miércoles, septiembre 28, 2005

Sardinas en lata

Vivo en Madrid y muero cada mañana cuando tengo que desplazarme a mi oficina. En las calles y en las circunvalaciones no caben más coches, los vehículos atrapados y acorralados entre los de su misma especie avanzan con la lentitud de una tortuga, ignorando que existen marchas más allá de la primera.

Un aciago día llevé mi anciano coche al taller para que le hicieran una revisión previa a la ITV y un lifting de chapa del que estaba muy necesitado. Para ir a la oficina no tenía otra opción que el transporte público, a saber: el metro y el autobús. Me dispuse por la mañana, recién duchada, maquillada y peinada a bajar las escaleras del metro. A los dos minutos vino el primer tren mostrando una imagen apocalíptica de manos, mejillas, narices, codos, frentes, cabelleras y calvas aplastadas contra el cristal de puertas y ventanas, todo ello como una argamasa humana unida por la propia presión de los cuerpos(1) . En el andén esperaba una doble fila de los sufridos usuarios de los servicios de transporte público. El tren paró y se abrieron las puertas, no salió nadie y alucinada comprobé que donde no había espacio entraban otras diez personas más, a fuerza de codazos y empujones. Me sentí incapaz de hacerme sitio por este procedimiento y dejé pasar el tren. Esta escena se repitió unas seis veces hasta que llegó un tren en el que se podía entrar sin despachurrar a nadie. El calor dentro del vagón era pegajoso y mi refrescante ducha estaba perdiendo toda su eficacia, el maquillaje se derretía y el pelo languidecía mimetizándose con el ambiente mucilaginoso. Cuando salí del vagón de metro parecía que volvía de la guerra y aún me quedaba tomar el autobús. Mansamente me coloqué en una infinita cola del 115 y conseguí subir en el tercer autobús.

Si sumáramos esta experiencia inhumana a la circunstancia de que era lunes, no se podría concebir peor inicio de la semana laboral. Al finalizar el día, busqué desesperadamente algún alma caritativa que fuese en dirección a mi zona residencial, pero solo encontré adictos al trabajo que salen a las 10 de la noche de la oficina. La debilidad se adueñó de mi voluntad y me marché a casa en taxi, con el consiguiente dispendio innecesario.

El martes volví a bajar las escaleras del metro -esta vez con mayor conocimiento de causa- y me dispuse con paciencia a dejar pasar los trenes hasta que viniese uno ocupado al 98%. A mi lado en el andén había una rubia de bote, vestida toda ella de color hueso, con los complementos del mismo color, que parecía que acababa de salir de la portada del Vogue. Me dije para mí: me apuesto lo que sea a que esta empuja y le clava los tacones de aguja a quien se le resista. Efectivamente, la rubia se metió en el vagón embistiendo como un toro, restregando su maquillaje por toda prenda que se le pusiese a su alcance y haciéndose hueco sin importarle que sus delicadas prendas se ajasen. El resto de la semana me aclimaté, sin perder nunca la dignidad y me parecía que toda la vida había sido una sardina enlatada pero que hasta ese momento no lo había percibido con tanta nitidez.

Ahora, desde mi coche, totalmente enlatada en la M-30, al menos dispongo de un espacio suficiente para respirar, puedo escuchar la radio y charlar con mi amiga que viene conmigo desde hace años(2). De esta experiencia, además del horror al contemplar con que facilidad pierde la gente la dignidad, me queda una duda:

Si el Sr. Gallardón tomase el metro en la hora punta de la mañana, ¿se comportaría cómo la rubia de bote o cómo una servidora?(3)


(1) Ni el Bosco podría imaginar esta escena en la parte derecha de su tríptico de El jardín de las delicias.
(2) Aún tengo remordimientos desde la última vez que, por tener también el coche en el taller, la abandoné a su suerte y el shock la llevó al hospital durante dos semanas.
(3) Mi hija, la benjamina, que derrocha lógica pragmática por todos sus poros, dice que vaya tontería, Gallardón jamás tomaría el metro en hora punta, ni en otra hora que no fuese la de la inauguración.

Sección-Sapos y culebras

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sábado, septiembre 24, 2005

Las puertas del noveno

En el rellano del noveno, las cuatro puertas, ofrecen grandes oportunidades de negocio para los cerrajeros. Se cierne sobre él la maldición de la puerta cerrada sin posibilidad de abrirla con su llave.
En la letra A se aloja un matrimonio octogenario, a su lado, en la letra B, vive un señor mayor, solo. El Piso C está habitado por una mujer recién divorciada y sus dos hijos. En la puerta D se encuentra la casa de una pareja de recién casados que conozco y que me contó los muchos y extraños sucesos que han provocado que la visita del cerrajero sea algo habitual en la planta novena.

