jueves, 7 de diciembre de 2023
Presentación de Lírica industrial y Equipos de respiración subacuática
sábado, 4 de noviembre de 2023
Presentación en Cartagena y Molina
Recojo aquí unos imágenes de las presentaciones de Diario oblicuo en Cartagena, en la librería La Montaña Mágica, el 4 de noviembre de 2024, presentado por el poeta y amigo José Alacaraz y en Molina, el 22 de febrero dentro del ciclo Las noches del Nonagonal (MUDEM) acompañado del músico Miguel Baró.
jueves, 12 de octubre de 2023
Reseña de Arturo Tendero en su blog El mundanal ruido. Octubre 2023
Arturo Tendero
«Hace un calor asfixiante. / Parece que estemos perdidos / en un océano de palabras confusas y oscuras».
Antonio Aguilar Rodríguez (Murcia, 1973) ha construido este poemario hilvanando las anotaciones de un día sobre otro. Ha usado el taller como motor de la escritura y lo reconoce desde el título. También en algunos pasajes: «Esta manera de escribir diariamente / no deja de tener algo de dripping. / Pienso en Jackson Pollock / dejando que la brocha gotee…». Por afinidad, alude a otros escritores que han usado la misma fórmula, como el Margarit póstumo de Animal de bosque. Aguilar es un poeta de los que tratan de capturar el tiempo, de salvar en sus poemas la vida que fluye con la luz del mundo, sin dios y sin que nadie se percate de ella. Arriba está la luna y abajo nosotros «y estas incomodidades que llamamos vida». Este afán se condensa en «Resina», un poema que aprieta el beatífico presente dentro de una gota de resina que con el discurrir de los siglos alguien podrá apreciar convertida en ámbar: «Salvo por el canto de unos pájaros / todo parece / sumido en la quietud / de una resina fresca». Como escritor y profesor, Aguilar es también un lector aplicado que integra las lecturas en su vida, o en su aspiración de vida: «nunca he visto luciérnagas salvo en los libros». Tanto como la metapoesía, la lectura es una actividad que aflora muy a menudo en estas escenas cotidianas: «trazo una marca con mi lápiz / sobre las páginas que leo / y a las que volveré. / Migas de pan». En la lógica variedad de los poemas, destacan especialmente aquellos en los que expone dos sensaciones, a veces de pasado y presente, y las va alternando hasta que se pierde el contorno y estalla la expresión. Él mismo formula el sortilegio: «como los sentimientos, la vida gana / cuando los límites se vuelven imprecisos». Ocurre, por ejemplo, en «Zagajewski» y en evocaciones familiares como «Linotipistas» o «Pájaros y lluvia»: «Y pienso en mi abuela, / sorteando los charcos de la posguerra. / Una niña que arroja a escondidas / las mondas de naranja, / para que nadie sepa / qué hambre las robó».Reseña De Francisco J. Díez de Revenga en La Opinión de Murcia. 6/10/2023
LA LUZ DE LAS PALABRAS
Entre Letras
Francisco Javier Díez de Revenga
Antonio Aguilar Rodríguez (Murcia, 1973), tras una sólida trayectoria como poeta prudente acaba de publicar en Huerga y Fierro (La Rama Dorada) su último libro de poemas, Diario oblicuo, que reúne un centenar de poemas agrupados en cuatro amplias secciones numerada con romanos. Lo cierto es que todo el libro se muestra fuertemente cohesionado porque descubre las reflexiones de un caminante detenido en el tiempo, que observa su alrededor y recapacita sobre el sentido de la existencia, entrando en la madurez, cuando la memoria, los recuerdos, las vivencias lejanas, recuperadas con una serena emoción, descubren trozos de una existencia que han de atraer al lector. Porque todo es posible en este diario oblicuo y todo penetra en sus páginas como objeto de evocación de existencia, porque cada una de las estancias de este diario constituye una consagración del tiempo recuperado desde los recuerdos y la memoria. Si la cohesión del libro está garantizada por la compacidad de esos objetivos, no está reñida con la expresiva variedad de las representaciones que construyen el intenso y bien nutrido universo poético de este libro.
