Y la casualidad, que es la décima musa, quiso un hermoso final (un fue, un es y un será fordiano) para la historia de Suna.
Mostrando entradas con la etiqueta Historia de Suna. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Historia de Suna. Mostrar todas las entradas
domingo, 19 de marzo de 2017
domingo, 12 de marzo de 2017
Suna a las veintitrés
Asesinada en su paseo mañanero por un pitbull (con cables cruzados de rottweiler) suelto, Suna volvió a casa por última vez a mediodía. Vino en una caja de cartón. Acostumbrados a su estridencia vital de fierecilla indomada, conmovía aquel silencio de cartonaje veterinario. Otra vez la caja de música del nuevo auto-retrato del poeta:
Un niño es una fiera... Y yo era un niño el día
en que me hicieron la primer fotografía.
Mi padre, que era un clásico, sabía, por Orfeo,
cómo amansa las fieras la música...Yo creo
que -instrumento inconsciente del destino- entre todos
hallaron, de aquietarme procurando los modos,
el libro-caja de música en que apoyada
mi sien se ve. La música me sirve de almohada.
Rubio y tierno, de dulces ojos, cara redonda,
el alma toda albor y la guedeja blonda,
aparezco en aquel retrato, calladete,
escuchando encantado el dulce soniquete.
Con melancolía ladeábamos también ahora la cabeza.
¿Todos -pregunta el funebrista- tenemos el oído pendiente de una canción lejana que el ruido de los hombres, de nuestros propios pasos no nos dejan oír exactamente? ¿Será, Dios mío, una misma canción? Es probable que la idea final del hombre que muere sea la de que va a nacer. Y esa música sea la nana dulce del pobre niño que todo hombre lleva dentro martirizado por el hombre que lleva fuera.
¿Todos -pregunta el funebrista- tenemos el oído pendiente de una canción lejana que el ruido de los hombres, de nuestros propios pasos no nos dejan oír exactamente? ¿Será, Dios mío, una misma canción? Es probable que la idea final del hombre que muere sea la de que va a nacer. Y esa música sea la nana dulce del pobre niño que todo hombre lleva dentro martirizado por el hombre que lleva fuera.
domingo, 5 de marzo de 2017
Suna a las veintidós
Fue la última vez que Suna pudo asomarse al claro del bosque, y no estaba el ser -¡ni el pastor del ser!- que buscaba. Entonces, Julio Torri, con su vaso de agua limpia: "Un paisaje del cual se sale, en que todo se empequeñece y se pierde. Eso es la vida".
-La vida se va quedando atrás como el paisaje que se contempla desde la plataforma trasera de un coche de ferrocarril en marcha, paisaje del cual va uno saliendo. Algún elemento del primer término pasa al fondo; el árbol airoso cuyo follaje recortaba las nubes va reduciendo su tamaño a toda prisa; el caserío, en el recuesto del valle, con su iglesita de empinada torre comienza a borrarse al trasponer la ladera; el inmenso acueducto huye de nosotros a grandes zancadas.
Después, la noche sin vuelta.
domingo, 26 de febrero de 2017
Suna a las veintiuna
Suna en el muro era como Claudette Colbert con la sábana de separar su cama de la de Clark Gable en "Sucedió una noche". ¡La muralla de Jericó! De ahí su mirada alerta, tan prolijamente explicada por Ortega en su libro de caza. Mirar es la menos musculosa de las operaciones, pero este mirar de Suna no es un mirar cualquiera. Es un mirar con atención, que es quien da puntería a la mirada. La atención consiste en no fijarse en lo ya presumido, sino precisamente en no presumir nada y evitar la desatención. Para denominarla el filósofo tiene una palabra magnífica que conserva todo su sabor de vivacidad y de inminencia: alerta. Suna es la mirada alerta. La mirada del turista resbala. Pero Suna, al imitar el alerta perpetuo del animal, para quien todo es peligro, ve todo y ve cada cosa funcionando como riesgo o amparo. Por donde una vez pasamos, allí perduramos.
domingo, 19 de febrero de 2017
Suna a las veinte
"¡A beber! ¡A beber!", son las primeras voces de Gargantúa al salir del vientre de su madre: sed de justicia (nada más justo para un monstruo que pegarle al vino), la de Gargantúa. Pero la sed de Suna -peligrando como Narciso en la fuente- era una sed de santidad: un lametón de gratitud al agua por haberla bañado. Una santidad cósmica: -Del arroyo, del manantial, bebe el pequeño conejo y el gran onagro, y cada uno sacia su sed -dijo una vez san Agustín. Suna, al beber, santificaba el mundo.
