Yo también tengo miedo a que me preguntes qué te pasa. Si el singular viento que sopla esta tarde pudiera herirme, herirme de verdad, me pregunto, qué cosas cambiarían. Si yo yaciera muerta y pestilente en una cuneta, con el hambre del muerto, ninguna hambre. Si yo yaciera en otra cama, esperando a ser follada, una cuadríga salvaje se presenta en mi cerebro. La ofensa me traspasa, soy limpia como un vendaval azotando lo extremo de la aridez, nada mata a lo que ya ha perecido. Y sin embargo puedo invocar el deseo de volver a realizarme, soy una mujer, estoy perdida. Ser madre me ha corrido mucho más que el rimel, ha volcado mis pestañas, ha redondeado mi culo, ha roto mi ser. Algo nuevo vendrá, y los cientos de moléculas que forman el pequeño perfume me honrarán. No hay cabida a los necios, no hay cabida a los sordos. Estoy más sola que en la vida, así me siento, burlada, ninguneada. Explotando por dentro como si algo lúgubre hubiera manchado mis zapatos en la fiesta más bonita. Y esa tendencia a hablar de lo que era, lo que era antes. No más que una dulce chica de pensamientos negros y gustos nefastos, elegida para destacar en el recoveco. Ahora espanto a las personas, me distraigo en la televisión, ya no ordeno los libros, no programo actividades, no reciclo la basura, no compongo poemas, repaso las fotografías con un suspiro de imbécil, y si acaso lograra alguna vez salvarme de toda esta mediocridad, sería estallando gigante en un firmamento de alquitrán y ruina. No hay nada más dulce que la personalidad malicienta del vencedor, el que pasea con la frente tan alta que no es capaz de mirar lo que tiene delante. Nada hay más dulce que la barba del vencedor, que escupe palabras como puños para un estómago que pierde fuelle. La vida del que no es amado, se vuelve entonces tediosa. No habrá gesto bien interpretado, ni caricias venideras. Sólo el sumidero, que se lleva lo que fuimos. Ahora no puedo cerrar los ojos, tengo que ser fuerte, llevar al niño a la cadera, mirar al cielo como quien mira un milagro, despertarme cada día y hacer como que estoy contenta. Cuando en realidad naufrago y se, que sólo una mirada suya, podría recogerme. ¿Qué es lo que exijo? No hay nada, podéis creerme. Nada que decir, ninguna canción que bailar. Saber que aún estoy aquí, perenne y esquiva, pero aquí, unida al rail de la escritura de algún modo adolescente y estúpido. No me interesais, y no me preocupa interesaros. El viento y una moneda, en la boca de mi hijo. Y le digo, escupe. Y él se rie. Y escupe.
VOSOTROS por NATACHA G. MENDOZA
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Escribo "Hombre" y ya lo estáis poniendo a trabajar, quizá en la tierra o
en el ladrillo. De la corbata mejor olvidarse, no es de los que corren
porque e...
Hace 5 horas