Un libro que se titula diario, aunque ese diario sea oblicuo, es un libro que ha de contener en sus páginas el sentido del tiempo revelado en el trascurrir de los días evocados en cada uno de sus poemas, porque, en efecto, los días protagonizarán reflexiones para revelar los cambios acaecidos a consecuencia del tiempo y de la edad de un poeta que inevitablemente está entrando en una fecunda madurez. El día, la noche, la luz, unos paisajes familiares, espacios que sobrevienen con las sucesivas evocaciones, ponen todos de manifiesto que el poeta quiere legar fragmentos de su existencia envueltos en las escenas retenidas del paso de los días, desde su propia infancia a la infancia creciendo de su propio hijo, protagonista de algunas de las estancias. Porque de lo que se trata es de ver pasar el tiempo y el mundo a través de la ventana y descubrir que todo merece ser retenido y eternizado por una palabra tan fértil como la de este poeta tan original.
El lector recorrerá las estancias de este libro acompañado de muchos personajes que han enriquecido la vida intelectual, el mundo y el pensamiento del escritor, como si fueran dioses protectores, manes que comparecen porque contribuyen con su estela a entender el mundo, aunque sea con las gotas con las que se construye una pintura mítica, o los dibujos japoneses de un artista enigmático, mientras suena el Bolero de Ravel, con su aceleración, desde la batuta insolente de Frank Zappa, y contraste con la evocación de los versos indelebles de Leopardi o Emily Dickinson, plenos de sosiego y sentimiento. Es el mundo propio del poeta en el que se divisan los retratos de sus héroes particulares, cada uno evocado con una devoción especial.
Le interesa a Antonio Aguilar, poeta y desde luego filólogo y profesor de Lengua, investigar sin descanso sobre el milagro de la palabra, sobre la labor y la función ser poeta, el sentido de los nombres o la indagación de la metáfora exacta. Muchas de las composiciones de este libro descubrirán la metapoética implícita de un escritor anonadado ante el milagro de la escritura y la afirmación de la eternidad de un verso, indeleble como un tatuaje, surgido del chispazo instantáneo que enciende con su palabra el poema. Porque a la poesía atribuye nuestro autor la capacidad de detener el tiempo, aunque sea tan solo un instante, como en un parpadeo, porque luego la vida continúa. Conjuntar las letras para crear mundos nuevos y para revelar la necesidad imperiosa de decir y de escribir diariamente, como muy bien surgiere el título de este libro, como diario oblicuo. Porque ser poeta es vaciarse y ser poeta es ser otros, y seguir viviendo y seguir leyendo hasta alcanzar el mundo alumbrado con la luz de las palabras.
La vida continúa hasta el final y la realidad del designio la conoce bien el poeta que acaba de leer a Francisco Brines y sabe que hay un destino al que se ha de llegar imparablemente. Por eso no ha de extrañar al lector que también la muerte esté presente en este diario, porque el trascurrir de las jornadas conduce imparablemente a su final, tal como en otro poema se avisa; y es que tras la luz y cuando esta se extingue viene la noche. Son evocaciones de autenticidad que dotan poesía de este Diario oblicuo de mucha verdad, que solo es posible conseguir cuando el poeta protagoniza su propia historia y hace suyo el dolor de sentir trascurrir los días que construyen este hermoso poemario.
Entrevista en La verdad de Murcia. 9/10/2023
Antonio Aguilar: «La escritura es mi yoga»
El autor presenta este lunes su nuevo y «más personal» poemario, 'Diario oblicuo', en la Feria del Libro de Murcia
Su propósito era «más modesto». Quería demostrarse que «pese a todas las premuras de la vida cotidiana se podía escribir poesía. Decidí, además, buscar el ritmo de los poemas en otros espacios en los que aún no había transitado, dejé la métrica relegada al oído, a la intuición». Y un día, de repente, descubrió, «citando a la gran poeta portuguesa Ana Luisa Amaral, que todo es poetizable». Y aquí están estos nuevos poemas. «No he escrito un libro más personal que este 'Diario', que pese a todo es oblicuo, por necesidades del guión», asegura.
Agujero negro
Su admiración por la poesía de Ana Luisa Amaral, fallecida en 2022, y a la que el festival poético Deslinde de Cartagena le rindió homenaje en 2021, le llevó a incluirla en estos versos de 'Agujeros negros': «Dice mi hijo que un agujero negro puede con todo y Ana Luisa Amaral que todo ese todo es poetizable. / A bordo de su cama orbitamos por el espacio interior. Como agujeros negros nada puede con nosotros».
–¿Por qué escribe?
–La escritura es mi yoga, la forma de poner mis cosas en claro, así es que en primera instancia escribo para mí, y luego para un público no definido; es decir, un público no experto, no literario, ni necesariamente iniciado en el mundo de la poesía.
–¿A qué está atento?