Mis amigos de la letra D paran poco por casa, ambos trabajan y cuando llegan a su vivienda es para cenar. Suelen utilizar de forma alternativa el telechino o la telepizza. Estas costumbres tan poco enraizadas en la tradición culinaria española han despertado la curiosidad de los vecinos octogenarios que viven enfrente de ellos. La señora no aprueba esos métodos alimenticios y de vez en cuando les hace una cena "como Dios manda". El señor tampoco se queda al margen y a veces les compra verduras para que su alimentación sea más sana. Pero estos vecinos son muy prudentes y nunca traspasan el umbral de la puerta para no inmiscuirse en la intimidad de la pareja.

Al poco de instalarse allí, un fin de semana golpeó en su puerta el vecino de abajo para advertirles de que su vecina de la letra C estaba pidiendo socorro y que le dejaran entrar para ver qué se oía a través de la pared colindante. Los recién casados estaban durmiendo y no habían oído nada. Al abrir la puerta se encontraron con que venían más vecinos al oído de la llamada de auxilio y que se colaban en la casa. Todos pensaban que la tragedia estaba servida porque la mujer en apuros estaba recién divorciada y se la imaginaban al borde de la muerte. De esta manera, con el pijama aún puesto se encontraron con la casa llena de curiosos y, lo que son las cosas, se interesaban más por las reformas de la vivienda que por la suerte de la vecina que pedía ayuda. La cosa fue más leve de lo que se pensaba, simplemente se había quedado encerrada en la terraza y pedía ayuda para salir. Todo se arregló con la visita del cerrajero.

Después de este incidente mis amigos de la letra D tuvieron que llamar dos veces al cerrajero porque la puerta no se podía abrir, pero ambas ocasiones estaban exentas de parafernalia anecdótica. Ha sido la última visita del cerrajero, que paso a describir, la que goza de todos los elementos de una puesta en escena teatral que va desde el vodevil al drama.

Detrás de la puerta D había reunión familiar; se celebraba el cumpleaños de la joven esposa. Era una reunión muy íntima, se habían reunido a comer tan solo con sus padres. A la hora de servir el café, la madre de ella propuso invitar a los vecinos octogenarios ya que eran tan amables con la pareja. Cuando llamaron a la puerta A para invitarles a tomar el café, los vecinos se resistían bajo la excusa de que ellos no querían turbar la intimidad de la celebración. Después de la consabida discusión con sus tira y afloja, finalmente accedieron a la propuesta.

No sé si la falta de costumbre o lo imprevisto de la invitación, puso al matrimonio octogenario nervioso y salieron dejando las llaves puestas en la cerradura interior. La puerta se cerró y no se podía abrir desde fuera. Lo que en principio era una celebración, se tornó en otra cosa. Una vez dentro de la puerta D, en vez de tomar café se pusieron a buscar el teléfono del seguro para que enviase a un cerrajero. Sin embargo, el señor mayor se resistía a una solución tan drástica y buscó otra alternativa para abrir su puerta.

En la Letra B ya no se encontraba el señor que vivía solo, había fallecido hacía dos días, pero estaba su la familia. El abuelo de la puerta A vislumbró una solución: el truco de la radiografía para abrir el resbalón de la cerradura. Ni corto ni perezoso de dirigió a la letra B y tras dar el pésame a la familia les pidió que buscasen una radiografía, que él sabía que hacía poco se había hecho el difunto. Los deudos del muerto abandonaron sus duelos para buscar la radiografía y cuando la encontraron se la entregaron al octogenario.

Cada vez había más gente en el descansillo, los que llegaban le daban el pésame a la familia que estaba en duelo y se unían al coro de mirones que observaban el intento de abrir la puerta con la radiografía. En un momento dado, el octogenario le preguntó a la familia del fallecido si no les importaba que doblase la radiografía, a fin de cuentas ya no les hacía falta. Pero tras muchos intentos, aunque movieron el resbalón no pudieron abrir la puerta y al final vino el cerrajero a hacer caja.

Me imagino que desde el cielo el difunto estaría tronchándose de risa viendo a sus vecinos luchar contra la maldición de la puerta.

