El próximo veinticinco de agosto tendré el honor de que mi novela Los Pájaros Negros, sea presentada por Roberto Brodsky en la librería Pórtico en Washington DC, que es la librería más importante de la comunidad hispana y un emprendimiento conjunto del BID y del Fondo de Cultura Económica de México. Desde ya las personas que puedan están invitadas.
En los Pájaros Negros quise recordar que la selva, entendida como al entiende Ortega y Gasset en La Revolución de las Masas, no era buena. Ortega clasifica el mundo en dos grades contextos: ciudad y selva. La selva es el mundo natural, no tocado por el hombre y la ciudad es lo que hemos construido.
Tendemos a idealizar la naturaleza, aquel mundo rousseauniano del buen salvaje, especialmente ahora, cuando la civilización parece estar en crisis, romantizamos un mundo más simple. No recordamos que en ese mundo simple estábamos a merced de la superstición, de los depredadores que encarnaron nuestros más horribles temores. El monstruo que el niño ve en la oscuridad es una reminiscencia de los depredadores que nos acechaban en tiempos pretéritos: si escuchas un sonido o ves una sombra, huye; no esperes a que el depredador esté cerca para hacerte caer de tu lugar en la cadena alimenticia. Por eso el niño supone monstruos, porque su psique todavía tiene los instintos del animal humano precario que todavía somos.
No quiero adelantar nada de la trama, así que solo diré que en el primer párrafo muere un cura. No es por mi conocida antipatía contra la iglesia… bueno, no sólo por eso. La muerte del cura representa la ineficacia de la oración, de la fe y de los sortilegios. El mal al que nos enfrentamos proviene de la Naturaleza misma, es desconocido, es misterioso, es poderoso hasta el punto de parecerse a la magia, pero es natural, salvaje y animal. Como el mal que enfrentaron nuestros ancestros.
Hay espectros, pero los espectros son reconfortantes. Aquellas personas que abandonaron la existencia nos parecen aquí amables, sufrientes, melancólicas y causan nostalgia. No son ellos los agentes del mal. Son un recuerdo, acaso una esperanza de un reencuentro allí en la misteriosa región del no ser. Su aparición en el mundo de los vivos causa un leve escalofrío, la sensación de que alguna continuidad espacio temporal se ha roto, pero nada más.
El verdadero terror está en la voracidad de esas creaturas. Creaturas que siguen su propia agenda inescrutable porque no son sino fuerzas de la naturaleza. Fuerzas incomprendidas, indómitas, indomables, secretas, pero naturales, inevitables e inexorables como la muerte.
La naturaleza sigue estando ahí, en medio de la ciudad. La irrupción de una rata en nuestro hogar puede ponernos los pelos de punta ¿acaso la rata es un depredador peligroso? Las ratas sólo trasmiten la peste y no hemos tenido peste en occidente desde la edad media. La rata, entrando sin permiso a comerse las sobras es un recordatorio de que existen fuerzas que no podemos controlar del todo. No, no hay ratas en Los Pájaros Negros, esas hay que buscarlas en los rincones de la cocina o el sótano, junto a las cucarachas de nuestra cotidianidad. Toda novela está hecha para superar lo cotidiano.
El terror más que asustar calma. Mis monstruos son la forma que asume el destino y, en su metafórica apariencia de pájaros negros que son más que pájaros, nos ayudan a entender la aparentemente irracional secuencia de eventos en nuestras vidas. Una vez acabado el escalofrío de la lectura, sacamos los ojos de la página y vemos que a nuestro alrededor todo está en calma y que no hay ningún peligro… salvo por el inevitable transcurrir del tiempo hacia la muerte.