Te escribo mientras
el sol va muriendo entre la última y la cuarta
montaña.
Esta tarde de otoño rebelde me contagia
unas ganas tremendas de ir a buscarte. De
correr por donde haga falta para llegar a tus
hombros desnudos.
No es que seas imprescindible
para mí, para nada. Es solo que si son tus
ronquidos los que me ayudan a dormir desde mi derecha
en la cama la vida me gusta más. Y no me molesta tanto tu
manía de echarme de menos.
Pero dejaron de gustarme los inviernos desde
el día en que a las mantas les dio por
abrigar menos que tus brazos. Y ahora
hace un frío asqueroso. Menuda mierda, ¿eh?
Las botas siguen encerradas y empeñadas en
ver tus pasos acercándose.
Que ya lo ha dicho Rosa: tengo la vela
preparada en la ventana.
Más rock y menos recuerdos.
martes, 11 de octubre de 2011
viernes, 7 de octubre de 2011
Barba y cerveza
Sé y sabes que los árboles
son más verdes cuando
te contoneas de forma muy varonil
frente al espejo de mi baño todas las noches
que quieres pasar bajo mi techo.
Que la sensación de verte es algo así como cuando
escucho una canción de El Jefe, de Bruce Springsteen
en la radio y dicen su nombre, así: ¡THE BOSS!
Qué coño... verte es mucho mejor. Pero si te veo mientras
su rock derrama pasiones en mis oídos la cosa se pone bastante más bonita.
En la mesa están las cartas con tu nombre en mayúscula. Letras
cuidadosamente esculpidas a base de tinta indeleble sobre un
sobre blanco roto. Sí, blanco roto. Irreparablemente atractivo. Como tus manos.
¡Qué expertas del tacto están hechas!
Y si me das a elegir entre tu barba y las cervezas te
digo que me quedo con tu barbilla húmeda. Beber de ella... una auténtica maravilla.
Delicias deslizándose por tus labios
rotos pero suaves. Conocedores ellos de mis caderas y salvajemente adiestrados por
mi espalda.
Bonito, tengo el cristal de la ventana lleno de versos de Benedetti esperando a
que tus ojos se den un paseo por ellos. Y que luego escribas sobre mi ombligo
que las estrellas de esta montaña se ven mejor desde la cima de mis
hombros.
Sentado estás en mi cama y te miro con el agua en la mano y
las ganas en la boca.
¿Vemos la película?
son más verdes cuando
te contoneas de forma muy varonil
frente al espejo de mi baño todas las noches
que quieres pasar bajo mi techo.
Que la sensación de verte es algo así como cuando
escucho una canción de El Jefe, de Bruce Springsteen
en la radio y dicen su nombre, así: ¡THE BOSS!
Qué coño... verte es mucho mejor. Pero si te veo mientras
su rock derrama pasiones en mis oídos la cosa se pone bastante más bonita.
En la mesa están las cartas con tu nombre en mayúscula. Letras
cuidadosamente esculpidas a base de tinta indeleble sobre un
sobre blanco roto. Sí, blanco roto. Irreparablemente atractivo. Como tus manos.
¡Qué expertas del tacto están hechas!
Y si me das a elegir entre tu barba y las cervezas te
digo que me quedo con tu barbilla húmeda. Beber de ella... una auténtica maravilla.
Delicias deslizándose por tus labios
rotos pero suaves. Conocedores ellos de mis caderas y salvajemente adiestrados por
mi espalda.
Bonito, tengo el cristal de la ventana lleno de versos de Benedetti esperando a
que tus ojos se den un paseo por ellos. Y que luego escribas sobre mi ombligo
que las estrellas de esta montaña se ven mejor desde la cima de mis
hombros.
Sentado estás en mi cama y te miro con el agua en la mano y
las ganas en la boca.
¿Vemos la película?
jueves, 6 de octubre de 2011
Igual que las llamas de esta playa
Qué bien está esto
de hablarte y contarte todo lo que te he echado de
menos las veces que ha caído el agua a solas por mi espalda.
Las canciones que te has perdido
pero que ya tendrás tiempo de escuchar sobre
mis muslos.
Acojona, a veces, el frío que queda entre las sábanas
y que se empeña en recordarte de lunes
a viernes.
Un horario muy bueno, si me permites el apunte.
El estampado de rayas de mi pijama huye de
la almohada hasta el salón y recorre los marcos de los cuadros, solo
los marcos, mientras grita tu nombre en voz baja.
Hay pantalones vaqueros sin pistola y filas indias sin pluma, ¡tú te crees!