domingo, 12 de febrero de 2017
Suna a las diecinueve
Tierra, agua, aire, fuego. Suna tenía tanto que ver con el fuego (Suna en ascuas: cambio y movimiento) que acabó dando su nombre a una barbacoa de estilo Le Corbusier. ¿Quién dijo que las chimeneas ya no conmueven a nadie con su desnudo de oro? Cuando preguntan a Cocteau qué obras de arte salvaría, si se quemara su casa, grita: "¡El fuego!" Se frotan dos maderas y nace un dios danzante. Ningún animal (¡ni siquiera Suna!) sabe encenderlo. En una frase apócrifa de Jesús transmitida por Orígenes se dice: "Quien se acerca a mí, se acerca al fuego". -Hermano Fuego, Dios te hizo hermoso y fuerte y útil; te ruego que seas amable conmigo -susurra San Francisco cuando, quedándose ciego, han de quemarle los ojos con un hierro al rojo. Tierra, agua, aire, fuego.
domingo, 5 de febrero de 2017
Suna a las dieciocho
El alma de Suna fueron los momentos que pasó en el lago de los majuelos, y no es para menos. Con menos, desde luego, elabora el camaleón de los filósofos su doctrina existencialista, cuya biblia gira sobre los momentos que pasa Roquentin en un jardín público.
-El sábado los chicos jugaban y yo quise tirar como un guijarro al agua. Dejé caer un guijarro y me fui.
Mas como Suna caminaba sobre las aguas del lago sólo había visto yo caminar (intentarlo) al latinista Agustín García Calvo en el estanque del madrileño Templo de Debod, con su mujer, la señorita Amor, coreando (para animarlo): "¡Agus! ¡Sólo tú puedes! ¡Hazlo!"
Suna, que se peinaba como García Calvo, fue, eximia y merovingia, otra doña Latina (¡este perro sabe latín!), de una bohemia soleada (el sol de España) y lacustre.
-El sábado los chicos jugaban y yo quise tirar como un guijarro al agua. Dejé caer un guijarro y me fui.
Mas como Suna caminaba sobre las aguas del lago sólo había visto yo caminar (intentarlo) al latinista Agustín García Calvo en el estanque del madrileño Templo de Debod, con su mujer, la señorita Amor, coreando (para animarlo): "¡Agus! ¡Sólo tú puedes! ¡Hazlo!"
Suna, que se peinaba como García Calvo, fue, eximia y merovingia, otra doña Latina (¡este perro sabe latín!), de una bohemia soleada (el sol de España) y lacustre.
domingo, 29 de enero de 2017
Suna a las diecisiete
En la sobremesa de las cinco de la tarde Suna miraba como el hispanista Adrian Shubert (un canadiense que escribió la historia social del toreo, A las cinco de la tarde) en el ruedo: un alma cándida y abierta a maravillarse con todo, desde los cubrepiés de Sevilla ("con el fin de evitar que desde el tendido algún depravado pudiese mirar los tobillos de las damas") a los carteles de Madrid que prohíben arrojar antes ni durante la corrida perros, gatos u otros animales muertos, "ni cosa que puede ofender o incomodar al concurso". Ver, oír y callar. Cuántas veces habré visto así los toros, como los mirones de vallas, que miran el ir y venir del mundo por un descuido que es un hueco en el secreto de la gente.
domingo, 22 de enero de 2017
Suna a las dieciséis
Lo que más presente tengo en mi recuerdo de Suna es su marujeo (de Maruja Díaz) de ojos. Berkeley fundó en la visión una teoría de la realidad; Hobbes, una teoría de la imaginación; y Suna, una teoría de la perplejidad. En Suna no era lo mismo una expectativa de cenar pitracos que otra de cenar muslos de pollo. y en ese bizqueo indeterminable podía leerse, por si el escamoteo, un sunesco "¡No te atreverás!" La perplejidad sunera de óyeme con los ojos y mírame con las orejas, pero dame ese muslo de pollo que yo, Carpanta de "La dama y el vagabundo", transformaré en la fiesta de Suna.
domingo, 15 de enero de 2017
Suna a las quince
Suna era una ruidajera incontenible, y para hacer ruido en su lago, donde no podía ladrar, con el agua al cuello, robaba un botellón de Font Vella vacío y se hacía con él un olifante que impulsaba a golpecitos de trufa, al nadar, como si el mundo, que estaba durmiendo la siesta, se fuera a acabar. "I am a great noise in Illinois", dicen los gringos. Suna fue un gran ruido en su Illinois, el pequeño lago convertido en su gran provincia. Un cormorán de titiritainas: así recuerdo a Suna.