Sección-Expedientes-X

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miércoles, septiembre 21, 2005

Un mundo feliz

Son muchos los autores que han elegido este tema para disertar, pero para los que imaginan un mundo futuro, sin duda Aldous Huxley sentó cátedra con su libro "Un mundo feliz"(1). Remontándonos al pasado, ha llovido mucho desde que Dios expulsó al hombre de paraíso(2) y lo maldijo diciendo "Ganarás el pan con el sudor de tu frente". Desde ese instante se creó la necesidad de "buscarse la vida" en detrimento de "disfrutar de la vida" y la curva de la felicidad cayó en picado para satisfacer las tres "ces" del bienestar: calor, comida y compañía.

Los humanos encontraron diversas maneras de solucionarlo y pronto aparecieron las desigualdades. Los más fuertes acaparaban la triple C y los más débiles sucumbían ante la carencia de recursos. Algunos débiles, a fuerza de necesidad, razonaron "más vale maña que fuerza", y triunfó la inteligencia manipuladora sobre la fuerza bruta. En ese punto nació la clase de los listillos, que puso a los fuertes bajo su dominio y los dedicó a las tareas de producción o de la guerra para que liberaran sus excedentes de energía. Los listillos, que tiene distintas acepciones según el lugar y la época(3), pronto olvidaron las penurias que pasaron y se olvidaron de hacer un reparto igualitario de los recursos.

La desigualdad ha prevalecido hasta nuestros días y se manifiesta en dos facetas extremas: una amable de la abundancia y otra espantosa de la necesidad. A los que les toca nadar en la abundancia se encuentran liberados de la maldición divina, el resto están en el punto de partida de la expulsión del paraíso. Pero el mundo feliz de Aldous Huxley se basa en hacer que la desigualdad sea aceptada como buena y que cada clase de individuo se sienta satisfecho con lo que le ha tocado en suerte(4). Se fabrica el individuo fuera del claustro materno a la media de las necesidades de la Sociedad y se le condiciona para que sea un consumista feliz, todo bajo el manto protector del Estado.

Los listillos de este mundo feliz lo planifican todo, hasta la fecha de la muerte a los 60 años. Clasifican a los individuos y les dosifican los recursos mínimos para suministrarles la sensación de felicidad. En la cima de este mundo feliz están los individuos alfa, orgullosos de ser la élite por lo que asumen de buen grado sus responsabilidades acordes a su capacidad. A los beta, situados en un segundo nivel, no les importa estar en una escala inferior al verse liberados de las responsabilidades de los individuos alfa, que a ellos les abrumarían. En los últimos escalones los gamma, delta y épsilon, seres clonados hasta donde da de sí la biotecnología, son una nueva variedad de esclavos satisfechos de serlo(5). En resumen, un mundo feliz con varios paraísos paralelos (para-lelos) de oro, plata y bronce.

Siempre he buscado en los libros de ciencia-ficción la forma de asomarme al mañana y no me había parado a pensar cómo ve el futuro un niño de cuatro años que no levanta cuatro palmos del suelo y que comienza a sacar sus propias conclusiones observando a los adultos. Por eso, me sorprendió mi hijo mediano cuando me contó cómo veía él su porvenir: "Cuando sea mayor me darán una tarjeta de crédito para que cuando necesite dinero, vaya a un cajero y me lo de". La criatura no percibía la vida como un valle de lágrimas, sino como el paraíso terrenal. Sus padres satisfacían sus necesidades y dedujo que cuando fuera mayor "alguien" se ocuparía de que nada le faltase.

Al margen de las risas que nos echamos a costa de su ocurrencia, siempre he pensado que tenían un punto de coincidencia con el mundo feliz de Aldous en el que podría optar por una tarjera visa oro, plata o bronce. Pero los listillos de nuestros días no están por el Estado protector, más bien lo dejan todo en manos del Mercado que crea individuos consumistas alfa, beta, gamma, delta y épsilon, algunos de ellos, auténticos "gordos felices".


(1) Escrito en 1939 con una visión futurista y pesimista del mundo que muestra una sociedad regida por el condicionamiento psicológico como parte de un sistema inmutable de castas. La vida de Aldous fue muy apasionante, en http://ttt.upv.es/~jarnau/Vida/Vida.htm se encuentra una biografía del autor.
(2) Según la iglesia Católica por culpa de la mujer, como tuve que oír en nueve idiomas por boca de El Papa Juan Pablo II en su recepción de los miércoles en el Vaticano a los peregrinos de Roma.
(3) Oligarcas, monarcas y aristócratas, patriarcas, poderes fácticos, empresarios, políticos, mafias, etc.
(4) ¿No suena esto a la resignación cristiana?