La de veces que habré pensado qué decirte cuando regreses y no nieve, o el
suelo esté
más frío que de costumbre.
El techo se viene a bajo, y ya no puedo hacer nada. Sin ti no se puede. Es
imposible, lo intento, eh, pero no hay manera.
O lo sujetamos los dos o esta casa se derrumba. No se a ti, pero a mí no
me
hace ni pizca de
gracia que la montaña se nos ría cuando vea todos los ladrillos
rotos y hechos añicos por todo el valle.
Venga, que te espero con la cena hecha y la tele encendida,
para que vengas y la apagues a besos.
Igual que mi fuego.
Igual que las llamas de esta playa poco
desierta y frecuentada.
de hablarte y contarte todo lo que te he echado de
menos las veces que ha caído el agua a solas por mi espalda.
Las canciones que te has perdido
pero que ya tendrás tiempo de escuchar sobre
mis muslos.
Acojona, a veces, el frío que queda entre las sábanas
y que se empeña en recordarte de lunes
a viernes.
Un horario muy bueno, si me permites el apunte.
El estampado de rayas de mi pijama huye de
la almohada hasta el salón y recorre los marcos de los cuadros, solo
los marcos, mientras grita tu nombre en voz baja.
Hay pantalones vaqueros sin pistola y filas indias sin pluma, ¡tú te crees!
La de veces que habré pensado qué decirte cuando regreses y no nieve, o el
suelo esté
más frío que de costumbre.
El techo se viene a bajo, y ya no puedo hacer nada. Sin ti no se puede. Es
imposible, lo intento, eh, pero no hay manera.
O lo sujetamos los dos o esta casa se derrumba. No se a ti, pero a mí no
me
hace ni pizca de
gracia que la montaña se nos ría cuando vea todos los ladrillos
rotos y hechos añicos por todo el valle.
Venga, que te espero con la cena hecha y la tele encendida,
para que vengas y la apagues a besos.
Igual que mi fuego.
Igual que las llamas de esta playa poco
desierta y frecuentada.
miércoles, 5 de octubre de 2011
Mi perfume era el aroma que querías para tus madrugadas
Porque no solo de noches
vive el hombre.
Si las sábanas se secan al sol es porque
está tu barba observándolas.
Las músicas que suenan sobre las cabezas de los tejados
de estas casas de pueblo vivo cantan por soleares a tu balcón.
Sé que no tiene mucho sentido mi carta de hoy, pero
algún día la volverás a leer y te darás cuenta de que mi perfume
era el aroma que querías para tus madrugadas.
Te darás cuenta de que mis manos eran las perfectas para tu espalda, que
encajaban con el juego de caderas que mecía la literatura de
tus curvas morenas.
Si supieras... Todo ha pasado deprisa. Pero no ha pasado todo.
Todo es lo que dejas cuando apagas la luz del baño
y dejas la puerta abierta. O cuando me escribes notas al despertar
y las cuelgas en nuestra nevera con el imán de Amsterdam que nos trajo
tu prima de aquella huida que hizo hace 3 años.
Salivas empañadas de tequila. Sediento como tu solo.
Ven a lamer de mi cuello los delicados mapas que llevan a confines nunca
antes soñados; a histeria contenida; a desenfreno buscado. Ansiado. Te quiero aquí.
Los libros se empiezan a leer desde la primera línea, si no
estamos apañados. Vaya tela, vaya expresión.
Dile a la vecina de arriba que deje de tender las sábanas tan cerca de la ventana
de nuestra habitación, que algún día la salpicaré de versos. O de caricias. O de gemidos
desgastados en meses de frío agosto. Caluroso noviembre.
Vuelve
a volverme loca con tus palabras.
Vuelve
a dejarte hacer, a hacerme, a arañarme con lametones
las caderas.
A dejar que mi pecho te eche de menos una noche más. Solo una. Porque a partir
de mañana me mudo a tu espalda.
Vuelve
a
volver
a
volverme loca.
Porque me encantas.
vive el hombre.
Si las sábanas se secan al sol es porque
está tu barba observándolas.
Las músicas que suenan sobre las cabezas de los tejados
de estas casas de pueblo vivo cantan por soleares a tu balcón.
Sé que no tiene mucho sentido mi carta de hoy, pero
algún día la volverás a leer y te darás cuenta de que mi perfume
era el aroma que querías para tus madrugadas.
Te darás cuenta de que mis manos eran las perfectas para tu espalda, que
encajaban con el juego de caderas que mecía la literatura de
tus curvas morenas.
Si supieras... Todo ha pasado deprisa. Pero no ha pasado todo.
