Hace muchos años publicaba junto con José Luis Lugo, La Galera, Revista de Bibliofilia y Arte. El número trece, dedicado al coleccionismo, ilustrado con animales y Saturnino Herrán, dedicamos la entrevista a Carlos Monsiváis. Nos citó en su famosa casa de la colonia Portales un sábado por la tarde. Fuimos Jotavé, la caricaturista, Jorge Navarijo, el periodista dedicado a las entrevistas, y nosotros, los editores. Pasamos con él un par de horas en un pequeño estudio lleno de papeles y gatos. Mis ojos se movían entre los libreros que guardaban en desorden varios de los libros ilustrados que yo quería tener: Miguel Covarrubias, Gabriel Fernández Ledesma, Carlos Mérida y Julio Ruelas, son los que recuerda la fotografía de mi memoria. Coincidimos muchas veces después de eso, en las ferias de libro, en proyectos profesionales, cuando necesité consultar su archivo y colecciones. Siempre fue amable y generoso. El día de la entrevista, Carlos Monsiváis dijo que le daba mucho gusto conocerme. Hasta pensé ponerlo en mi currículum; y es que lo dijo de veras.
Ayer Jorge Navarijo me mandó la entrevista junto con una nota para que la publicara en este espacio, a manera de brevísimo homenaje.
Entrevista con Carlos Monsiváis
No me propuse ser coleccionista, me veo como un “acaparador”
JORGE E. NAVARIJO / Revista La Galera, Junio 1997
Es el más popular entre los cronistas de nuestro quehacer nacional (si es que hay otros). Referencia obligada en casi todos los temas debatibles; crítico implacable; intelectual apasionado por la cultura popular, Carlos Monsiváis (Ciudad de México, 1938) es también un bibliófilo voraz y un coleccionista amateur de todo lo que le permita mantener un diálogo con el pasado para explicarse a sí mismo y para explicarnos a todos.
Originario de Portales, la colonia donde ha vivido y reinado toda su vida, rechaza que se le tome en serio como “coleccionista” y argumenta que su desorden le impide serlo. Sin embargo, admite que esta actividad es una forma de sabiduría, aunque él se encuentre “exento de esta cualidad”. Asimismo, advierte que en nuestros días, los amantes del libro están en riesgo de convertirse en una especie en extinción y llama a preservar esta afición.
Antes de comenzar la entrevista, Monsiváis interroga a los miembros del equipo de La galera acerca de quiénes somos, qué estudiamos y a qué nos dedicamos. Superado este “trámite”, se inicia la conversación:
--¿Qué es primero, el cronista o el coleccionista?
--Bueno, propiamente no me veo como un coleccionista, me veo como un acaparador, que es una situación diferente.
Yo no me propuse ser coleccionista. No tengo el sistema, la catalogación o la pasión taxonómica de un coleccionista, pero sí una avidez enorme por adquirir lo que me importa: grabados, libros, dibujos, caricaturas, arte popular, fotografía, discos… En un principio fue simplemente el gusto de tener todo esto que ahora es muy caro, pero que no lo era antes.
Por lo que he visto, el coleccionista es algo mucho más riguroso que eso, y esa falta de rigor, mezclada con la avidez, en mi caso empezó desde los tiempos de la preparatoria. Antes leía mucho, pero no me había dado cuenta del sentido de extender esas constancias del conocimiento, que son los libros, y esa necesidad expresiva que es la biblioteca, hacia el coleccionismo. En mi casa no había una costumbre previa de coleccionistas y si un libro había era la Biblia.
--Entonces esto comenzó por los libros…
--Sí, me interesaban la poesía, la novela, la historia, pero no me preocupaba por las primeras ediciones. No partí del coleccionismo para llegar a las admiraciones, más bien partí de las admiraciones para llegar al coleccionismo. Era muy descreído de los valores simbólicos y era muy ajeno al fetichismo. Con la edad fui ganando en fetichismo y en manía canónica; ahora me preocupan las primeras ediciones y un libro autografiado por (Salvador) Díaz Mirón o por Guillermo Prieto se vuelve invaluable.
Esa “pasión poseedora” que, como dice Monsiváis, lo lleva a uno a gozar la relación con los muertos en un autógrafo, una foto, o en el culto-aprisionamiento de un libro escrito o ilustrado por alguien a quien uno admira se materializa en su estudio: en una pared se encuentra el dibujo que Ricardo Martínez realizó para la primera edición (1953) de Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo. “Para mí esto es invaluable no sólo por el excelente trabajo de Martínez. Está ahí la letra de Rulfo con el principio de la novela mexicana que más admiro”.
--Pareciera que en todo esto hay una obsesión por la permanencia…
--Para mí la relación con el pasado es algo muy importante y que ciertamente puede volverse obsesiva. De pronto tengo contacto con la época de los años veinte o los cincuenta de este siglo, entonces busco libros, fotos, porque tengo la necesidad de realizar un viaje intrahistórico o por una manía adquisitiva, ya no de objetos sino de sentidos del pasado.
