Hace unos meses se remodeló la biblioteca Pública de Oviedo y nunca desde entonces habías subido a la sección de consulta y préstamos, ahora unificada. Tienes hecho uso de casi todos los servicios de la biblioteca, la biblio. Con el tiempo cambias de secciones pero sigues yendo asiduamente a la biblioteca del Fontán. En algunas temporadas tienes ido incluso a diario.
Hace años te dio por la literatura española contemporánea: Javier Marías, Muñoz Molina. También literatura asturiana: Xuan Bello, Miguel Rojo. Lo que no te da es por leer literatura extranjera, como no te da, en general, por las películas extranjeras. Te resultan unos escenarios extraños, muy lejanos a tu forma de ser y de sentir. Haces una excepción con Saramago, que es peninsular e incluyes en la lista de lecturas a la literatura hispanoamericana, porque tienes una querencia, algo. A pesar de que crees haber insistido en esto a todo tu círculo de relaciones, a veces te regalan un libro de autor extranjero y tienes que poner cara de risa.
Otras temporadas te da por el Derecho, desde la Historia hasta el Derecho Romano pasando por los Elementos de Derecho Civil. Cuando no lo tienes que estudiar, esas materias tienen otro gusto. Otro día comentarás el caos de las distintas secciones: aparecen novelas de suspense y terror en la balda de Derecho Penal (pero no ahora, siempre lo tuvieron así), o Manuales de Derecho Procesal del Trabajo en la estantería de Derecho Civil.
Tienes sacado cosas de informática, de lingüística, de organización de empresas, del ferrocarril.
Tampoco pasaste de largo por la sección de discos compactos, en particular por la música folklórica asturiana o castellana. El NERO no te puso rabioso sino contento. Tienes una buena réplica en casa. Ahí están, los escuchas de vez en cuando, muy de vez en cuando, porque también en esto cambias de costumbres.
También te dejas caer por la sección de la prensa porque, aunque la lees diariamente por internet, el papel es otra cosa. Hablando de internet, tienes utilizado muchas veces los ordenadores en las épocas de averías domésticas.
Hoy te dio por sacar dos libros, uno es “Las Polas Asturianas en la Edad Media”. Ahí encuentras la carta de población, otorgada en Sevilla el martes 6 de abril de 1266 a favor de Pola de Lena.
No contento con esa antigualla, vas a otra sección de mayor veteranía. Coges un libro, lo abres al tuntún por la página 25 y lees: “¿Qué objeto tienen todas estas tontas condescendencias? Si realmente quieres saber qué es lo justo, no pongas todo tu empeño en preguntar o en refutar lo que los demás contestan, pues sabes bien que es más fácil preguntar que contestar. Por el contrario, contesta tú mismo y di qué es lo que entiendes por lo justo. Y no recites la cantinela acostumbrada de que es lo conveniente o lo útil, o lo ventajoso, o lo lucrativo, ni siquiera lo provechoso, pues lo que ahora digas habrás de decirlo con claridad y exactitud. Ten por seguro que no permitiré ya esas respuestas insustanciales”.
Miras el lomo y resulta ser “La República” de Platón. Te dices que realmente no hay nada nuevo bajo el sol. Te asomas a la ventana y decides que valió de darle gusto al espíritu. Es hora de dárselo al cuerpo. Sin más dilación, formalizas los préstamos, compras el periódico, te sientas a la sombra y pides una botella de sidra y un pincho de picadillo. Al poco llegan tu mujer y tu cuñado y tienes una buena disculpa para pedir la segunda, pero antes, en la mesa de al lado se sientan dos señores bien entrados en la tercera edad. El que está frente a ti habla alto y claro y, sin querer, sigues la conversación. Le oyes decir que a veces necesita la soledad, que él se educó en el silencio. Suspendes la lectura del periódico para anotar unas frases literales “necesito estar solo, necesito tiempo para pensar”. Por la conversación ves que recuerda sus tiempos del Seminario. Llega también su mujer. Antes de marchar, te levantas y le preguntas en qué época y donde estuvo. En Valdediós del año 39 al 49.