domingo, 8 de enero de 2017
Suna a las catorce
Santayana (a mí Suna me lleva siempre a Santayana) creía poder dar la impresión de haber sido toda su vida un "gorrón" de sus amigos ricos. Uno de ellos fue Charles Loeser. Una vez que estaban mirando unos cuadros modernos, Santayana se detuvo ante uno que le gustaba y dijo que estaba pintado como a él le hubiera gustado pintar. "¿Por qué no te quedas en París a pintar?", replicó impulsivamente Loeser. "Yo te ayudaré". Pero el filósofo no aceptó porque sabía que aquello era un ignis fatuus en el caso de ambos. Me río pensando que aquel cuadro también podía haber sido este montaje de Suna, con todas las sinuosidades de la coquetería ("A ver, mirón, ¿se decide o no se decide?") y ese ojo sunero que te hace entender de primera la buenaventura de Hugo: Vale uno más si sabe que lo miran.
domingo, 1 de enero de 2017
Suna a las trece
Suna tuvo pasión por el juego. Suna ludens. Distinta de aquellas niñas tristes del Retiro de Foxá que fingían la enfermedad y la muerte de sus muñecas, y las enterraban en los jardines. (Foxá conoció a una señora que aún recordaba en qué parte, secreta, del Retiro había enterrado a todas las muñecas de su niñez.) Suna enterraba (y recordaba) los huesos que encontraba. Pero su gozo era jugar a tontas y a locas, incluso con los gatos: Yo soy la reina del Monumento / con mi corona y mi cetro, / con mi cetro y mi corona / salto por encima de esta mona. Su cuerpo parecía entonces un disfraz de perro descoordinado con dos enanos haciendo de patas por dentro. Mas en una cosa, ay, llevaba razón Foxá: los juegos terminan cuando comienza el amor.
domingo, 25 de diciembre de 2016
Suna a las doce
Qué alegría tan sunera si al mediodía, cuando nadie ya lo espera, el espíritu de la Navidad, que viaja como loco con moto de pizzero en dirección contraria y por la acera, llamara a la puerta y la trajera a ella. La alegría sunera sería la alegría a grito limpio de estar estrenando la Navidad. Una alegría estridente, la alegría sunera, a base de baile y ruido, pero sin vino. Aquella alegría de san Juan en Nochebuena, saliendo de su celda "como un loquillo de atar", meciendo al Niño en sus brazos, bailando y cantando: Si amores me han de matar / ¡agora tienen lugar...! Que la gran alegría, según Chesterton, no va juntando los retoños de rosa donde los encuentra, sino que tiene los ojos fijos en la rosa inmortal que vio Dante. Qué alegría, Suna.
domingo, 18 de diciembre de 2016
Suna a las once
Ahora que falta se podrá decir: Suna fue la Lautrec de nuestro Valle de Esteban, cuyo sol la recogió como un cazador de mariposas desde la claridad de su alma. De Lautrec decía Ramón (el recuerdo de Suna siempre lo devuelve a uno a Ramón) que vio como nadie lo de los clowns como mujeres y las mujeres como clowns, y que tanto amaba el circo que, cuando lo encierran en una clínica, dibuja su álbum El Circo. De clown y de mujer hizo siempre la gran enana, que no tuvo tiempo de dar, como el gran enano, la carcajada final, el 'Ja!... ¡Ja!... ¡Ja!... definitivo y genial frente a la claridad del gran golpe de magnesio con que ramonianamente se anuncia la aparición del gran espejo espacial de la locura.
domingo, 11 de diciembre de 2016
Suna a las diez
El conde de Foxá vislumbró en La Habana que el descubrimiento de la refrigeración es tan importante como el del fuego. Con el aire mágico, los maridos apenas salían de noche, y la gente sólo iba al cine a veranear. La refrigeración nos despega del paisaje, al que convierte en decorado, y el altamirano que frota unos palos da su mano entre milenios al ingeniero del aire acondicionado. "Pon el aire, que voy a pintar un bisonte en la cueva". Estar al sol de julio, el último, con aire de Navidad, y presenciar, junto a la holganza despreocupada (desfachatada) del cazador frescales, expuesto al chorro de frío, la vigilia pudorosa (prudencial) de Suna, su recogimiento sunero -desconfiado y femenino- de nunca se sabe qué puede pasar. Las diez, y el bisonte sin pintar. Aquella angustia, ahora ancestral, del "¡Mañana Corpus Christi, y la ropa sin planchar!"
