
Trinaba eufórico, con un canto tan amarillento como su plumaje cautivo, bajo el cielo protector de su palacio metálico. A dos metros de él Amanda San Millán, la que fuera una afamada doctora, continua balanceándose rítmicamente, arrastrando las arrugas de sus manos entre los barrotes torneados de la mecedora que la contiene, las mismas rejas que la aprisionan y la mantienen en una soledad senil sólo acompañada por su leal cantor.
Por las ventanas abiertas de par en par, la primavera entra y estalla en mil pedazos, el sol empapa de luz todos los rincones de la estancia y el verdear de la hojarasca da paso a las risas de los niños. Las empolvadas estanterías de libros de ciencia se reavivan con la presencia lumínica y como imantado por el emplazamiento, Arón canta su entusiasta melodía.
- Señora, es la hora de las pastillas para la arritmia - interrumpe la enfermera del geriátrico colocándole los comprimidos en la boca - ...¿hoy tampoco tendrá visita?....
Amanda San Millán, ni siquiera la mira, se incorpora muy despacio, con la entereza de un bebé que comienza a dar sus primeros pasos, apoyándose en el bastón gastado, con los cabellos blancos cubriéndole los ojos como una cortina de hilos plateados que juguetea con los surcos de su rostro, hasta que por fin consigue llegar al habitáculo del viejo pájaro. Una vez allí, la anciana acerca su cara a los barrotes y sintiendo el frío metal, abre todo lo que puede sus descolgados párpados para observarlo por última vez, dedicándole una sonrisa maternal y cómplice abre de par en par la puerta de su cautiverio y el pajarillo ya libre echa a volar... el ave desplumada canta desafiando al viento, roza su pico contra el soporte del ventanal, salta varias veces y entona su canto brillante y prodigioso de tenor en un espléndido gorgoteo que fluye por toda la terraza perdiéndose entre los ramajes que conforman el jardín.
La cuidadora agarra a Amanda por el brazo y con calma la sitúa de nuevo en la mecedora, para salir monotonamente de la habitación, abandonándola a su suerte en una jaula de deseos y temores.
La doctora con la mirada perdida entre los barrotes de un concierto mudo de silencio y libertad, saca del bolsillo de su falda una pequeña bolsa de alpiste donde rápidamente entierra las píldoras de la inmortalidad.
Por las ventanas abiertas de par en par, la primavera entra y estalla en mil pedazos, el sol empapa de luz todos los rincones de la estancia y el verdear de la hojarasca da paso a las risas de los niños. Las empolvadas estanterías de libros de ciencia se reavivan con la presencia lumínica y como imantado por el emplazamiento, Arón canta su entusiasta melodía.
- Señora, es la hora de las pastillas para la arritmia - interrumpe la enfermera del geriátrico colocándole los comprimidos en la boca - ...¿hoy tampoco tendrá visita?....
Amanda San Millán, ni siquiera la mira, se incorpora muy despacio, con la entereza de un bebé que comienza a dar sus primeros pasos, apoyándose en el bastón gastado, con los cabellos blancos cubriéndole los ojos como una cortina de hilos plateados que juguetea con los surcos de su rostro, hasta que por fin consigue llegar al habitáculo del viejo pájaro. Una vez allí, la anciana acerca su cara a los barrotes y sintiendo el frío metal, abre todo lo que puede sus descolgados párpados para observarlo por última vez, dedicándole una sonrisa maternal y cómplice abre de par en par la puerta de su cautiverio y el pajarillo ya libre echa a volar... el ave desplumada canta desafiando al viento, roza su pico contra el soporte del ventanal, salta varias veces y entona su canto brillante y prodigioso de tenor en un espléndido gorgoteo que fluye por toda la terraza perdiéndose entre los ramajes que conforman el jardín.
La cuidadora agarra a Amanda por el brazo y con calma la sitúa de nuevo en la mecedora, para salir monotonamente de la habitación, abandonándola a su suerte en una jaula de deseos y temores.
La doctora con la mirada perdida entre los barrotes de un concierto mudo de silencio y libertad, saca del bolsillo de su falda una pequeña bolsa de alpiste donde rápidamente entierra las píldoras de la inmortalidad.