Date. Cortados por el mismo patrón.
Hace años te dio por la literatura española contemporánea: Javier Marías, Muñoz Molina. También literatura asturiana: Xuan Bello, Miguel Rojo. Lo que no te da es por leer literatura extranjera, como no te da, en general, por las películas extranjeras. Te resultan unos escenarios extraños, muy lejanos a tu forma de ser y de sentir. Haces una excepción con Saramago, que es peninsular e incluyes en la lista de lecturas a la literatura hispanoamericana, porque tienes una querencia, algo. A pesar de que crees haber insistido en esto a todo tu círculo de relaciones, a veces te regalan un libro de autor extranjero y tienes que poner cara de risa.
Otras temporadas te da por el Derecho, desde la Historia hasta el Derecho Romano pasando por los Elementos de Derecho Civil. Cuando no lo tienes que estudiar, esas materias tienen otro gusto. Otro día comentarás el caos de las distintas secciones: aparecen novelas de suspense y terror en la balda de Derecho Penal (pero no ahora, siempre lo tuvieron así), o Manuales de Derecho Procesal del Trabajo en la estantería de Derecho Civil.
Tienes sacado cosas de informática, de lingüística, de organización de empresas, del ferrocarril.
Tampoco pasaste de largo por la sección de discos compactos, en particular por la música folklórica asturiana o castellana. El NERO no te puso rabioso sino contento. Tienes una buena réplica en casa. Ahí están, los escuchas de vez en cuando, muy de vez en cuando, porque también en esto cambias de costumbres.
También te dejas caer por la sección de la prensa porque, aunque la lees diariamente por internet, el papel es otra cosa. Hablando de internet, tienes utilizado muchas veces los ordenadores en las épocas de averías domésticas.
Hoy te dio por sacar dos libros, uno es “Las Polas Asturianas en la Edad Media”. Ahí encuentras la carta de población, otorgada en Sevilla el martes 6 de abril de 1266 a favor de Pola de Lena.
No contento con esa antigualla, vas a otra sección de mayor veteranía. Coges un libro, lo abres al tuntún por la página 25 y lees: “¿Qué objeto tienen todas estas tontas condescendencias? Si realmente quieres saber qué es lo justo, no pongas todo tu empeño en preguntar o en refutar lo que los demás contestan, pues sabes bien que es más fácil preguntar que contestar. Por el contrario, contesta tú mismo y di qué es lo que entiendes por lo justo. Y no recites la cantinela acostumbrada de que es lo conveniente o lo útil, o lo ventajoso, o lo lucrativo, ni siquiera lo provechoso, pues lo que ahora digas habrás de decirlo con claridad y exactitud. Ten por seguro que no permitiré ya esas respuestas insustanciales”.
Miras el lomo y resulta ser “La República” de Platón. Te dices que realmente no hay nada nuevo bajo el sol. Te asomas a la ventana y decides que valió de darle gusto al espíritu. Es hora de dárselo al cuerpo. Sin más dilación, formalizas los préstamos, compras el periódico, te sientas a la sombra y pides una botella de sidra y un pincho de picadillo. Al poco llegan tu mujer y tu cuñado y tienes una buena disculpa para pedir la segunda, pero antes, en la mesa de al lado se sientan dos señores bien entrados en la tercera edad. El que está frente a ti habla alto y claro y, sin querer, sigues la conversación. Le oyes decir que a veces necesita la soledad, que él se educó en el silencio. Suspendes la lectura del periódico para anotar unas frases literales “necesito estar solo, necesito tiempo para pensar”. Por la conversación ves que recuerda sus tiempos del Seminario. Llega también su mujer. Antes de marchar, te levantas y le preguntas en qué época y donde estuvo. En Valdediós del año 39 al 49.
Date. Cortados por el mismo patrón.