Sección-Reflexiones
(5) En el mundo actual, serían trabajadores del tercer mundo y estarían gestionados por ETTs.

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sábado, septiembre 17, 2005

La cocina

A las mujeres de mi generación nos dio por estudiar, por trabajar y por ser independientes. Nos engañaron o nos engañamos nosotras mismas con eso de tener una carrera profesional, llevar una familia y ser una superwoman. He enterrado los mejores años de mi vida en la vacuidad de la vida laboral, y ahora que me doy cuenta del error: no puedo recuperar el tiempo perdido.

Soy una persona bastante atareada que para poco por casa; pero en mi hogar tengo un territorio propio del que soy dueña: la cocina. Esta querencia me viene desde la infancia, cuando las casas no tenían calefacción y el único sitio en el que podías hacer los deberes sin morir congelada era la mesa de la cocina. Además, la luz fluorescente te iba preparando para el entorno de trabajo que te deparaba el futuro, cuatro paredes iluminadas con luz blanca. El único inconveniente eran los lamparones de grasa que adornaban el cuaderno de matemáticas.

Allí olía a gloria, a puchero, a pollo asado, a conejo al ajillo, a besugo al horno, a hogar sin avecrem. En tan reducido espacio se podía condensar el bienestar de la familia: calor, comida y conversación. La cocina era el sitio habitual donde se comía, salvo en las ocasiones señaladas. Ni siquiera los platos de duralex ni el hule que oficiaba de mantel, le hacían sombra a este rincón tan entrañable para nuestra existencia.

De este espacio de ensueño solo tengo buenos recuerdos, por eso, he querido que mis hijos la vean con mis mismos ojos. Afortunadamente dispongo de una cocina amplia donde tengo una zona para comer, tanto para las comidas diarias como para las extraordinarias. En casa no hay comidas de compromiso. Los que vienen a comer pasan directamente a la cocina, donde además de comer, se bebe y se tapea.

Los domingos amontono los periódicos y los dominicales por las encimeras(1). De esta forma, conforme va amaneciendo la familia, quedan atrapados en la cocina entre los efluvios de los pucheros y la prensa.

El advenimiento del wi-fi le ha dado una nueva dimensión. Ahora es posible ubicar el portátil(2) en la mesa de la cocina, lo que me permite navegar por Internet mientras guiso a los cuatro fuegos y al horno, y quién sabe si en un futuro próximo, tendré la oportunidad de teletrabajar entre cacerolas y sartenes.

Cuando los conductores machistas me increpan porque se me ha olvidado poner el intermitente al girar con el coche(3), suelen utilizar el tópico "vete a la cocina, que es donde tenías que estar". No saben los muy merluzos la razón que tienen.

(1) El mismo problema que con el cuaderno de matemáticas
(2) El laptop como dice mi amiga mexicana Paty
(3) Es que no se puede estar en todo

Sección-Reflexiones


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miércoles, septiembre 14, 2005

Románticos y Tenorios


Escribió mi poeta favorito, D. Luis de Góngora y Argote, en un alarde de cinismo la siguiente coplilla:

Manda Amor en su fatiga
Que se sienta y no se diga;
Pero a mí más me contenta
Que se diga y no se sienta.

Frente a la postura del Romántico que ama en silencio sufriendo, aparece la figura del Tenorio, tramposo en el amor, cuya conducta moralmente reprobable, está enfocada al goce de los sentidos sin padecer el mal de amores. Si extrapolamos la actitud del enamorado al plano laboral, dejando a un lado los inclasificables, la gran mayoría que nos queda, se decanta por la postura Romántica o se orienta hacia el modelo Tenorio.

El profesional Romántico, es persona hacendosa, competente y responsable. Tiene por costumbre razonar y ser coherente en sus acciones. Por eso, cuando sus jefes le piden que haga algo que él considera inapropiado, contesta: NO(1), dando sesudas razones para justificar su negativa. No vamos a entrar en términos escatológicos para explicar lo que hacen los jefes con esas sensatas consideraciones, sólo comentar que vuelven a insistir hasta que al final, el Romántico, masticándose el NO, termina haciendo el trabajo.

El Tenorio laboral, es perezoso, inepto e irresponsable. Trabaja con ahínco para no hacer nada. Por eso, cuando sus jefes le encomiendan un trabajo, siempre dice: SI, y desaparece sin dar muchas explicaciones. Nada más lejos de la realidad que sus intenciones sean dedicar el más mínimo esfuerzo para cumplir con la misión encomendada. Por supuesto que el trabajo nunca lo realizará, pero la culpa recaerá sobre algún Romántico que no esté al quite.

