El gimnasio, oh, el gimnasio.
El gimnasio es ese lugar donde aprendes los pilares fundamentales por los que se rige nuestro Universo, como por ejemplo, que los sujetadores deportivos son anti-eróticos y anti-estéticos. No sujetan: camuflan. Os digo una cosa: si existiese un sujetador deportivo para tripa y nalgas, parecería que todas tenemos la talla 36. Ahí lo dejo... En fin, no importa: siempre nos quedará el push-up París...
El caso es que enfundada en mis mallas, mi camiseta y mi sujetador deportivo, estoy viviendo situaciones de lo más peculiares y dándome cuenta de que el género humano es totalmente imprevisible y ahí, reside su encanto.
Os cuento: una señora se me ha enamorado del profesor de Pilates.
Así, en ciento veinte minutos, los equivalentes a las dos clases que nos ha dado este chico hasta ahora. Yo notaba las risitas tontas de todas las señoras cada vez que el profe, llamésmole... llamémosle para tomar unas cañas, digoooo, llamémosle Daniel (que es como se llama) soltaba alguna broma. También notaba que cuando Daniel decía "concentrad la mirada en un punto fijo", las señoras tomaban los glúteos de Daniel como punto fijo. Y por supuesto, notaba cómo, tras terminar la clase, todas se acercaban en corrillo a él y le decían: pues me duele aquí, pues respiro mal, pues explícame otra vez cómo hacer "la pirámide", pues si te quitas la camiseta es más fácil seguirte (vale, quizás esto último me lo he inventado)
Hoy, después de terminar la clase, me he ido rauda y veloz a la cinta de correr, porque el Pilates está muy bien para mejorar posturas, tener fuerza y equilibrio y controlar la respiración, peeerooo... si lo que queremos es que el bikini nos quede divino, de la cinta de correr no nos libra ni Dios.
Y en cuanto me he subido, la señora enamorada se me ha puesto en la cinta de al lado y me ha dicho: -El Pilates está muy bien, ¿verdad? -Sí... -contesto desenrollando los auriculares de mi mp3. -Y... el chico lo hace muy bien, ¿a qué sí? -Sí... - contesto poniéndome el auricular izquierdo en la oreja. -A mí me encanta. Es que nos trata con mucho cuidado. (Mujer, no va a usarnos como sacos de boxeo) -Claro, estamos empezando poco a poco -, digo yo poniéndome el auricular derecho. -Y SE LE VE TAN BUENA PERSONA...
¡Ah, no, no, no! ¡Por ahí sí que no, señora! ¡No lo sabemos! ¡Lo conocemos 120 minutos, la mayoría de los cuales se pasa torturándonos con posturas imposibles! ¡Podría dedicar su tiempo libre al crimen organizado y no lo sabríamos! ¡O a cazar delfines! ¡O a manipular cajeros automáticos! ¡Podría robar las contraseñas que utilizamos para la banca online! O peor aún... ¡Podría ser fan de Justin Bieber! (Ups, perdón)
Así que me he puesto la radio y le he dado caña a la cinta, mientras observaba cómo la señora seguía todos los movimientos del monitor. Hasta se ha puesto un poco nerviosa cuando ha salido a fumar y lo ha perdido de su campo visual.
Cuando veinte minutos después he terminado, me ha dicho: -Ah, pues has sudado. ¡Nos ha jodío! ¡Es que si voy al gimnasio y no sudo, pido que me devuelvan el dinero!
En fin, ya os contaré cómo evoluciona este peculiar enamoramiento. Ya me veo dentro de dos semanas teniendo que decir: -Oye Daniel, que dice la señora de ahí que si no tienes nada que hacer el sábado, le gustaría ir contigo a mirar obras y hacer cola en el ambulatorio para pedir recetas...
Ji, ji, ji. |