Llevas demasiado tiempo sin escribir nada. En las diferentes
entradas puede encontrarse un poco de todo, pero hay acontecimientos que no
deseas pasar por alto porque pasado el tiempo, te sirve para saber qué opinabas u opinaste de determinado hecho trascendente en el pasado. Ocurre que no siempre tienes claro qué decir o cómo
enfocar un asunto. Esos casos actúan entonces de tapón y hasta que no publiques
algo sobre la materia, aunque sean dos líneas, no queda la vía libre para la
siguiente entrada. Las pasadas elecciones catalanas, el ambiente previo, el
vivo debate producido, más que su resultado, te preocuparon aunque no siempre expresaras tu sentir..
Si Cataluña se separa de España te produciría sobre todo tristeza,
más que si las islas Canarias declararan la independencia, no digamos Ceuta y
Melilla. Cataluña y España (Cataluña dentro de España) tienen una geografía sin
barreras físicas separadoras, una larga historia común compartida, más allá de
los episodios diferenciadores que cualquier región quiera remarcar, no muy
diferentes de los avatares de cualquier provincia, municipio o aldea. Todos
pueden presumir de algún hecho diferencial.
Cataluña comparte lengua común con España aunque su lengua
propia, el catalán, constituya una notoriedad importante y un factor
disgregador desde el punto de vista de la unidad nacional: cualquier idioma lo
es, el idioma es uno de los criterios que delimitan fronteras. No quiere decirse
que exista una exacta correspondencia entre idioma y Estado, porque hay
multitud de excepciones, pero sí es un dato diferenciador importante. Precisamente el apoyo sostenido de la
Generalitat al idioma catalán desde hace treinta y cinco años, junto con el
sesgo educativo que incide en las diferencias, va decantando las conciencias hacia lo diferente, y las conciencias enfocando el sentido del voto.
Con
el paso del tiempo, el ambiguo texto constitucional que fue necesario pactar
para sacar adelante la transición, fue tratado inteligentemente para sus
intereses por los sucesivos gobiernos autónomos catalanes. Autonomías no
autonomistas, valga la contradicción, aceptando competencias en educación para
no ser menos (cuando lo diferente que tenían que mostrar era bien poco) no
hicieron más que favorecer la educación disgregadora catalana, que sí supo
adaptar rápidamente los temarios para difundir también la propia cultura.
Lo que se montó en treinta y cinco años se puede desmontar en otros treinta y cinco pero
no parece fácil tarea teniendo en cuenta la composición actual del electorado
catalán, pero también el fraccionamiento del electorado español, insuficiente
para una vuelca de tuerca centralizadora.
En esa voluntad separadora, las dosis de egoísmo son
considerables, pero el discurso de las plañideras pesa más que el de la
solidaridad.
Menos consistentes te parecen los nubarrones económicos que
oscurecerían una economía catalana independiente. Hay países europeos fuera del
euro que funcionan. Si los catalanes producen artículos o generan servicios de menor
precio o de mayor calidad, más allá de un posible y muy pasajero boicot
inicial, no perderán su posición en el mercado. ¿Boicoteamos a los países de América
Latina cuando se independizaron? Lo ignoras porque esa materia no se estudia en el bachillerato. Con
los productos catalanes haremos como con los chinos o con otros exportadores,
con la circunstancia agravante de que sabemos que en esos países no se respetan
los derechos humanos. Siempre tenemos a mano la disculpa de que no lo hacemos
por sus dictadores sino para que coman sus necesitados ciudadanos.
Hay quien apela al ejército para defender la unidad
nacional. Desde el punto de vista estrictamente jurídico, no te parece ilegal. La
Constitución está ahí y algún papel guarda para las Fuerzas Armadas. Sin embargo,
el ejército te parece que se ha de reservar para otro tipo de amenazas como la
terrorista o la islamista u otras que pueda amenazar los valores democráticos
de la sociedad occidental.
Crees que el electorado evolucionará progresivamente hacia
las tesis independentistas. Cuando alcancen el setenta y cinco por ciento será
una cifra respetable y la suerte estará echada.