El desarrollo profesional es más factible y frecuente entre los Tenorios, debido a la buena imagen que se van labrando de personas colaboradoras, que siempre tienen un sí en la boca. Aunque parezca mentira no quedan fácilmente al descubierto, la memoria selectiva juega a su favor y los jefes van sumando sólo las promesas de trabajo de los Tenorios.

Sin embargo, los Románticos se van gestando inconscientemente una leyenda de conflictivos, su reluctancia hace que se cuente cada vez menos con ellos, terminando en la marginación laboral. En su debe se suman sus negativas, pero en su haber no se computan sus trabajos finalizados.

Al final, el sacrificio de los Románticos es en vano, como demuestra el siguiente análisis de situación sobre la evolución de los encargos:

Fuente: La experiencia, que es un grado

Por este motivo me voy a dejar de romanticismos y bajo el lema de "Ella siempre dice sí", sacado del título de la película que protagonizo Kim Basinger, iniciaré un nuevo camino siguiendo los pasos de "El Burlador de Sevilla".


(1) Hubo tiempos que en el decálogo de la cultura de las empresas, uno de los preceptos era "Saber decir NO". Evidentemente este artículo ha sido abolido por decreto-ley.


Sección-Fauna Humana

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sábado, septiembre 10, 2005

Querer es poder


No sé desde qué momento empiezan los niños a desear cosas. Supongo que desde que son capaces de distinguirlas con alguno de los cincos sentidos. La voluntad de poder tener lo que se quiere es tan fuerte en ellos que no hay barrera interior que no sean capaces de saltarse. El término de "locos bajitos" se queda un poco corto para estos psicópatas infantiles que todos hemos sido.

Cuando una criatura tiene una motivación muy fuerte para alcanzar un objetivo y el camino para conseguirlo es largo y tortuoso suele buscar un atajo, siguiendo la ley de la naturaleza del mínimo esfuerzo, sin reparar si es ético o no. Algunos le cogen gusto y continúan con esta actitud infantil toda la vida, otros nos hacemos mayores y mejoramos con el tiempo.

Siendo niña no me libré de los torrentes del deseo, aparqué en la cuneta de la vida mi naturaleza desinteresada y me dejé llevar por el interés. La causa de seguir tan proceloso camino la motivó mi pretensión de aprender a patinar y a montar en bicicleta. Mi anhelo era tan grande como la dificultad de conseguirlo y por tanto le daba vueltas y vueltas para ver cómo me las maravillaría yo(1). En unas condiciones propicias, mi padre me habría llevado al Parque del Buen Retiro y me habría enseñado a desenvolverme sobre ruedas, pero murió en un accidente de tráfico cuando era muy pequeña. Mi madre sentía pánico por cualquier actividad que entrañara el más mínimo riesgo y me tenía prohibido usar los patines o bicicletas de mis amigas.

Mi única posibilidad era aprender en el internado donde no había vecinas que le fueran con el cuento, pero carecía de recursos económicos para alquilar patines o bicicletas. No me daban directamente dinero a mí sino a mi hermana mayor para que me lo administrara ya que mi madre dudada que le diera un buen uso(1). El pedir a mi hermana que me alquilase los patines o la bici era algo impensable y lo deseché en primera instancia. Con mi insolvencia económica empecé a analizar cuales eran mis activos con los que poder negociar y pensando, pensando encontré el atajo.

Del alquiler se ocupaba una compañera de mi clase, a la que las monjas habían delegado la gestión. Ella tenía por decreto-monja la clave de acceso a mis rodantes objetos de deseo, que para mí entonces era todo lo que se podía desear en esta vida. Sin embargo, ella también tenía una secreta aspiración: aprobar las matemáticas, cosa que a mí no me preocupaba en absoluto porque sacaba muy buenas notas casi sin estudiar. Ambas envidábamos lo que no teníamos y el acuerdo tenía que caer por su propio peso. Le ofrecí el derecho preferente a pasarle los resultados en los exámenes de matemáticas a cambio de un alquiler ilimitado de patines y bicicletas. Dentro de este plan estratégico había que contar con el silencio de mi hermana, por lo que extendí el acuerdo de gratis total a mi flatela y de esta manera compré su silencio.