–Me preocupa que no estemos realmente preocupados por dejarles a nuestros hijos un mundo más habitable, y que no nos hagamos cargo de las consecuencias de nuestras acciones.
–¿Presente qué tiene?
–Mis orígenes, por ejemplo. No renuncio a la mirada al pasado, no necesariamente nostálgica. Yo nací en el barrio de Los Rosales de El Palmar, y llegué a trabajar allí como profesor de instituto durante once años. Los alumnos de este barrio no siempre tienen las mismas oportunidades que todo el mundo. Ahora que vivo en una zona de Murcia medianamente acomodada, de gente acomodada, no puedo olvidarme de la existencia, apenas separados por cuatro o cinco kilómetros, de dos mundos con una realidad tan distinta. Me inquieta mucho la desigualdad, la injusticia que conlleva. Me preocupan las circunstancias en las que mucha gente sigue viviendo, y reconozco que desde que fui padre, el futuro me preocupa mucho más, y no tanto por mí; yo tengo ya la vida más o menos solucionada, y voy entrando en una edad en la que podría ir relajándome un poco y que ya me diesen más igual muchas cosas, pero no me lo puedo permitir porque tengo un hijo y tengo que hacer lo posible para que el mundo no se vaya a la mierda. En mi mano está, al menos, procurar no ser egoísta, porque creo que como generación sí lo estamos siendo.
–Algunos de los mejores poemas de 'Diario oblicuo' están dedicados a su hijo, precisamente.
–Alonso va camino de cumplir once años. En esos poemas hablo de mi relación con él y del hecho de intentar también ver el mundo, con una mirada diferente, a través de él.
Complicidad
–¿Y cómo es esa relación?
–Pues hoy no muy buena, porque estamos un poco enfadados [risas], pero en general excelente. Tengo con él una relación de gran complicidad, porque necesita en determinados espacios un poco de ayuda. Existe entre los dos mucha empatía, pero yo intento, y eso es algo que debo reconducir un poco, ponerme a su nivel como amigo, y él mismo, desde que era muy pequeño, algo que me hacía mucha gracia, me decía a veces: 'Tú eres mi padre, pero no eres mi amigo'. Y ese aviso me viene muy bien, porque está claro que se está formando y que como padre tienes que ponerle límites, aunque te cueste.
–¿Logró vivir en paz?
–Yo no he llegado a vivir en paz, ni me atrevo a decir que he encontrado la felicidad, lo que siento es que vivo en equilibrio, y que cuando llegue justo lo contrario voy a tener el aplomo de buscar la forma de seguir siempre adelante.
–¿Qué le ayuda a usted tomar decisiones?
–Cuando voy a hacer algo, sigue apareciendo en mí el niño pequeño que fui, el que piensa en cómo mis padres van a percibir lo que hago. Estoy dentro de una línea que va del antes, mis padres, al ahora, mi pareja y mi hijo. Quiero que todos ellos estén bien con mis decisiones y mis actos, y me gusta que se sientan orgullosos de mí. Mis padres están teniendo una vejez muy feliz, con sus achaques pero muy agradable, y eso es todavía mejor que si les hubiese tocado la Lotería.
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sábado, 30 de septiembre de 2023
Texto presentación de Diario Oblicuo
UNA LECTURA OBLICUA
A propósito de la publicación de diario oblicuo de Antonio Aguilar Rodríguez
Huerga & Fierro. Colección la rama dorada.
ANA PÉREZ Y SONIA ANGUIX
(Nº 12 de la Revista Individualia)
“La belleza es inasible sin las palabras. Cosas y palabras se desangran por la misma herida”.
Octavio Paz
Diario oblicuo es un poemario de la experiencia, donde el poeta, en el ecuador de la vida, transita por un universo plagado de recuerdos, evaluando la idoneidad del sentimiento pasado con la impresión expresiva del presente. Mediante un estilo sencillo, asistimos a reflexiones pseudofilosóficas, a poemas de corte narrativo donde pasado y presente confluyen para, acaso, intuir el futuro incierto.
Pero con todo, la poesía de Antonio Aguilar no puede encasillarse en generaciones o movimientos de forma estricta. Es una poesía que se escapa, como el pájaro que revolotea sobre un parque a la espera de atrapar los pedazos de pan que se caen del bocadillo de un niño. Un niño que corre sin mirar atrás, porque no tiene miedo, con la seguridad del que se sabe arropado por las palabras de aliento que vendrán si sucede la caída. Ese pájaro y ese niño libre esconden la esencia de la poesía que nos ocupa.
