Pues nada, a petición popular y dedicado especialmente a Cris (paso de llamarte muydecepcionada en mi blog, que tenemos que ir cambiando cosillas y lo primero va a ser ese nick, vale?) os voy a contar, en unos cuantos fascículos para que no se haga largo, cómo acabé conociendo al médico del Papa, Benedicto XVI en el Vaticano este verano.
Espe y yo, que estamos un poco locas, decidimos irnos cinco días a Roma. Así, con una mochila al hombro, una oferta que encontramos en Internet y mucha ilusión. Organizamos los cinco días perfectamente. El miércoles tocaba Vaticano. Todo el día en el estado independiente dentro de la ciudad de Roma.
Nos levantamos a las siete de la mañana, desayunamos en el hotel (fantástica la oferta de Internet, fantástica) y nos pusimos en marcha.
Nos subimos en le primer autobús que tenía pinta de ir al Vaticano. Tenía pinta de ello porque iba llenísimo de gente y porque delante, ponía que iba al Vaticano. No tenía perdida... o sí. Una vez dentro le dije a Espe que la mejor estrategia era bajarnos donde se bajara el grupo de monjas, que seguro que iban al Vaticano, pero me dijo que no, que había una parada al final del todo que se llamaba P. San Pietro, que seguro que la “P” era de Piazza, y la Piazza de San Pietro es la plaza del Vaticano. Pues nada, hasta el final que nos vamos. Íbamos de juerga, como siempre. Pero el autobús se iba quedando excesivamente vacío, así que en una mirada furtiva por la ventana nos dimos cuenta que ya se veía el Vaticano. Lo malo es que se veía alejándose… Nos hemos pasado. Claro, la última parada era la estación de tren de San Pietro, no la Piazza de san Pietro. No pasa nada. Total, ya llevábamos dos días caminando como perras, por andar un poco más no nos íbamos a morir.
Pues nada, nos bajamos y caminito del Vaticano parando en las fuentes romanas que vienen de vicio cuando son las nueve de la mañana y la temperatura ambiente e s de 30 grados a la sombra con un 60% de humedad. Ojú! No he sudado más en la vida. Como entendí en esos momentos el que los gladiadores y los guardias romanos fuesen todo el día en chanclas y falditas cortas de tablas!
Llegamos al Vaticano. No teníamos ni idea de por dónde se entraba exactamente. La única información que teníamos es que mi madre nos había contado que en el Vaticano siempre había unas colas horribles. Y vimos una marabunta de gente haciendo cola. Y dijimos, pues aquí será. Esta gente estará esperando para entrar. Vamos a buscar el final de la cola. Después de quince minutos andando decidimos que el final de la cola estaba justo en Móstoles y que lo mejor sería un poco de picardía para colarnos.
Todo el mundo llevaba unos cartoncitos marrones. ¿Y eso qué será? Encontramos un grupo de españoles. Le preguntamos. Nos explican que están haciendo cola para la audiencia con el Papa… Uhhhh, nosotras no tenemos audiencia, no? Pero para entrar qué hay que hacer? Pues ponerse aquí. Pero no tenemos entrada! Da igual poneos por ahí!
Se nos escapan los españoles y nos quedamos tiradas… Vemos un grupo de croatas. La monja croata estaba repartiendo entradas a su grupo. Y mi amiga Espe que es mu echá pa’lante se tira encima de la monja. Un placaje perfecto. Le intenta explicar en un correctisimo español qué dónde se pueden conseguir las entradas. La monja se lleva un susto de muerte y cree ver en mi amiga al mismísimo demoño! Así que acudo yo con mi inglés de Burgos a salvar la situación y le digo a la monja: “Tickets? Where?” Y la pobre señora se agarra a sus entradas y nos empuja echando de su lado a lo que ella pensaba que era la encarnación del mal. Nos quedamos con cara de tontas y un amable croata del grupo nos engancha del brazo y nos mete en la cola. Le explicamos con nuestro mejor inglés que dónde se recogen los tickets para poder entrar. Nos señala donde y nos dice qué si los hemos reservado. Y le digo a Espe: “Mira, eso en la oferta de Internet no venía, te lo prometo”. Nos quedamos con cara de pena y le decimos que no sabíamos que había que pedir las entradas antes. Nos dice que cuántos somos en el grupo. Le decimos que, hombre, amigas tenemos muchas, pero que hemos venido solas. Nos sonríe ampliamente el señor y nos dice: “Os voy a dar dos entradas para vosotras”.
Mira, más felices que unas castañuelas! Nos cuelan en la cola y nos dan entradas! Miramos el cartoncito marrón que nos había regalado y resulta que era para una audiencia con el Papa… Uhhhhh! Antoña! Dónde vamos las dos de Cuenca de audiencia? Muy fuerte! Si nosotras sólo queríamos entrar en el Vaticano! Pues bueno, ya que estamos, vamos pa’dentro!
La cola, donde recordemos que nos habíamos colado, tardó una hora y media en dejarnos llegar a los controles de seguridad por donde teníamos que pasar. Una vez allí, después de casi perdiésemos la respiración varias veces a causa del embotellamiento que se produjo y de que la monja croata nos mirara muy mal por haber entrado antes que ella gracias a sus tickets y a habernos colado con su grupo, conseguimos llegar hasta un guardia suizo (que por cierto van muy graciosos vestidos pero con unas lanzas que quitan el hipo) que nos indica que tenemos que ir hacia un auditorio que había al otro lado de la plaza del Vaticano, que era dónde nosotras queríamos ir.
Y desde la puerta de ese auditorio vimos como la gente pasaba libremente por la parte frontal de la plaza de San Pedro. Sin colas, sin controles ni guardias suizos. Chica, Espe, es que somos tontas… Resulta que para entrar al Vaticano ni hay que hacer cola ni nada. Sólo que nosotras nos habíamos infiltrado en la audiencia con el Papa que era en un auditorio… Un show. Y Espe diciendo: “Si es que por aquí no pasa la máquina de recoger paletos y claro, no nos ubicamos”
De repente, entramos en un auditorio enorme, lleno de gente que cantaba en varios idiomas y que hondeaban las banderas de distintos países. Nos quedamos alucinadas. Buscamos un sitio para sentarnos y nos juntamos con un grupo de mejicanos que cantaba no sé que cosa de la Virgen de la Guadalupana. Y nosotras flipando… Y va y me dice Espe: “Esto no van a ser los museos vaticanos ehhh”. Toma, claro que no! De eso ya me he dado cuenta!
Estábamos haciendo fotos sin parar, hasta que un señor con una pistola más grande que mi cabeza viene a decirnos que tenemos que sentarnos ya…
Y aquí lo dejo… en la próxima entrega veremos, si no sabes torear, pa qué te metes y nunca hablar con la policía porque no sabes dónde puedes acabar…