Cuando me recuerdo haciendo estos negocios tan turbios no me reconozco, pero en el pecado siempre va la penitencia. Cuando ejecuté la primera fase del plan que me proporcionó los recursos rodantes, empezó la fase de autoaprendizaje. Comencé por los patines y pude comprobar la buena calidad de mis huesos y la facilidad de regeneración de mi piel. Todo eran caídas y raspones pero con lo que me había costado llegar hasta allí no podía tirar la toalla. Cuando conseguí desplazarme con soltura con los patines pasé a la bicicleta y no hubo árbol del patio con el que no chocara. Hoy día nadie imaginaría el precio que pagué por algo tan sencillo como patinar y dar pedales.

Ahora he perdido mucha fuerza en mis deseos y ya no voy a lo mío pagando cualquier precio, pero cuando me veo rodeada de adultos que van a lo suyo, me entran ganas de despertar a la niña psicópata que hay en mí.


(1) Como decía Lola Flores en una canción
( 2) El buen uso es que lo gastara solo en mí, cosa que me resultaba bastante difícil

Sección-Reflexiones

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miércoles, septiembre 07, 2005

Terror en el supermercado


Siendo como somos familia numerosa que goza de un excelente apetito y con una actitud permanente de vivir para comer, el rito del avituallamiento es más sagrado que la misa de una.
La compra se efectúa una vez a la semana, generalmente los sábados, porque la nevera tiene su capacidad y no entra más de lo que somos capaces de consumir en una semana. La compra es una señal más de lo efímero de la vida. Lo que es una hermosura de víveres que rebosan por todos los estantes del frigorífico, pasados los siete días es la Nada más absoluta, tan bien descrita en "La historia interminable".

Cuando en casa percibo la amenaza de la Nada, como Atreyu, parto hacia el supermercado a luchar contra ella. En el principio de los tiempos, cuando mis hijos eran pequeños compraba en una gran superficie, llevaba la lista de la compra en la cabeza y sabía trazar de antemano el camino crítico para llenar el carrito. Tanta planificación se veía empañada cuando mi hijo mediano se perdía y tenía que dejar el carrito en consigna e irme a buscarlo como a la oveja descarriada del Evangelio. Los siete trabajos de Hércules no son nada comparados con la compra en un hipermercado con tres niños pequeños, sobre todo si uno de ellos posee la capacidad de pasar a la cuarta dimensión en décimas de segundo.

La prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza son virtudes imprescindibles para los Padres de la Patria. Pero las madres de andar por casa necesitan también de las virtudes teologales para desenvolverse en el Hiper. Si no se tiene la prudencia de tener a mano cierta moneda ¿cómo se hará con un carrito?.Si es incapaz de aplicar justicia(1) al momento para decidir qué niño tiene derecho a sentarse en el asiento del carrito ¿quién aguantará los llantos y reproches de la prole?. Haciendo honor al nombre "grandes superficies", sin fortaleza, ¿quién salvará las enormes distancias hasta alcanzar la entrada del hiper?. Ante la avalancha de ofertas, sin templanza, ¿quién se contendrá para no llenar el carrito con cosas innecesarias?.

A pesar de estar adornada de las virtudes más elevadas, el ama de casa debe cultivar además las virtudes de la diligencia y la paciencia. Después del trabajo que ha costado llenar el carrito, tiene que vaciarlo ante la cajera para que se lo cobre, volver a introducir los productos en bolsas, guardarlas en al carrito, cruzar el desierto hasta llegar al coche, volver a vaciar el carrito, guardar las bolsas en el maletero, llegar a casa, volver a sacar los bolsas, subirlas y guardar la compra. Así, semana tras semana, como Penélope, comprando y volviendo a comprar.

En esta dura rueda sin fin del aprovisionamiento, caí en la tentación y me dejé llevar por la pereza. Al lado de casa hay un supermercado que si compras por un valor superior a 60 euros te suben la compra a casa. Puedes ir andando, la superficie que se recorre es la décima parte, no tienes que calcular el camino critico del recorrido y hasta te puedes permitir pasar dos veces por el mismo sitio. Cuando llegas a la caja se acaban los esfuerzos, sacas las cosas del carro y se recuperan mágicamente en la encimera de la cocina, como el transportador de materia de la nave espacial Enterprise de la serie Startrek. El truco del almendruco consiste en que son más caros que las grandes superficies(2) y con ese margen comercial pueden hacer la distribución al domicilio. Con el argumento de que el tiempo es oro me deje llevar.

