia la tierra en forma de aguacero, bañándolo por completo con su llanto circumpolar y allí en el suelo, abatido, derrotado, sin nombre, ni letras, ni números, con la impaciencia de un joven enamorado, el hombre del banco se consuela confirmándose que todos somos polvo de estrellas...
La noche ha sido larga, tan larga como la distancia que separa los astros...por el paseo central del parque, cercana a la fuente de los naranjos, la pelirroja que va de la mano del otro, aumenta el ritmo de sus pasos, para no llegar tarde a su trabajo. El hombre del banco la mira a lo lejos, recordando la noche de amor que han pasado juntos y con los labios entreabiertos y sin dejar de observarla le recita unos sonetos prestados...
"Esta es la raíz de la raíz,
el brote del brote,
el cielo del cielo
de un árbol llamado vida,
que crece más alto
de lo que el alma puede esperar
o la mente ocultar.
Es la maravilla que mantiene
a las estrellas separadas.
Llevo tu corazón.
Lo llevo en mi corazón".
El ajetreo matinal de los pájaros, lo saca de su dulce sueño, donde la luz y el sol, lo traen de vuelta a su propio destino, ...
el hombre del banco cierra los ojos en un esfuerzo por intentar regresar a su estado anterior y con las puertas de su conciencia cerradas bajo llave, se consuela deseando que algún día
todos sus sueños se hagan realidad......................................................................................................................................