Una poesía sugerente y llena de conexiones y símbolos.
Nos encontramos con un poemario caracterizado por tratar temas cotidianos, por activar la reflexión sobre la vida y la experiencia humana desde una perspectiva individual y única, que no requiere de copias ni de imitaciones perfectas, sino de la observación de lo aparentemente insignificante que rodea al escritor.
Se distancia de ese modo de tendencias más abstractas que predominaron en décadas anteriores, y busca conectar con el lector a través de la desnudez de su expresión poética.
EL VOLCÁN
Hemos venido unos días a la costa
como cada año desde hace tantos años.
Tras el volcán se anulan las comunicaciones.
Un ruido blanco fluye por los auriculares.
Algunas veces escuchamos palabras sueltas
que apenas dan para una narración coherente.
Llega con algo más de nitidez la música
y las emisoras se solapan
como tormentas de verano.
También vivir aquí está fuera del tiempo,
es un paréntesis entre dos nadas.
Las antenas no son más que la expresión de un deseo.
No hay señal.
El mundo ha dejado de ser el significante
de algo sin significado.
En la línea de Ángel González, García Montero o Felipe Benítez Reyes, Diario Oblicuo presenta una poesía que tiende a utilizar un lenguaje claro y accesible, a menudo evitando la complejidad lingüística y las metáforas oscuras. En lugar de ello, el poeta se centra en la comunicación directa de emociones y pensamientos, haciendo hincapié en la sinceridad y la autenticidad que conducen a la verdad:
“La tarde es una piedra de ámbar
Detenida en el tiempo”.
Podríamos trazar como ejes vertebradores de la poesía que nos ocupa la poeticidad de la cotidianidad, que encuentra la belleza en lo aparentemente insignificante. En la contemplación de una tarde, no sabemos si de primavera o de otoño, o de una bandada de aves que cruza la página antes de la noche…
La familia ocupa un lugar esencial en esta poesía testimonial de lo vivido. Así, encontramos versos dedicados al recuerdo de unos padres solícitos, sacrificados y prudentes, de una abuela marcada por la vileza de la posguerra y, como no, la presencia del hijo. El amor filial, el más puro y gratuito, que engrandece al progenitor.
AMOR
Ver a tu hijo correr
ensimismado, dando brincos,
un ejercicio físico inconmensurable,
como su amor.
Él cree en ti ciegamente,
cree en ti de una manera
en la que tú,
salvo en la infancia,
nunca has creído.
Si quiere,
puede cerrar los ojos y correr.
No pide nada extraordinario,
simplemente que estés ahí
que abras los brazos,
que lo sostengas.
Otra de las señas de identidad de Diario oblicuo es la presencia, latente en cada verso, de la metapoesía. Ese diálogo eterno que establecen los escritores y sus textos entre sí permite crear conexiones intertextuales y dibujar la línea lectora del poeta.
Se cuelan entre los versos las palabras de Adam Zagajewski, de Lorca o de Jiro Taniguchi en forma, estas últimas, de luciérnagas que revolotean más extrañas que inciertas… con los que convierte la lectura en un acto puro y sugerente; cierto e inspirador.
De la mano de lo metapoético surge el escritor que se debate entre la claridad de la luz y la oscuridad de la noche. Es precisamente en la presencia de la naturaleza donde es fácil identificar la huella de Juan Ramón Jiménez, tanto a nivel estilístico como reflexivo:
Hay una relación entre el paisaje y las palabras (...)
una correspondencia,
entre la necesidad de decir y lo dicho,
entre la necesidad de aprender y lo aprendido,
se encuentra la verdad.
Confluyen entre sus versos el tiempo pretérito y el presente (como Lorca hiciera en su Romancero), desde el que se vislumbra un futuro edificado sobre los avances científicos y tecnológicos. Un futuro soñado en el que la ciencia esté al servicio de la poesía:
“Tal vez dentro de muchos años alguien
pueda extraer el ADN de este momento”
Una idea de progreso que nos puede llevar al vanguardismo … ese tendido eléctrico que invade la vida natural, en el poema Invisible, y que me lleva a evocar versos futuristas. Esa denuncia de la apariencia … “la apariencia es una forma/de la invisibilidad” que nos conduce al barroco y quizá cuestiona el progreso esencial del ser humano. El ser que modifica/moderniza la apariencia, masapenas cambia en la esencia.