Pero, insisto, yo no tengo orden y en ese sentido no puedo ser un buen coleccionista. Mi casa es un reflejo de mi desorden y una casa de coleccionista, en sentido estricto, tiene que tener secciones disciplinadas, no sólo dedicadas a la obtención y el despliegue de objetos, sino también en su defensa contra la incuria o el descuido, y ese no es mi caso.
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Además de los libros, otras importantes manifestaciones del coleccionismo febril de Monsiváis han sido la fotografía, la pintura y desde luego, la caricatura y el arte popular, del que sobresalen sus colecciones de carteles, calendarios y luchadores. Desde que en los años setentas adquirió un lote de ilustraciones de Miguel Covarrubias, ha reunido obras de Julio Ruelas, Roberto Montenegro, Leopoldo Méndez, Francisco Toledo, Ernesto El Chango Cabral, Gabriel Vargas, Abel Quezada, Andrés Audiffred y Alberto Isaac, entre muchos otros.
Del siglo pasado tiene varios ejemplares de las revistas La Orquesta y El Ahuizote.
El autor de Escenas de pudor y liviandad cuenta que su interés por la caricatura se remonta a sus lecturas de Don Timorato (revista que apareció en 1944) y que tras “quedar a merced de la pasión por coleccionarla”, actualmente continúa con la obra de moneros como Rius, Naranjo, Helioflores, Magú, El Fisgón, Helguera, Rocha, Ahumada, Falcón, Jis y Trino. En 1995, parte de esta colección se presentó bajo el título Aire de familia en el Museo de Arte Moderno, de Chapultepec.
Sin embargo, Monsiváis insiste en definirse como un “coleccionista amateur” y asegura: “No es un trabajo exhaustivo, pero sí ha tomado tiempo, y si no tengo la colección que deseaba es la que he tenido al alcance de mis medios. Aún me faltan obras de José Clemente Orozco, de Rafael Araiza, de Ariel Fernal… El gusto por el coleccionismo en ese sentido es insaciable. Siempre hay alguna obra que se quisiera tener y siempre la pequeña o terrible contrariedad de no poseerla”.
Elogio de la nostalgia
Como todos los de su época, en sus tiempos de preparatoriano Monsiváis compraba libros en la calle de Donceles y en el mercado de La Lagunilla. “Visitar esos lugares con el escasísimo dinero que tenía, era para mí la representación del gozo. Mi consejero era don Artemio del Valle Arizpe, a quien frecuentaba todos los domingos y quien me regalaba sus libros repetidos o que no le interesaban. Me hacía muchas recomendaciones, que yo tomaba muy en cuenta. En esa época leí muchas cosas que yo no entendía en absoluto, pero que me parecían muy importantes porque él me lo decía.
“También, desde muy joven visitaba la librería Porrúa, que era magnífica y en la que era posible encontrar a las ‘grandes figuras’, como Salvador Novo, a las que no me atrevía a hablarles. Aquél era un mundo de una obsesión cultural y de una sedimentación literaria que ya no existe. Ahora hay otras cosas: uno navega por Internet y tiene acceso a lo que entonces te deparaba la fortuna de las conversaciones; pero en aquella época el hallazgo de una plática era arribar a autores, perspectivas, gustos, a una cultura.
“Esa vida literaria traía como complemento o consecuencia la formación de grandes bibliotecas, especialmente de la gente muy conservadora. Yo entonces era militante de la Juventud Comunista y no me parecía compatible el ideario de los conservadores, pero admiraba muchísimo su pasión cultural. Creo que la gran pérdida de la derecha mexicana actual es su falta de pasión cultural; la política se analfabetizó en cierto sentido y esos abogados conservadores que sostenían los puntos de vista más aberrantes sobre la vida social y la justicia de nuestro país, eran al mismo tiempo los grandes museógrafos y los cultivadores de un pasado extraordinario. Ahora vivimos un momento muy ligado al auge de la tecnología, de descuido y desprecio por el libro, y los bibliófilos son una especie en extinción.
La gran pérdida de la derecha mexicana actual es su falta de pasión cultural. La política se analfabetizó
“Hoy la relación con el pasado se da a través de tantas especializaciones, que ya es demasiado específica. El crecimiento de la industria académica ha fragmentado al infinito esa relación, pero todavía en los cincuentas era una relación panorámica y eso para mí fue una lección inapreciable e inolvidable: ver cómo discutían una edición, ver cómo don Artemio enviaba sus libros a encuadernar a Holanda; ver cómo Felipe Teixidor hacía una referencia con la que contestaba a una nota de la marquesa Calderón de la Barca, era entender la enorme vitalidad y el gusto por el detalle que hace de la relación con el pasado algo tan fundamental”.
--¿Qué pasó entonces con esos libreros y esos escritores?
--Yo creo que todo se acabó, desapareció borrado por la fiebre de la modernización. Pero aún quedan algunos libreros que son un remanente de esa tradición, la de aquellos que sabían de qué se les hablaba, que tenían idea de los gustos del cliente, que entablaban una relación dual con él y con sus gustos. Las librerías de hoy son supermercados, los libreros especializados casi no existen y como ya hay un desahucio sicológico del libro, se parte de la base de que el librero especializado es más un taxidermista, un curador, que un especialista.
