Va a parecer oportunista, pero hace apenas un par de días soñé con Ernesto Sábato. Soñé que Ernesto Sábato rectificaba. Conmigo, no con el mundo. Con el mundo no tenía -creo- nada que rectificar, salvo acaso su tristeza perpetua. Rectificaba algo que pasó (que nos pasó) hace unos 20 años.
Conocí brevemente al gran escritor argentino en un acto organizado en Barcelona por Círculo de Lectores. Yo acudía en calidad de deslumbrada periodista de provincias, después de leer El Túnel. Él, me pareció, estaba triste y ojeroso. Poco después supe que no estaba, sino que era triste y ojeroso. Por fortuna, nuestra lengua nos permite matices tan fundamentales como este.
Me acerqué para que me dedicara el libro en la preciosa edición que acabábamos de presentar -y sobre la que yo escribí en mi periódico al día siguiente-, ilustrada por José Hernández y con preciosas cubiertas de tela cenicienta. Aguardé con paciencia mi turno en la cola. Creo que es la única vez en toda mi vida que he hecho algo así. No soy mitómana, pero entonces era cándidamente joven y el efecto de la novela recién leída era muy grande.
Cuando me tocó el turno, Sábato me preguntó mi nombre.
"Care Santos", respondí.
"¿Cómo?", frunció él la ya de por si fruncida -y bruñida- frente.
"Care Santos", repetí, silabeando.
"¿Careeee?", preguntó, alargando la segunda sílaba, "¿qué nombre es Care?".
"Macarena", dije yo, antes de añadir: "pero no lo uso, prefiero Care".
Don Ernesto Sábato garabateó algo en las guardas de mi ejemplar. Una frase brevísima, en letra minúscula y tinta roja. Más que una dedicatoria, parece una corrección profesoral. Cuando me lo devolvió, dijo:
"Yo no pongo tonterías".
Había dedicado el libro "Para Macarena, cariñosamente". No iba errada: no era una dedicatoria, era una corrección. Tinta roja, antipática letra de disconforme, ese nombre en el que no me reconozco.
Sábato y este episodio es el responsable de que cada vez que algún lector o lectora me dice que utiliza un diminutivo, sobrenombre o seudónimo, yo le pregunte: "¿Qué prefieres que ponga?". Y por supuesto, pongo lo que me piden, por extraño que me parezca, por respeto al gusto ajeno.
Decía que hace unos días soñé con Sábato. Estábamos en el sofá de mi casa, tomábamos galletas y sorbíamos café. De pronto él tomaba mi ejemplar de El túnel, iba a la primera página -saltándose las guardas, en las que jamás, pero jamás debe estamparse dedicatoria alguna- y escribía, justo debajo del título de su novela escrito en letras de molde: "Para Care Santos, cariñosamente. E. Sábato".
No ocurría nada más. Más que un sueño parecía un comercial.
Al día siguiente, en el Telediario, dijeron que Sábato había muerto. Salió su hijo, una especie de versión despeinada del escritor, diciendo que era un gran tipo. Yo sentí que su padre y yo estábamos en paz, después de tanto tiempo.