Sr. Teniente de Alcalde, Sr. Concejal de Cultura, distinguido público, Sr. Sainz Peña, ganador del premio; podríamos añadir: Majestad, Sr. Ujier de Vianda, Sr. Sumiller, demás miembros al servicio de la Casa Real, porque todos ellos están aquí presentes, si no de cuerpo, sí de espíritu; tan bien los retrató el autor para la ocasión.
Juan Manuel Sainz Peña puede presumir de un nutrido palmarés. Es autor de novelas, de obras de teatro, articulista, también crítico literario. Baste decir que en los últimos dieciocho meses ganó quince premios y si no los ganó antes, seguramente se debe a que anteriormente no se presentaba con asiduidad.
Para el concurso de cuentos Lena de este año se recibieron 526 originales, de manera que no está nada mal que el jurado se haya decantado por su obra. Al jurado, a los jurados, dedica unas palabras el autor en alguna reciente entrevista cuando dice: Hablamos de un arte y un jurado. Y el arte, como tal, está sujeto a un criterio muy subjetivo que hay que respetar. Lo que a uno le parece una obra de arte, a otro le parece un bodrio. El libro de gustos está en blanco, ¿no?
A este jurado le gustó, desde luego. Por de pronto, destaca una perfecta armonía entre el lenguaje utilizado y su época. Es un cuento entretenido. Los personajes, sencillos, como es lógico en un cuento, quedan perfectamente dibujados. No le falta esa moraleja, que cada uno extraerá a su modo. Por haber tenemos hasta prosa y verso.
Aprovechando aquella alusión al jurado, vamos a dedicarle unas palabras porque alguna consonancia se puede encontrar entre el jurado designado para esta edición y los personajes de la historia. En el cuento viven reyes y validos, pero también tapiceros y furrieles, y todos participan activamente en la recreación de escenas y ambientes. Lo propio puede decirse de este jurado, que al modo de los jurados mixtos previstos para menesteres menos agradables, estuvo formado por escritores de la tierra, lectores voraces, participantes en talleres de lectura de esta Casa de Cultura y hasta redactores de tediosa prosa administrativa porque malo sería que el disfrute literario quedara reservado únicamente a expertos técnicos.
Como sólo son secretas las deliberaciones del Consejo de Ministros, pero no las de los miembros de un jurado de cuentos, se podrá contar impunemente una anécdota. Una vez desvelada la identidad del ganador, el gusanillo picó al jurado, que mostró curiosidad por saber quienes eran los autores de otros diez cuentos que por alguna circunstancia habían llamado la atención de alguien, aunque no estuvieran formalmente entre los finalistas. Alguien dijo entonces: para googlear, que si la Real Academia no admite pronto la palabra, allá ella. Pues bien, los diez autores habían resultado premiados en algún concurso literario.
Por aquello de enmarcar la historia en su época y circunstancias, un apunte: la historia que vamos a escuchar de boca del autor se cuenta en el año 1665, una semana antes de morir el rey Felipe IV y rememora unos hechos acaecidos entrando en el verano de 1636 cuando tenía treinta años de edad y llevaba quince de reinado.
El autor es de Jerez de la Frontera, provincia de Cádiz, cuna de la Constitución de 1812, que limitó considerablemente los anteriormente poderes absolutos del rey. Quién sabe si Luciano, el ayudante del ujier, intentó dos siglos antes cercenar la línea dinástica por la vía de hecho, ayudándose de la arruga de una alfombra, que si no era bella, al menos resultó útil para el fin propuesto. Quien sabe si Luciano era realmente un hombre de luces, como su nombre sugiere.
Desde luego, él y su creador, echaron al cuento buena prosa…y algo de salsa, como oiremos inmediatamente.
Juan Manuel Sainz Peña puede presumir de un nutrido palmarés. Es autor de novelas, de obras de teatro, articulista, también crítico literario. Baste decir que en los últimos dieciocho meses ganó quince premios y si no los ganó antes, seguramente se debe a que anteriormente no se presentaba con asiduidad.
Para el concurso de cuentos Lena de este año se recibieron 526 originales, de manera que no está nada mal que el jurado se haya decantado por su obra. Al jurado, a los jurados, dedica unas palabras el autor en alguna reciente entrevista cuando dice: Hablamos de un arte y un jurado. Y el arte, como tal, está sujeto a un criterio muy subjetivo que hay que respetar. Lo que a uno le parece una obra de arte, a otro le parece un bodrio. El libro de gustos está en blanco, ¿no?
A este jurado le gustó, desde luego. Por de pronto, destaca una perfecta armonía entre el lenguaje utilizado y su época. Es un cuento entretenido. Los personajes, sencillos, como es lógico en un cuento, quedan perfectamente dibujados. No le falta esa moraleja, que cada uno extraerá a su modo. Por haber tenemos hasta prosa y verso.
Aprovechando aquella alusión al jurado, vamos a dedicarle unas palabras porque alguna consonancia se puede encontrar entre el jurado designado para esta edición y los personajes de la historia. En el cuento viven reyes y validos, pero también tapiceros y furrieles, y todos participan activamente en la recreación de escenas y ambientes. Lo propio puede decirse de este jurado, que al modo de los jurados mixtos previstos para menesteres menos agradables, estuvo formado por escritores de la tierra, lectores voraces, participantes en talleres de lectura de esta Casa de Cultura y hasta redactores de tediosa prosa administrativa porque malo sería que el disfrute literario quedara reservado únicamente a expertos técnicos.
Como sólo son secretas las deliberaciones del Consejo de Ministros, pero no las de los miembros de un jurado de cuentos, se podrá contar impunemente una anécdota. Una vez desvelada la identidad del ganador, el gusanillo picó al jurado, que mostró curiosidad por saber quienes eran los autores de otros diez cuentos que por alguna circunstancia habían llamado la atención de alguien, aunque no estuvieran formalmente entre los finalistas. Alguien dijo entonces: para googlear, que si la Real Academia no admite pronto la palabra, allá ella. Pues bien, los diez autores habían resultado premiados en algún concurso literario.
Por aquello de enmarcar la historia en su época y circunstancias, un apunte: la historia que vamos a escuchar de boca del autor se cuenta en el año 1665, una semana antes de morir el rey Felipe IV y rememora unos hechos acaecidos entrando en el verano de 1636 cuando tenía treinta años de edad y llevaba quince de reinado.
El autor es de Jerez de la Frontera, provincia de Cádiz, cuna de la Constitución de 1812, que limitó considerablemente los anteriormente poderes absolutos del rey. Quién sabe si Luciano, el ayudante del ujier, intentó dos siglos antes cercenar la línea dinástica por la vía de hecho, ayudándose de la arruga de una alfombra, que si no era bella, al menos resultó útil para el fin propuesto. Quien sabe si Luciano era realmente un hombre de luces, como su nombre sugiere.
Desde luego, él y su creador, echaron al cuento buena prosa…y algo de salsa, como oiremos inmediatamente.
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(Ganador: El Ayudante del Ujier.
Felipe IV miraba demasiado para la mujer del ayudante del ujier. En una cena, éste, con la disculpa de tropezar en la alfombra, le echó salsa quemando sobre la entrepierna).