--¿Diría usted que estamos ante un fin de la nostalgia por esa época?
--Desde luego no de mi parte, pero yo no veo que nadie se queje de la desaparición de los libreros, salvo aquellos que nos formamos en el culto por el diálogo con ellos.
--¿Y es posible rescatar esto?
--No lo sé, la tecnología y la demografía van en contra. Hay demasiada gente y una dependencia excesiva de la computadora, todo eso tiende a la supresión. Un librero que sí se relacione con sus clientes es una rareza y seguramente la suya es una actitud impráctica, porque demostraría que tiene muy pocos clientes y que su librería está en vías de desaparecer.
--¿Esa sentencia también apunta hacia la extinción de los libreros de tianguis, como los de La Lagunilla o Plaza del Ángel?
--La Lagunilla es muestra de una actitud heroica de cómo sobrevivir al embate de la fayuca. Creo que dentro de unos años quedará muy poco de la vieja Lagunilla y sus personajes memorables. Libreros y público persisten, pero no han crecido al ritmo demográfico. En cambio, presenciamos cómo los coleccionistas del rock están en auge: el rock es el nuevo almacén de antigüedades.
--En su opinión, ¿Cuál es el deber de nuestra generación, la de aquellos que tenemos entre 20 y 30 años, para contrarrestar esto?
-- En el sentido de evitarlo, no queda nada. Queda en el sentido de preservar gustos. Una minoría que los preserva y los cultiva, que explica la racionalidad de su actitud y defiende sus predilecciones, siempre será una minoría con grandes probabilidades de éxito, en la medida en que la pluralidad del gusto permitirá también esas excepciones. Ir contra la tendencia depredadora me parece absurdo y rendirse ante ésta me parece todavía peor. Lo que queda es aceptar que uno es minoría y que esa minoría tiene derecho cabal de existir y que además se está dirigiendo a un público en verdad conocedor, que apreciará ese esfuerzo y con el cual se podrá mantener un diálogo.
--Al hablar de usted, algunos lo han llamado “El sabio Monsiváis”… ¿Son el coleccionismo y la bibliofilia formas de encaminarse a la sabiduría?
--De eso estoy completamente seguro. Que yo no sea un sabio no quiere decir que no admita y no proclame la sabiduría de los grandes bibliófilos. Hablar con Teixidor era uno de los placeres intelectuales más precisos que recuerdo, o asistir –así fuera en calidad de piedra- a esas tertulias de los Porrúa, que eran espléndidos bibliófilos.
--¿Cuáles son los libros que a lo largo de tantos años de lector conserva como sus “joyas” de biblioteca?
--Casi nada. De todo lo que compré de niño, entre los 10 y los 16 años, que fue mucho, lo sustituí por ediciones decorosas. Los libros que queden serán excepcionales.
--¿Y de lo que ha comprado ahora?
--Todo lo que he estado comprando sobre grabado del siglo XIX, que publicó Ignacio Cumplido, me parece maravilloso.
--A pesar de lo que nos ha dicho, algunos se preguntarán qué fin específico tiene el reunir todo esto. ¿Hay placer hacia lo que significa el objeto y hacia lo que aporta?
-- Es muy difícil describir los deleites. Se tienen, se gozan, se aprovechan, pero si uno intenta describirlos, siente que agota el misterio. Una relación utilitaria no tengo con estos materiales, ninguna. Tampoco una relación oportunista, de aprovechamiento, para solidarizarme con el mundo intelectual.
Es una actitud de gozo, de respeto, de ironía protectora y de gusto por encontrarme con mentalidades tan ajenas, tan distintas y al mismo tiempo tan cercanas. Es por el gusto de saber que uno puede disponer de sus predilecciones y que van a estar ahí todo el tiempo.
--Por último, entre tantas colecciones, pudiera pensarse que todos los meses inicia una nueva….
--De ninguna manera, una colección sólo se le ocurre a alguien cuando ya no puede evitarlo. Es un compromiso y un compromiso se adquiere meditadamente, porque tampoco tiene sentido de pronto decir “ahora voy a coleccionar máscaras de Zedillo”.
--A propósito, ¿en 50 años habrá quien coleccione todas esas figuritas de Carlos Salinas?
--Sin duda alguna, ya hay quien tiene su museo.
Monsiváis coleccionista, casi un pleonasmo.Esta entrevista a Monsi tiene 13 años. La hicimos en un mes de mayo, en el estudio del cronista en la colonia Portales, cuatro jóvenes que entonces realizábamos la revista La Galera. Nosotros, entusiasmados por conocerlo, fuimos desarmados cuando nos dijo que a él le emocionaba más que estuviéramos ahí. Era un sábado lluvioso. Hablamos con él dos horas de sus libros y colecciones. Hoy, 13 años después, Monsiváis se ha ido. Lo vamos a recordar husmeando en los tianguis de viejo, mirando libros, grabados, objetos. Este es otro sábado lluvioso, lento, triste. Salud por el “acaparador” de obsesiones (19/VI/2010).