domingo, 4 de diciembre de 2016
Suna a las nueve
Suna exhausta al volver de los conejos. Nadie consiguió explicarle la máxima de Bear Grylls: no gastes en la caza de un animal más energía de la que te proporcione como alimento. Suna no cazaba conejos: "trapiñando el barro de Flandes", los espantaba, que es como jugar al fútbol sin balón en un campo del Norte, de lo que cansa. Entonces subía al sofá y se desplomaba. Cuando duermen, los hombres, viven cada uno en su propio mundo, dijo Heráclito (el que nunca se bañaba en el mismo río), pero despiertos viven juntos en un mundo común. ¿Cómo era la extenuación patas arriba de Suna? ¿Estaba dormida o estaba despierta? ¿En su mundo o en el nuestro? Un pataleo en aquel "postureo" sunero te llenaba de dubitación (¡un mundo al revés, el de los perros!) como una huella de pasos habría llenado de emoción a Robinson Crusoe.
domingo, 27 de noviembre de 2016
Suna a las ocho
A las ocho de la mañana Suna era un ñiqueñaque de uñas pisando, ella sí, la dudosa luz del día. ¿Apuntarse al paseo inaugural de la amanecida o regresarse al calorcillo de las mantas? Uñas de oso perezoso deshojando la margarita de los fríos. Pero, con el primer sol, Suna saltaba al auto con música de Louisiana (Gypsy Runner!) y avanzábamos hacia las trincheras del frente donde los conejos apuraban su desayuno vigilando por debajo de las carrascas y por encima de los tomillos. Suna los espantaba como los camareros de un after mandan a la última clientela a sobar.
domingo, 20 de noviembre de 2016
Suna a las siete
Suna tenía de las nutrias el recontento, y de los castores, la obstinación. Un largo porque sí. Y otro largo. Y otro largo. Un sinsentido de tirabuzones y mortales como si en el frufrú de las parras, con la ansiedad del baño, se hubiera pimplado el mosto de las uvas. Salía del agua hecha una sopa de leche. Era el Hada Blanca del paisaje, la Ginebra en la Tabla Redonda del lago, nadando a contracorriente de la culebra, el cormorán y la rana. Era, al caer de cada tarde, un Oxford-Cambridge de Suna en una rebanada del Támesis, y por "Blue Boat", los restos de una botella de Acuarius. "Lo que se necesita", decía Pulitzer, "son hombres que naden contra corriente". Como Suna. Coño, Suna, ¿no estaríamos volviéndonos rusonianos, nosotros, de jugar en aquel "puro cristal de los regatos del que brotaron los primeros fuegos del amor" que dijo, con dos cojones, Juan Jacobo? Pero ahora Suna no está, y el lago se ha secado.
domingo, 13 de noviembre de 2016
Suna a las seis
Una de las cosas de este mundo que a Suna más le gustaban era ir en coche, dejándose ver, por el vecindario. La pura envidia de los demás perrones, Suna. "Un coche en que los animales, en lugar de ir fuera, van dentro", fue en su día la definición de automóvil ofrecida al pijoterío inglés por la revista Punch. Yo miraba a Suna y me parecía ver a Santayana en sus paseos en coche con el conde Russell (el hermano de Bertie, el genio): "Ir sentado a su lado mientras conducía -cuenta Santayana- era puro placer: lo hacía perfectamente, con seguridad y soltura, y sus inopinados comentarios, a medida que la carretera se abría ante nosotros y aparecían pequeños escenarios diversos, pertenecían a la original esfera de nuestra amistad. Nunca nos reíamos mucho, pero siempre estábamos riéndonos un poco". ¿Qué habrá sido de aquellos sabios tan sabios, Suna?
domingo, 6 de noviembre de 2016
Suna a las cinco
Si hay vida después de la vida (¡luz al final del túnel!), Suna reaparecerá algún día en el monte, a la salida de las conejeras que tanto la atrajeron, abiertas en las trincheras del 36, aunque absurdas como las del 14. Hasta ellas la llevaron las malas compañías de un perro de veras cazarito que le enseñó a rastrear y a escarbar, con el rabo a modo de baliza, por unas galerías que daban a la leyenda de una ciudad sin nombre donde la coquetería la hacía verse como una Jean Seberg en el camino de Lee Marvin y Clint Eastwood bajo la estrella errante y sin cena. En las raposeras montunas las pepitas de oro son las garrapatas. Suna, que no era de campo, se hizo campera, y después se negaba a pasear por la ciudad (¡menosprecio de corte y alabanza de aldea!), tomándola en la calle contra los pobres galgos de piso, descabellados como alfileres de corbata. Madrigueras oscuras de zorros sabios y conejos muy inquietos fueron su País de los Juguetes. El encuentro con Goro, que se llamaba Esteban, en el vientre de la ballena. Escarbaba, escarbaba, y salía a comprobar que nadie miraba. Volvía a entrar, y al volver a salir era una mueca del gato de Cheshire pintada en tierra. Tres inviernos duró aquel mundo de hadas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)