Pero he sufrido el castigo de mi pereza: el súper se ha llenado de carteles de Teresa Campos y su hija Terelu que están haciendo una campaña de publicidad para esa cadena. Al verlas, a la madre y a la hija juntas, mirándome con esa cara de brujas, he sentido un vuelco en el estómago y se me han quitado las ganas de comprar. Un sentimiento de pánico me vino a la mente al recordar la canción de Alaska:

Terror en el supermercado
Horror en el ultramarino

Tendré que volver al hiper por razones de salud mental. Adiós a la transportación de materia. Habrá que esperar que avance un poco la física cuántica, que según Brain ya le falta poco.


(1) Me río yo de los juicios rápidos
(2) En este mundo cruel nadie regala nada

Sección-Sapos y culebras

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sábado, septiembre 03, 2005

La ladilla

En el mundo laboral, fiel reflejo de la naturaleza, también existe la ladilla(1) . Esta variedad de parásito se acopla en las partes más íntimas de su superior inmediato, acompañándolo allí donde éste fuera. Como todo parásito, carece de autonomía para su subsistencia y precisa alimentarse del ser en el que se aloja. De él obtendrá las prebendas, los sobres y el trato de favor. No todas las ladillas tienen las mismas motivaciones para ejercer su función. En un extremo tenemos a las que llegan por el camino de la incompetencia y en el otro a las que lo alcanzan por la vía de la ambición.

El incompetente, una vez que descubre que no es capaz de hacer nada a derechas y su fama empieza a trascender, no tiene más remedio que buscar refugio y protección permanente, instalándose como ladilla en su jefe, permaneciéndole fiel mientras que el cargo dure. Esta ladilla no es contagiosa, salvo que se vea en la necesidad de buscar otro refugio. Su valor añadido es escaso, las misiones que se le encomiendan son las mínimas dada su naturaleza multiplicadora de problemas como los panes y los peces del evangelio. Sin embrago, tendrá una capacidad casi infinita de reír los chistes al jefe, si éste tuviera sentido del humor, o tenerle al tanto de todos los cotilleos de la empresa.

El ambicioso, no puede esperar a recoger los frutos de su trabajo cuando estos estén maduros. Su impaciencia hace que atroche por un camino más corto, a pesar de poseer autonomía en el ecosistema laboral para subsistir. Es pues un parásito motivado más por interés que por la necesidad, pero al final, víctima de la ambición, este interés se trocará en necesidad. Esta ladilla, dotada de inteligencia, además de reír los chistes de su jefe es capaz de entretenerlo con los suyos. También puede desarrollar un trabajo con bastante solvencia a la vez que trae y lleva los chismes que sean menester. Pero lo bueno no dura siempre, esta ladilla lleva escrita en la frente la traición: abandonará a su jefe en cuanto encuentre otro mejor. Es por tanto una variedad de ladilla contagiosa porque aprovechará las relaciones más íntimas de su inmediato superior para dar el salto.

Los jefes están encantados con sus ladillas porque, al contrario que en la Naturaleza, en el ecosistema laboral es un síntoma de distinción social. No se conoce el caso de que sientan ninguna molestia, ni que hayan intentado eliminarlas, simplemente porque no los consideran parásitos, sino sus más estrechos colaboradores. El motivo de esta ceguera se llama vanidad, que actúa como unas gafas que filtran los intereses más interesados a la vez que refuerzan la autoestima y el ego de los jefes.

Cuando los que mandan pierden su condición de poder quedan libres de ladillas, sintiendo un gran vacío más que un descanso. En esos momentos de soledad, la reflexión hace que la vanidad se desvanezca y que empiecen a vislumbrar que esa fauna laboral que los rodeaba constantemente no eran más que parásitos de su cargo. Lo más terrible es su ego hendido por el rayo de la verdad, que les muestra tal como son: unos sosos que no tienen amigos.

Aunque se tiene tendencia a despreciar a las ladillas, no hay que olvidar que realizan una función social: aportan autoestima y compañía a los jefes, mientras estos lo son, lo que se traduce en bienestar para el resto de los colaboradores.


(1) En entornos anglosajones se les llama Yes man o de una manera más gráfica: brown nose.

Sección-Fauna Humana

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jueves, septiembre 01, 2005

El reset

Según la Biblia, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. La labor de Dios la continuaron las mujeres, que siglo tras siglo, de forma inconsciente, son capaces de gestar en su vientre la vida humana. No hay nada tan sencillo y tan bonito como alojar una vida para traerla a este mundo que si bien no es perfecto, tiene algunas cosas por las que merece la pena vivir.