“Llevan vaqueros y chaquetas quechua
los pastores. El mundo se ha globalizado,
hasta la noche que cae
como una lluvia fina
es la misma noche en todas partes”
De todos los temas que venimos comentando destacamos el recuerdo, que enfrenta a la voz poética con sus paraísos perdidos…
Alejado de la experimentación lingüística, Antonio Aguilar afronta con madurez el recuerdo de lo que fue y lo que lo define; observa con serenidad, buscando una conexión directa con el lector.
El recuerdo de lo vivido justifica la narratividad de algunos poemas, con los que nos cuenta lo importantes que eran las palabras en casa de sus padres o cómo lucía su abuelo en una fotografía vestido de militar. Poesía narrativa también para evocar el tiempo de la infancia, para recrearse en el tiempo que escapa al tiempo, el instante detenido en el que sólo cuenta la mirada del yo poético… ese romper con la dimensión temporal sólo al alcance del arte, esa eternidad de la palabra, la inmortalidad de la obra, dado que “sólo perdura entre los dedos/ la dispersión del lenguaje”, y así “descubrir la eternidad de un verso”. Todo ello sin olvidar el poder de la palabra como testimonio veraz en aras de la denuncia de la imprecisa memoria, al estar estasometida a la voluntad del deseo “El deseo reescribe como un poema el pasado”, apunta la voz poética.
CAMINO DE LA ESTACIÓN
En la niebla de la vida
hay un recuerdo persistente
de una tarde lejana ya,
unas imágenes captadas
como a través de una cámara antigua.
Los pasos se deslizan por la calle
de un pueblo de la costa inglesa.
No es tanto un texto narrativo
como la yuxtaposición
de pequeñas secuencias.
Y extrañamente siempre vamos juntos
cuando faltan aún varios años para conocernos.
El deseo reescribe como un poema el pasado.
La verdad es el aire del mar en las últimas calles
antes de adentrarnos en la estación.
La consciencia de lo perecedero se cristaliza en poemas impregnados de reflexiones filosóficas para evidenciar la certeza de la pequeñez humana, de nuestra mortalidad, de nuestros límites. Destacable es esa bella apuesta de medir el discurrir temporal con libros. “Los días se miden por libros” apunta la voz poética en “El fruto de la muerte”.
Lo imperecedero queda reflejado en textos donde el eterno presente surge con fuerza para que el vértigo de la existencia sea más llevadero, tal y como ocurre en “La verja”.
“Y con la primavera, otro año más,
Perséfone traspasa
la puerta y se reclina
sobre sus sueños
con un gesto profundo
de gratitud.”
La soledad, tema recurrente y atemporal que atormenta la existencia humana, es paliada gracias a la literatura. Literatura compañera de vida, definida por la voz poética como “un meteoro en ese gran vacío de la nada”.
“Ocupas una mesa
y un libro descansa sobre ella.
La autora posa
en una foto en blanco y negro.
Hay cierta afinidad entre la lectura y el día.
No te sientas solo.”
Soledad elegida ante la pérdida de alguien querido, claros tintes manriqueños,
“Decides no cerrar esta soledad.
No terminarla nunca, nadie, no.”
Soledad consecuencia de carencias afectivas infames, pues “No todo lo que crece tan alto tiene raíces”, leemos en el poema “El niño del chubasquero amarillo”.
No podemos terminar nuestra incursión poética sin tratar el tema de la profesión.
Y, cómo no, compañero del alma, compañero, reflejas el oficio del magisterio en “Correcciones”, donde te recreas en las dudas y miedos que acechan al buen maestro, culpando al tiempo por tejer barreras entre tú y tus alumnos; algo que también me pasa. Lo que sucede, querido compañero, es que como bien dices en “Folios”, “A veces el exceso se vuelve una pequeña condena”,exceso de vocación en este caso.
CORRECCIONES
Tienes delante de ti una treintena de exámenes.
Lees uno tras otro y enmiendas
algunos errores de ortografía,
haces listas de conceptos que faltan
o que no han sido expresados con claridad.
Piensas en sus vidas,
en si sería tan fácil subrayar los errores
o aquellos aspectos que, aun no estando mal,
podrían estar mejor, de otra manera,
y si tú serías la persona apropiada para censurarlos.
El tiempo es un amigo ingrato que te ensucia
la mirada y enturbia tu comprensión
de la vida. Lo que te aclara sobre los libros,
sobre las nociones de lengua que explicas
año tras año en la pizarra,
te lo resta de la cercanía con tus alumnos.
Quizás es eso que llamamos salto generacional.
Tengo la vista cansada
y echo de menos unas gafas
para poder ver con claridad lo que miro.