La primera página de la Fuga en Do, BMV 846, a cuatro voces, de Juan Sebastián Bach. Das Wohltemperierte Klavier, Teil I, Urtext, G. Henle VerlagLos grandes momentos en la vida de cualquier ser humano pueden ser públicos o íntimos. A veces se trata de una boda o el nacimiento de un hijo, el triunfo en alguna justa deportiva o en una elección, o el momento en que vimos, por primera vez, a la persona de la cual nos enamoraríamos inexorablemente. Hoy, 9 de abril de 2008, tuve uno de esos momentos. Lo siento tan íntimo que el hecho en sí poco o nada importará a los demás seres humanos. Pero el fenómeno, el hecho de haber alcanzado un hito y de poder incluso rebasarlo, sí puede ser importante para cualquiera, para todos.
Hoy, por primera vez, tras semanas de aprendizaje, pude tocar de memoria, de principio a fin, sin interrupciones y sin errores, la primera fuga del Clave bien temperado, libro I, de Juan Sebastián Bach. Sé que aún falta mucho para que yo pueda tocar la pieza como Dios y el Maestro mandan, pero aquí ha sucedido algo extraordinario.
La pieza es, en sí, un portento de la literatura musical de Occidente. No es extensa. Tiene apenas 27 compases. No dura mucho más allá de tres minutos cuando se toca a ritmo andante, ni rápido ni lento. En la versión de Friedrich Gulda que tengo, su duración es de tres minutos con 10 segundos, nada en comparación con las grandes sonatas de Haydn, Mozart, Beethoven o Schubert. Pero esta pieza, por algo, se enseña en todas las clases de teoría musical en todos los conservatorios del mundo.
En primer lugar, lo que es obvio: se trata de una fuga. Es probablemente la más majestuosa jamás compuesta. Después de la muerte de Bach, la fuga —como forma— cayó en desuso y aún más: en descrédito. Los nuevos compositores tendían a considerarla una forma anticuada, arcaizante. Fue Beethoven quien la volvió a traer al centro del foro con su Grosse Fuge en Si bemol, opus 133, compuesta en 1825-26. Podemos agradecer el redescubrimiento de Bach como compositor, sin embargo, a Félix Mendelssohn, quien hizo lo imposible para desenterrar y reestrenar la Pasión según San Mateo tres años después, el 11 de marzo de 1829. Sólo después de ese concierto con la Singakademie, bajo la batuta de Mendelssohn, empezó a figurar Bach como el patriarca que en realidad es.
Este monstruo escribió dos libros de preludios y fugas, fechados con 22 años de diferencia entre el primero y el segundo (1722 y 1744, respectivamente), y hoy en día consideramos ambos como el Clave bien temperado I y II. Cada libro posee 24 preludios y 24 fugas, escritos en todas las tonalidades desde Do a si menor. Por si esto no fuera suficiente para establecerlo como el gran maestro de esta forma, Bach también escribió el Arte de la fuga, que empezó en 1742 pero que aún no había concluido cuando murió en 1750.
Las fugas del Clave bien temperado no son fáciles. Cuenta la leyenda que cuando sus alumnos se desesperaban con tanto ejercicio técnico, Bach les ponía piezas deliciosas, como las Kleine Präludien und Fughetten o las Inventionen a dos voces y las Sinfonien a tres. Aunque estas piezas tampoco pueden considerarse como fáciles, no poseen la gran complejidad de las fugas de Das Wohltemperierte Klavier. Y el compositor las empleó a fin de preparar a sus hijos y demás pupilos para los rigores del Clave y para toda la gama de dificultades técnicas que pudieran encontrar. Hasta la fecha se dice que si se puede tocar a Bach (entiéndase el Clave bien temperado), se puede tocar lo que sea.
Una de las cosas que más me impresiona de Juan Sebastián Bach es el hecho de que nunca dejó de ser maestro, aun cuando creaba lo que nosotros consideramos ahora como las grandes catedrales de la música de todos los tiempos, como sus misas, el Clave…, sus dos ciclos de cantatas, y las otras obras maestras que ya he mencionado. Siempre se vio como maestro y nunca perdió de vista su papel como pedagogo. En otras palabras, el compositor más grande de todos los tiempos siempre tuvo la humildad de enseñar a quienes sabían menos que él.
Volvamos a esta primera fuga del Clave bien temperado. El musicólogo Joseph Kerman, profesor emérito de la Universidad de California en Berkeley, escribió lo siguiente en su libro The Art of Fugue [University of California Press, 2005, 174 pp.]. Lo pondré en inglés y enseguida hallarán la traducción al castellano:
In spite of the technical prowess that one might suppose this fugue was meant to demonstrate, as the flagship fugue of The Well-Tempered Clavier, more than one commentator has exclaimed over its natural, spontaneous quality and quiet eloquence. Certainly the piece wears its learning lightly. What it really demonstrates is that learning and eloquence are not mutually exclusive: a fundamental lesson. Bach, “the deepest savant of contrapuntal arts (and even artifice), knew how to subordinate art to beauty,” a leading literary journal declared in 1788. (The anonymous writer was almost certainly Carl Philipp Emanuel Bach.) p. 4.
A pesar de la pericia técnica que esta fuga supuestamente debía demostrar, como la más representativa del Clave bien temperado, más de un comentarista se ha maravillado con su cualidad natural y espontánea, amén de su discreta elocuencia. Sin duda, la sabiduría de esta pieza no hace aspavientos. Lo que demuestra en realidad es el hecho de que la sabiduría y la elocuencia no son mutuamente exclusivos: una lección fundamental. Bach, “el maestro más sabio de las artes contrapuntísticas (y aun de sus artificios), sabía cómo subordinar el arte a la belleza”, se declaró en una revista literaria de prestigio, en 1788. (El escritor anónimo fue, casi puedo asegurarlo, Carl Philipp Emanuel Bach). p. 4.
Yo no soy pianista profesional ni muchísimo menos. A pesar de que tomé clases cuando era niño, lo dejé a los 10 años sin haber avanzado gran cosa. Me convertí, como muchos, en melómano. Hace casi cinco años volví a estudiar, ahora seriamente, con el maestro Julio Gutiérrez, quien me volvió a familiarizar con la teoría y la práctica de la música en general, y el piano en particular. A él le debo muchísimo.
Hace un par de años, en un viaje relámpago a Nueva York, compré los preludios y fugas de Bach en la librería de la Julliard School en Lincoln Center, pero sentía que aún me faltaba mucho para poder hacerles justicia. Pero hace un par de meses, más o menos, me hice a la idea de aprenderme todo el ciclo de do en el primer libro: cuatro piezas, dos preludios y dos fugas, en tono mayor y menor. De estas cuatro piezas, la más difícil, con mucho, es la fuga en Do (mayor). Por eso la ataqué primero. La seduje. La conquisté y la hice mía. End of story, como habría dicho Tony Soprano.
Y soy enormemente feliz. Quería compartirlo con alguien.