Cuando el hombre(1) empezó a jugar a ser Dios, creó los ordenadores, también llamados computadores. La limitación de recursos impidió a los hombres seguir los pasos de Dios y se circunscribieron a simular un cerebro humano(2). Por tanto, un ordenador es fundamentalmente un compuesto de memoria y capacidad de proceso que intenta emular el comportamiento de esa masa gris que escondemos bajo el peinado.

Para muchas personas el ordenador ha pasado a ser el compañero de fatigas, tanto en el trabajo como en casa. Se le habla, a veces con cariño otras de malos modos, se comparte mucho tiempo con él y no se concibe la vida sin su ayuda. Pocos conocen cómo funciona un ordenador por dentro y cuales son sus principios fundamentales. Lo que se ve por fuera son unas ventanas con vida propia, cada una ejecutando un programa, un teclado y un ratón con el que mangoneamos al ordenador que casi siempre nos obedece. Digo "casi siempre", porque a veces se colapsa y empieza a funcionar despacio, despacio, hasta casi pararse.

Los programas no son perfectos, van robando poco a poco pedacitos de memoria del ordenador disminuyendo su capacidad de proceso efectivo(3) hasta límites que la paciencia no puede soportar. En ese momento es cuando se decide cortar por lo sano y hacer un "reset", cuyo significado como bien indica el glosario de Terminología Informática Tugurium, es la función hardware o software que lleva al ordenador a situarse en un estado inicial, restaurando todas las variables y dispositivos con sus valores iniciales. En esto, los ordenadores emulan perfectamente al cerebro humano, que también se colapsa, aunque por otros motivos.

El cerebro humano no tiene programas que mermen sus recursos, a cambio alberga otras entidades, no sabemos dónde, como el miedo, la ansiedad, la ambición, la vanidad..., que disminuyen considerablemente la capacidad de análisis y hace que no razonemos con claridad. Lamentablemente, a Dios se le olvidó poner un botón de "reset" en nuestro cerebro y es muy difícil volver a una situación inicial en caso de síncope. No obstante, subyace algo parecido a un ¡BASTA YA!, que nos permite salir del colapso cerebral ante situaciones límite. Lo malo es lo mucho que se sufre hasta que se llega a ese punto, pudiendo haber "reseteado" cuando empieza la distorsión.

Los hombres crearon un mecanismo para que los ordenadores no se puedan colapsar llamado "wacth-dog", que se puede traducir como "perro guardián" y que en algunos casos se le llama familiarmente "perro". Este mecanismo consiste en que el ordenador debe acceder a una posición de memoria con una frecuencia determinada y si no lo hace se le supone demencia computacional y se le aplica automáticamente un "reset" para que vuelva a su ser. Esto, que en principio parece sencillo, da lugar a eternas discusiones entre los diseñadores de ordenadores sobre el circuito de reset ya que siempre se plantea quién resetea al reset, en línea con la duda existencial de qué fue primero, la gallina o el huevo.

Dios tampoco puso el mecanismo de "wacth-dog" en nuestro cerebro, como consecuencia han surgido profesiones como la Psiquiatría o la Sicología que intentan aplicar paños calientes a las mentes colapsadas, pero que desconocen cómo suministrar un "reset" en toda regla. Por eso, para no llegar a situaciones límite, es preciso utilizar mecanismos de "wacth-dog" preventivos. En vez de acceder a una posición de memoria con una frecuencia determinada, se deben realizar, cada uno con una cadencia determinada, algunas preguntas como:

¿Me siento bien con lo que hago?, si se responde negativamente, se debe pasar a las siguientes preguntas: ¿por qué lo hago?, ¿para qué lo hago?, ¿qué pierdo si no lo hago?. Si en ese punto se percibe un cierto alivio al comprobar que se está en un callejón, pero que tiene salida, es el momento del "reset", de volver a empezar de nuevo, sin miedo.


(1) Hablo del hombre en el sentido genérico, pero fue una mujer Lady Ada Byron, hija del ilustre poeta Lord Byron, quien inventó el concepto de programa de ordenador. Si el lector tiene interés, puede encontrar más información sobre ella en http://www.cs.yale.edu/homes/tap/Files/ada-bio.html
(2) De hecho, uno de los nombres que reciben los ordenadores es "cerebro electrónico"
(3) Aplicando el refrán "al perro flaco todo se le vuelven pulgas", cuanto menos memoria tenga el ordenador, más programas se ejecutarán para suplir esta carencia dando como resultado que el ordenador va cada vez más lento

Sección-Reflexiones

¡¡Ni me menees!!