Siguiendo tradicional costumbre, a veces disfrutas de un momento de soledad leyendo por semana en la barra de un bar un periódico con lamparones, por ejemplo La Voz de Asturias. No te cae en saco roto un artículo de José Luis Caramés, profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Oviedo, que escribe de todo, en este caso incide con razón en la exager exagerada prevalencia que se da al trabajo en relación con el ocio.
Partes del la misma estación que Caramés pero en un punto intermedio del recorrido sigues una ruta independiente y meditas, antiluterano, sobre la poca importancia que se da al ocio comparándolo con el trabajo, teniendo como tienen una relación de medio a fin ¿Para qué se trabaja si no es para disfrutar de un gratificante ocio? ¿Por qué se le da tantísima importancia al trabajo, el medio, en vez de al fin?
Viva el ocio, pero hay días de ocio que válgame Dios.
Empiezas, por ejemplo, después de afeitarte dedicando una horita a cotejar unos datos de las defunciones del concejo de Lena para del árbol genealógico. Revisando la lista te percatas del cambio de las costumbres funerarias que no hacen mas que dificultarte la investigación porque hasta hace treinta años, una buena parte de la gente se enterraba en su localidad de nacimiento o en la de su cónyuge, que no eran muy distantes. Mucho te facilitaba la labor que en los registros apareciera un García muerto en Linares y enterrado en Congostinas, mientras que si muere ahora ese mismo García ya no aparece muerto en casa sino en el Hospital Central e Incinerado al día siguiente y a partir de ahí adivina si ese García es de tu valle. En definitiva, que en los últimos años mucha gente de los pueblos pasa a enterrarse en la capital del concejo o de la provincia para puteo de historiadores y aficionados.
A las once abre la biblioteca y hay que aprovechar para recopilar datos en la hemeroteca hasta que den la una y pico. A esa hora no haya más remedio, por mor del hambre y la costumbre, que correr a la busca y captura de una botella de sidra y el pincho de picadillo en El Fontán, mientras lees La Nueva España. No tarde en llegar tu hija, que esa mañana fue a cantar una boda con su coro a una iglesia cercana, y su madre detrás por si había que aplaudir. Tu ya decidiste con malicia no acudir ante el riesgo de que te hicieran un encargo (“Luis, hacía falta preparar…”) y hoy estás de descanso. Cuando termina la boda pasan por El Fontán, en donde hay que hacer recuento, servilleta y bolígrafo en mano, para que no se olvide nada para la barbacoa que el domingo tu hija y su novio van a preparar en Naveo, el pueblo de tu madre, adonde irás de oyente y comiente sin rechistar y diciendo de antemano que está todo bueno, no te vayan mandar hacerlo tú para la próxima..
Por la tarde, después de comer, te dice tu mujer que por qué no dais una vuelta por Avilés, que es San Agustín. Esas cosas a ti no te las dicen dos veces. Te preparas para coger el tren de las 19:11. Llegas a la estación. No funciona el torno por donde tienen que pasar los carritos, bicicletas y sillas de ruedas, maldita sea, que se te va la vista a las averías, pero estás de descanso y si avisas eres un rompehuevos y si no dices nada, algún viajero tendrá dificultades y a lo mejor tienes el caso el lunes encima de la mesa.
Coges el tren, llegas a Avilés. Serán las fiestas, pero te sorprende la cantidad de bares, sidrerías y cafeterías de la parte vieja. Le está costando quitarse de encima el sambenito de la contaminación pero la villa de Adelantado tiene un casco antiguo impresionante.
Te encuentras con Pasarín, compañero del Seminario, al que hacía tiempo que no veías. Pasas por delante del Ayuntamiento y ves charlando amigablemente a Sabino, concejal de ASIA, con José Fernando Díaz Rañón, concejal de IU de la villa. Esperas que terminen porque tienes gana de preguntar a Rañón una duda que te suscitan unos listados confusos del Seminario. Te aclara que sí fue un año de tu curso, aunque luego repitió.
Como los nenos ya están crecidos y no tenéis prisa, después de picar algo y culminar con un Cabrales papillado con unas gotas de sidra, que tanto gusta a los astures, cogéis el tren de regreso para Oviedo. Al llegar te encuentras con un compañero de la Facultad y con su mujer y a ti no hay que sugerirte dos veces si tomáis algo. Vais hasta un pub blanco y psicodélico, I+Drink, con unos taburetes que tanto hacen de silla como de mesa. Sois los más viejos del lugar. Te cuenta algo de las negociaciones de Alsa con los ingleses, y antes de marchar te dice que por qué no organizas el encuentro del curso de la Facultad de Derecho. No hay tiempo para más porque hay que estar fresco para la barbacoa de mañana, que un día de ocio es importante, y el trabajo es solo un medio.