Todo es lo que dejas cuando apagas la luz del baño
y dejas la puerta abierta. O cuando me escribes notas al despertar
y las cuelgas en nuestra nevera con el imán de Amsterdam que nos trajo
tu prima de aquella huida que hizo hace 3 años.
Salivas empañadas de tequila. Sediento como tu solo.
Ven a lamer de mi cuello los delicados mapas que llevan a confines nunca
antes soñados; a histeria contenida; a desenfreno buscado. Ansiado. Te quiero aquí.
Los libros se empiezan a leer desde la primera línea, si no
estamos apañados. Vaya tela, vaya expresión.
Dile a la vecina de arriba que deje de tender las sábanas tan cerca de la ventana
de nuestra habitación, que algún día la salpicaré de versos. O de caricias. O de gemidos
desgastados en meses de frío agosto. Caluroso noviembre.
Vuelve
a volverme loca con tus palabras.
Vuelve
a dejarte hacer, a hacerme, a arañarme con lametones
las caderas.
A dejar que mi pecho te eche de menos una noche más. Solo una. Porque a partir
de mañana me mudo a tu espalda.
Vuelve
a
volver
a
volverme loca.
Porque me encantas.
martes, 4 de octubre de 2011
ASALVAJADO Y VIVO
Anoche vi "nuestra" película
y lloré como nunca.
No fue por echarte de menos, ni por sentir
a medias el olor a ropa tendida fuera del
perímetro amoroso que trazamos con carboncillo sobre
las paredes de estas montañas. Tampoco
fue por mirar a tu esquina verde, ni por sentir la
ausencia de tu tentadora barba sobre mi desnudo colchón.
"Nuestra" película, como te cuento.
La vi entera y sin pausas, como te gustaba. Qué caprichoso eras.
No esperaba menos de estos árboles sordos que ganan
al billar con un buen movimiento de rama. A la mínima el
perro deja de ladrar y te encuentras sin compañía
sobre un sofá rojo sin cojines ni polvo
ensuciando camisetas blancas y rasgadas
con ceniza de pitis mal-fumados y cervezas
sin espuma.
Se ha vuelto a romper la realidad y el cristal de la ventana
sigue intacto. Bello. Bellos. Como tú.
Volverás para decirme que las pupilas en las que ahora
te miras son demasiado poco verdes para tu gusto. Que
necesitas unos ojos que reflejen más tu alma aventurera.
Porque
las furgonetas no se conducen solas, y tu perro no sabe pasear
al lado de otras piernas que no sean las mías.
Sabe a dulzón verano esto que te escribo.
La ducha donde nos escondíamos en diciembre está mojada
de vida para que vayas y recojas cualquier puñado de experciencias
y lo cosas a tu espalda. Ven. Ven y mira cómo ha crecido mi madurez.
Es increíble lo grande que está ya.
Te espero bajo el viento de este otoño asalvajado y vivo.
Te espero
esperando algo de tus caderas.
y lloré como nunca.
No fue por echarte de menos, ni por sentir
a medias el olor a ropa tendida fuera del
perímetro amoroso que trazamos con carboncillo sobre
las paredes de estas montañas. Tampoco
fue por mirar a tu esquina verde, ni por sentir la
ausencia de tu tentadora barba sobre mi desnudo colchón.
"Nuestra" película, como te cuento.
La vi entera y sin pausas, como te gustaba. Qué caprichoso eras.
No esperaba menos de estos árboles sordos que ganan
al billar con un buen movimiento de rama. A la mínima el
perro deja de ladrar y te encuentras sin compañía
sobre un sofá rojo sin cojines ni polvo
ensuciando camisetas blancas y rasgadas
con ceniza de pitis mal-fumados y cervezas
sin espuma.
Se ha vuelto a romper la realidad y el cristal de la ventana
sigue intacto. Bello. Bellos. Como tú.
Volverás para decirme que las pupilas en las que ahora
te miras son demasiado poco verdes para tu gusto. Que
necesitas unos ojos que reflejen más tu alma aventurera.
Porque
las furgonetas no se conducen solas, y tu perro no sabe pasear
al lado de otras piernas que no sean las mías.
Sabe a dulzón verano esto que te escribo.
La ducha donde nos escondíamos en diciembre está mojada
de vida para que vayas y recojas cualquier puñado de experciencias
y lo cosas a tu espalda. Ven. Ven y mira cómo ha crecido mi madurez.
Es increíble lo grande que está ya.
Te espero bajo el viento de este otoño asalvajado y vivo.
Te espero
esperando algo de tus caderas.
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